Abducidos por una actualidad tediosa y obsesiva, llena de coronavirus, primarias estadounidenses y reuniones con los
catalanes, se nos ha pasado una noticia cojonuda: a Elvis Costello le acaban de
imponer la OBE, la Orden del Imperio Británico. El acontecimiento tuvo lugar el 14 de
febrero y, como no podía ser de otra manera, fue el príncipe Carlos en persona
quien se encargó de imponerle la condecoración a este rockero de pro, a quien
siempre he admirado y al que voy a dedicar este texto, a modo de felicitación. Antes,
unos ligeros comentarios sobre esa maldita actualidad. La amenaza del couruona-vairus, como lo llaman los
yanquis, sigue creciendo y, como era de esperar, ya lo tenemos aquí, detrás de
la puerta. Hay que mantener la calma y, para ello, les pido que escuchen la intervención
del Ministro de Sanidad de Singapur, informando al Congreso de su país. Es un
vídeo que ha circulado profusamente por Whatsapp y tal vez ya lo conocen. Si no
es así, véanlo. Es la explicación más clara y razonable que he oído sobre el tema.
En cuanto a las primarias del
Partido Demócrata, Sanders es ahora el caballo ganador, pero Biden espera
recuperar terreno en las primarias de Carolina del Sur, que se celebran mañana.
Carolina del Sur es un estado de mayoría afroamericana y será un buen aperitivo,
antes del supermartes que está también ahí, detrás de la puerta del fin de
semana. Y, respecto a los catalanes, me parece un logro acojonante que hayan accedido
a reunirse una vez al mes. Yo, que soy muy bruto, les hubiera propuesto una vez
al lustro, pero es seguro que en tal caso se hubieran dado cuenta de la
estratagema y hubieran roto la baraja. Ya les he dicho que, para tratar con esa
banda, es mejor un trilero como Sánchez, que alguien honesto como ustedes o yo.
Veremos hasta dónde aguantan el toreo.
Y vamos con Elvis Costello. Este
señor fue uno de los músicos de rock que más me llegaron a gustar en los 70,
hasta el punto de que, como ya he contado en el blog, me desplacé a Barcelona
para ver su concierto del 13 de diciembre de 1979, con Radio Futura de
teloneros. Eran los años en que los mejores artistas del rock venían sólo a
Barcelona y no a Madrid, contratados por el mítico organizador de conciertos
Gay Mercader, sobrino del asesino de Trotsky. El concierto, que fue fabuloso,
tuvo lugar en el Pabellón Deportivo del Joventut de Badalona. Para poder asistir, yo, que
estaba en la mili, tuve que mentirle a mi comandante diciéndole que, como
arquitecto, tenía un gran interés en asistir a la feria Construmat, que se
celebraba en ese momento en Barna (y que no he visitado en mi vida). Luego,
coger el tren del rock, con fuerte olor a porro durante todo el trayecto. Y, por último, alojarme en casa de mi amigo Jordi-que-no-se-llama-Jordi, con quien fui al
concierto. En compensación de su amabilidad, le regalé un libro de Eduardo
Mendoza (a quien no conocía) y un disco de Bruce Springsteen (de quien tampoco
sabía nada). Todo esto ya se contó en el blog, pero lo repito por si se les ha
olvidado.
¿Y quién era este señor Elvis Costello,
que tanto me entusiasmaba? Pues a ello vamos enseguida. Elvis Costello tiene
ahora 65 años. En los 70 era simplemente un chaval londinense que trabajaba de
administrativo, por lo que debía ir al curre con chaqueta y corbata. Además estaba
casado y tenía un hijo pequeño. Lo más alejado del estereotipo de artista del
rock en los albores del punk y la new wave. Pero era ya un músico fuera de
serie, que componía unas canciones con letras ácidas y con muy mala leche, en
las que exteriorizaba su frustración por la vida gris a la que le había
conducido su imprevisión con las medidas anticonceptivas. ¿Y de dónde
le venía el talento musical? Pues de su padre, trompetista y cantante de una
orquesta de variedades. A comienzos de los 70, el chaval componía como un loco
y hacía maquetas que llevaba a todas las radios de Londres. Y apareció un
cazatalentos que intuyó que estaba ante un diamante en bruto.
El nuevo agente tomó unas cuantas
decisiones trascendentales. La primera buscarle un nombre artístico. No
pensarán ustedes que alguien pueda llamarse Elvis Costello, supongo. No señor.
Nuestro héroe se llamaba nada menos que Declan McManus. Y que un rocker intente
hacer carrera llamándose Declan McManus, es algo tan insólito como que una
actriz quiera triunfar en el cine con el nombre de María Antonia Abad (y no
Sara Montiel), o que una cantante de coplas salga al escenario anunciándose como Otilia
Pulgarín (en vez de Rosa Morena). La segunda decisión: mantener su imagen de
oficinista. En el momento en que está surgiendo el punk, cuando todo el mundo lleva melenas descuidadas, cuando los Sex Pistols
salen a escena con unas pintas desastrosas, medio borrachos y escupiendo al
público, la pulcra imagen de Elvis, con sus gafas de pasta y su corbata, son
ciertamente rompedoras. Su primer disco se publica en 1977 y enseguida le siguen
otros, todos muy buenos. Escuchemos una canción.
Esta canción que acabamos de
escuchar ha sido elegida, en una versión renovada, para el comienzo de todos
los episodios de la segunda temporada de la serie de TV The Deuce, que les
recomiendo sin dudarlo (la tengo a medio ver). Ya les hablé de la primera, en
donde te va contando cómo surge el negocio del cine porno en el Nueva York de
los 70 a partir del mundo de la prostitución callejera. La serie la firman los
mismos responsables de The Wire, que también es cojonuda. Pero volvamos a
Costello. Por aquellos años, empezó a dar conciertos en los que tocaba la guitarra con mucha energía y se movía de una
forma muy característica por el escenario. Más o menos del tiempo en que yo lo
vi en Barcelona, es esta grabación que les pido ver ahora, de otro de sus
bombazos. Por favor, no intenten imitar los pasos de baile de este señor, a
menos que quieran fracturarse ambos tobillos.
El éxito de Elvis Costello, le
permitió hacerse un nombre en el mundo del rock, vivir de la música y componer
lo que le diera la gana. Siempre fue un tipo muy inquieto y muy crítico, que no hacía ni caso
al mercado. En pleno éxito a comienzos de los 80, sacó un disco de country que
fue muy criticado y muy poco vendido. Apenas concedía entrevistas y no se
cortaba en sus declaraciones, en donde llegó a proclamar que su principal
objetivo en la vida era irritar al personal, hacerlo reaccionar para que no se
amuermaran. Ese carácter áspero le hubiera llevado a la ruina si no hubiera sido un
músico superlativo, que después del country, se atrevió a entrar en los
terrenos del jazz y hasta de la música clásica (ha compuesto al menos dos
piezas sinfónicas). Como les he puesto dos temas bastante marchosos, aquí
tienen una canción más melódica y romántica: la preciosa Alison, de la que no se sabe a
quién iba dirigida. Y con fotos de aquellos tiempos.
Yo tenía todos sus discos en esa
época. Después le perdí la pista, o más bien, me la perdí a mí mismo (hasta que
la volví a encontrar). Pasaron los años y Elvis Costello se hizo mayor, como todos, continuó
siendo un músico muy respetado y se acabó casando con la gran Diana Krall, la diosa
canadiense del jazz, una wonder woman
que ha hecho que todos los salidos y envidiosos del mundillo le odien todavía
más. Yo no, yo no soy envidioso y me alegro un montón de que este señor tan
brillante y tan sincero se haya llevado de calle a semejante belleza, y de que
vivan felices, coman perdices y hayan tenido una pareja de gemelos que completan la
familia. Aquí una foto de ambos.
Elvis y Diana se casaron en 2003, y viven en una
residencia lujosa en uno de los mejores barrios de Manhattan. Además, ella
mantiene una casa de veraneo en Canadá. Cuando los niños eran pequeños, la
madre se los llevaba a sus giras. Ahora no pueden perderse el colegio, pero son una familia feliz, que seguramente se divierte junta un montón. Abajo
tienen una foto actual de Elvis Costello, un hombre feliz que sigue llevando sus gafas de pasta y su emblemática corbata. Más abajo, pueden ver mi colección de vinilos de
este señor, que he puesto sobre la lavadora para hacerles la foto. Costello
proclama a los cuatro vientos que nos han engañado con los CDs, que la música,
como se oye bien, es en los discos de vinilo de toda la vida.
