Tengo
que confesarles una cosa. Llevo casi cuatro años con un teléfono móvil de la
marca española BQ, comprado normalmente en el FNAC de Callao. Durante este
tiempo, he vivido en el convencimiento de que tenía un móvil. Y de pronto he descubierto que lo que tengo es una móvil. O, si lo prefieren, un móvil
hembra. Enseguida se lo explico pero, comprendan, esta es una cuestión un tanto
delicada y peliaguda que requiere una exposición fundamentada, empezando por
los antecedentes y los distintos síntomas que desde el principio observé, y que
hasta ahora no he sabido valorar para relacionarlos en una categorización femenina. Y rematando
con las pruebas definitivas que he recabado en estos días y que me han llevado
al convencimiento inequívoco de que lo que tengo es una móvil y no un móvil.
La verdad es que desde el primer momento, mi móvil tuvo una serie de comportamientos erráticos y volubles que inicialmente atribuí a mi falta de pericia con un aparato muy distinto y supuestamente mucho mejor que mi viejo teléfono, un Nokia de esos que ahora mismo ya no usa nadie. Por ejemplo, yo seleccionaba una melodía para que fuera esa y no otra la que sonara cada vez que alguien me llamase y, al cabo de unos días, me volvía a reponer la original, bastante sosa y desabrida por cierto. Y lo mismo con el sonido que avisa de que ha entrado un guasap. En este caso, creo que no hay un sonido más odioso en el mundo que el fufú-fifuí-fu ese que viene de serie y que cierta gente lleva a todo volumen. Recuerdo un viaje en tren entre dos ciudades alemanas en que me tocó en el vagón con dos chicas de camisetas floridas, piercings en hilera por las orejas, aro en la nariz y tatuajes diversos. Durante todo el trayecto les estuvo sonando el maldito fufú-fifuí-fu que las avisaba de sucesivos mensajes que las hacían reír a carcajadas y que luego se pasaban entre ellas duplicando el coñazo.
La verdad es que desde el primer momento, mi móvil tuvo una serie de comportamientos erráticos y volubles que inicialmente atribuí a mi falta de pericia con un aparato muy distinto y supuestamente mucho mejor que mi viejo teléfono, un Nokia de esos que ahora mismo ya no usa nadie. Por ejemplo, yo seleccionaba una melodía para que fuera esa y no otra la que sonara cada vez que alguien me llamase y, al cabo de unos días, me volvía a reponer la original, bastante sosa y desabrida por cierto. Y lo mismo con el sonido que avisa de que ha entrado un guasap. En este caso, creo que no hay un sonido más odioso en el mundo que el fufú-fifuí-fu ese que viene de serie y que cierta gente lleva a todo volumen. Recuerdo un viaje en tren entre dos ciudades alemanas en que me tocó en el vagón con dos chicas de camisetas floridas, piercings en hilera por las orejas, aro en la nariz y tatuajes diversos. Durante todo el trayecto les estuvo sonando el maldito fufú-fifuí-fu que las avisaba de sucesivos mensajes que las hacían reír a carcajadas y que luego se pasaban entre ellas duplicando el coñazo.
Pero
no era ese el único comportamiento estrambótico de mi móvil, que lo mismo se
quedaba en silencio, de forma que no me enteraba de que alguien me estaba
llamando, que me subía el volumen de modo que asustaba a mis contertulios en
una reunión importante de trabajo. O me echaba inopinadamente de aplicaciones
como el Google Maps o el Youtube. Empecé a pensar que, sencillamente, el
aparato me tenía manía, ya saben que no soy alguien especialmente machista y
jamás se me habría ocurrido sospechar de la condición de género de mi móvil. Ya
sé que hay gente que habla de cosas como el
eterno femenino, la volubilidad, la coquetería, la donna è mobile cual piuma al vento, muta d’accento, e di pensiero,
etc. Pero yo no caí en lo que realmente le pasaba. Pregunté a un delineante del
curre, que sabe de estas cosas, y me dijo que no tenía ni idea de por qué el
aparato me trataba tan mal. Él tenía uno igual y le iba de maravilla. Entonces
sucedió algo que tampoco supe valorar. Mi amigo el delineante me dijo que hacía
mal de llevar el móvil suelto en el bolsillo, que a los aparatos hay que
tratarlos bien, que había unas fundas estupendas y que si le ponía una tal vez
me funcionara mejor.
