Hablar de Nápoles es hablar del
Vesubio, que se ve desde todos lados y también de los dos santos que se veneran
en esa bulliciosa y abigarrada ciudad del sur: su patrón, San Gennaro, y Diego
Armando Maradona, a quien todavía se recuerda como el liberador, el Dios del
fútbol que llevó al equipo de la ciudad a ganar el scudetto en 1987, primera
vez que un equipo de una ciudad al sur de Roma ganaba el calcio desde su
fundación en 1898. Cierto que el Cagliari había ganado el campeonato en una sola
ocasión, en 1970, pero Cagliari es Cerdeña y aquí estamos hablando de Italia,
de la Italia auténtica, porca miseria. Cuando Maradona llegó a Nápoles en 1984, fue recibido
en olor de multitudes y prometió que en un par de años o tres el equipo ganaría
el campeonato, algo que no había conseguido en 60 años de historia. Y lo cumplió. En los
comercios y bares de la ciudad todavía se le recuerda en carteles y letreros,
como los que les muestro más abajo. Las dos primeras fotos están tomadas en la calle, la tercera en el interior de un restaurante.
Nápoles es la ciudad más grande
del sur de Italia, menospreciada desde las zonas ricas del norte, en donde se
trata a los napolitanos con desdén. La pasión por el fútbol es tremenda y, hasta
la llegada de Maradona, el equipo local solía desempeñarse por la parte baja de la
tabla. En los primeros 80, el Nápoles pugnaba por no descender a la serie B. En
el verano de 1984, dos intermediarios del club llegaron a Barcelona con la
intención de fichar al entonces ídolo del Barça, que no se encontraba a gusto
en la Ciudad Condal. Lo habían suspendido tres meses por liarse a puñetazos con
medio equipo del Athletic de Bilbao al final de un partido, y encima estaba
arruinado después de gastarse todo lo que había ganado en los años anteriores.
Necesitaba largarse como fuera.
El Barça se negó en redondo a
traspasarlo y los dos agentes estaban ya tanteando otras ofertas de jugadores que
pudieran revivir al depauperado club napolitano. Cuando más desesperados estaban, el vicepresidente Gaspart se presentó por sorpresa en su hotel y
les dijo que su club no retendría contra su voluntad a un jugador que no estaba
a gusto con ellos. Era el 1 de julio de 1984. Acordaron el traspaso por 7
millones de dólares a pagar en tres plazos anuales, con intereses del 8% el
segundo y del 16% el tercero. Una cantidad ridícula comparada con las actuales,
pero una barbaridad por aquel entonces. Y desde luego un esfuerzo notable para
un club modesto como el Nápoles.
Durante las negociaciones los napolitanos
ya estaban histéricos, un tipo estuvo varios días encadenado como Prometeo en las puertas del
estadio San Paolo y un grupo numeroso de tifosi
se declaró en huelga de hambre. Cuatro días después del acuerdo, Maradona era
presentado en el estadio, donde le aclamaron 70.000 personas. El flechazo entre
jugador y afición fue instantáneo. Diego pidió que se dejara entrar gratis a
los niños en su presentación y desde el primer día se presentó como una especie
de Robin Hood, que batallaría con los poderosos equipos del norte (Juve, Milán
e Inter) discutiendo su hegemonía. Según ha contado el propio Diego, el club al
que llegó era súper modesto. Los vestuarios necesitaban una mano de pintura,
eran sórdidos y tenían goteras. El campo de entrenamiento era del nivel de un
segunda división argentino. Pero el jugador se identificó enseguida con la
gente humilde de la ciudad, que le recordaba a los ambientes de su infancia.
En su tercera temporada en el
club ganaron el scudetto. Después ganarían también una Copa de la UEFA y una
segunda Liga. El jugador estuvo en Nápoles hasta 1991, cuando se marchó ya en
plena decadencia futbolística, con 30 años cumplidos. No faltaron en su estancia los escándalos.
