Día después de la gran jornada de
las mujeres en las calles de todas las ciudades del mundo (las españolas, las
primeras). Un día histórico que marcará un antes y un después. He de confesar
que, de entrada (como el PSOE con la OTAN), tenía ciertas reservas con la
convocatoria de huelga y manifestación. Abajo explicaré por qué. Pero tengo que
reconocer que el apoyo masivo a esta iniciativa le ha hecho cobrar un peso que
ha desbordado todas las previsiones. Quien haya estudiado las tesis del materialismo
dialéctico (Marx-Engels), recordará que las situaciones y
los movimientos suelen crecer y reforzarse de forma tranquila y gradual, hasta
el momento en que se alcanza la masa crítica que induce un salto cualitativo. Y
que esta parte del proceso suele ser vertiginosa y genera un avance irreversible,
tras el cual nada vuelve a ser igual. Pues ayer parece que sucedió un fenómeno
de esta naturaleza.
Cuando digo esto no me guío por
los periódicos, las noticias, ni siquiera las imágenes de TV. Yo estuve ahí y
percibí la singularidad del momento. Por la mañana ya me sorprendió la cantidad
de compañeras que salieron a la calle de 11.30 a 12.30, prácticamente la
mayoría. Para mí fue un día normal de trabajo, en el que estiré la jornada
hasta las 17.00. Después cogí el coche, lo dejé en mi plaza de parking del
Reina Sofía y me dirigí caminando a través del Retiro, en dirección a la clínica
dental, donde llevan más de un año preparándome un implante por el sistema pasito-a-pasito-suave-suavesito. Mi
cita era a las 18.00 y, a la ida, ya encontré la plaza de Atocha cortada a los
coches y empezando a llenarse de grupos con mayoría femenina, mucho color
morado, banderas, expresiones festivas, chicas pintándose los
pómulos unas a otras. A la vuelta, aquello era el desiderátum, a pesar de la llovizna. Me
costó bastante atravesar la masa. En un momento dado me quedé bloqueado, sin
poder avanzar.
Ya saben que las multitudes no me
agobian, que me siento como pez en el agua en medio de la masa. Poco a poco,
conseguí avanzar de lado, sobre todo desde que el grueso de la manifestación empezó a
avanzar hacia Cibeles. Mi plan original era haber subido un rato a casa a
descansar, hasta mi siguiente cita. Pero perdí mucho tiempo cruzando la multitud.
Así que me subí al Metro en dirección a Tribunal. Me crucé con dos trenes en
sentido contrario literalmente abarrotados de gente con banderas y gorros morados. Mi destino era el Colegio de Arquitectos, donde se presentaba la nueva
revista a las 19.30. Estuve allí como dos horas, saludando colegas a los que
hacía tiempo que no veía (pocas chicas) y haciendo un poco de
networking/lobbying del proyecto Reinventing Cities (disculpen, desde que participo en calls, me he vuelto muy
moderno) Luego regresé a casa andando. Y hube de cruzar la Gran Vía, por donde discurría
entonces la manifestación en todo su potencial. Me dejé llevar un rato por ella mientras me iba
moviendo hacia el lado contrario.
El espectáculo era grandioso.
Tres horas después del inicio, la fiesta seguía sin descanso. Había batucadas y
grupos musicales. Mujeres de todas las edades, con niños, con las abuelas. Bastantes
hombres integrados en el continuo. No se veían los extremos de la marcha, ni
por delante ni por detrás. Y todo el mundo estaba contento y seguía coreando
diversos estribillos, como Manolo,
manolo, hoy te haces la cena solo. Y el mejor de todos: me aprieta el chocho, la talla 38. Fue allí donde percibí que
estaba sucediendo algo histórico. Que el movimiento de las mujeres es
imparable, como lo es el de la sensibilidad medioambiental y algunos otros. Es
el mundo que viene. Si el tabaco desapareció de nuestras vidas, el dominio del macho, como los coches en las ciudades, tiene los días contados. El que no lo sepa ver, se quedará atrás y no
entenderá nada.
