A punto de salir para Chicago, termino una semana intensa que les voy a contar, ya que me dicen algunos de mis
seguidores habituales que les encanta que cuente estas batallitas. He de
aclarar que, como de costumbre, cuando uno está a punto de faltar una semana en
la oficina, todo el mundo le insta a que deje terminados todos los asuntos
posibles. Esto se suma al rebufo que
ya traigo, subido en mi ola favorable, sobre la que pienso seguir surfeando
hasta que me pegue la bofetada, o la cosa vaya bajando de intensidad gradualmente.
Yo mismo me maravillo de la cantidad de cosas que hago en una semana.
Porque han de saber que, a lo que cuento en el blog hay que añadirle los
entrenamientos por el Retiro. Más los temas que no se cuentan en este foro, bien
por aburridos y sin contenido bloguero (como el acuchillado de mi parqué), o
bien porque afectan a temas íntimos, no sólo míos sino de terceros, que no voy
a poner en público, para solaz de todos los cotillas del mundo mundial. Más el
trabajo que supone la propia escritura del blog. En fin, que esta semana previa
a mi escapada a Chicago ha sido de órdago. Vayamos por partes.
Mi amigo Flavio Coppola se quedó
encantado con el webinar que protagonizamos mi compañera C. y yo la semana
anterior. Luego estuvo unos cuantos días missing,
absorbido por el montaje de la cumbre mundial del clima, organizada por
el Ayuntamiento de San Francisco, cuyo anuncio les he puesto arriba, y otra
serie de asuntos que tenían su atención ocupada. Solamente el fin de semana
anterior a este en el que estamos, disfrutó de un rato para echar un vistazo a
las imágenes que yo le había mandado para mi
intervención en el workshop de Chicago. No le parecieron adecuadas, por una
razón muy clara. Muchos de los técnicos que se reunirán conmigo en el taller,
ya asistieron a mi presentación a medias con C. del otro día. Yo le
había mandado a Flavio unas imágenes que eran una especie de resumen de las del
webinar y él quería unas imágenes totalmente diferentes, porque además, el
vídeo del webinar estará a disposición de todos.
Me lo contó por teléfono el
sábado por la tarde y, cuando llegué a mi oficina el lunes, tuve que llamar a C.
y ponerme con ella a trabajar para hacer una presentación nueva, que debíamos mandarle
el martes, porque ya estábamos fuera de plazo. El lunes llegué a mi casa muy
tarde, pero con tiempo de ver el partido del Deportivo, que lo daban en
abierto. El martes tenía una reunión a primera hora. El Ayuntamiento ha creado
una Oficina de Atención al Inversor Extranjero, que tiene su sede en la
plaza de Jacinto Benavente, a 20 minutos andando desde mi casa. Esa oficina se apoya en un grupo de trabajo transversal, que se reúne una vez al trimestre
para coordinar la actividad municipal en este sector. Y yo soy el representante
del Área de Urbanismo en ese grupo (quién si no). Acabada la reunión, bajé a
Sol a coger el tren y luego el Metro hasta mi oficina. Menos mal que mi colega
C. había avanzado en la confección de mi presentación para Chicago. Se la
enviamos a Flavio a las 5 de la tarde y supongo que se la encontró en su buzón
de entrada cuando se levantó.
Regresé a casa y apenas pude
sentarme un rato. A las 19.30 tenía que estar en Malasaña para la sesión
inaugural de esta temporada de Billar de Letras, el club de lectura al que
llevo unos años adscrito. Como me gusta hacer, fui a pie desde mi casa, 35
minutos de paseo urbano por el centro de la ciudad, que me preparan anímicamente
para la discusión literaria. Esta vez nos centramos en la novela La Espuma de los Días, de Boris Vian
(1947). Boris Vian fue un tipo muy singular, que vivió en una época en la que
florecían el surrealismo, el existencialismo y la resaca del dadaísmo. Vian los
superaba ampliamente a todos ellos, a la vez que los criticaba con saña.
