El placer que uno siente viajando por su habitación está libre de la
envidia inquieta de los hombres; es independiente de la fortuna.
Viaje a través de mi habitación (X. de Maistre, 1794)
Hoy es el día 17 de encierro,
según mis cuentas, puesto que yo empecé a contar días el viernes 13 de marzo,
después de que el jueves 12 el equipo de gobierno municipal decidiera mandar a casa a todos sus trabajadores. En este tiempo, me estoy esforzando por buscar
temas externos sobre los que escribir para amenizar el encierro de mis seguidores, pero
tampoco viene mal hacer algunas reflexiones sobre la propia situación que estamos
atravesando, una peripecia totalmente excepcional e insólita para gentes que, como
yo, hemos tenido la suerte de vivir toda nuestra vida en paz y sin mayores
quebrantos colectivos, como guerras, huracanes, terremotos o similares. 69 años en mi caso. Quién nos
iba a decir hace unos meses que nos encontraríamos así. La situación nos ha
atropellado y, cuanto más sepamos resistir, mejor librados saldremos. En los
últimos siete años estaba yo tan ocupado que tenía que hacer reflexiones a la
carrera, pero ahora dispongo de tiempo para sacar mi vena más cool, calm and collected y pensar con un poco más de pausa.
Lo primero que quiero dejar
sentado es que no comparto esos mensajes antimilitaristas que se quejan de que
en las ruedas de prensa de cada mañana a las 12, haya unos cuantos generales
explicando la logística que se está aplicando. Me refiero a esos artículos cuajados de
buenismo inútil, que claman ofendidos: –¡Por favor! No somos soldados. Desde luego
que no somos soldados (al menos yo). Pero tengo muy claro que estamos en una guerra, aunque nuestro enemigo sea invisible. Y, si no somos soldados, ¿qué
coño somos? Pues está bien claro: somos civiles en medio de una guerra. Como
los sirios y los del Yemen. ¿Y cuál es la prioridad básica de un civil en un
estado de guerra? También está bien claro: salvar el pellejo. Esto es lo
primero y no es cuestión baladí: estamos teniendo bajas, muchas bajas (ya ven
que asumo el lenguaje militar). Y cada vez más cerca. Yo tengo ya algunos amigos
y conocidos que se han muerto y muchos contagiados, unos ingresados en
hospitales, más o menos graves, y otros pasándolo en casa. La cosa no es como para tomársela a la ligera, coño, que se está muriendo la gente con este virus, hostia.
Así que ya lo saben: hay que
hacer lo posible por salvar el pellejo. Y por intentar que lo salven también
nuestras familias y nuestros más próximos. Ninguna precaución es excesiva y es un
reto que tenemos que asumir individualmente, pero con sentido de lo
colectivo. A título individual, yo podría salir a correr al Retiro (si no
estuviera cerrado), seguro de que no me contagiaría. Pero por un sentido
colectivo, no lo hago. Ese sentido colectivo es el que no tuvieron los que respondieron al cierre de colegios y la amenaza de confinamiento
saliendo masivamente de Madrid y esparciendo el virus por toda la geografía
española. Pero ya vendrá el tiempo de los reproches. Si nos dicen que nos
quedemos en casa, nos quedamos. Y si podemos concentrar las compras para no
salir más que cada cuatro días, pues así lo haremos.
La posibilidad de que sucediera
una cosa como esta, una epidemia de contagio masivo, era algo que teníamos ahí,
pero no queríamos ver. Ya hubo antes diversos amagos, como el SARS de 2002, pero los
conjuramos con tanta rapidez y eficacia que nos creíamos invencibles. Ahora hemos
recuperado una charla TED que dio Bill Gates en Vancouver en 2015, en la que se hablaba de ese
riesgo y que por desgracia ha resultado profética. Por si no la conocen, les
voy a poner un enlace para verla con subtítulos en español. Se la recomiendo;
es cortita, 8 minutos, pero muy significativa. Han de pinchar AQUÍ.
La película a la que hace referencia Gates, es Contagio (Steven Soderbergh, 2011). Basta ver el trailer oficial que les
pongo abajo, para quedarnos helados. Por cierto, habrán observado que Gates habla también
en términos militares.
Como ven, la típica película
distópica, como tantas que hemos visto. Sólo que ahora estamos dentro de ella.
