domingo, 12 de enero de 2020

901. La vivienda, un problema mundial

Como ya se ha contado en este blog, el porcentaje de población mundial que vive en las ciudades es en este momento del 55% y se espera que para 2050 sea del 66,6%. En Europa y en España los porcentajes son ya mayores, nadie quiere vivir en el campo y todo el mundo abandona el medio rural para irse a vivir a las ciudades. Los hay que prefieren las urbes muy grandes, como yo, y los hay que buscan la vida más sencilla y de mayor calidad ambiental de las ciudades pequeñas y medianas, en donde ahora mismo se vive muy bien. Siempre he pensado que, hasta los 15 o 16 años, donde mejor se está es en el campo, donde uno se puede formar en las cuestiones básicas. Pero luego hay que largarse, si no se quiere acabar embrutecido y medio alcohólico. No obstante, este es un tema en el que no puedo ser imparcial: yo siempre he vivido en la ciudad, todavía no me he recuperado de la impresión que me produjo Madrid cuando llegué hace más de 50 años y, si no me he ido a una urbe más grande, como París, Londres o Nueva York, es porque no he tenido ocasión de hacerlo.

El caso es que la falta de oportunidades vitales para la gente joven medianamente instruida o inquieta lleva a muchos a irse a las ciudades, algo que sucede en todos los continentes. A esto hay que añadir los emigrantes económicos, las familias que se desplazan para huir de la miseria, el hambre o las guerras, más los que ven su medio natural arruinado por el cambio climático. Todo el mundo se va a las ciudades y los grandes poderes no parecen tener alternativa a este movimiento global. Si no se remedia, nos encaminamos a un modelo territorial basado en un sistema de ciudades de distintos tamaños, separadas por una especie de desierto y unidas por los modernos medios de comunicación: las autopistas y los trenes de alta velocidad, por no citar a los aviones. La población urbana va a sufrir un incremento exponencial en los años venideros. Y el problema es que las ciudades no están preparadas para acoger esa avalancha que se pronostica y proporcionarle un alojamiento digno, seguro y con unas condiciones mínimas de confort.

La ONU está muy preocupada por este fenómeno. En la pasada conferencia Habitat III, celebrada en Quito en 2016, se diseñó una Agenda Urbana Mundial, a la que las ciudades pueden adherirse para orientar sus políticas hacia el objetivo de conseguir un medio urbano inclusivo, seguro, resiliente y sostenible (los cuatro adjetivos mágicos, que definen el modelo al que queremos llegar). Hemos usado ya dos veces la palabra seguro y les aclaro que en el lenguaje de la ONU esto no tiene nada que ver con la seguridad frente a catástrofes naturales, que se engloba en el concepto resiliente. Se da por hecho que va a haber huracanes, sequías, inundaciones, incendios, etc.  y el concepto de resiliencia define precisamente la capacidad de las ciudades para resistir esos problemas y levantarse después. La ciudad segura a la que debemos tender es una ciudad en la que puedas vivir de forma tranquila sin que te maten, te atraquen o te violen. Y eso afecta en primer lugar al interior de la vivienda, hemos visto como en estos días han asesinado a un chef español en su domicilio en la ciudad de Tijuana y a un surfista coruñés en su propio bar en una isla filipina. En el tercer mundo hay un nivel de inseguridad tremendo (piensen solamente en Honduras, por ejemplo).

Pero la seguridad ha de extenderse también al espacio público, escenario de la vida urbana, por donde la gente ha de poder pasear sin que le asalte nadie. La percepción del espacio urbano es muy diferente en el hombre y la mujer. La mujer es mucho más prudente y percibe antes las señales de peligro. Es falso que sea más miedosa. Lo que pasa es que en el papel social que tiene grabado a fuego en su carácter desde tiempos inmemoriales, la mujer es la que tiene la preocupación por la seguridad del grupo, de los niños, de la familia entera, mientras que el hombre tiene igualmente grabado a fuego el hacer alarde de valor, la emulación, la chulería, el mostrarse despreocupado y minimizar los peligros potenciales. Seguro que usted, querido lector/lectora, ha vivido alguna vez la situación de tener que pasar por un espacio que la parte femenina de la pareja se niega a atravesar, mientras la parte contraria anima a seguir: vamos, hombre, que no pasa nada. Un buen diseño del espacio público es aquel en el que ni las mujeres ni los niños deban verse obligados a pasar miedo.