Ingeniero, trompetista de jazz, cantautor que dejó una serie de melodías y
letras que no desmerecerían en el cancionero de Brel o Brassens, escribió
varios libros inclasificables, que le dieron fama, además de perpetrar unas cuantas
novelas policíacas brutales, que camuflaba tras el seudónimo Vernon Sullivan, como
la sublime Escupiré sobre vuestra tumba
(1946).
Cuando este último libro fue prohibido
por violento y pornográfico, Vian salió públicamente en defensa de su
heterónimo. Y, cuando se supo que en realidad eran la misma persona, mucha
gente se sintió estafada por este great
pretender y dejó de apoyarle. En la actualidad, no tengo duda de que a este
brillante e imaginativo artista multidisciplinar se le calificaría de friki. Y su
historia se coronó con una muerte digna de un verdadero friki. Resulta que le
ofrecieron hacer una versión cinematográfica de La Espuma de los Dias. Vendió sus derechos a una productora y
empezó a colaborar con ellos como guionista asociado. Pero, a medio rodaje, se
mosqueó porque estaban distorsionando el mensaje de su novela y rompió con
ellos sonoramente, desautorizando en público la película. El día del preestreno
en París, la proyección hubo de interrumpirse bruscamente. Un espectador de las
últimas filas estaba sufriendo un infarto. Los médicos llegaron rápido, pero no pudieron salvarle.
Cuando lo identificaron, descubrieron que era el propio Vian, que había acudido
de incógnito al preestreno.
Yo había leído la novela a los 20
años y me había encantado. Era un relato alucinado, muy apropiado para la época
de la experimentación sensorial, los tripis, los hongos mexicanos y la música
de Pink Floyd. Y la retomé ahora con cierta aprensión. Ya me ha pasado que, al
repasar algún libro o película que me maravilló en mi juventud, mi revisión me
lleva a exclamar: –Pero, cómo me pudo entusiasmar a mí esto. Algo así sentí de
entrada al afrontar La Espuma de los Días,
aunque, avanzando en su lectura, me fue ganando de nuevo. Lo mismo les había
sucedido a varios de los miembros del club. Así que les hice una reflexión, no
por obvia menos certera: si el libro nos encantó de jóvenes y ahora nos irrita
más o menos, dado que el texto es el mismo, está claro que los que hemos
cambiado somos nosotros.
Regresé a casa
caminando, pero no tenía sueño: la discusión sobre el libro de Vian me había
despejado. Así que subí y me puse a escribir mi post de cierre de la
serie Recovering myself. No necesitaba mucho esfuerzo intelectual: lo tenía
entero en mi cabeza y sólo tenía que transcribirlo. Eso no me impidió madrugar
el miércoles. A las 9.00 tenía que estar en la sede de ASPRIMA, en el despacho
de su Gerente, Daniel Cuervo. La principal asociación de los promotores
inmobiliarios de Madrid está muy interesada en Reinventing Cities y había ofrecido facilitar contactos entre los finalistas del concurso y algunos de sus asociados, que
tengan interés en sumarse como inversores a las diferentes propuestas. En el
encuentro definimos la operativa para organizar esa colaboración. En la segunda
parte de la mañana, tuve que rematar determinados trabajos, como la redacción
de un comunicado de prensa explicando el cierre de la primera fase de
Reinventing y el inicio de la segunda. Y tuve un hueco para repasar y publicar mi post, escrito la noche anterior.
Pero tampoco tenía descanso esa
tarde. Desde mi oficina me desplacé directamente a la antigua Real Fábrica de
Tapices, cerca de Atocha. Esta institución, vinculada al Patrimonio de la
Corona, entró en quiebra hace unos años y ahora se ha reconvertido en lugar
para eventos, bajo el nombre de Loomhouse. Ese era el lugar que había alquilado
la Camara Hispano-Danesa de Comercio, para una jornada en torno a la felicidad
en la sociedad moderna, en la que yo participaba como ponente. Qué quieren que
les diga: ahora mismo soy conocido en todo el Ayuntamiento, en donde tiran de mí para
los acontecimientos más estrambóticos. Soy el Boris Vian de los servicios
municipales, salvando las distancias. Marianne Koefoed, danesa que vive en
España desde hace años, era la encargada de la organización de la jornada. Y nos
citó a las 17.30 para cruzar y concretar nuestras intervenciones.