En 2018 le operaron de un pequeño
cáncer, del que dijo que era muy virulento, pero estaba cogido a tiempo y del
que está totalmente recuperado, tocaremos madera. Hasta ha grabado un nuevo disco de estudio, tras
años de no hacerlo por considerar que ya no existe mercado para eso. Y sigue componiendo
y organizando giras de vez en cuando. Y esto nos lleva al tema de la
condecoración. La Orden del Imperio Británico (OBE) se anunció en junio pasado,
como suele hacerse, y los periodistas se apresuraron a entrevistar a Costello,
por el morbo de saber si la rechazaría, de acuerdo con sus opiniones y su pensamiento crítico más ácido (David Bowie la rechazó en su día y los Beatles la recibieron en 1965,
pero John Lennon se la devolvió a la Reina cuatro años más tarde. Tanto Bowie como Lennon vivían también en Manhattan). Las declaraciones al respecto de Elvis Costello son divertidísimas, como podía esperarse. Se las extracto a
continuación.
Estoy feliz de aceptar este honor tan
sorprendente. Para ser honesto, estoy muy contento de recibir este
reconocimiento por mis “Servicios a la Música”, ya que eso confirma mi vieja sospecha
de que nadie realmente escucha las letras de las canciones, de lo contrario
el resultado podría haber sido algo diferente.
El nombramiento me llegó por correo certificado.
Abrí el sobre, lo pensé por un momento y luego doblé el documento y me dormí
hasta la mañana en que pude llamar por teléfono a Inglaterra y hablar con mi
madre, Lillian MacManus. Lillian tiene casi la misma edad que Su Majestad, y
se mantiene bien, con todo su ingenio intacto, por lo que me considero inmensamente
afortunado de poder seguir buscando su consejo.
Comencé mi llamada diciéndole a mi madre que la
primera ministra, la señora May, había propuesto mi nombre para una O.B.E. “Pero
ella es una basura”, me interrumpió Lillian a voces antes de que pudiera
completar la noticia. “Bueno, aparte de eso”, dije, “por supuesto, no aceptaré
el premio”. Tampoco llegué mucho más lejos con esa declaración. Y escuché
atentamente el argumento de mi madre: cuando un premio se merece, entonces uno debe ser
amable en su aceptación.
Así que, como un buen chico, a quien le gusta
hacer lo que a su mamá le haga sentirse más orgullosa, supe que debía dejar de
lado mis viejos recelos y enemistades y reunir la poca gracia que poseo para acudir a recibir el premio. En
fin, comprendan que es difícil recibir algo con el nombre "Imperio Británico", con
todo lo que ese término encarna, sin al menos una pausa para la reflexión.
Definitivamente, este señor es mi
ídolo. Les voy a dejar con unas fotos del día de la ceremonia y, de
propina, otra de las canciones de los 70 que cimentaron la fama de este nuevo y flamante caballero de la Orden del Imperio Británico. Y espero que este post les ayude a
amenizar un poco este fin de semana que viene y les distraiga de los
coronavirus mentales, que son los peores.
La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su
habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En
el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin
preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella
rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero.
Los párrafos que cito arriba a la
derecha son fácilmente reconocibles: corresponden a La Peste (Albert Camus, 1947). Si alguno de mis followers no la ha leído, por favor que se
apresure a hacerlo, es una novela corta y, por su antigüedad, ya se puede
conseguir en Internet, en un archivo pdf que se descarga gratis.Y no le diga a nadie que no la había leído antes. Este va a ser un post cortito
por mi parte, porque les voy a pedir que lean un texto que no es mío y que se
publicó hace dos años y medio, con motivo del 70 aniversario de la publicación
de La Peste. Pero parece como si las
reflexiones que en él se contienen fueran consecuencia de la invasión del
coronavirus.
Antes de eso, me voy a limitar a
ponerles unas imágenes sobre el tema, que estaba recopilando pacientemente, pero
que se han visto desbordadas por la irrupción en Italia del maldito Covid-19. Porque
no se crean que yo escribo mis post en una tarde (algunos sí, y se suele
notar). Detrás hay un trabajo de recopilar material hasta que, de pronto, la
cosa adquiere una masa crítica suficiente y, entonces sí, entonces me pongo al
ordenador y en una tarde o en un par de ratos elaboro mi siguiente post. Mi
colección de fotos sobre China tras la irrupción de la epidemia es muy buena y,
ya que la tengo, se la voy a mostrar, puesto que yo la estaba recopilando sólo para usarla en el blog, maldita la falta que me hace a mí tener estas imágenes guardadas.
Quiero hacer hincapié en dos cosas.
Una es la maestría de Camús, empezando con una rata que aparece en un pasillo.
Las grandes catástrofes comienzan de esa manera. Por eso me gustó tanto el
guión de Parásitos, porque la lluvia, que será decisiva en el giro que toma la
historia, empieza por un ligero chirimiri que se ve caer en el jardín de la
mansión donde transcurre buena parte de la película. En Wuhan las cosas
empezaron así, como se contó en este blog hace unos cuantos textos. Se ha
revelado ahora que entre el 12 y el 29 de diciembre pasado se habían detectado
algunos casos de pacientes que aparecían por el Hospital Central con fiebre, tos seca y otros síntomas
de neumonía incipiente. El 30 de diciembre, el doctor Li cuelga su mensaje en
WeChat, por el que le irán a buscar a su casa el 3 de enero.
El 31 de diciembre, se informa a la OMS de estos primeros casos. El 1 de enero, las autoridades cierran el Huanán
Seafood Market, el mercado central mayorista del pescado y el marisco de Wuhan.
El 5 de enero, China anuncia que los casos detectados no son atribuibles al SARS (la gripe
aviar, de 2003) ni al MERS (el otro coronavirus que surgió en Oriente Medio en
2012). Dos días más tarde se identifica la nueva cepa del virus, al que se
denomina, en inglés, Covid-19. Y el 11 de enero se anuncia la primera víctima:
un pescadero de 61 años del mercado clausurado. Les cuento esta cronología para
destacar la segunda característica de este asunto. La virulencia y la capacidad de contagio de este virus es tremendamente rápida. Es que hace prácticamente dos días del primer muerto y ya van cerca de 3.000. Mis amigos médicos me dicen que no hay
motivo para alarmarse, que la mortalidad del Covid-19 es mucho más baja que la
de la gripe normal. Pero la verdad es que está uno cagadito-cagadito.
Un virus de este tipo acaba con
las características más destacadas de la vida urbana que, algunos al menos, habíamos adoptado en los últimos tiempos. Yo estuve barajando la posibilidad de jubilarme este año para
emprender mi vuelta al mundo en abril o mayo. Menos mal que me he quedado,
porque habría tenido que suspenderla. Y tengo ya preparados un par de viajes
para este año, que ya les iré revelando cuando estén más definidos, si es que se sigue pudiendo viajar por
el mundo dentro de unos días. Con lo a gusto que estaba yo como ciudadano del mundo y ahora tal vez me vea obligado a encerrarme y no salir ni al Carrefour. Esto es para mí lo peor. Además, en un mundo directamente apoyado en el negocio del ocio, el deporte y el espectáculo, la suspensión de eventos como las Olimpiadas de Tokio sería una ruina y las bolsas ya lo van reflejando.
Porque, por lo que a la propia enfermedad atañe, se
trata de algo similar a la gripe, un tipo de afección bastante ligado al
invierno y al mal tiempo. En cuanto empiece a templar, la cosa se calmará y,
para el año que viene, estará controlada. La OMS está alerta, sobre todo por si el virus salta a África, donde las posibilidades de actuar eficazmente son mucho más improbables. En los países civilizados la respuesta es más factible, lo veremos en Italia y en Corea del Sur. Y España, aunque los catalanes se empeñen en decir lo contrario, estamos en ese primer grupo. Más miedo da lo de Irán y lo que sea que esté pasando en Corea del Norte: si en China casi enchironan al pobre doctor Li por un inocente whatsapp, en el reino del gran Kim Jong-un al que se le ocurra mencionar al virus lo cortan en pedacitos. En cualquier caso, cruzaremos los dedos. Y vamos con las
fotos. Las primeras corresponden a escenas cotidianas en Wuhan: una cola para revisarse en el hospital, una escena cotidiana en un mercado de verduras y un sospechoso de estar infectado al que se llevan las patrullas médicas como a un delincuente.
Las siguientes corresponden a la construcción de un hospital de emergencia, que se finalizaría en un tiempo record, tal como hacen los chinos estas cosas, y una imagen del centro de la ciudad, completamente vacío.
Le toca ahora a dos imágenes del crucero en cuarentena en el puerto de Yokohama, Japón. La soledad de los pasajeros confinados y la bajada de los primeros a los que se autoriza a dejar el barco.
Por último, una foto reciente tomada en el centro de Pekín y otra en el Chinatown de Manhattan. Tal vez muy pronto veamos por aquí esas imágenes, porque el miedo viaja más rápido que el virus en este mundo intercomunicado. En otro Chinatown más próximo, el de Usera, todos los comercios y restaurantes han amanecido estos días clausurados y con sendos letreros que dicen Cerrado por obras, aunque no se ve ninguna obra.
