viernes, 24 de febrero de 2017

611. De vuelta al redil/Cuestiones sanitarias

Bueno, aquí me tienen, de nuevo en casa tras mi viaje de 23 días por tierras birmanas con escala final de tres días en Pekín. Esta escala está directamente relacionada con mi silencio bloguero de los últimos días, porque, por si ustedes lo ignoraban como yo, les diré que el maravilloso Gobierno del Pueblo de China tiene literalmente capao el entorno Google, lo que incluye Blogger, Facebook, Gmail y algunos medios como El País digital. Curiosamente, se abren sin problemas El Mundo, Marca, La Razón, Expansión y otros. Así que uno entra en China y se puede despedir de Facebook, del blog, del correo electrónico y de efectuar búsquedas por temas, salvo que utilice el buscador chino que se usa a nivel local y cuyo alcance está debidamente delimitado por la censura que opera en ese país.

Para conseguir eso, han puesto en marcha lo que llaman El Gran Cortafuegos, efectivo desde 2003, elemento que da una idea precisa del nivel de calidad democrática y derechos humanos que impregna la que ya es considerada la primera economía del mundo, en donde la plaza de Tiananmen se cierra en torno a las cuatro de la tarde cada día y los viandantes son desviados por una serie de laberintos limitados por vallas de obra, que te obligan a pasar tus mochilas por sucesivos escáneres de la Policía del Pueblo. También es revelador que exista un mercado negro de moneda, donde te ofrecen un cambio más favorable que el oficial, o que se siga regateando de forma compulsiva en todos los mercados. Por lo demás, tres días en Pekín me han bastado para comprender por qué los chinos son detestados en Corea, Japón, Thailandia, Vietnam y Birmania, por citar sólo los países en los que me consta ese rechazo.
Pero no nos adelantemos, que hay mucho que contar de Birmania. De momento, conténtense con unas imágenes de Pekín bajo la nieve, una ciudad indudablemente muy interesante de visitar. La nieve es un fenómeno no muy frecuente en esta ciudad de 17 millones de habitantes, que incluye entre sus atractivos la Ciudad Prohibida, el Palacio de Verano, el Palacio del Paraíso, o la citada plaza de Tiananmen, por no hablar de la obligatoria visita al tramo más cercano de la Muralla China (antecedente del muro de Trump), o los maravillosos hu-tongs, callejones tradicionales plenos de actividad comercial, en los que cada número es en realidad el acceso a un intrincado laberinto de otros callejones que se entrecruzan sin fin, donde están las viviendas de los comerciantes.

 




Para viajar a un país subdesarrollado y tropical como Myanmar, es preciso asesorarse debidamente en cuanto a las precauciones médicas a adoptar. Como ya les conté, acudí el 4 de enero a la llamada Unidad del Viajero, del Hospital Carlos III para una consulta al respecto. Me tocó una doctora que era partidaria de viajar, y que me prescribió una vacuna contra el tifus y un recordatorio de la del tétanos-difteria. Respecto a la malaria, me dijo que la incidencia en las zonas de Birmania que yo iba a visitar (y que ella conocía perfectamente), era muy baja, por lo que no estimaba necesario tomar el Malarone, medicamento preventivo contra el paludismo, a menos que yo insistiera mucho por ser del tipo preocupón e hipocondríaco. Por el contrario, a mis compañeros de viaje les tocó un especialista de Ciudad Real, al parecer no muy partidario de viajar a determinados países, que le aconsejó el Malarone.

Así que todos iban tomándose un comprimido diario, ingesta que ha de comenzarse unos días antes del viaje y prolongarse una semana después de volver a casa. Un coñazo. De mis viajes a Sri Lanka yo conservaba una enseñanza: el mosquito pica solamente al amanecer y al anochecer. Si uno se da un antimosquitos de manera sistemática en esos dos momentos del día, es altamente improbable que te piquen. Yo utilicé el Relic Extreme (también es muy recomendable el Goibi) y ya les digo que no me picó un solo mosquito en todo el viaje. Mis compañeros en cambio, sufrieron el coñazo de la pastilla diaria, que además tiene algunos efectos secundarios molestos. Mi amigo M.A., que es un despistado, se olvidaba casi siempre de tomarse la píldora (él le llamaba el Maradone). Para acordarse, se ponía el reloj en la muñeca contraria, pero luego no lo miraba hasta que estábamos en la calle y empezábamos a andar. Entonces veía el reloj y decía: –Me cachis, ya se me ha vuelto a olvidar el Maradone.

También hay que ser riguroso en cuanto a no tomar agua del grifo, ensaladas, fruta que no haya que pelar y hielos en los refrescos. Con esas elementales precauciones se evitan las cagaleras, aunque he de decirles que cuatro de los ocho del grupo sufrieron esa dolencia, que se trataron por consejo mío con Vitanatur, con efectos bastante rápidos. En Birmania, como en todo el sudeste asiático, la comida es bastante monótona: pollo y pollo. También se puede variar a cerda o vaca, pero con la misma preparación: con arroz salteado, con noodles o con fideos de arroz, aquí llamados vermicelli. Cualquiera de las tres formas puede tomarse en sopa, o seca; más o menos picante, y eso es todo. Los pescados no son muy frecuentes y cuando encuentras algún restaurante con pescado, frecuentemente lo estropean pasándolo demasiado tiempo por la plancha.