Estando embarazada su mujer Claudia, apareció una joven napolitana con un bombo
aproximadamente del mismo tamaño, que le denunció por abandono. El juicio, que
se resolvió años después, terminó con el reconocimiento forzado de su
paternidad. También fue fotografiado al lado de un conocido capo de la Camorra,
amistad que no desmintió, sino que dijo que le proporcionaba seguridad y
tranquilidad, aumentando el escándalo. Maradona había empezado su mala vida en
Barcelona y no se cortó durante sus siete años en Nápoles. Pero nada de esto
importa a la gente de la ciudad, que le siguen recordando con veneración, como se
demuestra en este vídeo de 10 minutos que les recomiendo ver aunque no sean
seguidores del fútbol, porque es una delicia contemplar las vistas de la ciudad
al pie del Vesubio y escuchar el cadencioso italiano de sus gentes.
Como ven, Maradona es una especie
de Titán de Nápoles, que ayudó a su pueblo a vencer a los dioses del poderoso
Olimpo del norte. Pero en la antigua Grecia, no era tan sencillo desafiar a los
dioses. Lo intentó Prometeo al frente de sus titanes, y llegó incluso a robarle
el fuego a Zeus para dárselo a los humanos. Zeus le derrotó después, ayudado
por los gigantes y los cíclopes, lo capturó y se lo llevó a las montañas del
Cáucaso, donde lo mantuvo encadenado. Cada noche, un águila enviada por Zeus se
le iba comiendo el hígado, que se le regeneraba por la mañana porque, como buen
titán, era inmortal. El suplicio duró hasta que un día llegó el bueno de Heracles y se
cargó al águila.
Y miren ustedes por dónde, en la
Campania napolitana ha surgido un segundo equipo de futbol, que este año ha subido por
primera vez a la serie A. Y ha desafiado también a los dioses del Olimpo
futbolístico del norte, que le están ahora sometiendo a una tortura digna de
Prometeo. Vayamos por partes. Benevento es una pequeña localidad (30.000
habitantes) cercana a Nápoles en el interior de la Campania. Fue una ciudad
griega de importancia y luego romana, con el nombre inicial de Maleventum, que
luego se cambió por Beneventum. En la Edad Media la ciudad fue famosa por las
continuadas prácticas de brujería que se realizaban al pie de un nogal
centenario. Los seguidores del Benevento Calcio Club de Fútbol se llaman todavía
gli stregoni, los brujos. La historia
del club es casi centenaria, pero es una historia de malos vientos y miserias
que incluye varios descensos administrativos a categorías regionales por impagos a sus
futbolistas, desapariciones temporales y cambios de nombre.
Pero los malos vientos de la
ciudad cambiaron de signo en los 90, cuando se hizo cargo del club de futbol la
familia Vigorito, los magnates de la energía eólica de Italia (el viento una
vez más). El patriarca Ciro Vigorito fue elegido presidente pero murió en el
intento de elevar el nivel del club. Su hijo Oreste Vigorito es el actual
presidente y hace dos años consiguió subir por primera vez a la Serie B, la
segunda división italiana. En su primera temporada en la categoría, se clasificó en quinto
lugar, lo que le daba derecho a jugar el play-off de ascenso. Y ganó los tres partidos que
le llevaban a la Serie A. La celebración en la ciudad pueden imaginársela.
Oreste Vigorito se volvió loco y emuló a Lendoiro cuando gritó aquello de
Barça, Madrí, ya estamos aquí. Prometió que ficharía grandes jugadores, que
competiría duro y que el Benevento llegaba a la primera división para quedarse.
Pero, una vez más, los dioses
están castigando al titán desafiante. A comienzos de la temporada, gli stregoni
debutaron en casa de la Sampdoria, con una digna derrota por dos a uno. Jugaron
a continuación ante el Bolonia en el estadio Ciro Vigorito. Resultado: 0-1. El Torino
les derrotó también por el mismo resultado. Y llegó el derby nunca antes jugado. El Benevento se
presentó por primera vez en el San Paolo de Nápoles y salió escaldado: 6-0. Por el camino, el
equipo ha llegado a tener hasta diez jugadores titulares lesionados. Nunca en
la historia se ha visto un caso de mala suerte como el de este equipo. En el
partido contra el Cagliari, perdían por un gol y lograron empatar en el
descuento, minuto 93. Pero en la siguiente jugada, en el último segundo del
partido, encajaron gol y perdieron. El árbitro no les dejó ni sacar de centro.
