Ufff,
como dice una comentarista de mi anterior y feminista post: LA QUE ESTÁ CAYENDO. No creí
que me vería obligado a mis años a vivir una situación como esta. Realmente,
esto del coronavirus de los cojones (ya lo voy a llamar así siempre), es muy
fuerte. Es una distopía que está sucediendo aquí y ahora, una pesadilla en la
que uno se echa a dormir un rato, confiando en que todo haya sido un mal sueño,
y resulta que no, que te despiertas y la cosa sigue igual, si no peor. Cada día
se levanta uno acojonado, a la espera de ver qué novedades hay sobre el tema. Pero
Jurgen, mi peluquero, dice de mí que soy el prototipo del sujeto cool, calm and collected, que si un día
se desata un terremoto le gustaría que le pille a mi lado, porque me imagina
diciendo: –tranquilos, no pasa nada, estoy yo aquí. Exagera, mi amigo, es obvio.
Pero, para estar a la altura de la leyenda, empezaré por endulzarles este
post con un tema de piano del gran Red Garland, para que se lo dejen de fondo.
Red Garland fue uno de los integrantes del mítico Quinteto, que con él formaban Miles Davies, John Coltrane y la
poderosa sección rítmica que integraban Paul Chambers y Philly Joe Jones.
Lo
cierto es que, hasta ahora, mi vida en el ojo del huracán no ha sido muy diferente de
la que llevaba antes. El domingo no fui a la
manifestación feminista. A mí me gustan mucho las mujeres, las apoyo y me esfuerzo
en entenderlas, pero yo no soy un militante del feminismo. Hace dos años tuve
la suerte de infiltrarme en la mani de ese año, que supuso un salto cualitativo
en el movimiento. Lo hice con el objetivo confeso de ver cómo era aquello, para
poderlo contar en el blog de primera mano. Me lo pasé de puta madre, escribí un
post al respecto y tuve en todo momento la sensación de haber asistido a un
acontecimiento histórico. El año pasado repetí, por ver si era algo similar,
quedé con unas cuantas amigas y no me lo pasé mal, pero no tuvo nada que ver
con lo de 2018. Y este año, me pilló en domingo por la tarde, así que decidí
que me quedaba en casa tumbado viendo series.
El
lunes amanecí como siempre, desayuné, me duché y cogí el Metro para el trabajo.
Nada parecía haber cambiado, pero entonces empezaron con los mensajes
alarmistas, los datos de nuevos infectados y muertos en el fin de semana y las
medidas que empezaban a implantarse. En la ofi hubo algunos rostros crispados,
algunas informaciones de radio macuto circulando libremente, pero en general
mantuvimos el tipo. Por la tarde estuve en casa, tranquilo, dentro de lo que
cabe, pero jodido por mi viaje inminente, que probablemente se me frustre y del cual ya
tengo los billetes de avión (más abajo se lo cuento). Hablé con mis hijos y
conecté con mi amiga Tantri en Rotterdam, para confiarles mis dudas y me acosté
a dormir. Parece que no todo el mundo durmió ese día con la misma tranquilidad
que yo, por lo que se ve.
Porque
ayer martes, muchas señoras airadas madrugaron para hacer cola en la puerta de
los supermercados y atiborrarse de víveres para la cuarentena presunta,
llegando en algunas ocasiones a las manos, como se pudo ver a mediodía por la
tele. El personal anda bastante desquiciado. Yo comprendo que mi caso es
especial, que mi nevera es calificada por mis hijos como modelo Erasmus, que suelo comer en bares de amigos donde preparan
comida casera cada día y me arreglo con lo mínimo para desayunar y cenar en casa. Pero es que hay señoras que ya
antes del coronavirus de los cojones
tenían la nevera y el congelador a reventar. O sea que con esto, ya es
que se van a poner las botas. Alguna hasta se habrá comprado un
congelador adicional.
Yo,
por mi parte, volví a coger el Metro, hice mis dos trasbordos y llegué a la
oficina sin problemas. Allí, como de costumbre, continuamos haciendo nuestro trabajo, tuvimos las reuniones
que debíamos tener y nadie se mostró nervioso. Cierto que yo ahora me lavo las
manos en los aseos al llegar, por si acaso, y luego lo repito después de comer.
