Después de mi semana romana he vivido unos días enloquecidos con unas mañanas frenéticas apurando a la carrera
la preparación de la conferencia de prensa de lanzamiento del Reinventing
Cities, que tuvo lugar finalmente el jueves, y unas tardes también súper
ocupadas. El lunes salí a correr y regresé cansado, pero aun con fuerzas para escribir mi post napolitano, que terminé al
borde de la medianoche. El martes tuve el club Billar de Letras. El miércoles volví a nadar y luego sufrí una soporífera e interminable reunión de la comunidad de propietarios de mi casa. Y ayer jueves, sesión de dentista,
presentación en la sede del COAM del acuerdo para desbloquear la Operación
Chamartín y unas cañas a la salida. Cada día de esta semana he salido
tempranito de mi casa y he estado por ahí hasta las tantas, retirándome con la
noche bien cerrada y algunos días bastante cansado. A este ritmo, la expresión “fin
de semana” ha vuelto a recuperar para mí un significado y un valor que hace tiempo no
experimentaba. Hoy he ido en Metro al trabajo, por evitarme el atasco de los
viernes, he quedado a comer con mi hijo Kike y luego me he tirado en la cama a
descansar.
Pero no me olvido de que les debo
al menos algunas referencias romanas y me pongo a ello, aunque no creo que me dé tiempo a terminarlo esta noche. Sé que algunos de mis seguidores guardan
las informaciones sobre restaurantes y monumentos a visitar, para utilizarlas
en sus eventuales viajes futuros, lo que me parece muy bien. Mi amigo X incluso
me sospecho que tiene una base de datos con todo ello, o al menos una tabla
Excel, que por algo es ingeniero. Desde esta tribuna le mando un fuerte abrazo.
Lo cierto es que, después del caos de Nápoles, Roma es como un bálsamo, una
ciudad magnífica donde se puede pasear despacio, casi al albur que marquen tus pasos, porque en cada rincón hay cosas que ver, vestigios de una trayectoria
larga y llena de historia. La grandeza de Roma parte de sus impecables trazados
barrocos, sus grandes avenidas muy rectas, que siempre terminan en un hito
visual (una fuente o un obelisco), con un palacio detrás que le sirve de fondo
compositivo.
Hay innumerables cosas que ver,
que se relacionan en cualquier guía. La zona del Coliseo y los Foros es
impresionante, a pesar de que está atestada de turistas organizados en hordas
detrás de una chica paraguas en alto. Pululan también por allí buhoneros diversos vendiendo baratijas y zascandiles que
se te ofrecen como guías a cambio de la voluntad, con dominio de varios idiomas
y un sexto sentido para captar tu acento y saber de dónde eres para seguir
dándote la matraca en tu lengua (matraca no identitaria: dice Andrés
Trapiello que el preso compañero de celda de Jordi Sànchez –con acento
al revés– que pidió el traslado porque no soportaba la matraca, se merece de largo el indulto, como premio por su hallazgo lingüístico). La escena se repetía: te entra un tipo que se ofrece de
guía; con tu mejor acento napolitano le dices no, grazie mille, e inmediatamente
te replica: –¡Ah! ¡Español! Y te sigue dando la brasa en un castellano bastante
aceptable. La presión del turismo masivo es especialmente asfixiante los fines
de semana. De diario es soportable y el Coliseo, la Columna de Trajano y los
arcos de Constantino y de Tito merecen una visita.
