A
las puertas del ferragosto, como
otros años me encuentro en un momento de tranquilidad, aprovechando la calma
chicha laboral, acentuada por el cambio de gobierno municipal, y disfrutando
también de la ciudad con niveles de gente y de tráfico bastante agradables. Encima,
la climatología nos está dando un respiro después de los sofocos de julio. Es
el tradicional momento para la reflexión y el diseño de las grandes líneas del
año que empieza. Porque el año empieza en septiembre y no en enero, como se
empeñan en marcar los calendarios. Algunos seguidores me están urgiendo
últimamente a que cuente algo más sobre mí, que no hago más que hablar de temas
generales, dicen, y que les tengo en ascuas. Mira que son cotillas. Bien, pues
intentaré complacerles.
¿Así
que quieren saber de mí? Pues de salud estoy bien, gracias. Como saben, en los
últimos meses me he sometido a un chequeo exhaustivo. ¿Por qué? Pues porque más
o menos cada dos o tres años debo hacerme una colonoscopia a causa de mis
antecedentes familiares. Y, en el mundo actual, uno no puede ir al médico y
decirle: quiero hacerme una colonoscopia y ya. No, de ninguna manera. El tipo
se pone serio, adopta su gestualidad más doctoral y le explica a uno que, a las
edades que va teniendo, es muy conveniente mirárselo todo, por si es caso, que
decimos los gallegos, just in case,
que dicen los yanquis. Como les conté, la colonoscopia me salió niquelada,
saqué un diez cum laude. Pero, a las
edades que voy teniendo, hay una cosa segura: si te miran, te encuentran
algo. Y si te miran mucho, te encuentran muchas puñetas.
No
estoy seguro de haber entendido qué coño es lo que me han encontrado, salvo los
triglicéridos sedicentes, pero la cosa es que, ahora mismo, me estoy tomando
dos pastillas a la hora de comer y otras cuatro por la noche. Seis en total. Ya
tengo un pastillero, como cualquier abuelo porruto,
algo que me irrita bastante. Si bien, he de aclarar que, entre los seis
productos que ingiero regularmente, hay tres que ya tomaba antes. En primer
lugar un sobrecito de Amedial Plus, que es un complejo de magnesio, colágeno, L-carnitina, hialurónico y vitamina C, especialmente indicado para corredores y
atletas diversos. En segundo lugar, una melatonina de 5 mgs. para ayudarme a
coger el sueño por las noches. Y además la medicación para mantener a raya el
colesterol. Y entre los tres nuevos hay una cápsula de vitamina E, que me
dijeron que la tenía baja (por cierto, como cualquiera que viva en una ciudad
como esta).
Así
que, medicamentos, lo que se dice medicamentos, sólo me han recetado dos, uno
para los triglicéridos y el otro, honradamente, ni puta idea de para qué. Se
trata de un tratamiento conjunto que debo seguir durante seis meses, con promesa de que, si pasado ese
tiempo se me han arreglado las averías, eliminaremos el pastilleo extra.
Veremos. Para compensar la imagen esa de abuelo con colección de pastillas de
colores para comida y cena, además de bailar en mi renovada terraza y
autograbarme para la posteridad, he vuelto a repetir lo que ya hice el año
pasado: iniciar la temporada de
entrenamientos a mediados de julio, un mes antes de lo que solía. Y llevo ya cuatro semanas cumplidas saliendo a correr por el Retiro, a razón de tres días por semana, con regularidad y marcas aceptables: el año anterior entrené bastante y hacía muy poco que lo había
dejado (las últimas veces que había salido antes de parar, estaban montando las
casetas de la Feria
del Libro).
Como
les cuento cada año, empezar la temporada en verano con todo el calor, es
duro, pero tiene la ventaja de que luego, cuando va refrescando, vuelas. Lo que
pasa es que el calor que ha hecho este año ha sido algo fuera de escala. De
forma que la única hora en que podía salir a correr era por la mañana, antes de
ir al trabajo. Y, para poder llegar a la Isla de Alcatraz antes de que cierren el
control, tengo que salir de mi casa en dirección al Retiro a las 6.30, teniendo
en cuenta que el recorrido completo me lleva unos 45 minutos, incluyendo una
tanda de estiramientos de casi 15. Luego, ya en casa, tengo que hacer abdominales y
pesas, ducharme, desayunar, vestirme y finalmente conducir media hora hasta el
curre. No sé si suelen estar levantados a esas horas, que en inglés llaman the we we hours, pero les juro que, a las
6.30 en Madrid y en agosto, es noche cerrada. Y es una sensación ciertamente
singular la de subir la Cuesta
de Moyano en medio de la oscuridad, totalmente solo y en traje de runner. Y con 68 años.
