lunes, 7 de agosto de 2017

658. De homeless, hardcoretas y otros frikis

Escribo ya desde mi casa con un jet lag de puta madre. Llevo desde la una de la noche con los ojos como platos, a las 7 me he levantado de la cama para ir a trabajar y esta tarde me he echado una siesta corta a ver si me voy regularizando. Nos quedamos en mi relato al final del día 25 con la cena en el Chachachá, un lugar en régimen de autoservicio, donde cada uno se ponía lo que quería. Desconozco lo que cenó la señora Chen, porque más bien hice corrillo con Thabang, Tantri y la intérprete que le traducía los speachs al mandarín, de la que ya conté que se animó a hablar con nosotros, aunque Thabang le vaciló todo lo que quiso a cuenta de la penetración china en Zimbabwe y otros países africanos. He dicho ya que el día 26 no aparecieron las chinas. Imagino que estaban preparando la intervención del día siguiente, aunque no descartaría una interpretación más malévola de su ausencia: una especie de represalia con la intérprete por haber confraternizado demasiado con nosotros. 

El día 26 tuvimos una especie de régimen de media jornada: tras el lunch, el programa incluía un par de visitas de campo. Para el lunch nos distribuyeron unas bolsas de papel de estraza con un par de sándwiches y un acuarius. Y nos lo fuimos a tomar en un parquecito al lado, a la sombra de unos tilos de buena copa. Había allí una serie de oficinistas almorzando y un grupo de música tocando en un estrado. En un momento dado, reconocí lo que cantaban y empecé a balancearme y hacerles coros. Alguno de los colegas me preguntó que cómo era que me sabía la canción. Abrí los brazos y les dije: ¡Hombre! Es el Breakdown de Tom Petty and the Heartbreakers. Quién no conoce este tema. Para los que no sepan de qué hablo, les pongo un archivo de Youtube. Es la versión cortita de estudio, aunque en directo solían estirarla mucho más.


No me digan que no les han entrado unas ganas locas de bailar. De allí nos fuimos a ver diversos crecimientos de Portland, visita en la que echamos ya toda la tarde. Y nos quedaba la cena. Radcliffe nos llevó a un bar cojonudo, un poco al norte del bulevar Hawthorne: la Base Camp Brewing Company, es decir el campo base de la compañía cervecera. Era un lugar bullicioso al aire libre, con horno en un rincón de donde sacaban una pizza tras otra, mesas largas de madera, buena cerveza IPA y música a volumen adecuado. Después de dos días de taller ya empezábamos a ser una especie de grupo de colegas que celebraba los avances académicos con un poco de merecido desparrame. Vean, por ejemplo, qué contenta lucía Tantri tras elegir como bebida una cata de todas las cervezas del lugar. Les juro que se las bebió todas, eso sí, con un montón de comida, como de costumbre.



Ahora les voy a pedir que examinen la segunda de las fotos. La tomó Shanon, la chica de LA, que por eso no sale en la imagen. Y pueden ver por los restos que ya nos hemos puesto bien de comida y bebida. Aparece en primer plano Radcliffe sacando la lengua. Por su derecha, sucesivamente, Antonio Carlos Velloso, Thabang, Érika la mexicana, la guapísima Clare, Tantri a mi lado después de dar cuenta de sus cervezas y, al fondo, Tad el bostoniano enamorado de Madrid. Por el otro lado, de delante a atrás, Liana Valicelli, Henriette la afrikáner, Valeria la chilena, un sujeto no identificado y, al fondo, Claire, una chica de C40 nacida en Chicago, que le ayudó a Clare en la organización del sarao.

Bien, pues al elemento no identificado apenas se le ve en esta foto, pero era un tipo lleno de tatuajes, piercings y hasta unos dilatadores del lóbulo inferior de la oreja, presentación corporal muy querida por los grupos de hardcore, como aquel en que tocaba el bajo mi hijo Kike, que por fortuna decidió no estropearse la imagen de semejante forma. Mi hijo suele referirse a esta especie de la fauna urbana con el apelativo cariñoso de hardcoretas. Al llegar le vimos saludarse muy afectuosamente con Radcliffe, luego se quedó en nuestro grupo y yo pensé al principio que era el dueño del local o algo así.