Y al llegar a casa, por tercera vez, después de volver también en Metro.
Alguien me dice que debería ir mejor en coche, para evitar contagios. Lo que
pasa es que hasta el 1 de junio no tengo plaza de garaje en la ofi y no tengo dónde
dejar el coche. Así que seguiré moviéndome en Metro a menos que la autoridad lo
prohíba. Ayer comí en el bar La
Dehesa del Partenón, donde suelo parar a mediodía cuando
decido quedarme en el curre por la tarde, para completar algún trabajo.
En
la mesa de al lado había un par de oficinistas de los que pululan por las
empresas del IFEMA y el Campo de las Naciones, pero con un punto macarra muy de
barrio. Uno de ellos peroraba cargado de razón: –Tío, yo lo que estoy es hasta
los huevos de que me cuenten milongas. Joder, que salgan de una vez y digan lo
que está pasando ¿saloquetequierocir? Osá: que salga el Pedro Sánchez y diga
esto es chungo, o que salga y diga esto no es chungo. Nada más. No le pedimos
más. Si es chungo, lo entenderemos y sabremos qué hacer, que de peores hemos
salido. Y si no es chungo, pues a vivir y que nos dejen de mierdas. Su
contertulio asentía en silencio mientras se zampaba unas lentejas
extraordinarias, como las que yo me pedí.
Después
de dar una cabezadita en casa y hacer unas últimas llamadas de trabajo que
tenía pendientes, decidí darme una vuelta por el ALCAMPO de Atocha y por el
Mercado de Antón Martín, para ver si era verdad lo de las colas interminables,
las doñas agarrándose del moño y los estantes vacíos. En el ALCAMPO había de
todo y me contaron las chicas que por la mañana había habido colas y algún
codazo que otro. Que los camiones de distribución ya se lo olían, traían todo duplicado y se quedaron en doble fila, así que, cada vez que se les decía que se acababa un producto,
lo reponían. En el mercado, mi amigo Luis el Charcutero me dijo que llevaba
todo el día trabajando como un animal. –Pero eso es bueno para ti– le dije.
–No– me contestó. Todo lo que se han comprado lo van consumiendo y no vuelven hasta
que se les acaba. Así que al final es lo mismo. La gente se había llevado piezas
de carne completas en filetes para congelar, carne picada sin cuento en paquetes de dos
kilos, garbanzos y lentejas como para comer un mes. Yo la verdad es que me compré lo justo
para un par de días.
Por la noche, como había comido bien, me cené un yogur y unas fresas de Palos de la Frontera, que están de temporada. Escuché al presidente y, de su gimnasia gestual, deduje que está acojonado, que no sabe cómo va a evolucionar la cosa. Me cuentan que la gente joven de Tres Cantos se citaron por las redes y salieron masivamente a las discotecas porque, total, si se va a acabar el mundo, por lo menos vamos a divertirnos. Es
que, como te dejes llevar, te vuelves paranoico. Por ejemplo, con la higiene.
A mí me dicen que hay que lavarse compulsivamente las manos con agua y
jabón, para no contagiarse. Pero vamos a ver. Usted entra a mear en un aseo
público. Luego de tocarse el pito, normalmente se pasa un poquito de agua por
los dedos, se seca y ya. Pues dicen los paranoicos que no, que eso no vale, que
otra vez hay que usar agua y jabón en abundancia y frotarse bien. Digo yo que el que no se lava después
de mear, sin duda es un marrano, pero veo difícil que se contagie a sí
mismo por tocarse el pito y no lavarse. Aquí vamos a acabar todos locos.
Esta
es una situación nueva, que yo no he vivido nunca en mis casi 70 años de vida,
y se caracteriza porque no sabes lo que te aguarda al día siguiente. Y porque
uno tiene la sensación de que no nos están contando todo. Por ejemplo, se dice que el virus no se
transmite por el aire, sino por las gotitas que lanza un tipo que estornuda o tose. ¿Y
creen ustedes que eso puede explicar que en un funeral de los gitanos
evangelistas de Haro se contagien de golpe 60 personas? Joder, pues el que
estornudó debía de ser un supermán. También se nos dice que por la calle, al aire
libre, es imposible contagiarse. Pero todos hemos visto la foto de abajo, con las brigadas surcoreanas
desinfectando metro a metro una de las principales calles comerciales de Seúl (por cierto, Corea del Norte no necesita ponerse en cuarentena, ya la trae incorporada de serie).