El Benevento ha llegado a la
jornada 13 sin sacar un solo punto, ha marcado seis goles y encajado 33. Ha perdido todos los partidos, al menos
tres de ellos en el último minuto del descuento. Es ya el peor registro histórico del
fútbol europeo, superando el record de 12 derrotas seguidas que ostentaba el Manchester
United desde los años 30. Vigorito ya no sabe qué hacer, ha cambiado al
entrenador del ascenso y fichado algún jugador nuevo. Encima, su colega del
Nápoles le ha tocado los cojones con unas declaraciones en las que dijo que habría que
reducir el número de equipos de la serie A para que los buenos pelearan con
enemigos de su talla. Una indirecta cruel, que Vigorito ha respondido furioso
diciendo que, en ese caso, se haga lo mismo en la Champions europea para que los buenos
no tengan que jugar con el Nápoles y otros equipos de mierda.
Toda Italia está anímicamente
empujando a este equipo modesto y desgraciado, para que al menos saque algún
punto, porque encima se empeñan en salir desde atrás con el balón jugado como
el Barcelona, algo para lo que no tienen la calidad suficiente. Los contrarios lo saben y se limitan a esperar sus fallos en el pase. Este domingo,
volvió a repetirse la tragedia. Era la jornada 13 y el Benevento recibía en
casa al Sassuolo, un equipo también del montón. Se llegó al tiempo reglamentario
con empate a uno y con el Sassuolo atacando en tromba, porque tenían un jugador
más por expulsión de uno del Benevento. Y
en el minuto 93, penalti a favor del Sassuolo. Lo lanza un delantero y pega en
el travesaño. La afición se puso a rugir, estaban a punto de sacar su primer
punto, la suerte había cambiado de bando y ya se disponían a celebrarlo durante toda la noche. Pues nada de nada. En el 94 el Sassuolo
marcó sobre la bocina, con un cabezazo in extremis de su delantero centro, que
atiende por el nombre de Peluso (se lo juro).
No es posible tanta desgracia.
Frente a cosas como esta uno llega a pensar que todo está escrito, que hay por ahí algún dios malévolo
o travieso, como los griegos, que se dedica a fastidiar. Carlos Eugenio López aporta otra teoría por boca
del protagonista de su libro El suicidio
de Saúl, enfrentado a una serie de calamidades similar. Es el libro que
analizamos en el último Billar de Letras. Les dejo con una cita literal de la
página 137. Sean buenos.
Dios sí juega a los dados. El que detalles
tan insignificantes tengan en ocasiones consecuencias tan devastadoras se me
antoja imposible atribuirlo a un designio o diseño premeditado. Ha de ser obra
del azar. Ni siquiera la perversidad o el capricho lo explican. Ha de ser
resultado del albur de un cubilete, que, sin razón ni providencia algunas, ora
nos hace avanzar expeditos sobre el tablero de los días, ora nos retiene en una
casilla con trampa o ante una barrera infranqueable y ahí nos obliga a aguantar
las embestidas de la adversidad, sin otro escudo protector que la lábil
esperanza de que, antes o después, acabaremos despertando de lo que necesitamos
considerar a toda costa nada más que un mal sueño.
A mí no me gusta el fútbol y el Maradona me cae gordo, valga la redundancia. Pero ya me jodiste: ahora tendré que mirar la clasificación de la liga italiana cada domingo a ver si por fin ganó el Benevento. Anduve comprobando si era verdad lo que cuentas, porque es muy surrealista, un club que pierde siempre a pesar de tener un presidente vigorito...
ResponderEliminarUn abrazo.
Coincido contigo: Maradona es actualmente repulsivo. Pero en su tiempo nadie lo igualaba con una pelota en los pies. Pero, personalmente, era ya bastante pendejo.
EliminarPor lo demás, has hecho bien en comprobar la historia del Benevento, que yo escribo más mentiras de las que algunos se creen. Esta vez has visto que todo es real. En esta jornada todavía no ha jugado, lo hará mañana lunes y veremos qué pasa. Tal vez saca el primer punto. En estos momentos está a doce puntos de la salvación. O sea que volverá a segunda con toda seguridad.
Excelente texto. Sólo a un Dios que juega dados con un cubilete puede ser el responsable de que Italia se haya quedado fuera del Mundial, por primera vez en 60 años.
ResponderEliminarY el Nápoles está ahora mismo de líder. Podría ganar su primer scudetto sin Maradona. Otra jugada del cubilete de Dios.
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