Esto de escribir, incluso a través
de un blog, es algo muy sorprendente, en cuanto a la reacción de los
lectores. Cuando yo me dedicaba a escribir relatos, de vez en cuando juntaba
ocho o diez, hacía varias copias de la colección, les practicaba una hilera de
agujeros en un costado con una máquina que había en mi oficina y luego les ponía con todo
cuidado un alambre espiral para completar una suerte de edición casera. Repartía
mis ejemplares por ahí y esperaba. A los pocos días me llegaba el feedback (disculpen los anglicismos, ya
saben que soy un pijotero). Y les puedo jurar que me sucedía lo siguiente. Un tipo me decía que le habían
encantado todos los cuentos, menos el tercero, que en su opinión desmerecía del conjunto. Y,
enseguida, venía otro que me decía que mis textos no le habían entusiasmado
especialmente, salvo el tercero, que le parecía genial, oyes. En fin, es un
ejemplo extremo (aunque rigurosamente cierto), pero que explica bastante bien el abanico de mensajes que
yo recibía.
Con el blog me pasa lo mismo. Mi
última entrada, titulada Cajón de Sastre,
es para mí un ejemplo de un cierto tipo de posts en los que empiezo a escribir sin saber a dónde voy a llegar, continúo hablando de
cosas inconexas y hay un momento en que no sé como terminar y corto por las
buenas. Bien, pues ahora me encuentro con que a la gente le ha gustado mucho,
incluso más que algunos de los anteriores, que a mí me parecían más sólidos,
fundamentados y redondos. Así que como yo, igual que Isabel Pantoja, me debo a mis
seguidores-¡ainxs!-que-no-se-pué-aguantá, pues hala, vamo-hasé otro igual y a
ver por dónde sale, ¡ea! Ya les he dicho que estoy subido a la ola favorable,
cabalgando cual surfer experto y, mientras no me dé el previsible trastazo,
pues tengo que seguir adelante. No sé ustedes, pero yo, cuando estoy más tristón,
me suelo volver huraño, me aíslo y me encierro en casa. En cambio, cuando estoy
contento, no paro quieto. Lo de esta semana que termina ha sido un escándalo,
todos los días he tenido algún encuentro social-gastronómico.
El lunes quedé con mi amiga A.,
que además es mi gestora de marketing
digital y mi social media manager,
y como tal me ayudó en su día a configurar este blog, a ver si se creen que iba
a saber hacerlo yo solo. No sé si ustedes piensan que esta es una página
cualquiera, limitada a un tipo que escribe cosas al buen tuntún y las cuelga de cualquier manera. Un respeto, por
favor. Aquí detrás hay una labor de equipo en la que mi amiga A. es clave. El
caso es que cenamos en un restaurante italiano cerca de la Plaza Mayor (yo, una pasta con boletus exquisita) y luego
nos dimos un largo paseo. Si hay algo que me gusta más que pasear a la luz de las farolas por las calles de una gran ciudad como la mía, es hacerlo en compañía de una
mujer guapa, que camina con paso firme y elegante, derramando lisura y a su
paso dejando, aromas de mixtura, etc. Para explicar lo que les digo, me viene
al pelo un vídeo de Halie Loren, una joven de Seattle reconocida ya como un valor emergente del jazz vocal, en la línea de Madeleine Peyroux. El vídeo está ilustrado con
imágenes del artista británico Drew Darcy, admirador confeso de Edward Hopper.
Que lo disfruten.
El martes, desde mi trabajo, me
acerqué en coche a la oficina de mi también amiga M. que a la vez es mi financial coach, es decir, mi asesora
financiera, y se ocupa de que mis magras inversiones se vayan colocando en
los lugares más favorables, para ver si conseguimos que crezcan un poquito, que está el contexto
económico internacional muy achuchado. La oficina de mi amiga está en la
llamada Isla de Manoteras, un lugar impersonal, al estilo de la Isla de
Alcatraz en donde yo trabajo. Aparqué el coche y directamente nos fuimos a una pizzería de
la franquicia La Tagliatella. Después de compartir una pizza y una ensalada, subimos a su oficina,
completamente vacía en la tarde de agosto, y allí me puso al día de la situación bursatil, me mostró las excelencias de
los productos que me ha vendido y lo bien que van mis asuntos desde que decidió
pasar de la rentabilidad fija conservadora a entornos más arriesgados.
El miércoles al atardecer,
vinieron a mi barrio mis amigos Mariano y Pelu, el primero seguidor
incondicional del blog, del que es cultural
advisor. Hablamos, entre otros temas, de los libros del pensador israelí Yuval Noah Harari, que
tengo pendientes de leer. El primero, Sapiens
(2014), que explica la trayectoria del ser humano hasta ahora. El segundo, Homo Deus (2016), que cuenta el futuro
que viene. Y el tercero, sobre el presente, que se publica estos días. Harari
es gay y tuvo que irse a Canadá, para poderse casar con su novio. Pero ahora
vive otra vez en Tel Aviv, donde nadie le molesta. Los israelitas no admiten el
matrimonio entre personas del mismo sexo, salvo que se haya celebrado en el
extranjero, miren ustedes si son especiales. De todo esto hablamos mientras hacíamos
el circuito clásico: caña en El Brillante
de Atocha, verdejo de Rueda en La
Vinícola Mentridana y un manzanilla bien frío, acompañado de unas tajadas
de mojama, en La Venencia, lugar singular al que hace una eternidad dediqué el
Post #106
que les recomiendo leer, si es que no lo conocen.