Así
que me acerqué otra vez al FNAC y le compré a mi móvil la funda más cara y más
bonita de todas las que tenían: sobria, negra, de cuero, muy elegante, con una
tapa dura que al abrirse encendía la pantalla y al cerrarse la apagaba. A partir
de entonces, entramos en una fase de plenitud que duró cerca de dos años. El
efecto fue como cuando a una mujer del tiempo de nuestras abuelas se le
regalaba un abrigo de visón o una gargantilla de diamantes. Nuestra relación de pareja entró en una época de amor profundo y compartido y tengo que decir que nunca antes había tenido un móvil que me funcionara tan bien. Todo fue maravilloso en esa
temporada de esplendor. Pero ya saben que todo lo bueno se acaba y todo lo que
sube, baja.
En
un momento dado, la funda empezó a deteriorarse y el comportamiento del móvil a
agriarse ligeramente otra vez. Las cosas empeoraron notablemente cuando adquirí
mi nuevo ordenador Lenovo, hace como año y medio. Con mi anterior computador,
el móvil había establecido una buena relación. No suponía una competencia para
él/ella. Yo los conectaba a través de un puerto USB y eso me permitía traspasar en un
segundo las fotos que hubiera hecho con el móvil o las imágenes que recibía por
guasap, para archivarlas debidamente. Pero, con el Lenovo, empezaron enseguida
las tiranteces y los celos y esa conexión entre ambos se inutilizó
definitivamente. Ahora mismo, para pasar una foto del móvil al Lenovo, tengo
que enviármela a mí mismo por mail y luego abrir el correo y descargarla.
Porque es imposible que ambos aparatos tengan una mínima relación basada en el mutuo respeto.
Cuando
la funda de cuero estuvo hecha unos zorros, subí al FNAC a comprar otra y me
dijeron que no les quedaban y que ya no se iban a fabricar más, porque era un
modelo anticuado. Pregunté en otras tiendas con idéntico resultado. De eso hará
unos nueve meses. Me fui a los chinos y me dijeron que de cuero no tenían, pero
sí de plástico transparente, unas universales que valen para cualquier móvil.
Me compré una y se la puse. Desde entonces, nuestra relación ha caído en picado.
Se ha enfadado tanto con la nueva funda estándar, que ya no me habla. Cuando me
voy de viaje y pongo la ruta en el Google Maps, el teléfono no me dirige la
palabra. Llego a una rotonda y no me dice que tome la segunda salida. Tengo que
pararme en el arcén y consultar la pantalla para confirmar la ruta. Me consta que me ha
borrado contactos de la agenda sin avisarme. Pierde la conexión de Internet
todo el rato. Se pone en modo avión cuando le da la gana y me deja desconectado hasta que me doy cuenta. Me boicotea parte de las llamadas externas, haciendo saltar el
contestador. Y, tanto en París como en Cannes, he tenido que sufrir que mis compañeras fueran por la calle enviando y recibiendo guasaps, mientras yo no conseguía conectarme hasta la noche. Estoy convencido de que mi móvil me odia.
Pero
nada de lo que he contado hasta aquí podría presentarse como prueba irrebatible
del sexo de mi móvil. Para llegar a una conclusión tan radical hace falta algo
más. Una prueba irrefutable. Por ejemplo, en mi casa de La Coruña tuvimos un trupial,
un gran pájaro de la familia del mirlo pero con toques amarillos en las
remeras, oriundo de Venezuela, que nos habían traído en un barco. Le pusimos
por nombre Kiko y se convirtió en uno más de la familia. Estaba en una jaula
enorme y, cada vez que entraba mi padre en su cuarto, lo saludaba diciendo ¡¡Ay-ke-tío, ay-ke-tío!! Bueno, pues,
tras diez o doce años de vivir con nosotros, un día nos dio la gran sorpresa:
puso un huevo. Sólo entonces supimos que no era Kiko, sino Kika.
Eso
mismo me ha pasado a mí con el móvil. ¿Y cuál es esa prueba irrefutable de su
condición femenina? Pues que se está deteriorando de una forma que sólo puede
ser atribuible a un proceso acelerado de menopausia. Les puedo jurar que a mi
móvil le dan unos sofocos arrasadores. De pronto le empieza a subir la
temperatura y no cesa hasta alcanzar niveles insoportables. Y, cuando le pasa
eso, se apaga, aunque le quede un montón de batería, y es imposible revivirlo
hasta que se le pasa el soponcio. La primera vez que sucedió fue la semana
pasada. Había quedado yo con mi amigo Tito para ir al Hipódromo de La Zarzuela , donde corría un
caballo de su propiedad, por nombre El
Capitán América (homenaje confeso al personaje de Easy Rider), que por cierto llegó el sexto, así que perdimos todo
lo que apostamos por él.