No lo he contado todavía, pero Portland es un lugar en el que hay mucha gente con aspectos como ese. Es un reducto alternativo, donde el personal camina marcando tatuajes y músculos, donde abundan los pelos morados y fucsias, donde huele a marihuana con frecuencia y donde todo el mundo es admitido e integrado, incluso los numerosos homeless, con los que la gente se para a hablar, o a fumarse un pitillo o les da comida (esa tarde, Thabang se había ocupado de recoger las sobras de todos en una de las bolsas, para dársela al primero que viéramos). Portland es el reino de los frikis, en donde te puedes encontrar a los tipos más estrambóticos. Y ya ha quedado acreditado en este blog que los frikis son mi especialidad, que, aunque yo no haga nada, se me pegan como si tuviera un imán. Así que, nada más sentarme, ya lo tenía a mi lado, como pueden ver en los siguientes posados. Aquí ya se le ve mejor.






Bien, le pregunté si era el dueño del local y me dijo que no, que era compañero de Radcliffe en el Ayuntamiento. Entonces le juré que no lo había visto antes (en caso contrario, me habría fijado). Le conté que mi hijo tocaba el bajo con un grupo de aspecto similar al suyo. Y añadí: –A mí no me gusta el hardcore; yo a lo más que he llegado es a Rancid. El tipo estuvo a punto de darme un abrazo: –¡¡Rancid es mi grupo favorito!! ¡¡Tim Armstrong es un genio!! Era urgente que nos hiciéramos un selfie. Thabang, muerto de risa, nos pilló en plena faena y aquí ven la foto que nos hizo. Y abajo el selfie.




El sujeto se llama Jim y puedo dar fe de que es un empleado municipal, porque lo vi un par de veces al día siguiente. Que un personaje con esa imagen no tenga ningún problema para ser contratado por una administración, es un indicativo del grado de tolerancia de esta sociedad (me refiero, por supuesto, a Portland, no a todo USA). Por lo demás, Jim es un tipo educado, muy listo y con una conversación tan peculiar como su aspecto. Le pedí que me explicara cual es exactamente su función en el ayuntamiento y me contestó a la gallega, con otra pregunta: –¿Conoce usted la película El Mago de Oz? –Sí, desde luego. –¿Recuerda al tipo que se esconde detrás de la cortina? –¿El que mueve los hilos? –Exacto: pues esa es precisamente mi función. A continuación celebró su propio chiste a grandes carcajadas. Obviamente, ya no le hice más preguntas.

Valeria la chilena, haciendo una asociación mental obvia, vino a preguntarle cómo era que había tantos homeless, frikis y tipos alternativos tirados por las calles. Jim el hardcoreta captó enseguida el vericueto mental por el que Valeria le hacía esa pregunta y bromeó: –Oh, yo solía estar entre ellos hace no mucho, chiste que nuevamente celebró a carcajadas. Luego se puso serio y nos explicó que la avalancha de homeless era un problema grave, que nunca se habían visto tantos en la ciudad y que, a su juicio, la cosa se debe a dos factores. UNO, el hecho de que Portland mola. Está en los circuitos de la gente marginal. Alguien que va a Portland puede presumir de estar realmente en la onda. DOS, la ciudad es muy tolerante con ellos y les ofrece unos servicios sociales y médicos que no les dan en otros lugares. Pero ya empezaban a surgir voces pidiendo alguna forma de control del asunto.

La tolerancia tiene a veces la contrapartida del efecto llamada (esto ya lo digo yo), como se pudo ver en Ámsterdam cuando se legalizó la venta de haschís en los famosos coffee-shops. Se organizó un turismo del porro que acabó por ser bastante perjudicial para la ciudad. Ahora sólo te venden una china si acreditas ser residente en la ciudad. En Portland hay homeless por todas las esquinas, yo no he visto tantos en ninguna otra parte. No son agresivos, como mucho te piden uan dolar. Y están extendidos, es decir, que no forman un gueto, sino que están incorporados al paisaje urbano de todo el centro. Dado el frío que debe de hacer por esta zona la mayor parte del año, yo creo que debe de haber un alto porcentaje de homeless transitorios, tipos que deciden pasar un verano sin afeitarse ni lavarse demasiado, para ver cómo es eso de vivir en la calle. A lo mejor alguno de ellos es un escritor de futuro. Quédense con esta caracterización, porque en las otras dos ciudades que he visitado la situación era bastante diferente.

