Aquí me tienen de nuevo,
felizmente reincorporado a la normalidad después de un venturoso periplo por
tierras italianas. Hoy he ido al trabajo, me he sumado a una rutina laboral que
no se ha parado en todo este tiempo y, por la tarde, he salido a darme mi
carrera por el Retiro, actividad de la que llevaba casi un mes apeado, a cuenta
de apreturas laborales y viajes. Durante este eclipse de blog, la situación en
Cataluña ha seguido evolucionando de forma vertiginosa, aceleración de la que
me informaba cada noche al volver al hotel y conectarme a través de su WiFi,
porque han de saber que, con esto de la liberalización del espacio europeo,
ahora ya no es necesario desconectar los
datos al cruzar la frontera, porque ya no te cobran una millonada al
volver, pero te da igual tenerlos conectados porque no se pilla nada por la
calle ni en bares o restaurantes. Así que, tras los primeros intentos, uno opta
por desentenderse de la información hasta la noche, precaución excelente para
el mantenimiento de la buena salud mental.
Lo de Cataluña en estos días ha adoptado
cadencias de scherzo frenetico, con
un componente bufo muy acusado en algunos de sus episodios, como la saga/fuga
de Puigdemont, o la peregrinación eterna de los
200 alcaldes, que van como almas en pena por Europa porque no saben dónde gritar, vara de
mando en alto, unas consignas que ya nadie escucha. Y, por encima de todo, la declaración de las cabezas del Parlament
en el Supremo, con el momento estelar en que una señora, por nombre Ramona, abjura de
todas sus ideas, pide perdón por sus pecados y el juez se muestra proclive a
concederle la absolución eterna, lo que hace que todos los demás (Forcadell
incluida) aprovechen el último turno de intervención de que disponían para
proclamar con énfasis: yo, como esa.
Hasta ahí podíamos llegar; una cosa es defender una cosa imposible y otra ir a
la cárcel por ello, escolti, que en
los trullos castellanos hace mucho frío, no tienen butifarra y ni siquiera se le
puede dar la matraca identitaria al compañero de celda, porque se harta y pide
el traslado. Un cambio de rumbo en el último segundo, en la línea de la mejor tradición católica que, como saben, permite ser toda la vida un cabrón y ganarse el cielo arrepintiéndose en el último instante de vida, algo que no comparten los calvinistas, entre otros, que por el contrario sostienen que hay que ser bueno en esta vida, que lo otro no vale.
De las novedades diarias del
culebrón me iba yo enterando puntualmente en mis horas de hotel, tras las
largas y fructíferas jornadas de turista, que he disfrutado a lo largo de doce
días que me han parecido muchos más, porque en Italia hay muchas cosas que ver
y mucho que disfrutar con sus paisajes, sus gentes, su idioma, sus comidas, su
música y su cultura antigua de la que dan fe innumerables restos casi por cada
esquina. No conocía Nápoles y me he encontrado con una muestra perfecta del sur
profundo. Caos circulatorio, atascos constantes, cláxones al viento, motos enloquecidas
metiéndose por áreas peatonales atestadas de gente sin bajar la velocidad, pequeños roces
entre automóviles que hacen que los dos conductores se bajen, dejen el vehículo en
medio y se enzarcen en discusiones interminables en su dialecto napolitano, trufado
de gestos característicos. Y señoras que se suman a la trifulca con sus cestas
de la compra llenas de verduras y envoltorios.
Si has de cruzar una calle, debes
hacerlo como en Birmania, con arrojo y sin retroceder nunca. Si das un paso
atrás, te atropellan seguro, porque no se lo esperan. En la ciudad hay barrios
más elegantes un poco más tranquilos, pero el casco antiguo, por donde nos
movimos mayormente, es un conglomerado de callejas con edificios antiguos
faltos de una mano de revoco, ropa tendida por todos lados y basura, mucha
basura. En Nápoles hay más basura en situación normal que en una ciudad
occidental cualquiera durante una huelga de basureros. Por entre los montones
de bolsas y cuidando de evitar las motos que te achuchan tocando el claxon,
circula una multitud abigarrada y bulliciosa de todas las edades, con muchos
negros vendiéndote cosas y bajo la permanente amenaza de los borseggiatori, que es como llaman aquí a los carteristas. En cinco
días que pasamos allí un grupo de unas veinte personas, sufrimos dos robos: una
chica a la que llevaron el bolso de un tirón desde una moto y un colega al que
le desapareció el móvil al cruzar un mercadillo. Como una imagen vale más que mil palabras, aquí tienen la portada de una mísera tienda de charcutería. Parece que se les cayó el letrero luminoso y han llamado a Pepe Gotera y Otilio para que se lo arreglen. El resultado no parece preocupar demasiado al propietario.