El jueves acudí con mi amigo X y nuestro
grupo de forofos del teatro a ver la performance
que hacen Israel Elejalde, Irene Escolar y otros jóvenes actores sobre Un Enemigo del Pueblo, de Ibsen, en el
Teatro Pavón, de Lavapiés. En realidad no representan la obra, sino que
organizan una especie de foro político en torno a los conceptos que Ibsen trae a
colación. Un teatro participativo heredero de los debates del 15-M, en el que
acabaron poniendo en suerte al público para que opinara. El meollo de la
cuestión era si el sufragio universal está bien o no, teniendo en cuenta que la
mayoría de la gente suele ser estúpida (dice Elejalde), a lo que sus compañeros
responden llamándole elitista y fascista. ¿Debería tener derecho a voto esa mayoría silenciosa y borreguil, manipulable hasta el extremo de votar contra sus propios intereses (Trump, Brexit, paz en Colombia, etc.)? Cuestión peliaguda. ¿Mi opinión? Estoy de acuerdo en que la democracia es el
peor sistema político que existe, con excepción de todos los demás (Churchill
dixit) y, sin embargo, no conozco ninguna alternativa, aunque desde esta
tribuna se ha criticado muchas veces a esa chusma informatizada, que aúna
incultura, cabezonería y resentimiento. Pero yo no he propuesto jamás que se les quite el derecho a voto. Si ganan una elección por mayoría, aunque sea con una opción política perversa, pues hay que aceptarlo. Como es natural, terminamos el debate en una terraza de la Plaza de La
Latina, frente a unas croquetas y unos huevos rotos, regados con cerveza de
barril.
Por último, el viernes, salí de
la ofi y me fui a comer con mi amigo G. que es también mi personal shopper. Hace un tiempo montamos él y yo una compra, cuyos
últimos flecos rematamos ayer, 31 de agosto, último día del plazo previsto,
ante lo cual no tuve más remedio que invitarle a comer en agradecimiento a la
brillantez de su trabajo. Esta vez elegimos un restaurante de la franquicia asiática
Tao 3.6.9, en donde nos obsequiamos con unos entrantes de edamame y un par de gyozas, seguidos de un guiso de tiras de ternera con verduritas al
wok, con noodles y ensalada de algas, para chuparse los dedos. Y con cerveza japonesa de presión, de la marca Sapporo, que es extraordinaria.
Estuve a punto de pedir unos palillos chinos, pero me corté para no acomplejar
a mi compañero.
En fin, del programa de fin de
semana ya ni les cuento. Lo explicado más arriba no me ha impedido
trabajar duro en la oficina y cumplir con mi programa de entrenamientos de
madrugada. Ya sé que les sorprende la cantidad de amigos con profesiones raras
que tengo, pero es que no se acaban de convencer de que este blog se está superando a sí mismo, y que, ahora mismo, se enfrentan ustedes a un
auténtico influencer. Y además
cabalgando sobre una ola desbocada. Con 67 tacos, tengo que cuidarme y estar muy atento, no
me vaya a pasar como al Viceprimer Ministro de Uganda. ¿Cómo? ¿Que no saben lo
que le pasó? Pues que, con 79 años y más de 100 kilos de peso, le tocó hacer el
saque de honor en un partido de fútbol y… bueno, véanlo por sí mismos. Lo
dicho: al que nace gordo, tontería que lo fajen. Que pasen un buen finde.
De acuerdo con lo que nos propones, desde ya me declaró follower de este blog. Jajajajá. Nos la has colado otra vez, great pretender. Abres amenazando con un texto caótico y ya lo tenías perfectamente estructurado. Eso sí, el título no tiene nada que ver con el contenido, pero es genial.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eso es, exactamente, querido follower anónimo. El título que tanto te gusta es un refrán demoledor, escuchado por la zona de Soria.
EliminarLo del ministro es maravilloso. No solo se cae de culo sino que además le sale un zapato volando.Ni aposta le saldría otra vez.
ResponderEliminarLa verdad es que a mí me encantan estas escenas que salen justo al revés de cómo están programadas. Es donde se ve la vida como es.
EliminarYo, que voy a decir, si nací gorda...
ResponderEliminarJaaaa,ja,ja!
Bueno, cada uno tiene que asumir cómo es y desterrar los complejos: al que no le guste cómo soy, que no me mire.
EliminarRespecto a esto del sobrepeso y los kilos de más, hace tiempo escribí un post que tal vez te haga gracia; es el "http://tiomilu.blogspot.com/2014/06/259-dietas-y-sobrepeso.html"
En los comentarios no admiten links, como sabes tú que eres experta bloguera. Has de copiar y pegar.
Saludos cordiales, amiga Josefina.