Esto es en cuanto a los restaurantes y chiringuitos normales, por los que nos movíamos nosotros. En Birmania, como en cualquier otro país subdesarrollado, hay hoteles de superlujo que son verdaderas fortalezas aisladas del pueblo llano y en donde te ofrecen un estatus gastronómico que no tiene nada que ver con lo que se come en la calle. Vean AQUÍ un artículo destinado a esos paladares exquisitos. El efecto de esta gilipollez sobre un país tan pobre y subdesarrollado como Birmania es lo que les conté de los hoteles de lujo en el lago Inle, con sus embarcaderos privados y el hecho de que algunos pescadores hayan dejado su oficio para esperar cada día el paso de las canoas con motor fuera borda, para fingir que pescan, hacer un poco el payaso (incluso enseñando un pez de plástico) y poner la gorra para ganar seguramente mucho más de lo que sacan sus colegas menos venales.

Huyendo de esos medios prostituidos por el turismo más tóxico, tomamos un microbús desde Nyaung Shwe hasta el pequeño pueblo de Kalaw, donde dormimos dos noches, tras lo que nos fuimos a Pindaya, lugar aun más pequeño, a orillas de un lago muy bonito. En ambos lugares, existe una infraestructura hotelera mínima, porque por allí no llegan más que los mochileros y algunos senderistas veteranos como nosotros. En nuestras excursiones en esos dos lugares, contamos con diferentes guías de montaña, ambos masticando todo el rato hojas de betel, el auténtico vicio nacional. Las hojas de betel se compran en los mercados, en donde las vendedoras las disponen de la bonita manera que se ve en la foto.



Cada usuario toma una de esas hojas en su mano izquierda, como si se fuera a preparar un canuto, y la carga con raíz de betel molida y tabaco, además de algún saborizante a su gusto. Luego la cierra por encima haciendo un paquetito cuadrado que se lleva a la boca. Algunos se traen ya los paquetitos preparados de casa y los llevan envueltos en un periódico. Eso se masca durante todo el día y se convierte en una pasta marrón-morada ciertamente asquerosa. El betel tiene un efecto similar al de la hoja de coca, es decir, permite aguantar todo el día en trabajos o actividades que requieren un cierto esfuerzo y a la vez te ayudan a olvidarte de tus penurias o a que te den igual. El usuario, descansa de mascar de vez en cuando, dejando la bola en un carrillo. Hasta que me explicaron esa práctica, yo estaba sorprendido de la cantidad de gente con flemones que había en Yangón.

Además, los mascadores de betel (toda la población masculina) suelen largar al suelo unos salivazos morados repugnantes (los conductores abren su puerta para escupir a la calzada). Pero lo peor de todo es que los dientes se ponen negros y se acaban cayendo, con lo que entre la gente mayor abundan los desdentados y cuñaaaaos. Dejando aparte cuestiones estéticas, les hago una pregunta. ¿Es lícito defender una práctica con unos efectos tan malos para la dentadura y la salud en general, en aras de la conservación de las tradiciones y la pureza de las costumbres ancestrales? También la ablación de clítoris es una costumbre ancestral. Y el toro de Tordesillas. Y las mujeres jirafa de esta zona, que se ponen anillos de acero en el cuello. Yo tengo la respuesta a esta pregunta muy clara. Por lo que oigo, no todo el mundo la tiene. Pero ya saben que soy un moderno, urbanita y desarraigado. Un descastado. Y tan contento. Sean felices, pero no dejen de pensar y plantearse dilemas. 

sábado, 18 de febrero de 2017

610. Historietas y personajes

Vuelvo a tener un rato libre para escribir y voy a ver si soy capaz de completar unas líneas. No quiero ser pesado, pero les reitero que estoy de viaje con un grupo que nunca se cansa, que desarrolla jornadas intensas en las que caminamos, nos desplazamos en tuk-tuks (pequeñas camionetas en cuya caja se sube uno y se sienta en el suelo), o en trenes antediluvianos, o en carros de caballos que se desplazan por pistas polvorientas, en pos de cualquier vestigio de cultura local presente o pasada que se pueda disfrutar o fotografiar, actividades en las que nos afanamos sin descanso hasta que se pone el sol, momento en que nos vamos a algún bar y redondeamos la jornada con unas cervezas Myanmar de medio litro y alguna delicia de la gastronomía local. Tras ello, regresamos al hotel, un lugar en el que he de compartir cuarto con mi compañero M.A. y donde el Internet suele funcionar como el culo. En esas condiciones, no es fácil ponerse a escribir y sucede que al final me equivoco con el correo y envío la comunicación a mi mailing de seguidores habituales sin las debidas precauciones de seguridad.