Como les digo, he encontrado un artículo que viene como anillo al dedo para esta situación, aunque está escrito en junio de 2017. Lo firma Esther Peñas, periodista, poeta y escritora que es una de las firmas de plantilla de la revista digital Ethic, en donde hace poco publicó una entrevista muy buena con Federico Mayor Zaragoza. Los análisis y reflexiones que hace esta señora sobre este tipo de fenómenos están a un nivel de hondura que yo no podría alcanzar aunque quisiera. Así que les voy a pedir que lo lean y con esto ya me despido hasta el viernes. Han de pinchar AQUÍ. No dejen de leerlo, es oportuno y necesario en estos momentos de alarma.
No señor, hay que joderse, al
menos en España. Es rarísimo que un político haga autocrítica y admita que se equivocó. Por eso
nunca piden perdón o se disculpan. Aquí el único que pidió perdón fue el Rey
Emérito, cuando todavía no lo era (emérito). Cierto que la cagada había sido
monumental. Lo recuerdan: se rompió una cadera cazando elefantes en Bostwana en
compañía de una rubia aristócrata. Percances como este le llevaron a la situación de emeritez, valga el palabro, pero
lo cierto es que se disculpó. Los políticos en cambio, jamás lo hacen. Díganme ustedes si recuerdan alguno.
Bien,
he de decirles que, con los fastos del cumpleaños y mi celebración con homenaje a la literatura y el erotismo incluido, tengo una
serie de temas en cola que se han ido quedando en stand by y que me gustaría ir retomando. Por ejemplo un análisis
sobre lo que ha pasado en España en estos últimos tiempos, y cómo es que hemos
llegado a la situación en la que estamos, con Sánchez de presidente, Iglesias de vice y los catalanes
con la llave para darles una patada en el culo cuando quieran. Me ocuparé hoy de este tema y dejaré otros para después, como la
historia del general iraní al que mataron de un pepinazo, o un análisis del
tema del Covid-19 más global y no centrado en un caso individual. Tiempo habrá, si es que el maldito coronavirus no se nos lleva por delante, que ya está en Italia, aquí al lado. Una borrasca más como las que nos han azotado recientemente, y los vientos huracanados nos traerán los virus a este lado del Tirreno. Toquemos madera.
En cualquier caso, la actualidad manda
y esta tarde-noche continúa la campaña electoral americana con los caucus de
Nevada. Para la preparación del asunto, el otro día hubo un debate en Las
Vegas, en el que por primera vez participó Bloomberg, aunque no concurre al caucus. Como era de esperar, todos los demás lo atacaron con furia. Los candidatos bajaron a la arena y se fajaron duramente. Volaron los cuchillos. Vean aquí el anuncio del
debate, que tuvo lugar en la sede de la CBS de Las Vegas.
Veremos que sucede esta noche (en
España) y si esta vez son capaces de contar los votos con una aplicación que
funcione y no hacen el ridículo. De momento, a nivel nacional los sondeos van
dando ganador a Sanders, por delante de Biden y Bloomberg, lo cual me encanta por lo que supone de cambio en la
mentalidad americana. Lo que pasa es que el objetivo es derrotar a Trump en
noviembre y hay dudas sobre si Sanders es el más adecuado para ello. Si llegara a
presidente sería una pasada. En cuanto a los sondeos locales de Nevada, Sanders obtiene casi un tercio de la intención de voto, una holgada ventaja que, de confirmarse, le hará salir muy reforzado. Vean una imagen reciente de este soñador y altruista caballero.
Algunos de mis lectores no acaban
de entender mi fascinación por Bloomberg, al que en el debate le dijeron a
voces que no es muy distinto de Trump. Como ya he explicado, esa fascinación me
viene de cuando coincidí con él en la fiesta que nos dio como alcalde a los participantes en el
Congreso Greater and Greener de Nueva York, fiesta en la que se quedó hasta el
final, se lo pasó de puta madre con todos nosotros y, como ya he contado veinte
veces, tuve la oportunidad de saludarlo y me dio buen feeling. Más todo lo que
lo he ido siguiendo después y la importancia que tiene dentro del grupo C40 con
el que estoy colaborando en estos últimos tres años. Pero además de todo eso,
no puedo negar también que tengo una vena macarra, que nunca he escondido en este
blog. Y es que yo veo la imagen que les voy a poner abajo, de la sede de la
Bloomberg News en Nueva York, desde donde se gestiona, entre otros medios de
comunicación, la Web de información económica con más visitas del mundo, y es
una imagen que me retrotrae al mundo de Blade Runner.
Como les he dicho, hace un
par de días hubo un debate de los seis candidatos involucrados, que se celebró en la CBS de Las
Vegas. Les voy a poner un enlace a la información que sobre este evento difundió la cadena de televisión Tele Mundo Arizona, que emite en castellano para la población latina de ese estado (recuerden, donde están Phoenix, Tucson y Nogales, las dos últimas
visitadas por mí). Es un reportaje cortito pero interesante. Para
escucharlo han de pinchar AQUÍ y activar el volumen (y cerrarlo en cuanto termine, si no quieren que les entren otra serie de vídeos en cadena). ¿Ya lo han escuchado? Si es así, habrán comprobado que a la senadora Amy
Klobuchar la pillaron no hace mucho en una entrevista, en esta misma cadena, en la que no supo decir el nombre
del presidente de México. Interpelada sobre ello en el debate, admite que se
equivocó, que tuvo un lapsus y pide disculpas por ello y esto nos lleva
directamente al tema enunciado en el título de este post.
Porque hay dos noticias en estos días que tienen relación con ello. La
señora Carmena reconoce que se equivocó separándose de Podemos y montando una
alternativa con Errejón. Yo discrepo, creo que no le faltó mucho para ganar y,
si hubiera ganado, no tendría la sensación de haberse equivocado. Pero lo que
quiero destacar aquí es que esta señora sale a la palestra y dice que se
equivocó. Algo totalmente inusual entre los políticos, una muestra de por qué
esta señora suscitaba tantas adhesiones, entre ellas la mía. En mi opinión, los
dos tipos que más se han equivocado en los últimos tiempos en España son Pablo
Iglesias y Albert Rivera. Y no hemos escuchado una sola autocrítica de ninguno de
los dos, nada, ni un leve titubeo en sus declaraciones: ellos lo hicieron todo bien, somos los ciudadanos los que nos equivocamos y no los entendimos. Rivera dice incluso que está escribiendo un libro en el que se
explicará (esta es la segunda noticia relacionada). Lo lleva crudo. Dudo que
aporte luz al mayor caso de soberbia y contumacia que se ha visto en el mundo
occidental. Porque hasta Iglesias ha recapacitado y plegado velas, cuando ha
visto que podía pillar poder.
Viene
bien que recapitulemos, porque el tiempo va muy deprisa y la memoria nos juega
malas pasadas. No me quiero remontar mucho, pero recuerden que la segunda
legislatura de Zapatero, catastrófica por la crisis económica mundial imprevista
y mal gestionada por el gobierno, estaba previsto que finalizara en abril
de 2012, cuatro años después de iniciarse. Pero hubo un momento en que la cosa ya no se
podía aguantar más y Zapatero fijó las nuevas elecciones el 20-N (ocurrencia
muy zapateril) de 2011. Resultado: mayoría absoluta del PP de Rajoy. Este señor
inicia un desmontaje salvaje del estado del bienestar (o así) que disfrutábamos
y que ha desembocado en la calamitosa situación laboral actual. Por cierto, a
ese primer gobierno de Rajoy se suma Gallardón, abandonando el barco del Ayuntamiento
en manos de la señora Botella, lo que precipitó la llegada al Área de Urbanismo
de la concejala zombie que estuvo en
el origen de mi decadencia municipal y de la inauguración de este blog.
En ese
momento no existían ni Podemos ni Ciudadanos, y nos manejábamos por un cómodo
bipartidismo que se iba turnando: que uno la cagaba, pues votábamos al otro.
Pero vayámonos a cuatro años después. A finales de 2015, Rajoy ya ha perpetrado su
fechoría, todo va mejor para los de arriba, las cifras macroeconómicas van
mejorando y nuestra prima de riesgo está controlada. La polarización social se
ha agudizado, pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy. Rajoy, con su
proverbial inmovilismo, estira la legislatura todo lo que puede y termina
convocando las nuevas elecciones el 20 de diciembre de 2015 (ocurrencia muy
rajoyana, que le jode las navidades a más de uno). Resultado: el PP pierde la
mayoría absoluta y pasa de 186 diputados a 123 (la mayoría absoluta está en
176). El PSOE baja también, pero menos. ¿Y qué es lo que ha sucedido? Pues que
hay dos partidos nuevos, Podemos y Ciudadanos, que irrumpen en el panorama y se llevan respectivamente 40 y 30 diputados. El bipartidismo ha saltado en pedazos.