Tenemos que afrontarla con calma, con cabeza y estando muy atentos. Quejarse de los inconvenientes del encierro es una
tontería. Por mucho que nos quejemos, tendremos que seguir encerrados el tiempo
que nos digan. ¿Y qué previsiones tenemos? Bueno, me gustaría decirles que unos
pocos días más, pero no parece lo más probable. Hemos cumplido ya dos semanas y el estado de alarma prorrogado se
extiende hasta el 12 de abril, otros quince días más. No me parece exagerado
pensar que se prorrogue de nuevo hasta final de mes. O sea, que si todo fuera sobre ruedas (algo no muy probable) estamos hablando del 1 de mayo. Me
cuentan amigos que trabajan en proyectos urbanos, agencias de viajes o comercios
de suministros, que sus empresas están haciendo sus previsiones a partir del 15 de
mayo. Ese es un escenario optimista moderado. También puede ser más largo. Yo
no quiero alarmarles en exceso, pero tampoco mentirles. Ojalá dure lo menos posible.
Teniendo en cuenta el antecedente
de China (el único que alienta el optimismo, porque Corea del Sur y Japón están
repuntando), tampoco va a ser que de un día para otro empecemos a hacer vida
normal. La recuperación de la normalidad será gradual y con muchas cautelas.
Así que lo mejor es que se acostumbren a la vida de encierro, que tampoco está
tan mal, hombre (además, esta noche nos han quitado una hora de encierro y en octubre nos la devolverán de vida normal, no sé de qué se quejan). Joder, yo me estoy haciendo unas comidas de puta madre y me
consta que mis improvisadas recetas son parte del éxito de mis cuadernos de la
cuarentena. Estoy estirando lo que puedo Los Soprano, aunque está claro que me
voy a terminar las siete temporadas antes de que nos dejen volver a la calle. Y hay
muchísima literatura que consumir, mucho cine que ver y muchas otras cosas en que entretenerse. Estos días, yo estoy llamando a una
serie de amigos a los que no llamaba demasiado últimamente, para ver cómo
están. Cada uno lo lleva como puede. Mi amiga A, la hiperactiva, dibuja pájaros
exóticos de colores sin parar. Tiene ya una colección importante. Le he dicho
que me tiene que regalar uno para enmarcarlo.
Mi amigo B, el hipocondríaco, se
dedica a limpiar compulsivamente la casa, que ya antes tenía como los chorros del
oro. Sólo sale a comprar más lejía y Don Limpio Baños. Mi amiga C, la solidaria, hace la compra a todos los abuelos de su bloque y cose batas para los
enfermeros reciclando bolsas de basura. Mi amigo D, el anacoreta, me dice que él
ya estaba encerrado voluntariamente desde hace unos dos años y que esta crisis
le viene muy bien porque estaba harto de inventarse excusas cada vez que le
llamaba algún amigo y le proponía salir a tomar una cerveza (ya había yo observado
eso de las excusas hace tiempo). En fin, que yo creo que, manteniéndose
protegido del virus con las recomendaciones que todo el mundo conoce, se puede
pasar el tiempo bastante dignamente, cada uno en su línea. Vale, así como para descansar, les muestro ahora algunas fotos nuevas de las calles vacías. Empezando por una vista nocturna de Brooklyn, con una de las columnas del Manhattan Bridge al fondo.
Panorámica de la playa de Copacabana, desde la terraza de la casa de mi amigo Daniel Mancebo, el hombre de C40 en Río
El Puente de Westminster, en Londres, con el BIg Ben en obras.
L'Arc de Triomphe, París
Una avenida de la reconstruida Varsovia.
Por último, la Kaaba, en La Meca
Tras este interludio, les diré que se han escrito muchas cosas
respecto a esto de vivir encerrado una temporada. Vean por ejemplo estos versos
proféticos del gran Lao Tse (Siglo VI antes de Cristo): Sin pasar de la puerta se conoce el mundo, sin mirar por la ventana se
ven los caminos del cielo, cuando más lejos se sale menos se aprende. Una
eternidad después, en 1794, el Conde Xavier de Maistre, joven militar de
Saboya, se batió en duelo con un tipo que le había ofendido, práctica que
estaba prohibida, por lo que fue juzgado y condenado a 42 días de reclusión
forzosa en su domicilio de Turín, una casa que todavía existe y donde seguramente algún turinés esté ahora mismo guardando una cuarentena similar. Como no podía hacer otra
cosa, escribió un librito que se llama Viaje alrededor de mi habitación, una de
cuyas frases encabeza este post. Este hombre emigró luego a San Petersburgo,
donde se convirtió en un personaje, al servicio del zar. No supo que su libro
era famoso hasta que viajó a París, muchos años después, para un negocio privado.