He dicho que antes del día D
tenía mis reservas. Bien, hace años que soy partidario sin dudarlo de la
igualdad de géneros, o de sexos, como se decía antes. No veo que haya razón
para la llamada brecha salarial, las mujeres han de cobrar lo mismo por
trabajos similares y no hay motivo para que sean menos que los hombres en
ningún terreno. Como lo cierto es que no es así, entiendo que estén hasta las
tetas de que no se les haga caso y monten cirios como el de ayer. Lo que pasa
es que, en estos momentos, el feminismo está, digamos, de moda; mola eso de
apoyar a las mujeres en sus luchas y hay mucho postureo y mucha gente que se
apunta a la tendencia de boquilla y luego siguen siendo unos machistas de
mierda. Por decirlo de forma más culta, en todo este ruido feminista, hay
componentes sustantivos y componentes adjetivos o, si lo prefieren, retóricos.
Por ejemplo, la duplicación de
género en los discursos de nuestros políticos, para mí, es indudablemente adjetiva. Puro
postureo y, encima, cansino. Un orador puede decir en su discurso que se solidariza con los ciudadanos y las ciudadanas marginados y
marginadas, recibir los aplausos del auditorio y luego irse a casa y
pegarle a su señora (yo he visto a un concejal socialista poner verde al PP
local por su política medioambiental, decir que el gobierno municipal nos está
intoxicando con el CO2 y, a renglón seguido, montarse en su todo-terreno diesel y
salir a toda pastilla en dirección a Majadahonda, donde viven todos los
sociatas. Lo juro. No es de extrañar que, años después, apareciera entre los
usuarios de tarjetas black). Yo soy bastante desconfiado con esto de los
postureos, las modas y las tontunas, y vigilo cualquier tendencia que no me
parezca sincera sino impostada. Y lo digo en el blog. En cualquier caso, son mis opiniones y ya saben que las opiniones son como los culos, que cada uno tiene el suyo.
Bien, pues en cuanto a lo del
Día Mundial de la Mujer, previamente me dio un tufo a rollo adjetivo o retórico;
cierto que después, al ver el seguimiento masivo y tras participar en el lío en un par de tramos, comprendí que estaba equivocado. ¿Y por qué me había dado ese tufo? Pues
tal vez porque estoy hasta la gorra de días mundiales. Porque los 365 días del
año son días mundiales de algo. Sin ir más lejos, el 4 de marzo fue el Día Mundial
del Papiloma. ¿Cómo dicen? ¿Que es una comparación inadecuada que puede
resultar ofensiva? Vale. Mis disculpas. Sustitúyanlo por el próximo día 22, Día
Mundial del Agua. Hoy mismo, es el Día Internacional del Dj. En fin. Que lo de los días mundiales es muy cansino (iba a decir es muy coñazo, pero a ver si me van
a regañar también por eso). En el Primer Mundo en el que vivimos, hay mucho
postureo. Tal vez sea el tipo de sociedad donde las mujeres viven mejor
(piensen en el universo musulmán), pero están en su derecho de quejarse de todo lo
que les resulte discriminatorio o injusto.
Así que, dirán ustedes: ¿y qué es
lo sustantivo para ti en este tema? Pues, entre otras cuestiones decisivas, algo que ya he contado en alguna ocasión en el blog y aquí enlazamos con el título del post: la lavadora.
El martes pasado asistí a la presentación del libro Ciudades Igualitarias, Guía de Urbanismo y Género, un libro que se
ha elaborado por un equipo de la Dirección General a la que
pertenezco. El título está cuidadosamente elegido; no dice urbanismo de género, sino urbanismo
y género. El urbanismo es una cosa y el género, otra. Un urbanismo que merezca tal nombre ha de ser inclusivo y diseñar una ciudad que tenga en cuenta
no sólo a las mujeres, sino también a los niños, a los adolescentes, a los
viejos, a los minusválidos, a los dependientes, a las embarazadas, a las
personas que circulan cargadas con la compra o con maletas. De eso va el libro
que presentamos el otro día.