Pero la ONU tiene otra preocupación básica. Las ciudades deben de ofrecer a esa avalancha presunta de nuevos pobladores urbanos una vivienda asequible (el otro adjetivo clave: affordable housing). Esto quiere decir una vivienda a precios de compra o alquiler al alcance de los bolsillos de estos nuevos urbanitas. Lo que es algo muy difícil de conseguir mientras la vivienda sea un producto considerado como inversión económica y no como un servicio básico para la población. La vieja disyuntiva marxista entre el valor de uso y el valor de cambio. ¿Cómo hacer para que las ciudades de todos los continentes puedan alojar a sus nuevos pobladores? Difícil cuestión. La ONU está tan preocupada que ha nombrado un relator para que estudie el problema y proponga soluciones. La persona elegida se llama Leilani Farha y era hasta entonces una activista anti-desahucios de Toronto, una especie de versión canadiense de la señora Ada Colau antes de que se metiera en política. Aquí pueden ver su imagen.




Leilani es una mujer excepcional y puedo decirlo de primera mano porque tuve la ocasión y el privilegio de verla y escucharla en directo en el congreso al que asistí este verano en Lyon, en donde representé a la ciudad de Madrid en un momento de vacío de poder en el área de urbanismo, como ya se contó en el blog. Fue en un acto con el formato estándar que se ha generalizado para los congresos en los últimos tiempos. Hay un escenario ligeramente elevado respecto al patio de butacas, sobre el cual, una presentadora seguramente profesional, muy mona, súper maquillada y con unos tacones despampanantes, va presentando a los sucesivos oradores, todos sentados en la fila 1 del patio. Uno a uno va diciendo: y ahora tengo el placer de presentar a Fulanito, que es experto en X o director general de Y. La chica lee un breve curriculum del tipo y termina diciendo: Fulanito, por favor, cuando quieras. Sólo entonces, el Fulanito de turno se pone en pié y camina hacia uno de los extremos del escenario, donde ha de subir los escalones correspondientes, todo ello con la prosapia y la parsimonia de los oradores imbuidos de su propia importancia: terno oscuro, corbata azul marino, gesto grave, paso lento, una carpeta con las notas balanceándose en una mano y el aire general de ser consciente de ser una personalidad que se merece de largo estar en ese foro.

Salvo cuando nombraron a Leilani. No había terminado la locutora de leer su curriculum, cuando esta mujer echó literalmente a correr, no a grandes zancadas, sino levantando los pies del suelo lo mínimo, como disimulando, mientras miraba de reojo al público, en una actitud casi cómica, como de dibujo animado, pero que revelaba que no tiene tiempo que perder. Leilani es recia, no muy alta, piernas fuertes de ciclista, verbo encendido, oradora apasionada y convincente que difunde sus denuncias con ardor, con la indignación furiosa de estar explicando asuntos muy graves e insólitos. Su discurso es muy claro: la vivienda es un derecho básico del ser humano y es indecente comerciar con él. Las administraciones deben proteger a los ciudadanos y cuidar de que tengan acceso a una vivienda digna. Y una de sus proclamas más encendidas: nadie está obligado a aceptar lo inaceptable. No les extrañará saber que no se quedó al cóctel posterior, lo que impidió que me acercara a ella y le diera dos besos.

Entre otras actividades, esta mujer ha empleado el dinero de la ONU en hacer un documental, que se llama Push y que les recomiendo vivamente que vean. Toda la investigación de esta mujer está en las imágenes de este film de hora y media, que más abajo les digo cómo encontrar. Leilani se asoció con un director sueco llamado Fredrik Gertten que la fue filmando en todas sus andanzas incansables por diferentes ciudades del mundo. En el documental intervienen entre otros el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz y la socióloga urbana Saskia Sassen, una referencia mundial del urbanismo contemporáneo. Ambos explican que el negocio inmobiliario esta financiarizado, que hay grandes inversoras multinacionales que financian la construcción de enormes rascacielos de apartamentos que nunca se ocupan (como los que vi yo en Vancouver, por ejemplo) porque al inversor, que es una sociedad tapadera de Hong Kong o de Singapur, le da igual que las viviendas se lleguen a ocupar o no, el negocio es el mismo para él. El negocio está financiarizado y también deslocalizado.