A este paso voy a terminar el relato de mis aventuras en Navidad, pero es que ciertamente hay mucho que contar sobre este viaje, y eso sin entrar en los aspectos más técnicos. Dice mi amiga Inmaculada que debería de hacer alguna referencia al fondo de nuestro workshop, que el público que me sigue lo va a entender perfectamente. No estoy muy seguro de esto último, pero lo tendré en cuenta. Sean buenos. Y saquen sus propias conclusiones. Recuerden que a Tad, el hombre de Boston (una ciudad maravillosa, salvando el clima), Madrid le parece el mejor lugar para vivir del mundo. Además, no tenemos encima a ningún grupo nacionalista intentando convencernos de que somos mejores por ser de aquí. A lo mejor por eso le gusta tanto a Tad. Y a mí.

4 comentarios:

  1. Me alegro mucho de que haya vuelto sano y a salvo de sus viajes multiversales. Veo que se relaciona con todas las razas habidas y por haber lo cual produce una riqueza cultural envidiable. Ya me gustaría a mí visitar Portland, cuna del "grunge" y de los frikis, según usted, aunque no creo que sea una ciudad particularmente bella en sí. Creo recordar que el insigne saltador-innovador Fosbury era de allí, además del famoso "Pino Oregón" que tanto mencionaba nuestro común maestro Sr. Camuñas y Paredes.
    Le deseo una feliz vuelta a la rutina diaria.
    Cuídeseme mucho y manténgame informado. Un abrazo fuerte, amigo.

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    1. Gracias, amigo, ya se echaban de menos por aquí sus comentarios. Bueno, ninguna de las tres ciudades que he visitado es una maravilla como para decir: deberíamos ir todos a visitarla antes de morirnos. Portland es de un tamaño muy abarcable y tiene muy buen rollo. Seattle es casi la que más me ha gustado. No es por polemizar, pero yo la tenía por la cuna del grunge, por delante de Portland, puesto que de allí salieron Nirvana, Alice in Chains y Pearl Jam. Pero en este tema reconozco sin reservas su autoridad, aunque sea sólo por vía familiar. Aprovecho para felicitarle por los crecientes y abrumadores éxitos de Lory Meyers, de los que me mantengo puntualmente informado a través de sus entradas en Facebook.
      Sí señor, don Antonio Camuñas y Paredes, que nos instaba a llevar siempre chaqueta y corbata, porque un arquitecto ha de ir siempre así vestido, ya que en cualquier momento puede ser objeto de un homenaje. Grandes tiempos pretéritos, amigo, quién los pillara de vuelta. Abrazo enorme.

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  2. Querido Emilio: Entiendo tu pasmo ante la respuesta de Jim, pero puedo asegurarte que a mí no me extraña ésta lo más mínimo.

    Tendría yo unas diecisiete primaveras cuando, en una ocasión, llegó mi padre (funcionario él) a casa poco menos que indignado ante la orden de trabajo que había recibido en relación con algo que, en buena ley, no le debía corresponder. Le pregunté entonces, muy seguro de mí mismo, que por qué no se atenía a llevar a cabo los trabajos a los que estaba obligado en razón de su puesto y, ante mi asombro, me contestó algo así como "-¿Ay, hijo; qué más quisiera yo que saber eso!".

    Años después, he podido entender tan aparentemente incomprensible respuesta; siendo yo funcionario municipal, una de las preguntas más capciosas que me han podido hacer ha sido esa de "¡Ah! ¿Y qué es lo que haces en ese Departamento?"

    Quizás la respuesta más adecuada es:
    - Pues hijo; lo que me mandan... y lo que hay que hacer para que la cosa funcione!

    Pero, aunque nunca se me han caído los anillos, parece una contestación poco apropiada para un técnico.

    Veo que una vez más, en todas partes cuecen habas.

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    1. Querido Paco. Aunque omites tus apellidos, tu prosa de clara estirpe cervantina te delata, y he de empezar por darte la más cordial bienvenida. No te imaginas la ilusión que me hace que te animes a participar en este foro, aportando tus comentarios siempre atinados. Has de saber que eres el tercer Paco en discordia (last, but not least), porque por aquí suelen aparecer Paco Couto y el entrañable Coronel Groucho, que esconde tras ese seudónimo a otro Paco de peso notable.
      En cuanto a lo que comentas, pues te diré que mi padre, que no era funcionario y a quien mi acceso a tal condición le pilló ya un poco mayor, no consiguió entender nunca qué era exactamente lo que yo hacía en el Ayuntamiento. Se lo intentaba explicar, pero era imposible. Tal vez si hubiera tenido a mano la explicación de Jim el hardcoreta, habría logrado que lo entendiera.
      Un fuerte abrazo, amigo.

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