Por eso estoy escribiendo tan poco, a pesar de haberme llevado mi flamante ordenador Lenovo, ligero como plumón de jilguero y súper práctico para actividades blogueras. Estoy ya en la zona arqueológica de Bagan, la joya turística del país, junto con el lago Inle. Bagan es  la antigua capital de una serie de reinos medievales de Birmania, que alberga más de 3.000 pagodas y templos de los siglos IX al XII. Se ha pedido su inscripción como Patrimonio de la Humanidad, pero la UNESCO no acaba de concederla, entre otras cosas porque la Junta Militar que gobernó este país durante décadas, creyó tener aquí un chollo y construyó una autopista asfaltada, una serie de hoteles de lujo y hasta un campo de golf, una barbaridad ambiental en un lugar de semisabana árida y polvorienta. Para colmo, han plantificado en todo el medio un rascacielos rematado con la forma de las pagodas, que alberga el hotel más caro, junto con un mirador panorámico en el piso más alto, propiedad del hombre más rico de Birmania: un ínclito emprendedor, casualmente yerno del cabeza de la Junta Militar. En esas condiciones, la UNESCO pasa de declarar esta maravilla como Patrimonio de la Humanidad.

La última vez les hablé de la zona del lago Inle, otro de los núcleos turísticos que aparecen ya en la agenda de los principales tour-operators del mundo, lo que supone que en las orillas del lago hay unos cuantos hoteles y resorts de superlujo, con sus propios embarcaderos en donde montan a los ricachones en canoas y los pasean por el lago, para que vean a los falsos pescadores haciendo sus números de circo y pasando la gorra. Entre uno y otro centro turístico, hemos recorrido unos cuantos lugares menos contaminados y más interesantes para mí. Me refiero a Kalaw, Pindaya y Hsipaw, además de la gran ciudad de Mandalay, que cuenta con tesoros artísticos que justifican su visita. Estos enclaves están fuera del circuito del turismo más tóxico e invasivo, son lugares de atracción de jóvenes mochileros y viajeros veteranos más heterodoxos como nosotros. Ya les haré alguna descripción más detallada de este periplo, pero hoy voy a centrar mi texto en algunos personajes con entidad propia.


1.- Jaime el guía. Aquí le tienen sonriente a mi lado. Como les dije, su nombre el Khine, que se pronuncia Jain, y de ahí viene lo de Jaime, como lo ha bautizado M.A. que tiene un talento especial para transformar los nombres. Jaime es de la etnia rakhine, radicada mayormente en el estado del mismo nombre, en la zona occidental de Birmania, costera con el Índico. Es una de las muchas etnias que pueblan este país, donde los birmanos dominan a los demás. Los birmanos viven en las zonas llanas y son los propietarios de los principales recursos agrícolas y económicos. Los rakhine, como los shan o los pa-o están un tanto jodidos, pero sin exagerar, porque, al fin y al cabo son budistas. Los más puteados son los rohingya, musulmanes del noroeste a los que ni siquiera se considera personas y se les intenta expulsar a Bangla Desh, en donde tampoco los quieren. A la señora Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz y persona que ostenta ahora el poder real, se le ha criticado su indiferencia al respecto.

El bueno de Jaime, es del tipo grandote y vago. Lleva chanclas y la falda típica de los hombres birmanos, el longyi, que se ata a la altura del ombligo y se lleva sin calzoncillo debajo. Cuando paramos a orinar en algún punto en medio de nuestros desplazamientos, el tío se levanta las faldas, como Lola Gaos en Viridiana, y utiliza el urinario. Por lo demás, es un tipo acostumbrado a acompañar a parejas extranjeras del otro turismo, el de los ricachones, que con nosotros se agota y se ve muy superado. Cada noche lo dejamos reventado, hecho polvo. A veces utiliza estratagemas para acortar nuestras caminatas senderistas, como decirnos que el camino que queda es resbaladizo y peligroso para gente mayor como nosotros, pero nunca nos lo creemos. Utiliza un castellano simple, de pronunciación desastrosa y empieza sus parlamentos con una especie de tos sostenida, como la que usaba Toni Leblanc en alguno de sus personajes televisivos, como si le costara arrancar. Ya les haré un video-selfie con una imitación, cuando tenga las condiciones.

2.- Jayne, la viajera. De esta chica no tengo foto, o a lo mejor sí la tengo pero no se la quiero poner. Cuando llegamos en nuestro tuk-tuk a la bodega que visitamos en Nyaung Shwe, apareció pedaleando en una bicicleta de alquiler, con la que apenas podía dominar la cuesta que terminaba en la bodega. Nos escuchó hablar en español y se nos pegó para toda la visita. Luego la invitamos a compartir con nosotros las botellas de vino que nos tomamos en el bar de la bodega, contemplando la puesta de sol. Jayne Bostock es inglesa, unos treinta años, rubia, con gafas, nariz prominente, sonrisa permanente, aire general cariñoso, razonablemente atractiva para ser inglesa. La traigo aquí porque es un estereotipo de una clase de personajes de las últimas generaciones del mundo, tras 70 años de paz mundial.