Lo que ven aquí arriba es el
Memorial a Vittorio Emanuelle II, el rey de la unificación de Italia, un monumento mayestático, opulento y presuntuoso, no muy del gusto de los
romanos, que lo llaman irónicamente la
macchina da scrivere, la máquina de escribir. Está en la Piazza Venecia, de
donde parte la Vía del Corso, eje norte-sur que vertebra todo el centro de Roma, hasta
terminar por el norte en la Piazza del Popolo. Callejeando en torno a este eje uno puede
darse de bruces con la Fontana di Trevi, por cuyas aguas corría Anita Ekberg en la
famosa escena de La Dolce Vita (una película, por otra parte, que siempre me
resultó difícil de ver y de descifrar, como todo Fellini). La fuente es
magnífica, pero el espectáculo está ahora en observar las muecas que hacen las jóvenes
generaciones para tomarse selfies y fotos, sobre todo los asiáticos y los sudamericanos. Por entre ellos pululan también numerosos ociosos locales, al
descuido de cualquier cartera no muy bien guardada. Aquí no hay tanto
borseggiatore como en Nápoles, pero tampoco hay que descuidarse. En fin, la
Plaza de España, la Escalinata de la Trinidad del Monte, la columna de Marco
Aurelio, el Panteón y tantas y tantas iglesias a cual más hermosa. ¡Qué quieren
que les cuente!
Es maravilloso deambular por el entramado de callejuelas del
antiguo gueto judío, o recorrer el mercadillo de alimentación de la plaza del
Campo de Fiori, o contemplar las espléndidas fuentes de la Piazza Navona. También es inexcusable un recorrido por las iglesias que albergan cuadros del Caravaggio, del que ya les hablaré más en detalle. Luego, puede ser buena idea cruzar el Tíber por el puente Garibaldi para ir al Trastévere
a tomarse un spritz-aperol o un campari en cualquiera de sus terrazas. Y después comer en Da Enzo al 29, por ejemplo unas alcachofas a la romana y unos spaguetti cacio e pepe, preparados con queso pecorino y pimienta negra. O bien una pizza calzone en el Carlo
Menta. Y una visita inexcusable: la Basílica de Santa María in Trastévere, con
su ábside de mosaico del siglo XII. Se puede continuar con un expreso, o un
ristretto, en el Caffè Sant’Eustachio, o en el Antico Caffè Greco, con su
decoración decadente. Y acudir a la All Saints’ Anglican Church, al fondo de la Vía del Babuino, cerca de la
Piazza del Popolo, a escuchar a un cuarteto de cuerda interpretando Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Para una cena ligera, tal vez ir al viejo restaurante
popular Dar Filettaro, cerca del Campo de Fiori a tomar un bacalao rebozado y una ensalada de puntarelle, raíces
de achicoria cortadas en finos hilos y aliñadas con una vinagreta de anchoas. Y
rematar con un helado de pistacho en la heladería Old Bridge. En fin, dejo cargándose unas imágenes elegidas al azar y me voy a dormir.
Vista del Coliseo desde una calle lateral.
Una de las cuádrigas que coronan la máquina de escribir.
La escalinata de la Trinidad del Monte.
Ambiente en el Campo de Fiori.
Un puente sobre el Tíber.
Detalle en penumbra del ábside de Santa María in Trastévere.
Ya en sábado por la mañana. La mayoría de los monumentos que les he citado, los había visitado en la prehistoria de mi vida y apenas me quedaban unos vagos recuerdos. Pero hay dos lugares que he visto por primera vez: las Termas de Caracalla (impresionantes) y el Vaticano. El Vaticano se merece algunas reflexiones específicas. Estamos ante una anomalía geográfica e histórica. Un Estado de 44 hectáreas incrustado en el centro de una ciudad (por tener una comparación, la Casa de Campo de Madrid, un parque grande, pero un parque al fin y al cabo, mide 1.700 hectáreas). Un Estado, además, que no puede formar parte de la Unión Europea, porque está formalmente gobernado por una monarquía absoluta electiva teocrática (esta es la definición técnica del papado) y con un sistema electoral claramente predemocrático. Ya saben que los cardenales se encierran en la Capilla Sixtina, donde se instala en cada ocasión una chimenea portátil para la ceremonia de las fumatas, lo que obliga a limpiar luego los frescos de Miguel Ángel para quitarles el hollín. La visita a sus museos es recomendable hacerla con un guía, preferentemente en español, y yo creo que la Capilla Sixtina hay que verla al menos una vez en la vida. Pero creo que no la repetiría si vuelvo otra vez a Roma.