Grandes edificios de vivienda sin ocupar y miles de personas sin hogar, como las hordas que yo pude ver en las calles de San Francisco y Los Ángeles. Los dos extremos que definen la paradoja de un escenario insoportable. En el documental se empieza hablando de gentrificación, de cómo los habitantes originales de los barrios centrales van siendo expulsados por la subida inmoderada de los precios. Pero gradualmente se llega al meollo del asunto: la financiarización y deslocalización del mercado. Y, hacia el final del documental, aparece también el novelista italiano Roberto Saviano, que ha de ir a todas partes con escolta porque la mafia ha prometido matarlo, tras publicarse su novela Gomorra. Este señor explica con pelos y señales cómo la construcción es el principal instrumento de lavado del dinero de la droga, la prostitución y los demás mercados generadores de dinero negro. El visionado de Push es ciertamente impactante. Leilani y Gertten están promocionando el film por todo el mundo. De momento lo han exhibido en Alemania, Gran Bretaña y todos los países nórdicos. En España se ha proyectado sólo en Barcelona, gracias a Colau. Vean aquí una foto de los dos artífices de la película en alguna de sus actividades de promoción.





Algunos datos adicionales. Según JLL, una de las mayores consultoras del sector, la inversión directa en propiedades inmobiliarias alcanza un monto total de unos 650.000 millones de euros anuales, con cifras que ya han superado las anteriores a la crisis de 2007. La locomotora que guía este potente sector es la economía de los USA, que va como un tiro, lo cual no es contradictorio, sino al contrario, con el hecho incontestable de que cada vez hay más homeless en las ciudades americanas, especialmente en las de la Costa Oeste, donde la economía ha remontado con más fuerza. Otro dato clave: el precio de una vivienda se compone de tres factores: el suelo, la construcción y un tercer sumando de gastos adicionales (impositivos, de gestión, hipotecarios, el beneficio de los diferentes profesionales involucrados, como los arquitectos, etc.) Pues bien, en las últimas décadas, el coste de los apartados dos y tres no se ha incrementado significativamente, incluso ha bajado en términos absolutos. Es el suelo el que sube de manera incontrolada, es el suelo con lo que se especula. 

¿Cómo solucionar esto? Pues no lo sé. Si lo supiera, sería yo el presidente y no Pedro Sánchez. Lo único que puedo decir es que ayudan a controlar el precio del suelo las políticas de incremento del patrimonio público, la creación de parques públicos de vivienda en alquiler y otras medidas como las que adoptan en los países nórdicos, en Holanda y Alemania. Pero esto daría pie a un post específico completo, o varios. Perdón, he dicho Holanda y resulta que desde el 1 de enero ya no se llama así: ahora se llama Los Países Bajos, porque eso contenta a los frisones y otros pueblos integrados en ese estado, además de los holandeses. Qué quieren que les diga, a mí llamarle Los Países Bajos a Holanda me suena como llamar a los calzoncillos La Ropa Interior, dicho esto sin ánimo de ofender a los habitantes de esa noble tierra que adoro y visito siempre que puedo.

En fin, yo creo que lo mejor es que intenten ustedes ver la película Push, les prometo que merece la pena. ¿Y cómo se puede conseguir? Pues en este momento sólo es posible a través de la plataforma digital Filmin. No me gusta hacer propaganda de empresas privadas en este foro, y les juro que no voy a comisión, pero Filmin es una plataforma española, con un catálogo amplio y totalmente segura. Uno se registra, da sus datos, incluido el número de cuenta al que quiere que le pasen los cobros y luego puede pedir la película que quiera y tiene 72 horas para verla las veces que desee. Cada película vale entre 2 y 4 euros. Push se puede contratar por 3,75, pero también pueden ustedes hacer como yo: pagar 15 euros por un vale de cinco películas. Después cada película que se solicita, se va descontando del vale pagado (estos vales no caducan). En fin, ustedes mismos. Si quieren saber lo que hay detrás del negocio inmobiliario y por qué el fondo buitre Blackstone es ahora mismo el primer propietario de vivienda social en Suecia (y el titular de un montón de pisos de la EMV de Madrid, que la señora Botella les vendió con bicho) no tiene más remedio que apuntarse a Filmin y ver con mucha atención esta película. Yo se la recomiendo. Y les dejo con el cartel que la anuncia. Sean buenos.




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