El Rey
inicia sus consultas y Pablo Iglesias le dice que quiere un gobierno de
progreso, con Sánchez de presidente y él de segundo. Un auténtico visionario,
oyes. Esto sólo planteaba un problema: que no se lo había dicho a Sánchez y que este se entera por la prensa y se echa las manos a la cabeza. El Rey encarga formar gobierno a Rajoy y
este dice: yo paso. Increíble, pero cierto. Entonces, el Rey le pasa el encargo a
Sánchez y este suscribe un acuerdo con Rivera basado en un programa de 200 medidas,
entre las que estaban la oposición a un referéndum en Cataluña, o la derogación
de la reforma laboral del PP. No les bastaba para ganar la investidura, pero
pedían a derecha e izquierda que se sumaran apoyos, porque un gobierno de amplio
espectro era justo lo que necesitaba España en ese delicado momento post-crisis. Pero, tanto el PP como Podemos, dinamitaron ese acuerdo
y votaron juntos en contra. Iglesias se equivocó y bien que lo pagó. Pero
quiero que vean la foto de la firma del acuerdo ¿Se acuerdan?
Conviene acordarse de todo esto, porque ahora se le acusa a Sánchez desde la derecha de ser un veleta, de cambiar todo el rato de principios, según convenga. Esto es cierto, pero los demás también han dado bandazos, y si no, vean al señor Rivera, qué contento parecía en la foto. El caso es que la investidura de Sánchez fracasó y se volvieron a convocar elecciones. A todo esto Rajoy seguía en funciones, fumándose sus puros mientras asistía al espectáculo de la inutilidad de los demás. La ciudadanía estaba cada vez más cabreada, con un argumento imposible de discutir: nosotros ya hemos votado, ha salido lo que ha salido y lo único que les pedimos a los políticos es que se entiendan, que dejen de pegarse entre ellos y hagan su trabajo. Yo formalicé esa irritación con una foto histórica (una de esas que sólo se pueden ver en mi blog y que nadie sabe de dónde saco). La tienen abajo y venía a decir: ¿cómo van a llegar a acuerdos si no son capaces ni de tirarse un pedo al unísono, aunque lo intenten?
Se
celebran entonces nuevas elecciones y los votantes castigan mucho a Podemos,
que pierde un millón de votos y también a PSOE y Ciudadanos, que pierden, pero
poco. Eso es suficiente para que gobierne otra vez Rajoy, ya en minoría, y después
de haber perdido, con todo este merdé, seis meses de tiempo legislativo. Pues bien,
yo no le he oído a Iglesias una mínima autocrítica, ni por esto, ni por ser después el principal culpable de la derrota de la izquierda en Ayuntamiento y Comunidad de Madrid, tesis que he sostenido en este blog con argumentos y datos y que nadie me ha convencido de que sea errónea.
Cierto que Iglesias ha rectificado después (o tal vez ha aprendido), y lleva ya
un tiempo sin cagarla demasiado. Pero por entonces iba de error en error y nunca lo ha admitido. El caso es que el gobierno de Rajoy echó a andar y aquí empezó la
deriva del señor Albert Rivera.
Este caballero
estaba en una situación privilegiada. Tenía el partido del centro, la clave de la
bóveda con capacidad para apoyar a un lado o a otro, según conviniera al
partido y al país. Que el de la derecha se pone burro, pues voto al de la
izquierda. Que al de la izquierda se le va la olla, pues apoyo al de la
derecha. Pero le pasa entonces lo mismo que antes le había pasado a Iglesias.
Que le puede la soberbia y el sueño loco de hacerle el sorpasso al PP (en el
caso de Iglesias era al PSOE). Por cierto que, como yo aconsejé, la palabra sorpasso ha desaparecido del vocabulario de la actualidad política: está claro que trae mal fario. Rivera se escora hacia el lado diestro y empieza a
apoyar descaradamente al gobierno, a pesar de que el discurso fundacional de Ciudadanos hablaba de regeneración democrática y lucha contra la corrupción, y Rajoy se está sumergiendo en un mar de corrupción que le llega ya hasta las cejas.
En ese
ínterin, los catalanes empiezan a dar por culo, y no por casualidad. Han visto
su oportunidad frente a un gobierno débil y sin mayoría absoluta. Esta es la
nuestra, piensan y aceleran el prusés, con los resultados desastrosos que
conocemos, entre ellos forzar el surgimiento de Vox. El gobierno Rajoy dura
hasta el 31 de mayo de 2018. Ese día, Sánchez presenta por sorpresa una moción de censura, seguro
de que la perderá, y va y la gana, asunto que se ha analizado aquí hasta la
saciedad. A Rivera el tema le pilla con el pie cambiado. Empieza a mostrarse cada vez más enfurruñado, se aisla y termina acudiendo a la
manifestación de Colón, que sella la alianza del trifachito, ya ensayada en
Andalucía. Esa será su sentencia política. Sánchez empieza a gobernar bajo la
hipoteca de los catalanes, hasta que estos se descuelgan con el voto negativo a
los presupuestos. Entonces, vamos a nuevas elecciones y se produce el derrumbe bíblico de Ciudadanos. Sánchez,
que ya había dejado bien claro que prefería gobernar con socios a su derecha,
que la idea de tener a Iglesias en el gobierno con la coleta le producía
pesadillas, ve que todo se está yendo a la mierda y se apresura a escenificar el abrazo
sobre el que ahora se sustenta todo el tinglado (El Roto ya dijo que parecía que se
estaban abrazando, pero en realidad se apoyaban el uno al otro para no caerse).
¿Han escuchado
ustedes una mínima frase de autocrítica de Rivera? Ninguna. Si este hombre no
se hubiera puesto tan burro, tal vez tendríamos otro panorama. Un gobierno de
las opciones más centradas, con la oposición en su sitio: en los extremos. Rivera es el principal culpable de lo que está pasando en España en estos momentos. Al escorarse casi hasta las posiciones de Vox, le ha dejado todo el espacio del centro a Sánchez. Pero este no tiene bastantes apoyos, sometido como está a un cordón sanitario desde todos los grupos a su derecha. ¿Qué podía hacer? Sólo dos cosas. Una suicidarse. La otra, aguantarse sus remilgos y darle un abrazo a Iglesias, aunque no le guste cómo le huele la coleta. Este es el análisis que yo hago de la situación. Una situación apenas enhebrada con imperdibles, que los catalanes pueden descoser en cuanto quieran.
¿Y qué van a hacer los catalanes? Pues eso depende de Esquerra Republicana de Catalunya. Un partido que debería llamarse Por la Independencia, porque ese es su único objetivo. Se han puesto Esquerra, porque piensan que en España gobierna por definición la derecha y Republicana porque en España hay una monarquía. Si aquí tuviéramos una república, ellos serían Esquerra Carlista de Catalunya. También por eso son antitaurinos, por ejemplo. La cosa es que, como dejen caer al gobierno de Sánchez, entonces van de culo, porque el trifachito, reconvertido en bifachito tras la muerte por inanición de Ciudadanos, se hará con el poder y les aplicará el 155. El gobierno actual es su última esperanza. Y además, algunos de ellos, como Rufián, se han llegado a creer que son de izquierdas. Algo curioso, cuando su líder reza el rosario en la cárcel a diario.
En fin, se admiten opiniones. Dicho lo cual, vuelvo al principio, porque no puedo negar que me da mucha envidia cómo
funciona la política en Estados Unidos, salvando al payaso del pelo naranja que
les gobierna. La carrera por la nominación demócrata avanza y mañana tendremos
nuevas noticias y sabremos cómo ha influido en la suma de delegados el caucus
de Nevada. Les dejo con una foto de los seis del debate del otro día, saludando
al público al final. Que lo pasen bien en este finde casi primaveral del que estamos disfrutando.
Que sí, joder, que hoy cumplo ni más ni menos que 69 años,
una auténtica barbaridad, una cifra que pesa sobre mis hombros, casi tanto como
las 16 toneladas que cantaba el gran
Tenessee Ernie Ford, allá por el año 1955. El otro día traje al blog Il mondo, de Jimmy Fontana (1965), pero
esto es todavía más antiguo y muchos de mis followers no habían ni nacido cuando se publicó, pero
qué le voy a hacer: soy tan viejo como para tener en mi memoria esta maravillosa
canción que solía oír por la radio, cuando era niño en La Coruña. Años más tarde, en la sala de fiestas El Seijal, en San Pedro de Nos, Sixteen tons era tema habitual del repertorio de las orquestas invitadas, como la fabulosa Los Tamara, con su vocalista titular, el inolvidable Pucho Boedo, que engolaba la voz con mucho sentimiento, para imitar al original. Escuchémosla y
seguimos.