Me detengo a hacer mis estiramientos en la entrada del llamado Parterre, cerca del árbol más viejo de la ciudad, un ahuehuete mexicano, cuya imagen tienen arriba. Este árbol, conocido como El Abuelo, ha sido datado en torno a 1830 y puede vivir más de 2.000 años, por lo que de abuelo nada: está en su plena juventud. En este punto mágico de un parque que ha sido propuesto para Patrimonio de la Humanidad (en octubre vendrán los expertos de la UNESCO que han de informar la petición), es una verdadera gozada estirar, mientras va amaneciendo y aparecen los primeros compañeros corredores. Luego ya hago todo el recorrido circular hasta mi casa con luz del día. He estado haciendo eso dos veces por semana, porque la tercera, en sábado, podía empezarla más tarde. Pero esta semana las temperaturas se han aliviado y he pasado a salir al atardecer. En general, yo prefiero correr con luz natural, para evitar peligrosos tropezones, porque lo cierto es que no veo un burro a dos pasos, que ese es el otro frente médico que tengo abierto. No sé si lo conté, pero hace tiempo que empecé a notar que veía mal por el ojo izquierdo. Me acerqué al óptico a pedirle que me cambiara el cristal de las gafas. Pero me dijo que esa no era la solución y que debía ir al oculista, porque las dioptrías en ese ojo habían pasado de1,5 a
4.
Me detengo a hacer mis estiramientos en la entrada del llamado Parterre, cerca del árbol más viejo de la ciudad, un ahuehuete mexicano, cuya imagen tienen arriba. Este árbol, conocido como El Abuelo, ha sido datado en torno a 1830 y puede vivir más de 2.000 años, por lo que de abuelo nada: está en su plena juventud. En este punto mágico de un parque que ha sido propuesto para Patrimonio de la Humanidad (en octubre vendrán los expertos de la UNESCO que han de informar la petición), es una verdadera gozada estirar, mientras va amaneciendo y aparecen los primeros compañeros corredores. Luego ya hago todo el recorrido circular hasta mi casa con luz del día. He estado haciendo eso dos veces por semana, porque la tercera, en sábado, podía empezarla más tarde. Pero esta semana las temperaturas se han aliviado y he pasado a salir al atardecer. En general, yo prefiero correr con luz natural, para evitar peligrosos tropezones, porque lo cierto es que no veo un burro a dos pasos, que ese es el otro frente médico que tengo abierto. No sé si lo conté, pero hace tiempo que empecé a notar que veía mal por el ojo izquierdo. Me acerqué al óptico a pedirle que me cambiara el cristal de las gafas. Pero me dijo que esa no era la solución y que debía ir al oculista, porque las dioptrías en ese ojo habían pasado de
El
oculista me examinó y dijo que tengo unas cataratas de libro. Me prescribió unas pruebas previas, necesarias para descartar otras patologías (pruebas que ya me he hecho en una
clínica de Argüelles), y me citó de nuevo el 2 de septiembre para que, con el resultado de las pruebas a la vista, fijemos la fecha de la
operación, no antes del 15 de octubre, porque tengo un par de viajes
cerrados que quiero hacer antes de dicha operación y cuyo destino no he desvelado todavía en el blog. Tiempo al tiempo. En fin, que a mí me gusta más
hablarles de otras cosas, de los interesantes fenómenos globales que están aconteciendo
por el mundo, pero son ustedes los que me persiguen con sus ansiedades cotillas
por saber de mis intimidades, así que ahora no se quejen. ¿Cómo? Ah, que no querían conocer mi estado médico. Que lo que
quieren saber es si me jubilo o no. O sea, que mi salud les importa un rábano. Joder
qué listos que son ustedes. ¿Que cuándo me jubilo? Eso me gustaría saber a mí
también.
La
verdad es que en esta tribuna, parece que se cuenta todo, pero lo cierto es que
yo hablo sólo de lo que me da la gana. Por ejemplo: ¿saben ustedes si tengo pareja o no?
Si lo saben, no es por el blog, desde luego. Pues el asunto de mi trabajo y cuándo me
jubilo, ha entrado en esa misma esfera privada y en este momento no puedo
hablar de ello en el blog. Hay una serie de circunstancias sobrevenidas que me
tienen en stand-by y que me aconsejan ser prudente y discreto. Cuando se despejen
las incógnitas, será el momento de tomar esa decisión que todos esperan. Entonces
les daré las explicaciones pertinentes y lo entenderán todo. De momento,
he de recurrir a la frase genial de mi amigo el Coronel: estaba deciso y vuelvo
a estar indeciso. Además, a este blog no le va mal un poquito de misterio ¿no? En cualquier caso, lo mejor que he escuchado sobre esto de la
jubilación y cuándo resulta pertinente encararla, es este pequeño fragmento
del gran Javier Cansado, que les dejo de propina. Sigan disfrutando de los días
de asueto. Y no sean tan ansiosos, que todo se contará a su debido tiempo.
¿No ha pensado en la posibilidad de que todas esas pequeñas puñetas que le pasan, se deban precisamente a su afán por seguir corriendo?
ResponderEliminarSupongo que está de coña. De otro modo se estaría usted retratando como un cenutrio. Si está de coña, pues bienvenida la coña.
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