Las autoras son dos mujeres que
hablaron en el acto de presentación. Una de ellas, la historiadora Begoña
Pernas, dio un discurso contundente y brillante, a partir del cual la incluyo
en el Olimpo de las autoras feministas con un discurso creíble y eficaz que me ha tocado escuchar. Las
otras oradoras que tengo en ese Olimpo son dos investigadoras reputadas:
Yayo Herrero, que se define como ecofeminista, e Inés Sánchez de Madariaga,
arquitecta experta en el tema. A ambas las he escuchado en conferencias de las
que se ha hablado en el blog, al final de las cuales me he acercado a
felicitarlas. Y resulta que Inés estaba precisamente entre el público asistente a nuestro acto
del otro día y, al final, la abordé. Quería que me precisara un dato
que le había escuchado en otra ocasión y con el que no me había quedado: el
porcentaje de mujeres que tienen lavadora ahora mismo en el mundo.
La lavadora es el gran invento de
la Humanidad y uno de los elementos decisivos en la lucha por la liberación de la mujer. Yo he vivido en los tiempos sin lavadora y mi madre, mi tía Lola
y las mujeres que les ayudaban en casa, empleaban un tiempo y un esfuerzo
agotadores frotando la ropa mojada en una pila de piedra de superficie
inclinada y roturada. La lavadora fue una bendición para las mujeres de mi
casa. En estos momentos, mientras ustedes leen este post, la mayoría de la población de las regiones
subdesarrolladas y depauperadas de la tierra carece de lavadoras. Y, en muchos
casos, hasta de agua corriente. Eso supone que es la mujer la que se levanta de
madrugada y acude a la fuente a por agua para preparar el desayuno de toda la
familia. La proporción de mujeres sin lavadora que le escuché decir a Inés me
pareció escandalosa, pero no me quedé con la cifra (pensaba en tres de cada
cinco o algo similar) y por eso no la cité en el blog (aquí, sólo datos
contrastados).
Así que me acerqué a ella el
martes y le pregunté al respecto. ¿Y tú quién eres? –quiso saber. Un blogger amante de la precisión –le respondí. Entonces me dio el dato. La proporción no se refiere a mujeres, sino al total de población. Pásmense: la
población mundial tiene, como saben, unos 7.000 millones de gentes. Pues de esa
población sólo 2.000 millones tienen (tenemos) lavadora. Le contesté que ya no
se me iba a olvidar el dato nunca más. Entonces, con una sonrisa, me confesó que la tesis no
era suya, que ella se había limitado a reproducirla en sus libros y citarla en
sus charlas. Que el investigador que había llegado a esa conclusión era Hans
Rosling. Anoté el nombre y, nada más llegar a casa, lo busqué en Internet. Y averigüé que Hans
Rosling fue un médico, estadístico, blogger, profesor y conferenciante de nacionalidad sueca, fallecido de cáncer de páncreas hace justamente un año,
el 7 de febrero de 2017. He buscado entre los vídeos de sus conferencias uno en
el que se hablara de la lavadora y lo he encontrado para ustedes, con
subtítulos en español. Les recomiendo que se lo pongan en pantalla grande y lo vean con atención: es cojonudo. Pero, antes, repitan
conmigo: ME APRIETA EL CHOCHO, LA TALLA 38. Buen finde.
Me aprieta el chocho la talla 38
ResponderEliminarBuenisima la intervencion en TED
ResponderEliminarQuerido Mariano. Respecto a tu primer comentario, mi petición final no había que tomársela tan al pie de la letra. Pero está bien: me parece un grito de guerra cojonudo para que lo voceemos por la calle a todas horas. Me dice alguien que la reina Leticia usa la talla 32. Así que, con mayor motivo.
EliminarLas charlas TED tienen muchos tesoros y este es uno de ellos. Este hombre era un conferenciante muy ameno y profundo. Dejaba a la gente boquiabierta.
Un abrazo, amigo.