Jayne viaja sola y es capaz de hacerlo en un país como Birmania. En realidad es una mujer que ha hecho de los viajes una forma de vida. Se gana la vida como profesora de inglés y cambia de destino en cuanto puede (ha de estar en sus sucesivos empleos un mínimo de tiempo). Empezó su trabajo en Barcelona, donde vivió dos años. A continuación trabajó una temporada en Amán, capital de Jordania. Ahora vive en Taiwan City. El viaje a Birmania son sus vacaciones. Le pregunté el por qué de ese periplo y, como sin darse importancia, me contó que se había propuesto vivir un tiempo en un país católico, luego en uno musulmán y luego en uno budista, para conocer todas las culturas. Ahora planea pedir un destino en Latinoamérica y para eso le interesa practicar su español. Intercambiamos nuestras direcciones de mail y prometimos conectarnos por Facebook.

3.- Mimí la vendedora. En Mandalay cogimos un barco que nos acercó a Mingún, un lugar donde hay una serie de monumentos de obligada visita. Por ejemplo el gigantesco templo Mingun Pahtodawgyi, de 90 metros de alto y 150 por 150 de base, cuya imagen pueden ver abajo. Tiene una historia curiosa. El rey Bodawpaya inició su construcción en 1790. El rey quería construir el templo mayor del mundo, pero un astrólogo consultado pronosticó que, en cuanto el templo se terminara, el rey moriría. Así que el tipo lo dejó sin terminar y fue su hijo el que lo remató en 1820. Pero, en cumplimiento de la maldición, en 1834 un terremoto le provocó las grietas y graves daños que ahora ostenta. Aquí son frecuentes los terremotos, el último el 24 de agosto de 2016, que afectó a muchas de las pagodas de Bagan. Vean una imagen del colosal templo.



Desde allí caminamos hasta la pagoda blanca, un lugar maravilloso del que ya les hablo otro día. En el camino te persiguen vendedores de toda clase de productos artesanales que te acosan como marroquíes. Son un coñazo y los íbamos espantando con sequedad. Pero entre estos vendedores, había una chica que tenía una especie de elegancia natural y no te hacía sentir acosado. Le dije que no quería comprarle nada, y me contestó que no le importaba, que ella vigilaría mis zapatos a la puerta de la pagoda para que nadie me los quitara (hay que descalzarse en todas partes en Birmania). Al salir, allí estaba cuidando mis zapatos. Le ofrecí un billete sin comprarle nada, pero lo rechazó dignamente. Ella no podía aceptar dinero a cambio de nada. Pero ya has vigilado mis zapatos –le dije. Eso es gratis –respondió. Entonces le propuse un juego. Nos haríamos unos selfies juntos siguiendo mis indicaciones, y luego le pagaría por eso. Mis instrucciones eran: uno riéndonos y otro serios. Aquí tienen el resultado.



Entonces le dije que no valía, que en el segundo se había reído también, y había que repetirlo. Lo intentamos varias veces pero, cada vez que yo me ponía tan serio, le daba una risa invencible, algo que no podía evitar. Le dije que no le pagaría si no posaba con seriedad. Al final lo consiguió. Abajo tienen el último fruto del juego. Y la ampliación del rostro de la muchacha. Convendrán conmigo en que esta chica tiene una dignidad y una belleza especiales. Mimí, le reina de las vendedoras callejeras de Mingún. Ya les sigo contando historietas. En unos días nos vamos a Pekín.

 



domingo, 12 de febrero de 2017

609. Algunas reflexiones apresuradas

Bien, en las condiciones en las que me voy moviendo por Birmania, no puedo mantener una actividad bloguera como la que había imaginado para este viaje, por lo que les pido disculpas. Les diré que el viaje está saliendo fenomenal, por ahora; que me lo estoy pasando en grande y que voy tomando nota de todo para cuando tenga un mayor margen de utilizar un Internet medianamente pasable y un poco de privacidad para escribir. Me gustaría hacer en el futuro más viajes con este grupo, con el que me siento muy integrado, pero ya he decidido que será con una condición innegociable: no compartir habitación. Mi compañero es una persona llevadera, con sus cosas como cualquiera, pero yo necesito disponer de algún momento de soledad a lo largo del día por puro descanso mental.

Lo último que les conté hablaba sobre todo de Yangón, 8 millones de habitantes, la capital económica del estado de Myanmar. Allí pasamos el primer día de estancia en este país, en un ambiente urbano y asiático bastante atractivo y con monumentos un tanto impactantes. Al día siguiente, cogimos un minibús al aeropuerto de Yangón y nos plantamos en la terminal de vuelos nacionales, tan enmoquetada como su hermana internacional. Allí nos subimos a un avioncito de dos hélices de las líneas aéreas de Myanmar, similar a los antiguos Fokker que volaban de La Coruña a Madrid. Estos, sin embargo, están nuevecitos, recién estrenados, como lo revela el hecho de que no tengan ceniceros ni señales de prohibido fumar. Además tienen unas azafatas guapísimas y muy amables y profesionales. Abajo la imagen de nuestro avión.


Entre los pasajeros que llenamos el avioncito, destacaba el angelito cuya imagen pueden ver abajo, y cuya oronda humanidad rebosaba ampliamente de la capacidad de su asiento, algo que compensaba la delgadez de su pareja.