El libro en cuestión es una obra
menor que ha sido más valorado por lo que supone, como crítica satírica de los
libros de viajes, que por su valor literario. Borges era un gran admirador de
este curioso texto. Lo más destacable del escrito del Conde de Maistre es su
afirmación de que los días de encierro le permitieron conectarse con lo Universal. Es decir, desde un
cuarto en el que uno está confinado, como nosotros, se puede alcanzar el Universo entero. Algo así hizo Kafka, que encima escribía por las noches, después de
su jornada de trabajo de pasante, o el primer Guy de Maupassant, que luego tuvo
la suerte de alcanzar el éxito literario en vida, lo que le permitió dejar su puesto
de funcionario. También Proust, deprimido por la muerte de su madre, se encerró
en su casa del 102 del Bulevar Haussman de París, que hizo forrar de corcho
para reforzar el aislamiento, y estuvo quince años recluido, dedicado a
componer su obra monumental À la
recherche du temps perdu sin otro material que sus recuerdos, su cultura y
sus queridas madalenas.
No hace falta salir al mundo
exterior para tener una vida intensa. Mi tocayo Emilio Salgari escribió más de
80 novelas de aventuras en escenarios exóticos, sin salir de la redacción del
periódico La Nuova Arena de Verona, donde trabajó mucho tiempo, y luego desde su despacho en una
editorial de Turín que lo contrató durante sus últimos años de vida. De adolescente yo devoraba
estas novelas de piratas y aventureros,
con personajes tan brillantes como Sandokán o el Corsario Negro. Y eso que
todos estos autores que he citado vivieron en un mundo sin wikipedias ni la posibilidad de tener la información instantánea
de la que ahora disponemos. En este tiempo, uno puede trascender de lo particular (el escueto
encierro) a lo universal. Yo estoy leyendo estos días las extraordinarias narraciones contenidas en la Micropedia de Ignacio Padilla, todas ellas relatos
imaginarios y delirantes, que sus amigos cuentan que él narraba como si
fueran ciertos, sobre todo al final de las noches de farra.
Uno de estos relatos de Padilla
se titula Memorial de la Segunda Peste.
Cuenta aquí que, en una imaginaria Misión de Saint Martin, después del paso de
la peste bubónica, los nativos se curan milagrosamente sin que nadie pueda
explicárselo. Llega entonces un investigador de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Kent, que se llama Richard de Veelt, quien descubre que estos
nativos están más sanos que un humano normal, que en ningún momento pierden la
alegría ni la sonrisa de oreja a oreja, ni aunque se les pinche con cuchillos y agujas. Y llega a la conclusión de que la
Misión ha sufrido una segunda peste, una especie de peste inversa que cura a
los indígenas no sólo de las consecuencias de la epidemia sufrida, sino de todas sus dolencias anteriores. Empieza a escribir sus
conclusiones, pero no llega a terminar su obra porque los nativos se lo acaban
comiendo sin perder su sonrisa beatífica.
Lo que nos trae de vuelta a esta
nueva peste que nos aflige y a la continuación del encierro con que nos protegemos de ella. Hemos hablado de un horizonte del 15 de
mayo. Pero después vendrá el futuro y hay que empezar a planificarlo. Como les
he dicho, la vuelta a la normalidad será gradual. Y tal vez hayamos aprendido a valorar lo
que tenemos, en este mundo del Siglo XXI a prueba de epidemias. A mí se me criticaba antes
del virus por estar tan contento con el mundo que me había tocado vivir. Joder,
es que era un paraíso. Hay cosas que sólo se valoran cuando no se tienen (ya
saben los ejemplos: la salud, el dinero y el pelo de la cabeza). Obviamente
nada volverá a ser igual, pero continuaremos en un mundo lleno de temas de los
que hablar, lo que justifica la existencia de este blog. Esperemos tener el margen suficiente como para dejar al tiempo su
labor terapéutica inigualable: el tiempo todo lo cura. Nos quedará entonces el
recuerdo de estos días en que sobrevivimos encerrados. Como algo irreal. Como
una historia de las que cuenta Ignacio Padilla. Como un mal sueño.