Títulos con números: 69 tacos, 16 toneladas. Los títulos con números son especiales: los 3
cerditos, los 4 fantásticos, los 7 magníficos, 7 novias para 7 hermanos, 12 del
patíbulo, 12 hombres sin piedad. O los 40 de Ayete. Las cifras introducen un matiz
algebraico en algo tan literario como ponerle título a un texto o una película. Las matemáticas aportan la precisión y la certeza, y eliminan la duda: los 12 del patíbulo son 12, no son 11 ni 13. Sí, ya sé que los 3 mosqueteros eran 4, pero esa es la excepción que confirma la regla. A punto
de coger sitio en primera fila para ir atisbando la llegada de una nueva década, a las puertas de adquirir la vitola de septuagenario, me veo
cumpliendo los 69, una edad, sin duda, indecente. El 69 es una pareja de cifras normalmente relacionada con una práctica sexual concreta, así que, qué remedio, habrá que hacer referencia a esta cualidad específica de esa singular combinación de dígitos que forman el 6 y el 9 asociados. Estoy seguro que los inventores (al parecer hindúes) de la numeración arábiga, jamás sospecharon que estos signos cobraran ese significado, a la vez escabroso y estimulante. Si por algo se
caracteriza este blog es por mi facultad de acercarme a todo tipo de temas sin caer
en lo ordinario o en lo chabacano, sin perder la naturalidad, la elegancia, la delicadeza, la empatía, el
trato cariñoso hacia los personajes de los que se habla. Eros y Tanatos son los dos polos que definen la tensión por la que se regulan nuestras vidas. Si hace un par de posts hemos hablado con tranquilidad de la muerte, a cuenta de la historia del doctor Li ¿por qué no hablar, aunque sea por
una vez, de sexo?
En concreto, del sexo oral que, como todos ustedes saben,
empieza por hablar de ello. Por opinar o expresarse al respecto por vía oral. Voy a intentarlo en este día de mi cumpleaños, con
la precaución de advertirles que mi intención no es ofender los criterios morales o
el pudor de nadie, ni forzar los parámetros de conducta de ninguno de mis lectores, sino exclusivamente seguir haciendo literatura. ¿Y qué es eso de hacer literatura? Pues yo lo tengo muy claro. Se hace literatura
cuando se consigue una conexión íntima entre los dos elementos de un binomio: el que escribe algo y el que luego lo lee. El milagro de la literatura se produce cuando el lector termina de leer un texto y tiene la sensación plena de que
ha leído una historia que merecía ser contada. Por ser hermosa, o emotiva, o simpática, o divertida, o hilarante, o curiosa, o novedosa o instructiva de alguna manera. Sin perder ese principio y siendo un poquito cuidadosos, aquí se puede hablar de lo que sea. Y, en cuanto a esto del sexo oral, hay
una primera leyenda muy extendida, que es totalmente falsa: la que dice que los hombres no hablamos de ello. Para desmentir esta falsedad, voy a contar aquí tres historias chuscas, que evidencian que los tíos sí que hablamos de esto, con diferentes ópticas pero sin cortarnos, especialmente cuando estamos en confianza, entre hombres, y mejor si hemos bebido un poco, que el alcohol desinhibe y suelta la lengua. Serán tres relatos cortos, casi con categoría de chascarrillos, a modo de prólogo de la cuarta historia, el plato fuerte del post, esta sí directamente inscribible en el mundo del sexo propiamente dicho, un poco a la manera
de los relatos de Andrés Neuman, que se contienen en el libro que estoy leyendo
para la siguiente sesión de Billar de Letras, titulado Anatomía Sensible. Si alguien quiere dejar de leer en este punto, es libre de hacerlo, nadie está obligado a leer algo que le incomode. Y si alguien sigue hasta el final y luego estima que se trata de un texto impropio o que ha ofendido a su sensibilidad, pues le pido encarecidamente disculpas. Y, por supuesto, procuren que
no entre ningún niño a ver esto. Relato chusco
nº 1 (Narrador en primera persona del singular, o sea, que la voz es la mía).
Tengo, como saben, una plaza en un aparcamiento de residentes cerca de mi
domicilio. Es una plaza en régimen de derecho de superficie. Está debajo de la
calle y en su día compré al Ayuntamiento el derecho a usarla. Desde entonces pago únicamente
los gastos de comunidad, que incluyen el mantenimiento y el servicio de
vigilancia de 24 horas. El jefe de ese servicio (o, al menos, el que lo
parece), es un tipo de gran prestancia, cabeza importante, pelo canoso, rostro cárdeno por la acción combinada de alcohol y tabaco, gran
barriga, una mano con el pulgar engarfiado en el cinturón bajo el panzón que le
rebosa, la otra sosteniendo todo el tiempo un habano a medio consumir. Cuando está de turno, todo el
garaje huele al humo de ese cigarro y a veces hasta se intuye su presencia
desde la calle por el pestazo que se filtra por las junturas de la cubierta.
Es este un personaje muy pagado de sí mismo, de voz
grave, mirada de perdonavidas y andar cachazudo, compadre, sin prisas. El marqués de los vigilantes. Tiene
montado un presunto tejemaneje de plazas, imagino que lucrativo, que utilizan
los comerciantes del barrio y que supongo que roza la ilegalidad, pero no pasa
nada: yo lo sé, él sabe que lo sé, y yo sé que sabe que lo sé, y sabe también que no voy a
denunciarle, porque no soy un chivato ni pienso que su conducta sea censurable
(desde un punto de vista ético, que no moral), sino que, por el contrario, entiendo que con eso redondea un
sueldo a todas luces insuficiente para mantener un tren de vida como el suyo, con
coñac y puros habanos incluidos. Para entrar en el garaje, hay que marcar unas
cifras en un teclado, que durante años fueron 1234.
Hasta que una tarde, después de aparcar mi coche, el
vigilante en jefe llamó mi atención desde la garita y me acerqué. Apestaba a Veterano que echaba para atrás. Me dijo
que había que cambiar ya la clave, por razones de seguridad, y que ya tenían
una nueva. Como la anterior, la nueva clave tenía que ser sencilla y fácil de
memorizar. Hecha esta introducción teórica, pasó a revelarme la nueva clave: 6970. –¿Y qué mierda de clave es esa?
–pensé para mí, sinceramente intrigado, si bien se lo pregunté de forma más educada. Su respuesta fue inmediata, cargado de razón: –¡Pero
hombre! ¿De que guindo se acaba de caer usted? 69-70. El número guarro y el que
le sigue. O sea, el más guarro todavía. Dio una calada profunda a su puro y concluyó:
–¿No le parece que es el número perfecto para que no se le olvide a nadie?
Relato chusco nº 2 (Tercera persona del singular, narrador omnisciente). Años 70. Bar
Metropolitano, cerca de Cuatro Caminos, un antiguo café construido en los años 10, que
será demolido en los 80 para hacer una pizzería. Es miércoles por la tarde y se
reúnen allí cuatro estudiantes de la cercana Escuela de Minas. Viven cerca, en
un piso interior desordenado y desastrado, falto de una mano femenina. Cada día
quedan en el Metropolitano a tomarse las cañas de rigor. El más destacado de
los cuatro es un vasco al que dicen El
Dinamita, por lo bruto y explosivo que es. El Dinamita es de Bilbao, del
mismo Bilbao. Porte poderoso, chamarra abertzale, barba muy negra, gafas de pasta, voz de barítono y facundia acreditada. Es el gallo de ese corral, los otros tres le siguen el rollo, si bien le
pinchan moderadamente a veces, para ver su reacción, siempre divertida. Ese día
está exultante. Acaba de hablar por teléfono con Nekane, su novia de Bilbao, una
chica de rostro severo, convencida de que un día será capaz de meter a su novio en vereda.
Hoy le acaba de anunciar que vendrá a verlo en el fin de semana. El Dinamita, se echa un largo trago de cerveza y concluye:
–Así que ya lo sabéis, este
viernes y este sábado, la suite, pa’l menda, pues.
Alude a un
acuerdo que tienen los ocupantes del piso. Se trata de una casa pequeña, con un salón-comedor
al que dan dos alcobas enanas y un cuarto mejor y más grande al fondo, con
ventana a un patio de 3x3. En general, se van turnando para que cada uno pueda
disfrutar unos días de la habitación del fondo. Otros dos duermen en los cubículos
y el cuarto en el sofá. El turno tiene una excepción sagrada: el que traiga
compañía femenina para dormir, ya sea pareja formal, amiga con derecho a polvo o
ligue de última hora de la noche, tiene derecho a la suite, como suele llamarla el Dinamita. Ya se ha dado
el caso de tener que despertar al usuario del cuarto, y hacerlo salir llevando
las sábanas y la manta en un burujo, para dejar sitio a un colega con ligue after hours. Es un
acuerdo que todos respetan sin rechistar. El Pishita, un andaluz de mirada aguda, inicia el chinchorreo, con el único objetivo de
joder:
–¿Y si pillo cacho yo el viernes y llego primero, qué pasa, a
ver?
–Cagüendios,
no me toquéis los cojones otra vez, si hay una norma se cumple y punto. Este
viernes, la suite está reservada y no hay más que hablar.
Cada vez que proclama una de sus máximas indiscutibles, hace un
círculo con pulgar e índice y lo mueve verticalmente, para que no queden dudas.
Y luego da un largo trago a su cerveza. En realidad, ya van por la tercera caña
y empiezan a estar todos un poco achispados. El Pisha opta por apretar un poco
más (están hablando muy alto y ya hay varios grupos de clientes del bar que no pierden ripio, muertos
de risa):
–Pero ¿qué vas a hacer tú con tu novia? Con lo
seria y lo estirada que es…
–¿Que
qué vamos a hacer? Pues bastante más de lo que haces tú con tus amigas
ocasionales esas que te traes.