Una imagen claramente de película distópica. Ya
sé que es difícil no entrar en pánico, pero yo creo que debemos mantener la
calma. Al final, no deja de ser una gripe. Lo que pasa que es muy contagiosa,
aparenta ser más grave que la gripe común y, sobre todo, que es nueva, que
respecto a la gripe clásica, quien más, quien menos ya tiene anticuerpos y
frente a esta no. Pero yo creo que habrá mucha gente que la pase sin síntomas
graves, otros se contagiarán y se curarán y una minoría cascará. Frente a este
panorama podemos hacer poco: tocar madera y encomendarnos a San Benitiño de Lérez
(y a San Benitiño de Rabiño que, si no, me regaña Paco Couto). Y por supuesto,
seguir las recomendaciones higiénicas de las autoridades médicas, pero sin
exagerar. En el Metro ves a algunas personas que no se agarran a las barras
para no tocar nada. Hoy una chica que llevaba una espectacular mascarilla, no
se ha caído en un bandazo de milagro.
Estas
paranoias nos llevan a conductas bastante ridículas, que ya se han reflejado en
la literatura y el cine desde hace mucho. Les recomiendo la lectura de un libro que algunos consideran serie z, pero que a mí me parece muy divertido. Me
refiero a El asesino hipocondríaco,
de Juan Jacinto Muñoz Rengel (2012). Les pido que lean el capítulo 1, que he
copiado aquí para ustedes.
No me queda más que un día de vida. Después
de haber escatimado quince millares a la muerte, sólo me resta uno más. Dos, a
lo sumo. Tengo la absoluta certeza de que ni un día más tarde de hoy, moriré.
Como mucho mañana. Contravendría todas las leyes de la naturaleza que mi cuerpo
transido de enfermedades, horadado por todas las afecciones, se sostuviera con
vida un día más. Pero no me puedo ir sin antes haber acabado con Eduardo
Blaisten. Me pagaron por adelantado, y yo soy un hombre de moral kantiana.
Esta mañana a las 7.40 me he tomado el pulso
con el índice y el anular en la cara interna de la muñeca, ochenta y dos
pulsaciones por minuto, y en el lado izquierdo del cuello, ochenta y seis
pulsaciones. En ese momento respiraba dieciocho veces por minuto. Luego me he
medido la tensión arterial, ciento veintisiete milímetros de mercurio la
máxima, y setenta y cuatro milímetros de mercurio la mínima. He desayunado té
verde, cuyos polifenoles tienen propiedades anticancerígenas, sin leche, porque
las caseínas menguan los beneficios del té en el sistema cardiovascular, dos
tostadas de pan integral con aceite de oliva, y mis ciruelas matinales. A
continuación he esperado unos minutos y me he tomado la temperatura en el
recto, treinta y siete grados centígrados y dos décimas, un grado más que en la
boca.
Me he levantado y he ventilado la casa
manteniéndola a veintiséis grados. Y a las 8.20 me he vuelto a tomar la
tensión.
Sólo espero que mis
cuidados mantengan a mi pobre cuerpo en pie por el resto del día –¿es eso pedir
demasiado? ¿estoy pidiendo, Dios mío, un imposible?–, y poder asesinar al señor
Blaisten.
Como
les digo, tengo un viaje pendiente, con billetes de avión y todo, que no voy a
saber si podré hacer finalmente hasta que llegue la fecha. Pero esto lo dejo
para textos posteriores, para no alargarme demasiado. Además de estar
tranquilos, hacer rogativas a los sanbenitiños citados y seguir las
recomendaciones de las autoridades, les añado una petición más: no pierdan
nunca el sentido del humor. He recibido algunas críticas a mi último
videoselfie, por considerar que no se debe bromear con ciertas cosas. Pero
yo creo que no se gana nada poniéndose trágicos. Hoy hace una semana de nuestro
Meet Up, en el que yo me harté de dar besos y abrazos a todos los asistentes. He
de dejar pasar otra semana para estar seguro de que no hemos contagiado a
nadie. Pero tengo fe en que no suceda nada. También confío en que cuando
lleguen los calores la cosa se mitigue, no porque lo diga Trump, sino porque en
el hemisferio sur están ahora saliendo del verano y la incidencia ha sido mucho
menor. Esto se pasará, de una forma o de otra. Dicen en mi tierra que nunca choveu que non escampara. Y en
Galicia es en donde están aplicando el humor que yo recomiendo. Les dejo con un
chiste aparecido en el Faro de Vigo, que no creo que se publicara en los diarios de por
aquí. Cuídense.