Tras un vuelo de unas dos horas, el avión aterrizó como un mosquito en el minúsculo aeropuerto de Heho, puerta de acceso a la zona del lago Inle. Si les ha venido a la mente lo mismo que a mí cuando vi el nombre del aeropuerto, pinchen AQUÍ y rememoren aquello de ¡He, Ho, Let’s go! El aeropuerto está, digamos, en medio de la nada y muy pronto nos dimos cuenta de la realidad birmana. Saliendo por la puerta de la terminal, accedimos a una carreterita, en donde había una serie de personajes así como sin hacer nada, además de algunos vehículos: taxis y microbuses. Todos los conductores estaban a las órdenes de una especie de gangster local que fijaba unos precios abusivos. Le dijimos a nuestro guía (Khine o Jaime) que regateara, pero el tipo se mantuvo en sus trece: era precio fijo. Los turistas llegan a esta zona anunciada en todas las guías y han de sufrir un primer desplume.

Decidimos llamar al hotel. Allí nos dijeron que nos podían enviar un par de taxis, casi a mitad de precio, pero que tardaban una hora. Aceptamos y caminamos hacia un lado, en donde había un chiringuito hecho con caña de bambú y techumbre de hierba y tierra, en el cual nos amenizamos la hora de espera con unas cervezas Myanmar de medio litro bien fresquitas. Llegaron los taxis y nos llevaron al pueblo de Nyaung Shwe, en donde estaba nuestro hotel, que se llamaba nada menos que Remember Inn. La zona del lago Inle sufre ya la presión del turismo y aquí la gente está bastante resabiada. La gracia del lugar consiste en alquilar una o dos canoas fuera borda, que salen de un embarcadero súper cutre y te trasladan a través del lago a diferentes lugares de interés: un mercado tradicional, un restaurante flotante, las ruinas de un antiguo templo budista.

En el lago, los lugareños pescan en barcas minúsculas, con unas redes cónicas que manejan con ambas manos mientras mueven el remo con el pié, en una postura que sale en todas las postales. Algunos han encontrado ahora una ocupación más lucrativa fingiendo que pescan delante de las canoas de los turistas. La barca se para un instante y ellos hacen su payasada antes de pasar la gorra. Uno de ellos, incluso tenía un pez de plástico que mostraba como si lo acabara de pescar. Todo esto es bastante patético, aunque les diré que, una vez sorteada la barrera de estos listillos del progreso, divisamos bastantes lanchas en las que se pescaba de verdad.

Después del lago Inle hemos visitado otras zonas del interior, en concreto los pueblos de Kalaw y Pindaya, en donde hemos tomado contacto con la Birmania profunda y más auténtica. Estos lugares tienen el atractivo para el turista de la práctica de senderismo, una característica que acota bastante el tipo de visitantes, desanimando al turismo más invasivo. Pero sobre esto ya les hablaré otro día. En Nyaung Shwe visitamos también un lugar curioso: unas bodegas en donde se fabrica un vino que no está nada malo, tanto tinto como blanco. Es un mercado que están empezando a explotar en este país, pobre pero no mísero como Bangla Desh o ciertas zonas de la India. En Birmania todo el mundo tiene comida suficiente, hay recursos naturales y sólo necesitan consolidar el tiempo de la paz y crecer en todos los sectores. Los militares siguen ostentando el poder real, pero han abierto la mano a la democracia formal.

No es poco avance en un lugar en donde conviven numerosas etnias que siempre se han estado peleando. En realidad, los birmanos son sólo una de esas etnias, que dominó a las demás tras una cruenta época de luchas civiles. Por cierto, los birmanos consiguieron derrotar a los demás con ayuda de los ingleses que establecieron una especie de protectorado y crearon el reino de Birmania a mediados del siglo XIX. Por suerte para el pueblo, sólo hubo dos reyes, padre e hijo, y no tuvieron tiempo de esquilmarles demasiado. El hijo fue a su vez derrotado por el ejército inglés y acabó sus días preso en una cárcel india. El general Aung San liberó a su país del yugo inglés y estableció las bases del nuevo Myanmar, nombre elegido precisamente para subrayar la integración de todas las etnias del país. De este paraguas protector siempre se han quedado fuera los pueblos no budistas, como los rohingya, musulmanes que viven junto a la frontera de Bangla Desh.

No me da para escribir mucho más. Hoy estoy en Mandalay, la segunda ciudad birmana y antigua capital real, adonde llegamos ayer desde Pindaya. Mañana nos trasladaremos a Hsipaw, en donde nos espera otro recorrido senderista. Ya les contaré más cosas.

martes, 7 de febrero de 2017

608. Birmania en unos primeros trazos

Escribo ahora desde Kalaw, unos 60 kms al oeste del extremo norte del lago Inle, en donde estamos descansando un rato, para guardar fuerzas para el día de mañana, en que afrontaremos una marcha senderista de seis horas efectivas que, sumando las paradas en las sucesivas aldeas que visitaremos, nos ocupará seguramente todo el día. Todo va perfectamente hoy, al final del sexto día de viaje, salvo las habituales cagaleras que algunos del grupo han debido sufrir, como peaje habitual y esperado cuando uno visita esta parte de Asia, por lo demás, súper interesante. He de aclarar dos cosas. UNO, el Internet de los hoteles en los que nos vamos hospedando va como el culo. DOS, en dichos hoteles no suele haber habitaciones individuales, sorpresa que nos llevamos nada más llegar a Yangón. 