Allí me encontré a un viejo
conocido: Mikkel Larsen, de la embajada danesa, que ya me ha traído varias
delegaciones de su país, entre ellas la muy celebrada en el blog de los daneses
birreros, que se contó en el Post #562, y de la que todavía se acordaba. Mikkel
era el moderador de la primera de las dos mesas redondas de la jornada, en la
que me tocaba hablar en primer lugar. Lo cierto es que salí del apuro con las
tablas que me confieren mis años de participar en saraos de todo tipo. Empecé
diciendo que para el equipo de Gobierno Municipal, la felicidad de sus
ciudadanos es trascendental, pero no puede ser que esa felicidad, ligada a la
calidad de vida urbana, vaya por barrios. Si hay diferencias de calidad de vida
entre los barrios, eso genera frustración, irritación y agresividad. Por eso el
Ayuntamiento desarrolla estrategias de reequilibrio territorial y social,
apoyando a los barrios más vulnerables. Eso me daba pie para hablar de mi libro y explicar la
Estrategia de Regeneración Urbana y la forma en que hemos organizado la
participación ciudadana. Es decir, lo mismo que voy a contar en Chicago.
Las siguientes intervenciones en
las dos mesas redondas hablaron de cosas como el hygge danés o el ikigai
japonés, recetas para alcanzar la felicidad en la sociedad urbana del Siglo
XXI. Durante un rato me sentí como alguien ajeno a lo que se estaba ventilando
en la jornada pero, a la hora de las preguntas finales, muchas de
las cuestiones planteadas tenían que ver con mi intervención, que acabó en el
centro del debate. Después había un vino en el jardín del lugar, en donde me
sentí muy a gusto y me quedé hasta el final. Los expertos en la felicidad parecían efectivamente felices y eran bastante divertidos. Llegué a casa después de las 11 de
la noche. El jueves tuve una mañana bastante agotadora, intentando cerrar todos
los frentes abiertos en mi penúltimo día de oficina. Esa tarde, por fin, me
pude echar una siesta en casa, tras lo cual salí a correr por el Retiro, primer
y único entrenamiento de esta semana.
El viernes me esforcé en terminar
pronto mis tareas pendientes, para salir a las 2 de la tarde y llegar a mi cita
para comer con mi hijo Kike, que ha venido este fin de semana de visita. Tras
un breve descanso, me desplacé al teatro La Abadía, para asistir a la versión que, como
intérprete único, hace Lluis Homar del clásico decimonónico catalán Tierra
Baja. Es algo que merece la pena. Este hombre interpreta de forma admirable a
cuatro personajes de este dramón romántico rural. Lo hace con una escenografía
mínima, vestido de negro, subrayando los cambios de personaje de forma muy sutil, exclusivamente
con su lenguaje gestual. Así cuenta la tremenda historia del amo Sebastiá, que
necesita casarse con alguna heredera de las otras casas de terratenientes de la
zona para evitar la ruina. En este empeño se interpone su relación, por todos conocida, con una
amante a la que ha sacado de la mendicidad en Barcelona. Para convencer a
alguno de sus suegros potenciales organiza la boda de su amante con un pastor
al que recluta de las montañas, un personaje que encarna la ingenuidad y la
pureza de las incontaminadas tierras altas. Eso desencadena un volcán de
pasiones y sentimientos que atrae una violencia imparable y demoledora.
