De mi viaje a la Toscana, quedaron
algunos temas por contar, que creo que tienen hueco en la temática de este
blog. Uno de ellos es la historia de cómo se construyó la cúpula del Duomo de
Florencia y cómo surge allí la figura del gran Filippo Brunelleschi, uno de los
mejores arquitectos de todos los tiempos. Les resumiré la historia, aunque abajo
tienen un link a un excelente (y largo) artículo del National Geographic, en
donde se detallan los retos técnicos que hubo que superar para construir Il Cupulone, por si algún lector quiere
un relato más preciso de la historia de este señor. Contra lo que se suele
pensar, Brunelleschi no estudió jamás en ninguna escuela de arquitectura. Por
el contrario, era orfebre, escultor, artesano de la madera, gran dibujante y
forofo de las matemáticas. Inventó la perspectiva cónica y, como hobby,
construía relojes y mecanismos de todo tipo. Un portento.
En 1401, la ciudad de Florencia
convocó un concurso de ideas para el diseño de las puertas del Baptisterio,
frente a la Catedral
en construcción. Grandes escultores y artistas de reconocido prestigio,
presentaron sus propuestas. Pero se vieron claramente superados por un joven
desconocido. Brunelleschi tenía 24 años cuando se presentó al concurso. El
jurado reconoció que su propuesta era la mejor, pero no le dio el premio porque
se saltaba las bases: en ellas se especificaba que en un marco polilobulado
había que situar un montón de figuras representando el sacrificio de Isaac,
entre ellas un asno, y Brunelleschi situó al asno fuera del marco, como
soportando el resto de la escultura. El premiado fue Ghiberti, el artista
oficial del establishment de
Florencia, pero en el fallo se precisaba que Brunelleschi y él colaborarían en
la dirección de los trabajos de realización de las monumentales puertas. Esa
colaboración era imposible, porque el joven Brunelleschi tenía en muy mal
concepto al figurón, al que ninguneaba en cuanto podía.
Brunelleschi, cuya imagen en un
relieve que se muestra en la Academia pueden ver aquí al lado, era
efectivamente un tipo bajito, medio cojo y con muy mala leche, mental y
artísticamente a años luz de cualquier competidor que quisiera enmendarle la
plana. Pero en 1418, la ciudad de Florencia convoca un nuevo concurso, de mucha
más trascendencia. La Catedral, cuyas obras habían comenzado en 1296 con el
objetivo de conseguir la más grande de todas entre las iglesias de las
ciudades-estado de Italia, tiene un problema grave que nadie sabe resolver
después de más de cien años de obras, porque han construido una nave octogonal
de tales dimensiones, que nadie sabe cómo cubrirla. Una posibilidad fácil era reforzar
los muros con arbotantes, pero los poderes fácticos de Florencia rechazaban
esta solución porque olía a gótico y ese
era el denostado estilo que ostentaban las catedrales del norte, entre ellas la
de Milán, ciudad enemiga de Florencia.
En la competencia feroz con Siena
y otras ciudades, cada una de ellas estaba empeñada en construir la edificación
más desmesurada, pero el estilo gótico no era del gusto de la curia florentina,
que consideraba demasiado innovadora esa tendencia, por la que se regían
algunas de las principales catedrales europeas. Los poderes locales, como el
poderoso gremio de la lana, que financiaba las obras, preferían el románico clásico.
Y el románico no tiene arbotantes. Al concurso para resolver la cúpula se
presentan los mejores arquitectos del momento, pero el que plantea la solución
perfecta es Brunelleschi, que además no explica cómo va a resolver técnicamente
el problema, qué trucos va a emplear (no quiere que nadie se los copie). El
jurado decide premiar de nuevo a Ghiberti y a Brunelleschi, pero esta vez deja
claro que será el segundo el que lleve la voz cantante. AQUÍ
pueden leer la historia detallada de la construcción de Il Cupulone, con los detalles técnicos al completo.