Pero
a lo que vamos. Acordé con mi amigo que me acercaría a su casa, donde
habíamos quedado también con un tercer colega, para ir todos en su coche. Así
que me cogí el Metro cerca de las 9 de la noche y me fui hasta Pacífico, en
donde debía cambiar de línea. Ya lo notaba yo un poco caliente al móvil, pero
pensé que sería debido a los 40 grados que hacía en la calle. Ocupé un asiento y me
puse a consultar las noticias de Internet. Y entonces sucedió: al móvil le
entró una sofoquina sobrecogedora, irreversible, devastadora; el aparato casi
me quemaba en la mano y en unos segundos se apagó del todo. Tenía batería de
sobra, pero intenté encenderlo y era imposible. No me dejaba teclear la clave.
Mi problema era que había quedado en llamar a Tito cuando estuviera llegando.
Pero no podía llamarlo. Y tampoco me sabía cuál era exactamente su portal.
Pensé en ir a un bar y llamarle desde cualquier teléfono, pero entonces caí en
la cuenta con horror de que no me sé su número. De hecho ya no me sé de memoria
ningún otro número de teléfono de nadie. Bueno, con la excepción de los de mis
dos hijos, Lucas ahora mismo en Osaka (Japón) y Kike ahora mismo en Mumbai (La India ).
Pensé
que tendría que volverme a casa y me perdería las carreras. Pero, por si acaso, saqué el móvil de
su funda y me pasé el resto de trayecto soplándole para que se refrescara,
comportamiento atípico que inmediatamente suscitó las miradas incómodas de mis
compañeros de vagón. Por fortuna, cuando llegué a Avenida de América, el
aparato estaba ya algo más fresco y me dejó teclear la clave, con lo que pude
salir del apuro. Desde entonces, ya le ha dado el soroche varias veces más. Y el terror de que me deje colgado me
tiene preocupadísimo. Hasta el punto de que ahora viajo siempre con un abanico,
que utilizo en cuanto se empieza a calentar. Ayer en el Metro, una señora me
preguntó por qué hacía eso. Le conté que el móvil me había salido hembra y, la
pobre, tenía unos sofocos horrorosos. Al instante llamó a unos de seguridad y les dijo a gritos que me estaba burlando de ella, que qué vergüenza, un señor tan mayor con el pelo blanco haciendo esas gamberradas. Los seguratas me sacaron del vagón en la siguiente parada, examinaron mi
DNI y me pidieron que guardara el abanico y me dejara de tonterías, que
bastante trabajo tenían ellos, encima con este calor.
El
caso es que, tengo que confesarlo, le había cogido cariño a mi pequeña BQ (he
recurrido a usar el adjetivo de tamaño pequeña, porque, en castellano, el pronombre posesivo de primera persona
mi no diferencia el género, como sí
sucede en portugués y en gallego: mi móvil/miña móvil, en italiano: il mío
cellulare/la mía cellulare, en francés: mon portable/ma portable, etc.). Decía que le tenía mucho cariño a mi pequeña BQ, que tantos viajes ha compartido conmigo,
aunque a mí me gustan más las mujeres de otro perfil, maduras, estables y cerebrales.
Pero no es culpa mía que le haya llegado la menopausia y lo lleve tan mal. Y, lo siento
mucho, pero yo necesito una móvil para mi trabajo y para desenvolverme por la
ciudad. Y no puedo andar por ahí con una móvil casquivana, antojadiza, voluble,
despechada y vengativa.
Así
que no me queda otra salida que jubilar a la pequeña BQ y hacerme con una móvil
más joven. Ya sé que esto es algo muy mal visto entre el auditorio femenino que
mayoritariamente sigue este blog, como cualquier otro foro con un mínimo de
interés, que no tenga que ver con el fútbol, incluyendo en esa tipología al
nuevo Gobierno de España. Soy consciente de que estoy bordeando un terreno muy
peligroso. Pero ya me dirán ustedes qué hago. No me queda otra salida. Yo no
puedo arriesgarme a que, por ejemplo, estando en un congreso en el extranjero, a mi móvil le
dé un amarillo y me deje colgado.
Incluso ya le tengo echado el ojo a una chinita preciosa, de la marca Huawei
que me dicen los colegas que da unas prestaciones espectaculares. Ya les iré
contando. Sean buenos y buenas, ustedes y ustedas. Y no se lo tomen por la
tremenda; un poquito de humor nunca viene mal.
¿Con que... despechada, eh? Reza para que no sea vengativa ni italiana la tua cellulare abandonata; la vendetta podría ser terribile, uomo volubile.
ResponderEliminarQuerida, ya sabes que el despecho es el origen de muchos males. Uno siente que "le han faltado" y se coge unos rebotes tremendos. Es muy malo para la salud. El que es del tipo mosqueón, sale por la mañana de su casa buscando a ver quién le ofende un poco para cogerse el gran disgusto.
EliminarRealmente me has pillado con lo de uomo volubile. Ese es uno de mis pecados y por eso acuso a las contrarias de lo que, en realidad, hago yo.
