Con los fastos históricos en
primer plano, no he podido explicarles que llevo un tiempo sin subir muchos
textos al blog, porque sigo acelerado y no encuentro el momento para sentarme a
escribir. En estas fechas suelen recrudecerse las visitas institucionales al
Ayuntamiento y llevo unas cuantas en estos últimos días. Además de las que me
salen por fuera, a través de mis contactos. Por ejemplo, mi amigo Tangi, de
Nantes, se trajo a unos veinte gerentes de empresas mixtas de alojamiento
social de Francia, a los que hube de dar una charla en francés sobre el Madrid
Río y acompañarles después a visitarlo. La semana pasada tuve que atender,
entre otros, a un grupo de alumnos de un máster de Historia del Arte de Leipzig,
que venían a ver Toledo, El Escorial y otros lugares. Su profesor conocía el
proyecto del río y puso a uno de los alumnos a buscar información al respecto en Internet.
El chaval encontró el vídeo de mi conferencia que colgué en el post #129 y se
puso en contacto conmigo. Para este tipo de actividades, mis jefes en el Ayuntamiento
han de firmarme un papel, como que han sido ellos los que me han mandado a
atender al grupo de que se trate, pero nunca me lo regatean.
Tengo también que anunciarles que
esta tarde me voy de viaje a Friburgo (Alemania) y sus alrededores, de donde no
regresaré hasta el día 28. Y no me voy a llevar el ordenador, así que, salvo
milagro, les voy a dejar sin blog durante unos cuantos días. Este viaje es para
mí el principio de unas vacaciones discontinuas, que incluirán también una
recorrido por Rumanía en la primera quincena de agosto. Igualmente tengo pendiente
la posibilidad de viajar a Seul a final de año, para visitar a mi hijo Kike,
aunque esto es sólo una idea aun sin concretar. Lo de Friburgo tiene el origen
que les cuento a continuación. Como saben, mi amigo Jurgen, el peluquero del
barrio, es natural de esa hermosa ciudad y siempre me habla de que ésta es la
zona con mejor clima de Alemania, donde crecen naranjos y limoneros, además de tener
enormes extensiones de viñedos de donde se obtienen los afamados vinos del Rhin.
También les he contado que soy miembro de AETU, la Asociación Española de Técnicos
Urbanistas. Eso hace que me envíen periódicamente los boletines de propaganda
de sus actividades, que suelo leer en diagonal, porque normalmente no me
interesan mucho.
En uno de estos boletines encontré
el anuncio del viaje a Friburgo y, a partir de lo que me había contado Jurgen,
sentí curiosidad. El viaje lo organiza la FIU, Federación Iberoamericana de
Urbanistas, organización conectada con la AETU, y ha escogido la ciudad de Friburgo
porque, al parecer, se trata de uno de los ejemplos más depurados de
integración de políticas de medio ambiente, movilidad y urbanismo. El viaje
dura apenas cuatro días: sábado, domingo y lunes, así como el martes por la
mañana. En esos días visitaremos el Ayuntamiento y las principales instituciones,
y tendremos un montón de actividades de mañana y tarde. El martes a mediodía
los demás se vuelven a sus tierras, pero yo me voy a quedar de turista por la
zona hasta el sábado siguiente, día 28, para ver Estrasburgo y otras ciudades.
A la vuelta les contaré mis reflexiones
sobre este viaje, pero de momento ya he averiguado algunas curiosidades al
respecto. En esta región cuajada de historia se juntan las fronteras de tres
países: Alemania, Francia y Suiza. Cada país tiene una ciudad grande en la
zona: Basilea, en Suiza, Friburgo en Alemania y Mulhouse en Francia. Mulhouse
es una ciudad de inequívoco pasado germánico, que en los últimos repartos tras
la II Guerra Mundial quedó del lado francés. Los franceses tienen grandes
dificultades para pronunciar su nombre que, con la boca afilada que ponen para
hablar, les suena algo así como Miluus…
Las tres ciudades comparten aeropuerto, del que salen autobuses y trenes a sus
respectivos centros urbanos. Este es un aeropuerto muy promocionado por la
Unión Europea que lo considera como un ejemplo de instalación multinacional. Al
menos hasta que el año pasado los suizos decidieron en referéndum endurecer las
condiciones de entrada a su país. Es uno de los peligros del dichoso derecho a
decidir. Ahora, al parecer, uno llega al aeropuerto de marras y, si se dirige a
Basilea, ha de atravesar una frontera tradicional, donde le pedirán el pasaporte,
le revisarán la maleta y le preguntarán cuánto dinero trae. Si el viajero, en
cambio, va a Friburgo o Mulhouse, puede salir por el otro lado caminando
tranquilamente con las manos en los bolsillos.