Ambas circunstancias van a incidir en mi producción bloguera de estos días, porque ya saben que no me gusta ponerme a escribir cuando viajo acompañado. Si tengo un cuarto para mí solo al final del día, puedo plantearme elaborar unas líneas. Escribir es para mí una actividad de solitario. No va a ser el caso de este viaje en que me está tocando compartir habitación con mi amigo M.A. de quien ya les hablé el otro día. Tomelloso al poder. Estamos meditando inscribirnos a nuestro regreso en el registro de parejas de hecho. Yo creí que iba a tener habitaciones individuales y con esa idea me traje el portátil nuevo, que aproveché para comprarme. Pero me he encontrado con un grupo incansable, que apura las jornadas al límite y con el que me lo estoy pasando muy bien. Y cuando llego al cuarto, no estoy solo.

Aclarado este punto, les diré que Birmania es un lugar grato, con una cultura específica y a la vez muy típica de esta zona de Asia. Es un país en vías de desarrollo, a partir de una situación de mucha pobreza, agudizada por los años de dictadura militar severa, de la que poco a poco van emergiendo. Un detalle. Se conduce por la derecha, pero casi el cien por cien de los vehículos lleva el volante al lado contrario. Durante mucho tiempo se condujo por la izquierda, hasta que la dictadura decretó el cambio. Pilló a todo el mundo con coches japoneses y se acostumbraron a seguir con ellos. Y hasta ahora. Los camioneros, autobuseros y furgonetas llevan un ayudante del conductor, sentado en el asiento de la izquierda, para ayudar en los adelantamientos. Las carreteras son malas pero las están arreglando y ancheando.

El aeropuerto al que llegamos tiene todo el suelo cubierto con una gruesa moqueta, algo que no he visto en ningún lugar del mundo y que no me parece demasiado práctico en una zona con un clima como este. Yangón, que en castellano suele denominarse Rangún, es una ciudad de 8 millones de habitantes, según nuestro guía Khine (al que M.A. llama Jaime), dato contradictorio con el de 5 millones que dicen las wikipedias. Creo que la diferencia se debe a que posiblemente haya 5 millones censados y otros 3 ilegales o irregulares. Es una ciudad portuaria, con un strand todo a lo largo del río Yangón, que separa la ciudad del puerto. El strand está formado por dos carreteras paralelas, entre las que hay una larga franja de apenas diez metros de ancha con una hilera de chiringuitos muy concurridos por las noches, donde los birmanos se toman sus cervezas y sus pescaitos entre el ruido y el humo de los coches y camiones que los rodean por ambos lados.

Yangón es una urbe importante, dentro del área del sureste asiático, con un bullicio y una actividad comercial continuos y un tráfico caótico y siempre congestionado. Los peatones han de cruzar por donde puedan, porque no hay pasos de peatones. Uno se sitúa al borde del río de coches y motos y amaga con salir. Pero nadie se detiene para cederte el paso. Entonces hay que lanzarse a la aventura. Los conductores se desvían para no atropellarte, tocando todo el rato las bocinas y pasándote a milímetros. Pero nadie se enfada y no hemos visto un solo accidente. Una regla de oro: no debes nunca dar un paso atrás. En cada instante has de elegir entre quedarte parado o avanzar, pero nunca retroceder. Si retrocedes, te juegas la vida, porque nadie lo espera. Yo ya conocía esta forma de cruzar, de mis viajes a Sri Lanka y es algo a lo que uno se acostumbra enseguida. La ciudad es tan caótica, que el gobierno se ha trasladado a otra nueva, como se ha hecho en Corea del Sur, Sri Lanka, Nigeria y tantos otros países (Brasil fue uno de los primeros). Birmania tiene ahora una capital económica (Yangón) y una capital administrativa (Naipyidó).

Como sabrán, la persona más destacada en este momento de su historia es la señora Aun Sang Suu Kyi, premio Nobel de la Paz e hija del general Aun Sang, el héroe nacional que liberó Birmania del dominio inglés. Tras mantenerla muchos años marginada y detenida (la mayor parte del tiempo en arresto domiciliario), los militares propiciaron una transición a la democracia, tutelada por ellos y con algunas condiciones. Por ejemplo, en el nuevo Parlamento, los militares se reservan un 25% de los escaños, que se asignan por designación directa (algo que recuerda a los 40 de Ayete). Otra más: la señora Kyi está vetada para ser candidata a la presidencia del país. Algo que le da igual, porque su partido ha ganado las dos elecciones que se han celebrado por mayoría abrumadora. Y esperan a tener un poder aun mayor para hacer el cambio constitucional que les lleve a una democracia plena.

Mientras tanto, la sociedad ha iniciado el camino a una prosperidad que ya resulta imparable. El PIB crece en tasas superiores al 13%, el capital extranjero entra por todas partes y el turismo empieza a mostrar atención por este país tan hermoso y con una gente tan acogedora. Después de dos días de viaje interminable, vía Pekín, iniciamos nuestro viaje en Yangón. En una ciudad tan grande, hay varios lugares de visita obligada, como el barrio chino, el barrio indio y el mercado Scott, una cuadrícula de puestos de venta de toda clase de productos bajo una gran cúpula traslúcida. Y, por supuesto, algunas de las innumerables pagodas cuyas cúpulas doradas sobresalen sobre los tejados de la ciudad. Entre ellas destaca una en especial: la gran pagoda Shwedagon, al lado de nuestro hotel.