Yo sólo les cuento lo que más me
interesa resaltar. Brunelleschi, que había estado un tiempo en Roma, estudiando
el Panteón y otras cúpulas de tiempos de los romanos, planteaba construir dos
cúpulas concéntricas con un entramado medio que las sustentara. Pero Ghiberti
empezó a dar el coñazo y a ir por su lado. Entonces, Brunelleschi fingió
ponerse muy enfermo y se retiró de los trabajos. Y la obra se paralizó un
tiempo. Ghiberti no tenía la menor idea de cómo continuar. Los líderes del
poderoso gremio de la lana fueron a visitar al enfermo y a petición suya firmaron
un documento que de hecho expulsaba a Ghiberti del equipo. Entonces
Brunelleschi sanó milagrosamente y la obra se reanudó. Más adelante, se suscita
un problema con los diversos gremios que intervenían en los trabajos. Los
gremios querían imponer sus condiciones tradicionales, de modo que ellos
decidieran si trabajaban diez carpinteros y cuatro orfebres, aunque no hubiera
trabajo para todos. Brunelleschi quería, en cambio, escoger él a los diversos
artesanos y no emplear más que a los necesarios. El conflicto de interese acabó
en huelga general. Y la obra se paró por segunda vez. Y otra vez hubo que ir a
buscar a Brunelleschi y aceptar sus condiciones.
Como ven, el tipo iba haciendo
amigos por todas partes, y todos ellos se conjuraron para acusarle de un asunto
menor (un impago a un empleado que no había trabajado a su gusto). Y Brunelleschi
acabó en la cárcel. Y se pararon las obras por tercera vez. No hace falta que
les detalle cómo se solucionó la cosa. Al final, la cúpula se terminó y todo el
mundo se quedó maravillado. Gentes de todas las ciudades europeas venían a
Florencia a contemplar el portento. Tras haber ganado de hecho el concurso para
las puertas del Baptisterio con 24 años, Brunelleschi dedicó una buena parte
del resto de su vida a la construcción del Cupulone.
Su obra maestra se terminó en 1436, y sólo la sobrevivió diez años. Para entonces
había conseguido redefinir el papel del arquitecto, como artista que decide
todos los aspectos constructivos, estructurales, decorativos y funcionales de
un edificio. Brunelleschi fue el primer arquitecto moderno.
Pero, por si todo eso fuera poco,
Brunelleschi sentó las bases de la arquitectura renacentista, al construir el Spedale degli Innocenti, uno de los
primeros orfanatos de Europa, financiado en este caso por el no menos poderoso
gremio de la seda. Pudimos visitarlo en nuestro viaje, se encuentra en la Piazza della Santissima Annunciata, en
donde se iniciaron sus obras en 1419. A primera vista podría pensarse que es un
edificio que hemos visto decenas de veces. Pero es que su valor proviene
precisamente de que es el primero y todo el mundo lo imitó después. El
arquitecto aplicó al diseño sus conocimientos matemáticos y concibió una
edificación modular, basada en la proporción áurea, en la que todas las dimensiones están relacionadas y
meditadas. Se trata de una edificación modesta, construida con materiales
baratos y decoración poco ostentosa.
El edificio se eleva sobre una
peana con una escalinata de acceso, y su fachada está compuesta por arcos de
medio punto, con columnas corintias y elementos rescatados de la arquitectura
romana. Tras ella, un pórtico con bóvedas vaídas, de proporciones perfectas: el
ancho del pórtico es igual que el de los vanos y la altura de las columnas,
como resultado de un sistema geométrico que ya se adoptaría por la arquitectura
durante siglos. La disposición de los vanos en la fachada es perfecta. Les dejo con unas imágenes de esta maravilla. Ojo a los rosetones
de terracota vidriada, con imágenes de niños, que decoran los intervalos entre
los arcos, obra del artista Andrea della Robbia.
El 16.06.17, Anónimo escribio:
ResponderEliminarPues leyendo el articulo de National Geographic, cuenta algunas historias diferentes de las que tú cuentas...
Mi respuesta del 17.06.17:
EliminarPor supuesto el artículo de NG es más de fiar. Lo mío es más fabulado, como todo en este blog
El 19.06.17, Anónimo escribió:
ResponderEliminar¿No decía usted que no le interesaba la arquitectura?
Mi respuesta del 19.06.17:
EliminarÉsta sí. Esta me apasiona. Pero en la Escuela de Arquitectura no me enseñaron a amarla.