A mis actividades de anfitrión y
vendedor de las maravillas de Madrid, más la preparación del viaje, se ha
sumado estos días una nueva colonoscopia, la cuarta que me hago. Hace sólo año
y medio de la última, y dicen algunos de mis amigos que soy un vicioso, pero lo
cierto es que he insistido en adelantarla porque, con mis antecedentes
familiares, creo que debo estar encima, para quitarme los pólipos que puedan
salirme, en cuanto asomen. Y para colmo, no hay que olvidar la zozobra por la
abdicación. Me refiero, por supuesto a la abdicación de la selección de fútbol. Así no hay manera de llevar una mínima
regularidad en la escritura y publicación de posts. Les cuento así por encima lo
que han sido estos últimos días en que he estado sin escribir. El domingo
pasado, mi amigo argentino G. me invitó a comer una pasta artesanal que fabrica
él mismo, con un pesto también casero que estaba para chuparse los dedos. Fue
la última comida en condiciones que hice en unos días. Porque esa noche ya hube
de cenar una tortilla francesa de un huevo, unas lonchas de jamón de york y
unos picos. Contraviniendo las indicaciones médicas acompañé esa frugal
colación con una cervecita, eso sí, de las pequeñas.
El lunes hice un desayuno normal,
me puse mi traje gris claro de verano y caminé hasta Cibeles, donde debía dar
una conferencia de hora y media en inglés a un grupo de alumnos de un máster de
Geografía Humana de la Goethe University de Frankfurt. Les conté en grandes
líneas la historia urbanística de la ciudad, los últimos planeamientos y las
directrices del Plan General en elaboración. Tras un café con algunos de mis
amigos de Cibeles, volví a casa a dejar la botella de vino del Rhin que me habían
regalado y cogí el coche para dirigirme al destierro a cumplir con la segunda
parte de mi jornada laboral. A las 4, otra vez en casa, repetí de tortilla,
jamón de york y picos, esta vez con agua, y me eché una pequeña siesta. A las 8
de la tarde inicié la ingesta de Solución Evacuante Bohm, consistente en ocho
sobres que han de disolverse cada uno en un cuarto de litro de agua y tomarse
cada quince minutos. Una auténtica bohmba,
que te produce una cagalera fulminante.
Me acosté agotado. El martes, desayuné
un café bebido, repetí la jugada con otros ocho sobres y bebí un poco más de
agua. Después de las 11, ya no podía tomar nada, ni agua. Intenté escribir algo
pero no estaba en condiciones. A las 6 de la tarde ingresé en el hospital, adonde
me llevó mi hijo Kike. Una hora después, entraba en quirófano, para que me
acostaran con la cabeza orientada a La Meca y me introdujeran por salva sea la parte
el ojo de Dios que todo lo ve. La enfermera que me durmió había leído mi novela
La Human Race y me reconoció. Bien, resultado de la prueba: me encontraron un urdangarín de 3 milímetros,
inmediatamente rebanado y enviado a anatomía patológica, donde lo analizarán y
me darán el resultado a la vuelta de Friburgo. Aprovechando que estaba dormido me
hicieron también una gastroscopia, que reveló que tengo en el estómago una
familia okupa de helicobácters. Finalmente nada de importancia. Como diría el
presidente del Compostela Caneda: pataca
minuta.
El miércoles tuve un día de
trabajo ordinario, excepto que estaba agotado. Comí con normalidad y me eché una
larga siesta, de la que resurgí igual de cansado, justo para presenciar cómo a
la selección española de fútbol le hacían la segunda colonoscopia de la semana. Lo de la selección es difícil de explicar. Casillas estuvo fatal los dos
días y, con un portero que no da confianza atrás, es muy difícil jugar. Del
Bosque no tuvo los reflejos de otras veces. No se sabe para qué llevó a
Fábregas o a Mata, que no jugaron ni un minuto. No se entiende que se alojen en
un lugar donde hace diez o doce grados menos de temperatura que en los campos
en que han de jugar. Demasiados handicaps. Por el contrario, ver jugar a
Alemania o a Italia es un auténtico disfrute. Si no cambian las cosas, para mí
son los favoritos.
Ayer por fin tuve un día de
relax, para ver la coronación de Felipe, empezar a preparar la maleta y escribir un
poquito. Hoy mi avión sale a las 4.30 de la tarde. Es un vuelo de Easy Jets
directo a Friburgo. En fin, en el post #251 “Acelerado I”, les ponía yo la
letra de la canción Same in the end,
de Sublime, de la que tal vez recuerden esa estrofa que dice “I’m a triple rectified ass, son of a bitch”.
Pues yo ya soy un quadruple rectified ass, son of a bitch. Les deseo que pasen
una buena semana. Abajo les dejo de regalo un nuevo One Hit Wonder. Se llama Mr. Jones,
es de 1993 y fue el único éxito del grupo de California Counting Crows. Pónganla en pantalla grande, que el vídeo es bonito, y escúchenla estos días, mientras yo estoy de viaje,
empezando mi largo veraneo. Mi penúltimo verano como ciudadano activo, porque
mantengo la intención de jubilarme en cuanto cumpla los 65. Salvo que ocurra
algún milagro. Algo bastante improbable. Pero, a veces, los milagros ocurren.
Bon voyage, Emilio!
ResponderEliminarGracias, ya estoy de vuelta.
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