Vale,
ya estoy de vuelta en Madrid después de un provechoso viaje al norte, a mi
patria chica La Coruña y a mi segunda patria, Asturias. El domingo pasado acudí
al estadio de Riazor para ver en directo la resurrección de mi equipo del alma
que, ahora mismo, encadena ya cinco victorias seguidas y ha salido de los
puestos de descenso. Como saben, suelo organizar mis viajes a partir de alguna
cita que me sirve de disculpa para moverme. El Dépor llevaba sin ganar un
partido desde finales de agosto, todo un record europeo, y estaba de último, a
nueve puntos de la salvación. El 20 de diciembre consiguió por fin ganar de
nuevo con un gol en el descuento. Pero por entonces ya había huido la directiva
en pleno, con el presidente a la cabeza. Se hizo cargo del club Fernando Vidal
(que no es primo mío) y que disponía de dos semanas para cambiar la dinámica
del club. Vidal llegó con un acuerdo de apoyo económico con Abanca, la entidad
heredera de Caixa Galicia, y se puso manos a la obra.
Para cuando el equipo volvió de vacaciones navideñas, ya teníamos un nuevo
entrenador, Fernandiño Vázquez, de la tierra y profesor de inglés. El 5 de
enero, el Dépor jugó en Soria con el Numancia y ganó 0-1, primera victoria de
la temporada fuera de casa y primera de Fernandiño. Aún seguíamos de colistas, pero algo más cerca de la
salvación. A continuación venían dos partidos seguidos en Riazor, los días 16 y
19 de enero. Y en ese momento yo imaginé lo que podía suceder y me conjuré con
mi sobrino Marcos. El 19 estaríamos en Riazor y, si antes ganábamos el partido
del 16 contra el Racing de Santander, el campo estaría a rebosar. Mi sobrino
sacó tres entradas, una tercera para su padre, a quien le contaríamos el plan
un día antes, para no darle margen a poner excusas. Todo salió como esperábamos.
El Dépor ganó el jueves 16. El 18 me agarré mi Toyota y me planté en Monte
Alto. Esa noche se lo contamos a mi hermano. Y el domingo estábamos los tres en
Riazor. Asistieron al partido 25.000 personas, la mayor entrada de la temporada y la quinta mayor de ese
domingo entre Primera y Segunda División. Y el estadio lleno a rebosar empujó
al equipo a su cuarta victoria seguida. Y fue ciertamente emocionante escuchar a los 25.000 seareiros coreando al final el SÍ SE PUEDE, que se debió de oír en toda la ciudad. Abajo tienen la foto que nos hicimos en
el campo.
Pero
las excusas para este viaje no eran sólo las relativas al partido del Dépor.
Además, hay un punto de partida que es que todavía me quedaban cinco días de mi
abundante reserva de vacaciones, moscosos, canosos y similares, que debía de
gastar antes del 1 de febrero, día en que se hace borrón y cuenta nueva y lo
que no se haya disfrutado se pierde para siempre. Podría haberme cogido la
última semana, pero justo era la penúltima la que me permitía casar un mayor número
de requerimientos para completar una semana cojonuda. El lunes anduve toda la
mañana con mi hermano, ayudándole en una serie de historias y negocios que no
voy a detallar aquí. Comí con él y con mi cuñada en el restaurante La Dehesa,
donde se degusta un pescado y un marisco de primera. Después tenía la tarde libre y aproveché para escribir
un post para ustedes centrado en el barrio de Monte Alto.
Como
les dije, me había dejado el ordenador en Madrid y ya había probado a intentar
cargar algo en el blog con el móvil y comprobado que es un coñazo. Es como
intentar hacerlo con los guantes de boxeo puestos. Así que busqué en el Google
Maps ciber-cafés en La Coruña y encontré uno que no se apartaba mucho de mi
ruta hacia Monte Alto. Me prestaron un ordenador que funcionaba fenomenal y así
escribí mi post anterior. Y me cobraron exactamente dos euros. El martes tenía
también una cita, una comida con mi buen amigo Berto, uno de mis seguidores
coruñeses del blog (el otro, Alfred, estaba fuera de Coruña). Tomamos un
aperitivo en el Alameda, comimos una parrillada en un lugar enxebre cercano a
la Avenida de Finisterre y hasta nos acercamos a la playa de Santa Cristina a
tomarnos un gin-tonic para recordar los viejos tiempos. Aquí una imagen para la
posteridad. Observen las tazas del café de pota y la botella de aguardiente local para cargarlo.
Pero
el miércoles cogí el coche y enfilé la carretera en dirección a Asturias, para
la segunda parte de mi viaje. Como ya he contado en alguna ocasión, las dos
veces en que me he visto inmerso en una convivencia multirregional (el colegio
mayor y la mili), mis mejores compañeros y amigos han sido los asturianos y
tengo por esa tierra un aprecio especial, tanto por sus gentes, como por sus
paisajes y su gastronomía inigualable. Pero esta vez, mi anfitrión no era
asturiano sino suizo: mi amigo Werner, del que ya he hablado muchas veces en el
blog. Werner se dedica a traer grupos de extranjeros interesados por la
arquitectura, a los que les organiza todo el viaje, que muchas veces incluye
una charla mía. Pasado mañana martes ha de estar en Madrid para esperar a una
delegación de estudiantes de arquitectura de la Universidad de Xiamén (China),
con permiso del coronavirus, y esta es otra de las razones que me llevaron a adelantar mi viaje a la penúltima semana.