Pero mi semana de sinvivir no
había terminado. El sábado tenía un bolo extra. A las 9.30 debía estar en el
Matadero, para atender a los Coordinadores Generales de las Alcaldías de las
capitales de la Unión Europea. Estos cargos tienen una red que cada año
organiza un viaje y este año tocaba Madrid. Habían llegado el jueves, con una
agenda bastante nutrida, que incluía una recepción con la Alcaldesa y diversas
visitas. El viernes por la tarde lo reservaban para ver el Bernabeu y un Corte
Inglés, atracciones inevitables de nuestra ciudad. Y el sábado por la mañana iban
a conocer el Matadero y el parque Madrid Río, visitas en las que yo debía ejercer
de anfitrión en inglés. La cosa terminó en una comida en el Club de Campo, a la que se incorporó Luis Cueto, el Coordinador de Madrid. El
sábado por la tarde por fin pude relajarme un poco. Porque hoy domingo he tenido que prepararme para mi viaje de Chicago, lo que ha incluido plancharme cinco camisas, porque la señora que limpia en mi casa ha tenido a bien hacer pellas esta semana. Aun así me ha quedado hueco para
escribir este post.
Dejo para el final algo que oí en
la jornada sobre la felicidad. Me gustó especialmente la intervención de Paloma
Fuentes, médico y psicóloga que se presenta como happytóloga. Esta mujer, que
trabaja en las unidades de recursos humanos de varias empresas, como Mahou,
ocupándose de la felicidad de los trabajadores, dijo cosas muy interesantes.
Cuando se inició en este nuevo sector de la política de personal de las
empresas, se centró en combatir el estrés laboral y vital. O sea, que
contraponía felicidad a estrés. Sin embargo, sus reflexiones le habían llevado
a una conclusión distinta. La felicidad puede ser compatible con un estrés, más
o menos intenso. Puede haber un estrés feliz, o una felicidad estresada. La
felicidad está más bien vinculada con la capacidad de actuar de forma
consciente. De hacer lo que hacemos porque lo queremos hacer, como resultado de
una reflexión que tenga en cuenta todos los factores y derivadas. Eso nos hace
sentirnos emocionalmente realizados, sensación básica de la felicidad.
Es este un tipo de felicidad que puede
mantenerse de forma continuada, como sustrato básico para seguir adelante. Cada
uno ha de identificar que es lo que quiere y esforzarse por conseguirlo. Y, desde luego, ese
concepto de felicidad no comporta estar todo el tiempo con una sonrisa
bobalicona en la cara. Uno ha de vivir la ira o la tristeza cuando corresponda y dejarlas expresarse. En una entrevista, le preguntaron a Julio Caro Baroja si
era feliz. Su respuesta. –Ni soy feliz ni maldita la falta que me hace. Yo estoy
en este momento haciendo lo que me gusta, que no es lo que buscan otras
personas. Por ejemplo, hace unos cuantos años que no voy a la playa durante el
verano. A mí lo que me gusta son las ciudades y todo mi tiempo de vacaciones lo
vengo dedicando a visitar nuevas ciudades. Intento ser yo mismo, be myself, como dice Sheryl Crow.
Mañana me voy a Chicago con una
agenda muy apretada y tal vez no vuelva a escribir en el blog hasta la vuelta.
Ya tengo toda la información sobre el workshop y nuestra estancia. Nos
alojaremos en el Chicago Athletic Association Hotel, a 3 minutos andando del Chicago Cultural Center donde se celebra
el workshop. Y a 5 minutos del Millenium Park. En cuanto vi el plano de
localización del hotel, me vino una idea a la cabeza: salir a correr por el parque, si tengo
un rato libre. Y una segunda idea automática: Shannon Ryan, mi amiga de LA con
la que me encontraré en Chicago. Ayer le escribí un whatsapp contándole esto. Le
dije que no tenía constancia de que fuera corredora, pero que una intuición
súbita me decía que tal vez lo fuera. Y que, en caso de que lo fuese y si le apetecía, podíamos correr juntos un
día por el Millenium Park. Me contestó que no era una corredora muy regular,
pero que cargaría en su equipaje con sus zapatillas de running, por si acaso
(just in case). Y yo le confirmé que también llevaría las mías, just in case.
Como dijo Dostoievsky, el misterio de la existencia humana no radica en
mantenerse vivo, sino en encontrar algo por lo que vivir.