La anomalía tiene un origen muy
antiguo y diversos hitos. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre qué
fue exactamente lo que decidió el emperador Constantino en el archifamoso
Edicto de Milán, año 313, cuya misma existencia cuestionan incluso algunos
estudiosos. Parece claro que se decretó la libertad religiosa, por lo que los
cristianos dejaron de ser perseguidos. Pero se dice que también el emperador
hizo entrega al patriarca de la iglesia Melquiades de unos ciertos derechos sucesorios
sobre el Imperio. Los sucesivos dirigentes de la Iglesia, que pronto empezaron
a llamarse Papas, se convirtieron en uno más de los poderes que luchaban por la
preeminencia en la gobernación del convulso Imperio de los últimos tiempos. No
se puede explicar en un breve texto un asunto complejo del que se han escrito
numerosos tratados y del que existen fuentes muy difusas. Pero, en este orden
de simplificación, digamos que, a la caída definitiva del Imperio Romano,
emerge un papado guerrero, con territorio propio y capital en Roma, que pasa a
ser conocido como Los Estados Pontificios, cuya creación se remonta formalmente
al año 751.
Estos estados pontificios duran
hasta la unificación de Italia, en 1870, momento en que son derrotados por el ejército de Vittorio Emanuelle II. A partir de aquí, el Papa se autoproclama prisionero en
el Vaticano, en medio de una Italia unificada que tiene su capital en Roma. El
tira y afloja tiene un trasfondo fiscal, puesto que la iglesia se niega a pagar
impuestos al nuevo estado por sus numerosas propiedades. La situación se
resuelve a favor de los intereses eclesiásticos en 1929, mediante el acuerdo
que firma el Papa Pio XI con Mussolini, por el cual el suelo de las iglesias sigue
siendo fiscalmente propiedad del Vaticano, que es reconocido como Estado. Un acuerdo que se
reproducirá en España, con el famoso Concordato. Es decir, que además de sus 44
hectáreas, la Iglesia cuenta con la propiedad de facto del suelo de todas las iglesias de Italia, por las que no
paga ningún tipo de IBI, lo mismo que le sucede en España. No soy un experto en
este tema, por lo que ruego que, si entre mis lectores hay alguno, UNO, no
se ofenda por mis ignorancias y DOS aporte aquí cuantas correcciones estime
pertinentes.
La anomalía se palpa nada más
ingresar en los territorios vaticanos, por el simple procedimiento de cruzar
una calle. No hay aduanas, el euro sigue siendo la moneda oficial y lo único es
que se observa una sobreabundancia de curas y monjas entre las masas de turistas
que acuden a expresar su fe. El Papa tiene cada día unas horas de audiencia matinal para
apuntarse a las cuales hay una cola de varios meses. En realidad estamos en una
especie de Estado virtual, evanescente, superpuesto sobre la realidad
geopolítica mundial. Algo bastante interesante como fenómeno y como exponente
de la peculiar mentalidad del ser humano, este singular bípedo implume capaz
de crear cosas tan sofisticadas. Visitando el Vaticano, tuve una especie de
revelación: ¡Coño! Esta es la solución para el problema de Cataluña. Les viene como
anillo al dedo, o come il cacio sui
maccheroni, que dicen en Italia. Al fin y al cabo, los independentistas se
sienten tan maltratados y aporreados como los primitivos cristianos en la Roma
pagana.