Entre los vídeos que han
circulado por el Whatsapp y otras redes, les voy a dejar de propina el que me ha
parecido más entrañable, cariñoso y optimista, una coplilla que imagina el futuro, que anticipa
la alegría inmensa del momento en que nos den suelta (aunque supongo que la
mayoría de mis lectores ya lo conocen, a muchos se lo he mandado yo mismo por
Whatssapp, pero así pueden verlo en pantalla grande). Créanme, ese momento va a ser
apoteósico, como salir de la cárcel, como acabar la mili, como terminar la
carrera, como encontrar un amor de verdad. Sólo de pensarlo se me ponen los
pelos de punta (supongo que esperaban que dijera como escarpias, pero es que no me gusta nada esa frase tan manida).
Y ya saben el orden de prioridades: UNO, salvar el pellejo, DOS, proteger a los familiares y amigos
hasta donde se pueda, TRES, seguir las instrucciones y disfrutar del encierro
dentro de lo que cabe. Cuídense.
(P.D.: Me voy a cagar en el rey Guillermo de Holanda y en todos sus muertos)
(P.D.: Me voy a cagar en el rey Guillermo de Holanda y en todos sus muertos)
Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarUn abrazo, querido Paco. De tu lacónico mensaje deduzco que estás bien, supongo que preocupado como todos. Cuídate mucho. un abrazo.
EliminarOtra vez el experto en Nueva York. La vista que nos muestra corresponde a Washington Street, muy cerca del cruce con Front Street, calles ambas del barrio llamado DUMBO, bajo el paso elevado de arranque del Manhattan Bridge, en Brooklyn. Es un barrio muy agradable, impresiona verlo tan vacío. DUMBO significa precisamente Down Under Manhattan Bridge Overpass. Se trata de una de las vistas más icónicas de Nueva York, porque, en medio del vano inferior del pilar del Manhattan Bridge, se puede encuadrar el Empire State (si se fija, en la foto se ve en pequeño). Muchos turistas viene a este punto a hacerse sus fotos con el puente y el Empire State.
ResponderEliminarPues gracias otra vez por las informaciones. No me había dado cuenta de que se ve el Empire State al fondo. Creo haber estado en ese barrio, pero hace casi ocho años que no he vuelto por New York y, como está el patio, no sé si podré volver.
EliminarUn abrazo para ti también.
Por supuesto que se puede contar una historia en un país lejano y exótico sin haberlo visitado jamás: usted lo ha hecho, porque no nos irá a decir que llegó a ver la Ciudad Amurallada de Kowloon. Por cierto, a mí sí me gustó ese texto, sólo las fotos dan una idea de adónde puede llegar la miseria urbana, además de la conveniencia de que haya regulaciones normativas en todo el territorio, para que no sucedan estas cosas. Por aquí lo más parecido que hemos logrado es la Cañada Real de las Merinas, un horror similar, aunque no concentrado en una supermanzana, sino estirado a lo largo de más de 14 kms.
ResponderEliminarNo es usted el único al que le ha gustado la entrada sobre Kowloon. Le diré que sí he estado una vez recorriendo la Cañada Real de las Merinas por trabajo y lo hice con varios compañeros y escoltados por la policía municipal. Es alucinante y no parece que se vaya a arreglar nunca. Los viejos habitantes ilegales han prosperado en muchos casos y tienen a los mejores abogados. Haría falta mucho dinero para cubrir las indemnizaciones que pedirían. así que mejor mirar a otro lado. Para cambiar la situación se necesitaría un político que no mirase sólo a sus cuatro años de mandato. Difícil.
EliminarEl hombre de C40 en Río, ¿no era Jean Paul Belmondo?
ResponderEliminarMuy bueno. El Hombre de Río era una película desternillante, con un Belmondo que hacía el payaso como nadie. No sé si resistiría una visión ahora, o se habrá quedado vieja.
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