Da un gran
trago de cerveza y prosigue.
–Mejor dicho, vamos a hacer lo que tú haces, pues, y muchas más cosas.
Risas
generales, ya lo tienen en su salsa para lanzarse a perorar.
–Para empezar, el viernes mi
Nekane toca la trompeta. Vamos que si la toca, por mis muertos que la toca. ¡Y
dando las cinco notas!
Apura la
tercera caña, pide por señas al camarero una cuarta y remata.
–Eso sí: yo, que soy un caballero, primero me adelanto en el marcador y dejo ya el tanteo listo para el empate.
Relato chusco
nº 3 (Tercera
persona del singular, narrador omnisciente). Comida de empresa en un bar-restaurante impersonal por la zona de AZCA. Decoración del mal llamado estilo castellano: ventanas
con vidrieras a rombos, mesas de madera demasiado barnizadas, luz tenue, candelabros
y cuadros de veleros. Sólo queda una mesa ocupada. A su alrededor, seis varones sentados, edades
intermedias, trajes grises y corbatas azul marino. Apuran la sobremesa en torno a un mantel lleno de migas y lamparones de vino tinto. Han dado buena cuenta de sendos platos del día, a base de codillo con chucrut y se han bebido tres botellas de Ribera del
Duero, además de las cañas del aperitivo. Han repasado los temas habituales,
el fútbol, la Fórmula Uno, la política, las mujeres de la oficina, que se llevan cada una su ración de críticas, por estrechas, por feas o por antipáticas. Hay
dos que se libran del estereotipo, son muy monas, pero acaban catalogadas de
calientapollas, porque al final no hay quien les entre.
No es difícil imaginar que, casi sin excepción, están
casados y tienen una esposa dominante, con mando en plaza, que los pone firmes cada día. Por eso
hacen lo posible por estirar las veladas, para llegar tarde a casa y
proclamarse cansados de tanto trabajar, mientras se aflojan el nudo de la
corbata y se derrumban agotados en el sofá. No parecen de los que maltratan
físicamente a sus parejas, apuntan más bien a perros ladradores-poco
mordedores. Ya han tomado café y les acaban de servir unos whiskys dobles con
hielo. El Jacinto es, como siempre, el más lanzado. Es moreno, pelo engominado, bigote sospechosamente negro, bebe como una esponja y habla muy alto, punteando
sus frases con grandes risotadas. Acaba acaparando la conversación, porque es el más ingenioso y el que tiene más mundo. Hoy la
conversación ha derivado en la conveniencia o no de que las mujeres se depilen
las zonas íntimas. El Jacinto está lanzado y es
imparable. Los demás beben y asienten. Cuando Jacinto está en onda, entrecierra los ojos imaginando las mayores delicias, se viene arriba y se pone poético. Carlos, el más joven del grupo, pelo rizado y un cierto aire de inocencia, se erige hoy en defensor de la depilación, tal vez sólo por propiciar el debate. Dice que le gustan las mujeres perfumadas, limpias y bien rasuradas.
–Pero vamos a ver: ¿cómo
puede gustarte una mujer sin un solo pelo en sus partes? Esa es una moda
estúpida, impuesta por los yanquis y difundida a través de la pornografía,
sólo tienes que ver el Play Boy o cualquier revista americana. Depilarse es un empeño absurdo por emular a unas mujeres que no existen, que son de plástico. Y además les dura sólo un día, al segundo pinchan y es incómodísimo, incluso para ellas. Además es convertir algo bonito en una cosa aséptica, higiénica, profiláctica y encima sosa, como huevo sin sal. Es algo antinatural, es un bosque talado, una auténtica deforestación, es antiecológico, estoy seguro de que contribuye a acelerar el cambio climático. Y además es desagradable. Tú imagínate que le entras a una
morena desde abajo y, cuando llegas, te encuentras todo pelado, como un pollo desplumado. ¡Qué asco!
–Pues a mí no me disgusta. Además
las chicas se hacen ahora figuras y dibujos con el pelo. Algunas se dejan triángulos perfectos, o se lo arreglan a rayas, o se esculpen una interrogante, o se dejan una línea
vertical en el centro, lo que llaman la corbatilla, un invento estupendo que compone una
flecha para guiarte al lugar correcto.
–¡Qué flecha ni que leches! Si
las quieres para mirarlas de lejos, vale, pero si lo que quieres es tocarlas,
besarlas, donde esté una buena mata de pelo, que se quiten las corbatillas. Tú
le vas entrando y no hay sensación que iguale la de enterrar la nariz en esa maleza agreste, es como internarse en una espesura misteriosa buscando un tesoro, es un jardín perfumado, es una selva frondosa, es
un bosque extraordinario, es la jungla perfecta, es… es… ¿cómo decirlo?
–El Matto Grosso –apunta Carlos.
–¡¡El Matto
Grosso!! ¡¡Tú lo has dicho!!
Texto (un poco) a la manera de Andrés Neuman, o no (Narrador
equisciente: aparenta una tercera persona, pero es una falsa primera). Javier
condujo a Claudia de la mano a través del umbrío portal y le cedió el paso al
pie de la escalera de madera. Un chico bien educado y galante debe seguir a la
dama escaleras arriba y, en cambio, precederla escaleras abajo, para protegerla en ambos casos de un eventual tropezón por culpa de los tacones. Así
se lo había enseñado su padre, ese seductor inveterado que le había transmitido
todos sus trucos. Claudia inició la ascensión y Javier admiró una vez más su
precioso cuerpo. Era ciertamente muy hermosa. Sus piernas perfectas subían
gráciles, a ritmo, impulsadas desde unas caderas oscilobatientes, en un
movimiento continuo perfectamente coordinado, casi de tango. Un leve jadeo estremecía su
cuerpo cuando llegó ante la puerta y se hizo a un lado sujetando su pequeño
bolso con ambas manos, para permitirle meter la llave en la cerradura.
Llevaban casi dos meses acudiendo
algunas mañanas a su casa para calmar sus anhelos a la hora en que todo el
mundo salía a tomar café. Eran compañeros de laboratorio y la chispa había
surgido entre ellos mientras observaban un precipitado en un matraz esférico.
El espectáculo del líquido virando a rojo mientras se depositaba en el fondo
tuvo algo prodigioso, como de truco de magia. La euforia de alcanzar el
resultado buscado le llevó a abrazarla. Pero sintieron sus respiraciones
próximas y, de forma automática, se encontraron besándose presurosos, sin hacer
ruido, con la amenaza de que alguien más entrara y los pillara. Javier hubiera
seguido, pero fue Claudia la que interpuso una mano para tapar su boca y le
dijo. –Espera, espera. Se miraron y supieron que lo continuarían. Más tarde,
ella le preguntó si tenía un sitio a donde ir. Lo tenía, de hecho vivía solo en
un ático coqueto, lleno de cerámicas recolectadas en sus viajes. Ella vivía con
sus padres, le dijo, y tampoco le gustaba compartir su cama por las noches. Al
menos de momento.
Así que su casa se convirtió en
el nido de amor de la pareja. Sus encuentros eran fogosos, sanguíneos,
neumáticos, se esmeraban en la tarea, se entregaban como dos luchadores en
combate, como si una fuerza primigenia les empujara el uno contra el otro.
Alcanzaban el clímax y luego se tumbaban boca arriba, sobre la cama revuelta,
sin apenas tocarse. Durante un rato, Claudia hablaba y hablaba, mientras él
fumaba. Le contaba todas sus preocupaciones y sus expectativas vitales. Lo ponía al día de la salud de sus padres, de sus problemas con el banco o de sus visitas al dentista, como si pensara en voz alta. Liberada de la energía retenida, se sentía
relajada y dejaba volar su mente. La duración de un cigarrillo. Después, una
ducha rápida compartida, vestirse y volver al laboratorio, procurando no llegar
juntos. Era una rutina que no tenía continuidad, más allá de las dos ocasiones
semanales en que se encontraban. A Javier le hubiera gustado dormir con ella
algún día, verse en fin de semana, ir al cine, hacer un viaje. Pero no encontró
correspondencia a sus deseos. Ella lo quería para lo que lo quería.
Había sido así hasta su anterior encuentro.
Javier era un amante experto, había tenido varias relaciones anteriores y
conocía los signos del hartazgo, del desgaste del deseo. Y le había parecido
advertir un amago de algo así en el encuentro anterior. Estaban a punto de
cumplir los dos meses que suele decirse que dura la atracción física antes de
convertirse en otra cosa (amor, cariño, rutina, fastidio). Si las
posibilidades de ampliar sus actividades hacia afuera estaban bloqueadas, a
Javier se le ocurrió enriquecerlas hacia adentro. Antes de que todo se
convirtiera en rutinario. Ese día traía un plan, del que no le había contado
nada a Claudia, a la que pretendía dar una sorpresa. Se desnudaron
parsimoniosamente, ya sin el anhelo invencible de los primeros encuentros, se
tumbaron sobre las sábanas y empezaron a besarse. Hasta aquí todo muy
convencional, lo que ella seguramente esperaba, sin salirse de su zona de
confort.