Mis colegas conocen Thailandia, Camboya y Vietnam, pero coinciden en afirmar que nunca han visto una nada semejante a esta monumental pagoda con sus más de mil esbeltas estupas (así se llaman sus pequeñas construcciones auxiliares), por entre las que circula un montón de gente de todas las edades y condiciones que vienen a honrar al Buda, a meditar y a hacer sus peticiones para una vida mejor. Lo que menos hay aquí es turistas (se les cobran 8 dólares USA por entrar). Voy a intentar subirles unas imágenes de esta monumental pagoda, mientras mi compañero de cuarto duerme a pierna suelta. Se las dejo como despedida, para que se hagan una idea de lo que es esta maravilla del arte budista.










domingo, 5 de febrero de 2017

607. Desde la misteriosa y sugerente Birmania

En día de tristes aniversarios, cuento por primera vez con un rato para escribir, en mi habitación del Hotel Merchant Art Residence, en el centro de Yangón (Birmania). Con la memoria presente del compañero del alma que se fue justo hace tres años, y a quien recordamos no sólo hoy sino cada día del año, vamos con una apresurada reseña de lo que es mi viaje hasta ahora. El desplazamiento desde Madrid es una secuencia interminable, en la que se suceden las etapas viajando hacia atrás en el tiempo, como los protagonistas de aquellas viejas películas de ciencia ficción de serie Z, en las que los tipos en blanco y negro mostraban su ingenua perplejidad ante hechos que no comprendían del todo.

Me encontré con mis colegas en el reino de las tortugas en la estación de Atocha, a las 9 de la mañana del día 2 de febrero. De allí salimos en el cercanías hasta la T4, en donde nos subimos a un bus gratuito, de vuelta a la T2. Podríamos haber ido directamente en el bus amarillo, pero era un momento de hora punta y con lluvia en Madrid, con lo que era seguro que el bus se habría atascado en el marasmo de conductores atocinados en que se convierte el tráfico de la capital en esas circunstancias. Además, de la otra forma el desplazamiento nos salía gratis a todos (ellos con el billete del AVE y yo con mi pase), mientras que el bus amarillo cuesta 5 euros a todo el mundo. En Barajas facturamos y nos deshicimos del maletón mayor, para estar en punto a la hora de salida, las 13.20.

Dos horas y medio después aterrizamos en el aeropuerto de Frankfurt, en donde nos esperaba una escala de tres horas. Estábamos todavía, como quien dice, de este lado, por lo que aprovechamos para poner whatsapps y hacer alguna llamadita a horas cristianas. Porque lo siguiente era un viaje de nueve horas hasta Pekín, en donde el desfase horario es de siete horas con Madrid. Es decir, que a la hora que marca el reloj de pulsera hay que sumarle siete horas. Y allí nos esperaba una escala de nada menos que siete horas más. El aeropuerto de Pekín es desmesurado, faraónico, gallardónico. El diseño y los materiales tienen un aire a la T4, pero es más feo y los inmensos espacios resultan desangelados y excesivos para el número normal de usuarios, sensación subrayada por el frío que hace, pues es imposible calefactar unos espacios tan sobredimensionados, tanto en superficie como en altura.

Los pasajeros en tránsito deambulan por allí sobrecogidos por las dimensiones de unos habitáculos diseñados más para impresionar y mostrar la pujanza del régimen del nuevo capitalismo de estado, que por unos requerimientos de confort. La vista que se puede percibir a través de las inmensas cristaleras, nos muestra a lo lejos una ciudad embozada bajo la manta de contaminación, que es algo que, hasta que no se ve no se puede comprender en su magnitud. Abajo les pongo un par de imágenes. Entre unas cosas y otras, uno pierde las nociones más primarias, así que no les extrañará que en medio de ese tiempo suspendido, punteado por esporádicas cabezadas en unos asientos incomodísimos, yo suscitase la hilaridad del grupo cuando pregunté: “Pero, ahora mismo, ¿Estamos a 2 o a 3 de febrero?” Todos se rieron, pero, cuando les insistí, me dieron respuestas dispares.


En algún momento de este no-tiempo, alguien dijo que ya estaban abriendo el embarque y caminamos hasta la puerta correspondiente. El vuelo Pekín Yangón dura cerca de cinco horas más y por suerte iba medio vació, por lo que pudimos estirarnos un poco. Habíamos dormido unas cuantas horas en el vuelo desde Frankfurt, lo que en términos de ritmo circadiano podía corresponder a la noche del día 2. Y ahora lo intentamos de nuevo, con éxito desigual. Lo cierto es que salimos de Pekín ya de noche, así que seguramente estábamos cerrando ya el día 3 de febrero. El problema es que en Birmania hay que volver a cambiar la hora, porque retrocedemos en el ritmo de los husos horarios. De las siete horas que habíamos añadido, ahora había que restarle hora y medio. Los birmanos son tan cachondos que se han puesto media hora a su medida. Así que, ahora que son las 9.30 del día 5 de febrero, en España son ls 4 de la madrugada anterior. Ustedes están cómodamente durmiendo la noche del sábado.