Besos.
Enhorabuena. Toda una brillante construcción fantástica, basada en cosas que hace su móvil y que tienen una explicación técnica. En estos momentos, su móvil debe de estar sobrecargado de información si usted lleva casi un año sin vaciar sus archivos de fotos y supongo que también de vídeos. Eso es muy malo para la batería, que tal vez está ya para el arrastre y por eso se calienta, aparte de que el calor ambiente tampoco les va bien a los móviles.
ResponderEliminarPara poder enviar sus archivos al Lenovo a través de un cable sólo tiene que buscar en Ajustes del teléfono la tecla correspondiente que le valida esa facilidad. Pero imagino que usted ya sabe todo esto y más si tiene un asesor delineante que sabe un poco del tema.
Lo de la batería tiene peor arreglo. Puede sustituirla por una nueva. aunque me malicio que todo este montaje está dirigido a justificarse para comprar un móvil nuevo, como hace con sus coches Toyota. Los que seguimos su blog ya le tenemos pillado el truco, great pretender!!
Gracias por los consejos técnicos. Realmente creo que me voy a tener que comprar un móvil nuevo, como usted, sagazmente ha descubierto.
EliminarUn abrazo.
No sé si lo que quiere es provocar con este gran guiñol hilarante (para quien le hagan gracia este tipo de discursos) basado en estereotipos sobre la mujer, a la que se vende como un personaje inestable y, en definitiva, inferior. Rezuma un tufillo machista, más propio del entorno de forocoches y otras páginas similares, que de un blog que suele ser más inclusivo. Espero que no se deslice por esta pendiente.
ResponderEliminarPues yo lo veo justo al revés, mire por donde. A mí me parece que el autor hace una crítica irónica y muy sutil de esos estereotipos que usted dice, por el procedimiento de darle la vuelta al mito de la mujer-objeto, al que se podría asimilar el comportamiento voluble e inconstante que se describe. La mujer objeto se transfigura en el objeto-mujer y permite ver desde el ángulo contrario esa serie de prejuicios. Entendido así, el texto sería profundamente feminista.
EliminarContesto a los dos. En cuanto a la primera (deduzco que es mujer), le digo que yo únicamente he tratado de provocar últimamente cuando puse verdes a los taxistas, y nadie me entró al trapo. Sus opiniones, discúlpeme, me llevan a pensar que pertenece usted a un colectivo de los que he descrito en otro post como "con la mente formateada" en este caso con un sesgo feminista que respeto, está usted en su derecho, y no era mi intención ofenderla. Que me compare con forocoches sí que sería muy ofensivo, pero no se lo voy a tomar en cuenta. Le contestaré eso de "manos blancas no ofenden", este sí, proverbio típicamente machista y que obviamente añado para provocar, pero amablemente, pelillos a la mar y tengamos la fiesta en paz.
EliminarEn cuanto al segundo, aparte de darle las gracias por defenderme, no sé qué decir. Lo de la mujer-objeto y el objeto-mujer es muy ingenioso y tal vez fuera eso lo que inconscientemente pretendiera. Pero, entre usted y yo, mi única pretensión consciente con este post era divertirme un rato, hacer reír a mis lectores y caminar un poco por el filo de la navaja bordeando terrenos peligrosos, pero como siempre con educación, cariño y sentimientos positivos.
Abrazos y besos para ambos.
Pues yo me he reído bastante. Por cierto, tengo un bq que tiene ya tres o cuatro años y va divinamente, debe de ser que es varón...
ResponderEliminarBromas aparte, yo tengo el móvil (el mio es chico, como dije) sincronizado con "fotos" de gmail, y se me guardan automáticamente todas las fotos y vídeos, y luego me descargo las que me interesan en el ordenador, y las que no, las borro. Y no se me sobrecarga "el" móvil. Y sigo pudiendo acceder a ellas, pero sin que me ocupen sitio. Eso si, hay que tener cuenta en gmail
ResponderEliminarHola otra vez, Josefina. Este texto trataba de eso: de hacer reír un poco. A mí el BQ me ha ido regular. Desde el primer momento, las fotos las hacía muy mal, no enfocaba, me vacilaba un rato con circulito central que simulaba enfocar pero al final me hacía unas fotos desenfocadas en su mayoría, con alguna excepción buena de forma aleatoria.
EliminarEl resto iba bien hasta que le cambié la funda y le puse la de los chinos. Después empezó a calentarse y eso me sugirió una forma divertida de contar mis peripecias.
Yo lo tuve durante un tiempo sincronizado con gmail, pero en algún momento se me desconfiguró y no lo supe restaurar.
Me alegro de que te hayas reído a cuenta de mis cuitas digitales.