Pero Javier inició una maniobra
descendente por el cuello, un beso sucesivo y prolongado que ella valoró y
acompañó con jadeos y sonidos leves. El juego se intensificó cuando el descenso
continuó, afrontando el dilema de sus pechos, tomados con ambas manos para arropar la cabeza en su zambullida hacia el vientre, el ombligo como una señalización
necesaria para orientarse, un lugar perfecto para hacer un alto en el camino.
Claudia le sujetaba la cabeza contra ella, ronroneando gozosa y Javier entendió
que había llegado el momento de dar el paso definitivo. Cerró los ojos y se
internó por el vello suave cuyo tacto conocían ya sus manos. Pero el ronroneo
de Claudia viró poco a poco en un grito contenido, una voz sofocada que decía
no, no. Más tarde, Javier pensó que, si de verdad no quería, podría haberle agarrado de
los pelos y arrancarlo de su vientre. Pero era sólo su voz la que decía no,
mientras todo el resto de su cuerpo decía sí, sí.
Con los ojos cerrados, Javier perseveró orientándose a tientas, con la ayuda de una mano exploradora que mostró enseguida
una gran utilidad. Abrió la doble gruta y encontró el pequeño brote húmedo y
estremecido, en el que concentró sus esfuerzos bucales, mientras sus dedos
exploraban el interior de la gruta en busca del lugar donde los tratados sitúan el
legendario punto G. Claudia había omitido ya toda resistencia y le dejaba trabajar relajada, en actitud de abandono placentero, de entrega absoluta. Pero entonces
un rumor sordo empezó a agitar su cuerpo, un crescendo imparable que invirtió
los papeles, siendo ella ahora la que desataba una verdadera tempestad que lo arrastró
a él a una aceleración implorada, como el paseante nocturno al que arrebata el vendaval. Un grito desgarrado acompañó el espasmo final, un sobreagudo prodigioso, un chillido furibundo, que rasgó la tranquila textura de la mañana, cual afilado cuchillo de sonido. Era algo inhabitual en Claudia, que no solía ser tan expansiva, hasta el punto que Javier se asustó y apartó la cara
para mirarla, incorporada sobre la cama.
Y entonces, Javier asistió a un
espectáculo extraordinario. Porque Claudia estaba llorando. Pero no de la
manera en que llora normalmente una mujer, con las lágrimas resbalando por sus
mejillas. No. Las lágrimas de Claudia salían proyectadas al exterior, como
proyectiles de agua en todas direcciones, como si sus ojos fueran pequeñas
cebollas de ducha o regaderas para plantas. Javier había visto muchos
orgasmos en su vida, pero nada como esto. Era la expresión corporal
extrema de un placer indescriptible, el éxtasis convertido en lluvia de
lágrimas, la formalización más hermosa posible de una epifanía extraordinaria.
Algo hermoso de ver, un privilegio del que sólo él había disfrutado en el
mundo. Un apogeo de belleza difícil de describir con palabras.
El llanto de Claudia fue
perdiendo explosividad y sus lágrimas empezaron a correr mansamente por sus
mejillas, por su cuello, por su pecho. Javier se limpió el rostro sudoroso con
la sábana y se la ofreció a ella para secarse al menos la cara. Pero ella rechazó
la ayuda, se tapó la cara con ambas manos y prorrumpió en sollozos. Seguía llorando y ya no parecía que fuera de gozo, pensó Javier, confuso. Apartó
sus manos con delicadeza, para mirarla a los ojos y preguntó: –Qué pasa, ¿es
que no te ha gustado? Claudia volvió a sollozar amargamente y Javier le volvió
a buscar los ojos con una mirada interrogante. Sí –dijo ella por fin con voz queda y entrecortada–,
claro que me ha gustado. Y reanudó su llanto con una amargura sin límites. –Entonces,
qué te pasa? –preguntó Javier, que se estaba empezando a alarmar.
Finalmente, Claudia habló con rabia contenida: –Me has pillado a traición, si no, no te
hubiera dejado. Y me ha gustado, claro que me ha gustado, más de lo que jamás
hubiera imaginado. Javier seguía perplejo, sin entender nada. –¿Cuál es el
problema? –preguntó, y ella continuó a gritos: –Pues el problema es que me has hecho una cosa
que yo no voy a poderte hacer a ti, porque no puedo, soy incapaz, nunca lo he
conseguido, me produce una repulsión que no he superado y que no voy a superar
jamás y lo sé. Y este va a ser un tema que se va a interponer entre nosotros y
va a echar a perder la relación, lo sé porque ya me ha pasado antes.
Javier se levantó sin dejar de
mirarla (lo que le permitió captar sus ojos alarmados al ver que se ponía en
pié). Se dirigió al cuarto de baño y regresó al poco, portando un vaso de agua
del grifo, que le ofreció con gesto solícito. Claudia se lo bebió entero. Parecía ya más
calmada, pero tenía el rostro muy cansado. Javier se sentó a su lado, le acarició el
pelo con ternura y empezó a hablar. –Mi querida Claudia, yo te he hecho lo que
te he hecho porque me apetecía, porque te quiero y porque esa es una forma de
expresarte mi amor y te pido que te lo tomes como lo que es: un pequeño homenaje a la
persona amada. Lo que tú puedas o quieras hacerme ahora, es cosa tuya; a mí cualquier
tipo de caricia que me hagas me va a parecer una maravilla. Así que no llores
más y dame un beso.
Javier recibió su beso, pero
tenía la mente en otra cosa en ese momento. Le había venido a la memoria otro de los consejos de su padre. Las relaciones de pareja, decía, no tienen por qué
ser simétricas. Uno tiene que ofrecerle a la persona amada un trato exquisito,
en la forma en que le gustaría que le trataran a él. Pero no puede esperar un trato idéntico desde la otra parte. Porque cada persona es un mundo y las relaciones
mutuas asimétricas son las que acaban teniendo más valor. Pensó en contárselo a
Claudia, pero no quiso abrumarla con supuestos teóricos, ahora que empezaba a
animarse y a acariciarlo. En ese momento no lo sabían, pero ese día habían inaugurado
una nueva rutina amatoria. Porque, en adelante, cada vez que volvieran a quedar, Claudia le pediría que repitieran esa
doble gimnasia sucesiva cuya primera mitad tanto le había gustado. Y Javier nunca
se la regateaba. Y esa práctica asimétrica fue el fundamento de una relación
muy duradera, de la que ya no se van a dar más detalles en este relato, pero que, con una frecuencia bastante más espaciada, prosiguió incluso cuando ella se casó, años después, y cuando tuvo dos
hijos que Javier conoció y amó vicariamente. Y mucho más tarde, cuando ella se quedó viuda y
siguieron citándose en secreto, para explorarse mutuamente sus nuevas arrugas y sus miserias físicas sobrevenidas.
Colorín colorado. Espero que les
haya gustado y que no hayan pasado demasiados momentos de incomodidad. Les diré que hoy es mi 69 cumpleaños y, en un día como este, uno tiene el derecho de
hacer lo que le dé la gana. Eso mismo pensó Preacher Jack, un extraordinario
pianista y bluesman que desarrolló la mayor parte de su carrera en los 60 y 70, por la
zona de Boston. Preacher Jack (cuyo nombre artístico podemos traducir por El Cura Paco),
nació el 12 de febrero de 1942, o sea que hace una semana que cumplió los 78 y, por lo que
sé, últimamente anda medio pachucho. Pero el día en que este músico superlativo cumplió los 69, se fue a celebrarlo a un
bar de su barrio, en donde le seguían permitiendo tocar el piano. Su caché descendente de
entonces no le daba ya para contratar buenos músicos de acompañamiento, así que
tuvo que recurrir a un chico zangolotino, supongo que un muchacho del vecindario, o tal vez un sobrino suyo.
El chaval es un verdadero
manta a la batería. Pero, en esas condiciones, en un antro de borrachos, y sin un músico decente que le acompañe, Preacher Jack se marca un boogie woogie extraordinario, maravilloso, increíble. Es una auténtica gozada escuchar la larga parrafada inicial de Jack, donde pide al público que sea indulgente con su acompañante, que está empezando. También se vuelve a advertirle al chico que por favor trate de no perder el ritmo, para que no le dé un dolor de cabeza intentando conjuntarse con él. Y es asombrosa la maestría con la que se arranca a tocar este hombre, con sus manos consumidas por la artritis.
Les juro que yo las tengo bastante mejor. Al final, dedica unos segundos a corregir al chico, cuya actuación califica con un significativo gesto de la mano, y retoma su parrafada inicial para cerrar la actuación a voces. Escúchenlo (en pantalla grande, a ser posible) y sean felices si pueden.