Por lo demás, el aeropuerto de Yangón es pequeño, hay que bajar a la pista a coger un bus a la terminal, lo que ya te permite captar el cálido y húmedo ambiente del trópico. Colas interminables para pasar la frontera, en donde hay que mostrar el visado obtenido on line y los tres impresos que te dan en el avión, donde has de contestar las habituales preguntas absurdas: ¿ha estado usted en contacto en los últimos tiempos con rubber garbage? Para quien no sepa lo que es rubber garbage, en castellano lo llamaríamos estiércol, pero en gallego hay una palabra más precisa: estrume. Sólo entonces llegas a la cinta de los equipajes y allí, de forma milagrosa, aparece tu maleta intacta, esa misma que dejaste en Madrid. Siempre me ha resultado algo asombroso que, después de tres viajes, las maletas lleguen al destino fijado.

Afuera nos esperaba el guía que hemos contratado, un chaval de poco menos de 25 años, cuyo nombre es Khine. Sí, nosotros le llamábamos exactamente como ustedes lo acaban de imaginar, pero nos ha aclarado que la pronunciación correcta es Jain. Nos monta en un microbús con capacidad como para unas treinta personas, en donde hay un aire acondicionado gélido, así que agradecemos la ropa de invierno. Tengo que cortar, que me reclaman para continuar viaje. Sean buenos.

jueves, 2 de febrero de 2017

606. En capilla

Bueno, pues aquí me tienen con las maletas preparadas. No se pueden imaginar las ganas que tengo de subirme en el avión y que despegue. Por cierto, volamos en Air China, una línea que no he usado en mi vida. Ahora se dice que los chinos son los principales garantes del orden mundial, frente a la entrada de Trump cual elefante de Kerala en cacharrería de la porcelana tras destrozar los vehículos de todo bicho viviente. Al paso que lleva el señor Trump, no va a dejar títere con cabeza. Si no fuera tan peligroso como parece, sería para morirse de risa con él. Nadie ha logrado tal volumen de imágenes satíricas en la prensa mundial. Vean, por ejemplo esta de una revista alemana. La Trump-chacina.

Cuando uno se va de viaje tantos días, sucede que todo el mundo le urge a dejar terminadas determinadas tareas antes de irse. Me ha pasado a mí, tanto en el trabajo, como en mis asuntos privados, esos de los que no se habla en el blog. Esa presión me ha tenido bastante estresado y por fin he llegado al punto de tener por fin un rato libre. Lo que pasa es que ya es muy tarde, estoy cansado y tengo que cenar. Si me he puesto a escribir es porque tengo por fin un ordenador nuevo. Es un Lenovo (me dicen que es una franquicia de IBM), modelo Ideapad 510S. Es planito, ligero, con teclado clásico (sin ese teclado numérico a la derecha que les ha dado por poner ahora y que, al menos a mí, no me sirve para nada, salvo para hacer el tamaño del aparato más grande). No tiene pantalla táctil, ni inventos estrambóticos. Es sencillo y práctico. Así que estoy probando sus utilidades.

De momento ya he conseguido traerme una foto que me mandaron al móvil y subirla (la tienen arriba). Ahora voy a probar a poner el link a un artículo, a ver si furrula. De todo lo que he podido leer en estos últimos días, destaca por encima de todo el análisis de la situación que hace el gran Santos Juliá, ferrolano, maestro de los historiadores españoles y con su agudeza y humor intacto a sus 76 años. No he leído mejor reflexión hace tiempo. Y es de agradecer su uso del lenguaje y el fino humor con el que se ríe de todo el mundo, desde Lenin, hasta las diversas tontunas del lenguaje. Es sensacional una frase en la que parece que se está riendo de lo de todos y todas, cuando de lo que se está choteando es de lo de y cuando digo todos es todos. Esa es la dialéctica de hoy en día: no es no, referéndum o referéndum. En mis tiempos nos reíamos del señor Boskov por lo de fútbol es fútbol. Ahora sería considerado un tipo a la moda. Bien, les recomiendo encarecidamente que lo lean. Para ello han de pinchar AQUÍ.

Parece que la cosa funciona. Ahora voy a probar a subir un vídeo. Ya que estamos con Trump, pues vean cómo se las arreglaba Cantinflas para acceder a los USA mucho antes de que a nadie se le ocurriera poner muros al campo. Supongo que ya saben que, de los 3.000 kilómetros de frontera que hay entre USA y México, aproximadamente un tercio ya tiene muro, y fue precisamente el marido de la señora Clinton (¿o debería decir la señora de Clinton?) quien inició su construcción. Estos gringos son todos iguales, lo que pasa es que Trump no lo disimula.


Finalmente, me queda el truco de hacerme un selfie y subirlo. Abajo lo tienen, espero. Saludos birmanos. Mañana he quedado a las 9.00 en Atocha, en el estanque de las tortugas. Allí me reuniré con mis compañeros, que llegan en el AVE, y saldremos para el aeropuerto. Ya les iré contando. Pórtense bien.