Digo yo que se les podría
habilitar un pequeño barrio de Barcelona, por ejemplo, en torno a la Sagrada
Familia, para que dispusieran allí de unos Estados Pontificios del Prusés. El
Papa Junqueras podría ejercer su pontificado sin ataduras, el unurabla Jordi Pujol se encargaría de
montar una especie de Banco Ambrosiano, la señora Forcadell podría dirigir a los cardenales sin el engorro de tener que cumplir unas mínimas normas democráticas y la seguridad se encomendaría a una
guardia pretoriana de mossos de esquadra comandada por el mayor Trapero. Los 200
alcaldes tendrían un sitio fijo adonde acudir los domingos, para lanzar siete
hurras al Papa con sus bastones en alto, lo que se convertiría en una atracción
turística única en el mundo. También podrían mostrar a Rufián interpretando el Rap del Franquismo. Este nuevo país colmaría las ansias de dos
millones de creyentes que sueñan con tener un estado propio. Podrían seguir usando el
euro y hasta quedaría margen para proporcionarle un empleo a Lluis Llach, como
compositor de motetes laudatorios. Desde luego que, si se organizara un referéndum
nacional para la creación de un estado de este tipo, yo no tendría ninguna duda
de ejercer mi derecho a decidir votando que sí. Incluso me apuntaría a salir a correr al Retiro gritando VUTAREM, VUTAREM, VUTAREM, que ya han visto que se me da de maravilla.
Bien, aunque no tiene nada que
ver, les voy a dejar con un poquito de rock’n roll, que esa es la marca de la
casa. Supongo que no ignoran que los diferentes miembros de los Stones cultivan
sendas carreras en solitario, donde se expresan libremente sin tener que
aguantar el coñazo de unos compañeros a los que tienen ya muy vistos. No les
sorprenderá tampoco saber que el más brillante de todos ellos es Mick
Jagger, como no podría ser de otra manera. Entre la larga lista de canciones en
solitario que este hombre ha publicado, hay una que me gusta especialmente y
que me pongo una y otra vez en el coche cuando estoy acelerado como en estos
últimos tiempos. Les hablo de God gave me
everything I want, Dios me ha dado todo lo que quiero, de 2001. Consciente
de que tenía entre manos un tema grandioso, Jagger grabó un vídeo promocional a
la altura, que les dejo de despedida. Junto a él, participa la guapísima
Shannyn Sossamon, cantante, baterista, actriz y modelo de Reno (Nevada). También pueden reconocer en ese energúmeno gesticulante con chándal barato,
gafas negras y gorro de lana, nada menos que al rockero neoyorkino Lenny
Kravitz, que es el autor de la música, sobre letra de Jagger. Para poder verlo con nitidez, caprichos del Youtube, han de pinchar AQUÍ. Ojo que la cosa tiene truco porque, después de la canción te calzan publicidad y más música, pero pueden cerrar la página si no quieren seguir. Así que, pónganselo en
pantalla grande, súbanle el volumen y a disfrutar. Siempre adelante.
Que pasen un buen finde.
Lo del vídeo no es un capricho del YouTube, sino una estrategia de marketing. Pero a mí me ha servido para encontrarle una utilidad BV adicional a tu blog. Además de darme datos para un futuro viaje a Roma y hacer que casi me meara de risa con el Papa Junqueras y su corte de los milagros, después he dejado puesta la música mientras hacía la comida. Me gustan los Stones y los anuncios me sirven para practicar el inglés. Te falta sólo incluir algunas recetas, como Pepe Carvallo.
ResponderEliminarPues a mí me sale sólo la canción de Jagger. Ni anuncios ni gaitas.
EliminarOs contesto a los dos. En realidad fue un error mío. Puse el link a una colección de canciones de los Stones en sinfín. Cuando me di cuenta (porque me lo dijeron algunos lectores) lo corregí.
EliminarEl primer comentarista (no sé si hombre o mujer) leyó este texto antes de la corrección y le sirvió como fondo sonoro para cocinar, de lo que me congratulo.
El segundo fue posterior y por eso le sale sólo la canción de Jagger, como yo pretendía.