No les digo de quién es el verso, porque supongoque más de uno lo adivinará. En
concreto, estoy seguro de una que lo
va a reconocer a la primera, tal es mi confianza en su memoria prodigiosa y
amplia cultura literaria clásica. El caso es que aquí me tienen descansando,
dejando correr el tiempo mientras velo armas para la semana que empieza. Aprovechando
algunos ratos libres entre los gozosos entretenimientos de este lapsus semanal para
la vagancia, que va punteando el transcurso del tiempo con un ritmo soportable
para la cabeza y el cuerpo. Últimamente, como ya se imaginarán, he dejado
otra vez el entrenamiento, porque no tengo tiempo para tantas actividades. El
viaje a La Coruña y Asturias me cortó la progresión, pero ya antes había
constatado que podía alargar la distancia sin sufrimiento para la espalda.
Entrené tres días 6,5 kilómetros antes de dejarlo. Intentaré reanudar la cosa
cuando disponga de más tiempo, aunque tengo claro que, hasta que me jubile, no
voy a poder tener la regularidad necesaria.
En cuanto a mis actividades laborales, sobrepasada ya
la presentación de Reinventing Cities 2 en la sede de ASPRIMA, nos queda un
último sarao: el llamado Meet Up, acto de lanzamiento de esta segunda edición,
que preparamos para el 4 de marzo. Después vendrá el MIPIM de Cannes en el que
no estoy seguro si tendré que estar, pero en cuya preparación estamos ayudando.
Es en la semana del 9 de marzo y parece que, en esta ocasión, el equipo de
gobierno municipal tiene mucho interés en viajar y protagonizar determinados
actos de promoción de la ciudad. Por su parte, la dirección de Reinventing nos
ha indicado que tienen previsto aprovechar esta feria inmobiliaria para
publicitar su producto. En concreto, el día 11 habrá un acto en el pabellón de
Italia (Roma y Milán son dos de las ciudades que participan en Reinventing 2),
en el que se nos invita a intervenir. También existe la posibilidad de que
organicemos uno nosotros en el pabellón de Madrid que estamos preparando.
Normalmente, estos saraos contarán con los políticos y los jefes. Pero ya saben
ustedes que a veces me toca sustituirlos. Hace dos años, mi compañera M. y yo
tuvimos que apuntarnos deprisa y corriendo a última hora, porque nuestra jefa no podía y los de más arriba no lo
estimaban de interés.
Uno de los últimos viernes de marzo, aun por concretar,
tengo la oferta de acudir de nuevo a París a dar una clase en el máster de
Planeamiento Urbano de la Universidad París-8. El año pasado, mi amigo el
profesor Alain Sinou me invitó a contar un poco la historia de Madrid y la,
entonces en marcha, Estrategia de Regeneración Urbana. Me salió muy bien y ahora Sinou ha contactado conmigo de nuevo. El tema del máster de este año es la
relación entre las ciudades y el agua, así que me viene que ni pintado para ir
a contar el Madrid Río y la relación de Madrid con el agua. Es una clase de dos
horas en francés, que me tendré que preparar y ensayar, pero para la que tengo
material y discurso de sobra. Intentaré aprovechar para estar unos días por
París, ver a mi hijo Kike, visitar a Philippe en su residencia y hacer
algún otro contacto.
En otro orden de cosas, mi amiga indonesia Tantri está
ya en Rotterdam y hemos hablado por teléfono, para ver cómo hacemos para
vernos. Viene para una estancia de dos meses y medio, y parece que únicamente
dispondrá de los fines de semana, pero ya nos arreglaremos. Estuvo a punto de
no venir finalmente, porque el día de año nuevo hubo una inundación terrible en
Yakarta, como nunca habían visto otra igual. Ya saben que Yakarta se está hundiendo,
como se ha explicado en el blog hace no mucho. Pero Tantri vive en un barrio
bueno, al que nunca había llegado el agua de esa manera. Su casa se inundó entera,
su coche se lo llevó la riada y luego estuvo quince días con unas tifoideas de
las que por suerte se repuso a tiempo.
Estos días he tenido también una ocupación adicional. Un amigo
arquitecto ha escrito un libro y yo le he ofrecido hacerle una corrección del
texto, de tipo editorial. Aún tengo que hacerle entrega del resultado, pero ya
le he advertido de que no pongo en cuestión el fondo de lo que cuenta, sino que
me limito al campo gramatical y sintáctico. Mis correcciones, aparte de las
comas y unas pocas erratas, consisten en propuestas de decir lo que él quiere
decir, tal como yo lo diría. Y, además de todo esto, tengo el club Billar de
Letras, del que el martes pasado celebramos la segunda sesión del año. Analizamos una
novela llamada Punto de Control, del escritor serbio David Albahari, uno
de esos escritores raros que se barajan cada año en la quiniela de los Nobel.
Trata de la guerra (no se dice cuál, pero no es difícil
imaginarlo). Hay un pelotón al que mandan a un punto de una carretera, situado
en una cumbrera y con una barrera. Deben vigilarlo pero, nada más llegar,
pierden todo contacto con el mando. Es un relato totalmente kafkiano, en el que
no se sabe si el enemigo viene de un lado o del otro, ni siquiera quién es el enemigo.
En ese contexto absurdo, empiezan a aparecer soldados asesinados y la cosa se
disparata. A mí no me gustó demasiado (fui la excepción en un grupo que lo
alabó de forma entusiasta). Me parece un relato muy abstracto, muy conceptual. No
hay una mínima brizna de humanidad o de costumbrismo que le dé un poco de realismo. En la
discusión, yo aposté a que el autor no ha estado nunca en el frente, y nadie me
contradijo. Y como el relato es un constructo teórico, pues te acaba importando
un rábano que maten a Fulanito o violen brutalmente a Menganita. Hay mucha más
emotividad y sentimiento en mi relato del otro día sobre el doctor Li. Ni lo duden.
Mi post anterior ha causado sensación y, como de
costumbre, ha suscitado diversos comentarios por detrás, tanto por correo como
de viva voz en la barra de algunos bares. He constatado que la mayor parte de
mis lectores siguieron adelante sin abrir el enlace con el gran artículo de
Jaume Reixach, y luego volvieron atrás al ver que les regañaba y ponía cara de
malo y todo. La excepción es mi amigo X, con quien fui el viernes al teatro a
ver Todas las noches de un día (excepcionales Carmelo Gómez y Ana Torrent),
quien tiene por costumbre leer todos los artículos que yo recomiendo, pinchando
enseguida en los enlaces. En consecuencia, me dijo que por qué me ponía tan
pesado luego con tanto regaño. Es imposible contentar a todo el mundo, pero la
historia del pobre doctor Li ha impresionado mucho a mis seguidores. Tengo
pendiente algún texto más genérico sobre lo que supone la epidemia del Covid-19
en el momento de desarrollo de la China actual, y lo especial que resulta un
asunto como este en un mundo hiperconectado, pero ya lo dejaremos para otro
día.
Por lo demás, también sigue adelante la campaña
demócrata por la nominación de julio. En estos momentos, las encuestas nacionales sitúan
por delante a Bernie Sanders, de lo que me congratulo, seguido de Biden que se
está desinflando. Y ya aparece Bloomberg en el tercer lugar, cuando todavía ni
ha desembarcado. Me huelo un duelo final Sanders-Bloomberg, en el que no voy a
poder evitar tener el corazón dividido. En cuarto lugar, resiste con mucha
dignidad Amy Klobuchar, a pesar de su fama de regañar a gritos a sus subordinados,
varios de los cuales la denunciaron en su día, como saben. Elisabeth Warren, en
cambio, se rezaga de forma clara, lo cual le puede venir muy bien a Sanders
para rebañar sus votos. El día 22 es la siguiente cita, el caucus de Nevada.
Este es un estado muy latino, en donde están Reno (donde es fácil casarse) y
Las Vegas (donde es fácil arruinarse). Las encuestas locales dan favorito a
Biden, que puede recuperarse, ya veremos cuánto.
El Deportivo empató el viernes un partido que dominaba
por dos goles a quince minutos del final, pero mantiene la línea positiva. Con
las siete victorias anteriores, son ocho partidos sin perder, que no está mal.
Todas estas historias suceden fuera del lugar en que yo me refugio los domingos
como hoy, con el sano plan de rascarme las pelotas a dos manos. Esta tarde he
aprovechado para entretenerme un rato escribiendo este post y mantener el ritmo
de un texto cada tres días, que ya hace tiempo que me he fijado como objetivo. El mundo
sigue su marcha al otro lado de estas ventanas con cortinas y visillos. El
Ártico se derrite, las especies se extinguen, el norte de Europa está azotado
por una tormenta tremenda, en África hay una plaga de langosta de dimensiones
bíblicas, sigue la guerra en Siria y en tantos otros lugares, pero yo me siento
protegido en el interior de mi propio yo. El mundo gira y gira, como cantaba el
gran Jimmy Fontana, nada menos que en 1965. Una música que les voy a dejar de propina, como un tributo a la
nostalgia. Que tengan una buena semana.