P.D Hasta aquí el post que escribí ayer por la tarde (yo, como hacía mi madre con la misa de los sábados, me dejo la tarea preparada el día anterior). Pensaba publicarlo esta mañana, pero no he tenido ni un rato libre. Y, como les digo, cada día suceden cosas nuevas y las recomendaciones se cambian. En el Ayuntamiento han ordenado hoy que se anulen todas las reuniones y la atención al público. Mucha gente que puede, se está yendo de Madrid antes de que cierren la Comunidad, como la región de Lombardía. Han cerrado polideportivos, teatros, centros culturales, etc. Y lo último: el gobierno regional recomienda que los mayores y la gente con patologías previas no use el transporte público. Yo no tengo patología alguna, pero me puedo considerar viejo, así que a partir de mañana iré al trabajo en coche. Como no hay colegios, no habrá atascos y creo que no será un problema aparcar, como no lo es en agosto, ni en las tres semanas de Navidad en que se paraliza el mundo. Si las cosas siguen empeorando, yo creo que nos mandarán a casa. Sería maravilloso. Tengo lecturas atrasadas por un tubo, una buena conexión WiFi, comida y bebida para unos días y la posibilidad de salir a reponerla embozado con un pañuelo. ¿Que más puedo pedir? Seguiremos informando.
Pues yo sí fui a la mani del 8-M. Fue menos masiva que las de los dos años anteriores, pero también fue enorme, hubo más gente valiente que en Vistalegre, y desde luego nosotras no culparíamos al gobierno si algún asistente se corona con el virus. He leído por ahí otro chiste: "No os preocupéis que las cosas de los chinos solo duran una semana". Ayer por la mañana salí a mi sesión de caminata y, al pasar por el mercadona de Bravo Murillo, a las 8:50, observé una fila de 15 o 20 ansiosos consumidores esperando la apertura de la tienda: Ni una airada señora, todos sin excepción eran señores, y no precisamente jovencitos. A mis hijos les preocupa este asunto entre cero y nada. Y yo, salvo que les doy la matraca con la higiene, estoy en su onda. Un tanto asqueada con las farmacéuticas, están investigando como posesos, pero no ponen en común sus ensayos, compiten por la patente, lo que quieren es llegar solitos a la meta, son una banda criminal. Como no hay feria mala y lo que unos pierden otros lo ganan, el medio ambiente está saliendo altamente beneficiado con el parón de aviones, rutas de colegios, teletrabajo... Más lamentable es el caso de una querida amiga, que espera una operación que la librará de unos dolores insoportables y La Paz tiene bloqueados los quirófanos por la crisis del covip; así está mi amiga, en medio de un sufrimiento atroz y cruzando los dedos porque este invento chino dure, como dice el chiste, ocho días.
ResponderEliminarQuerida, acuso recibo de tu corrección. Yo no suelo ver los telediarios, me comentaron que se habían visto empujones y problemas en los supermercados y automáticamente pensé en que la cosa era entre señoras. Los mensajes alarmistas cunden más entre la gente más ignorante y a las doñas del sector menos culto les gusta tener el congelador a rebosar para darse pisto con las amigas. Lo que cuentas tiene una lógica: estas amas de casa, con la histeria a tope, mandaron a sus maridos a la guerra, para que trajeran vituallas para un período largo. Y los tipos se fueron con sus listas y ya de mal humor, porque nada odia más el macho poco culto que tener que hacer la compra. Así lo interpreto yo, que ya sabes que tengo tendencia a la imaginación calenturienta. Literatura, que es de lo que va este blog. Lo de tu amiga y mía es una tristeza y uno de los daños colaterales de esta ruina que nos ha caído encima.
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