Werner
me había dicho muchas veces que fuera a visitarlo a Pravia, donde vive, pero hasta
ahora no había encontrado el momento. Así que me he pasado estos días en su
casa, con su familia y visitando algunas de las cosas interesantes del entorno,
como el Cabo de Peñas, el casco antiguo de Avilés, o la propia iglesia
parroquial de Pravia, que Werner está restaurando y que tiene una
historia antigua muy interesante. Pravia fue lugar de regreso de indianos,
cuyas casas se pueden distinguir en el paisaje, con su arquitectura colonial,
sus galerías, sus palmeras y su grandilocuencia constructiva. He pasado unos
días estupendos en un entorno privilegiado, disfrutando de la vida tranquila de
esta villa de antigua alcurnia, actualmente en decadencia, tomando sidra y
comiendo queso de Cabrales y de Afuega’l pitu. Y, entre las visitas que hemos hecho, una muy especial
a la presa de Grandas de Salime.
Se
trata de la primera presa que construyó Franco, ya entonces obsesionado con el
agua, después de sufrir la pertinaz sequía de la postguerra. Fue en aquellos
momentos la presa más grande de Europa y se movilizó para construirla a más de
3.500 obreros, en parte represaliados o que buscaban redimirse en un trabajo
donde no les mirasen mal. Las obras empezaron en 1946, tras el final de la
Segunda Guerra Mundial, según el proyecto del arquitecto Joaquín Vaquero
Palacios, la gran referencia de la arquitectura industrial asturiana y una
figura de talla internacional. Como el lugar estaba muy retirado de cualquier
ciudad o puerto, hubo que construir un poblado para los obreros, con todos los
servicios y con un teleférico que traía los materiales desde la costa para la
elaboración del cemento a pie de obra, además de los principales suministros
para los obreros.
Para
llegar a este recóndito lugar, pegado a la provincia de Lugo, hay que hacer dos
horas y media de trayecto por una carretera de las antiguas, que sube a la
montaña por curvas interminables. Nos levantamos a las 8 para llegar a la hora
de la visita que teníamos concertada. Yo iba de copiloto y llegué medio mareado, algo que hacía tiempo que no me pasaba. En el pueblo de Grandas de Salime hacía
un grado sobre cero y una niebla terrible. Nada más llegar, entramos en un bar
y nos tomamos un caldito de cocido, con picatostes y un toque de tabasco
para resistir el frío. Y nos hicimos la foto que ven abajo, al pie de la
iglesia del pueblo.
Las obras tardaron nueve años en completarse, todo un record, hasta que en 1955 vino Franco a decir su frase favorita: queda inaugurado este pantano. La
presa tiene un interés enorme como obra de ingeniería, pero es que encima, el
arquitecto y su hijo el conocido artista Joaquín Vaquero Turcios se empeñaron
en la aventura de decorar la parte interior de la bóveda de la presa, donde están las salas de
turbinas, y estos murales son impresionantes. Lo mejor es que vean algunas de
las fotos que tomé en el lugar, un espacio inmenso, con algo de catedral y una
decoración figurativa que remite al cine expresionista alemán de entreguerras. Vean
algunas de las imágenes.
Un
detalle. Para decorar los cabezales que rematan las vigas que sustentan la
presa, los Vaquero, padre e hijo, habían pensado reproducir unos retratos de Einstein,
Max Plank, Freud y Picasso, grandes figuras de la ciencia, la filosofía y el arte del
momento. Pero la censura franquista se lo prohibió. En revancha, los artistas
reprodujeron en los murales algunos caballos y animales directamente sacados
del Guernica de Picasso, que se les colaron a los censores. Y en 2001, cuando
hubo que restaurar esos murales con motivo de unas humedades procedentes de
filtraciones que los habían estropeado, Vaquero Turcios recuperó su vieja idea
y allí están ahora los cuatro retratos. Otra de las ideas de los Vaquero fue
construir frente a la presa un mirador, solamente para observarla, y le dieron
forma de boca de ballena. Abajo tienen las imágenes correspondientes.
Vaquero
Palacios desarrolló una actividad incansable, construyendo centrales
hidroeléctricas y edificios industriales en el entorno de Avilés. Hace unos
años, el Ministerio de Fomento organizó una exposición de su obra en la sala
del ICO, que era súper interesante. En fin, he de decirles que durante esta
semana no he escrito en el blog, no por falta de ordenador (mis anfitriones me
prestaron uno cuando lo necesité para consultar el correo y hacer alguna
operación bancaria menor, que no sé hacer con el móvil) sino precisamente por
deferencia hacia esos amigos que me han tenido alojado en su casa y se han
desvivido por atenderme. Esta mañana he cogido el coche de vuelta, he llegado a Madrid a mediodía y he dispuesto de un rato en mi casa por la tarde para escribir este post, por supuesto, después de
seguir por la radio la narración del partido del Dépor en Albacete, quinta
victoria consecutiva, que ya nos saca de los puestos de descenso a Segunda B,
en donde llevábamos cuatro meses. Sean buenos. Y no dejen de confiar. Cualquier situación se puede revertir.
Es fabulosa esta presa, con sus murales, su mirador. Pasotón.
ResponderEliminarEs una maravilla. El problema es que requiere un desplazamiento de dos horas y media por una carretera infernal, y otro tanto de vuelta, para una visita que se hace en una hora. Casi trae más cuenta que lo veas en mi blog.
EliminarUn abrazo.
Yo también me alegro mucho de haber conocido esta maravilla a través de tu blog, porque me mareo hasta en las barcas del Retiro, así que las carreteras de montaña me matan. Y sobre la remontada del Dépor, enhorabuena, estáis muy guapos y contentos los tres forofos en el estadio.
ResponderEliminar¡¡¡¡¡¡QUERIDAAAAA!!!!!!
EliminarQué alegría que estés otra vez de vuelta de tu fabuloso viaje a las antípodas. Este blog no era igual sin ti. No sabes las ganas que tengo de darte un abrazo.
Gracias como siempre por tus comentarios.