Pero la ciudad funciona, la gente parece feliz en medio del caos y lo cierto es que los napolitanos disfrutan de la vida en un lugar de buen clima y lleno de energía positiva. Y, prácticamente en cada rincón, una iglesia en la que se entra y es como un oasis del follón callejero: amplias, lujosas en su decoración barroca, bien conservadas y con tesoros sorprendentes, como el extraordinario Cristo Velado, una figura yacente a la que le han quitado la corona de espinas y los clavos de la cruz con unas tenazas (todo ello reposa en una esquina de la talla), antes de taparlo con un velo, esculpido en mármol con tanta fidelidad que parece de tela. Aquí les traigo una imagen tomada desde arriba y un detalle de la cabeza. Ambas están bajadas de Internet, porque estaba prohibido hacerle fotos.
El dialecto napolitano es
bastante curioso, porque incorpora muchas palabras del francés y del español.
No en vano Nápoles estuvo bajo el mando borbónico, como parte del llamado Reino de las Dos Sicilias y tuvo allí como
rey, entre otros a nuestro Carlos III, que es recordado con cariño porque
construyó muchos edificios y obras públicas durante los 25 años que duró su
reinado, antes de venirse a Madrid y ponerlo también bonito. Pero este dialecto
napolitano (que los del norte de Italia entienden con dificultad) es también un
prodigio de síntesis: utilizan frecuentemente apócopes, porque se comen la
mitad de las palabras. La música típica de la zona es la tarantella, que tocan
músicos callejeros a cambio de unas monedas y también en los bares. El gran
exponente de la música napolitana fue Renato Carosone, pianista genial y gran
compositor. Su música era lo que yo más escuchaba en La Coruña, antes de que
llegaran los Beatles. Aquí les traigo uno de sus temas más recordados: la
genial Tu vuo fa l’americano, que
quiere decir Tú quieres hacerte el
americano, ya ven que forma de sintetizar el lenguaje.
En cuanto a la parte
gastronómica, un descubrimiento: la pizza con grelos. Se lo juro. En Italia se usan
mucho los grelos (en italiano, friarielli),
sobre todo como acompañamiento (contorni)
de las salchichas. Ambos ingredientes, junto con el tomate y la mozarella,
forman parte esencial de la Pizza
Salsiccia e Friarielli, una delicia para el paladar con vagos regustos
galaicos. Si vienen por esta ciudad no dejen de probar también los dos dulces
prototípicos: la sfogliatella (un
hojaldre finísimo en capas, relleno de crema de ricotta, que es como llaman aquí al requesón) y los babás,
equivalentes a los bizcochos borrachos de nuestra infancia. En las pastelerías y
cafeterías napolitanas es posible degustar también los cannoli, el dulce siciliano por excelencia, que adoran tanto los
miembros de la familia de El Padrino, como el comisario Montalbano en las
novelas de Andrea Camilleri.
Por lo demás, el viaje a Nápoles
permite también algunas visitas cercanas, como la costa amalfitana, las ruinas
de Pompeya y Herculano o los sorprendentes templos griegos de Paestum, de los
que les dejo también una imagen. Allí se encontraron numerosos mosaicos, que
pueden verse en el pequeño museo junto a las ruinas. Entre las imágenes
rescatadas se encuentra el famoso tuffatore, el zambullidor, una estilizada silueta de la que también les pongo una foto.
Y ya que hemos abierto la veda de Renato Carosone, les dejo otra de sus típicas tarantellas, aunque en este caso no dispongo de vídeo, pero es un digno cierre a este post y con el añadido de que el dialecto napolitano se llega a entender bastante bien. Sean buenos.
Un monstruo el Carosone ese. A mí, que debo de ser más joven que tú, sólo me suena Tonino Carotone, que es bastante divertido también.
ResponderEliminarCarosone acaparaba las radios españolas antes de la irrupción de los Beatles a partir de 1962, con éxitos como Maruzella, Oh Torero, El Reloj y muchos otros. Tal vez tú empezaste a interesarte por la música cuando este señor era ya una antigualla.
EliminarEn cuanto a Tonino Carotone, obviamente es un gran admirador suyo. Te diré que además es amigo mío y que antes de tener este alias ejercía como cantante del grupo navarro Kojón Prieto y los Guajalotes.