Bueno, aquí me tienen para una entrada cortita. Estoy muy bien (por ahora, que diría el señor Rajoy, flamante non grato en su tierra). Lo que pasa es que no me traje el ordenador, ni el IPad, contando con que a estas alturas ya estaría de alta. Pues nada. Aquí sigo secuestrado a cuenta del protocolo. ¡VIVA EL PROTOCOLO!
En efecto, no me duele nada, estoy bien, por no tener, no tengo ni escayola, ni vendaje ni nada. ¿Por qué, entonces, no me dejan irme a mí casa? Pues muy fácil: porque me han metido un clavo de 25 cm en el húmero fracturado y aún hay posibilidad de que mi cuerpo lo rechace. Dice el protocolo.
He tratado de argumentarles a los médicos, les he dicho que no tengo nada contra el clavo, que me lo comería a besos de tanto que lo quiero. Pero no hay forma de convencerles.
Estas son las situaciones en que Clint Eeastwood arruga el entrecejo, se arranca violentamente los tubos y las vías, le sacude un mamporro al sorprendido enfermero y sale cagando puñetas hasta el Parking del hospital, en donde roba un Cadillac y vuela a salvar a la chica.
Ya saben que yo no soy Clint Eastwood, ni he de salvar chica alguna. Así que trato de entretener mis horas, con mi experiencia de tres años de encierro en el edificio APOT, estrechamente vigilado por una émula de carcelera nazi. Después de recorrerme los pasillos de todas las plantas, guiñarles un ojo sin éxito a las pocas enfermeras atractivas, ver el eterno telediario con los líderes bailando el corro de la patata e intentar forzar las máquinas expendedoras de coca cola, a ver si les birlaba unos euros, pues me he puesto a jugar con el móvil y he encontrado que existe una aplicación blogger para móviles. Así que esto es un experimento.
Cuando esté en mi casa, ya le mejoraré el formato. He de esperar al menos a mañana. Lo cierto es que tengo introducido en el húmero un cimborrio de titanio de 25cm, y dicen que puedo rechazarlo. Mi sentimiento hacia él es positivo, se trata de un colega, con el que habré de viajar siempre. Cantará en los aeropuertos, me avisará de los cambios de tiempo y hasta puedo mantener conversaciones íntimas. Será un colega silencioso, disciplinado y con espíritu colaborativo. Un tipo que nunca se enfadará, ni se tirará pedos, ni me levantará novias: un amigo de verdad. Sólo me falta ponerle un nombre. Había pensado en Federico, pero se admiten sugerencias. Para insertármelo tuvieron que dormirme, hacerme un agujero en el codo, meterlo por ahí y fijarlo con dos tornillos, uno en el hombro, otro en el codo. Así que, aquí me tienen: el nuevo Robocop.
Ya me he cansado de escribir, vamos a ver si funciona el invento, sean felices.
Yo te sugiero Ícaro, porque te permitirá seguir volando. Eso sí, procura no acercarte al sol, que de la mezcla de helio con titanio no estoy al tanto, la química no es lo mío, Lucas te podrá ilustrar al respecto.
ResponderEliminarReanudo mi tarea de contestar individualmente a mis seguidores. La verdad es que no tengo una decisión tomada sobre qué nombre ponerle a mi clavo de titanio del que ya no me separaré nunca, siempre que todo vaya bien. Ahora mismo no me gusta Federico, ni tampoco Ícaro. Tal vez Teodoro. O, a lo mejor, Konrad Adenauer. Habrá que esperar a ver qué tal se porta. Un abrazo, querida amiga.
EliminarHola Emilio, soy Julián.
ResponderEliminarHacía tiempo que no entraba en el blog y me acabo de enterar de tu accidente ¡Joder qué susto! Mucho ánimo y que te recuperes lo mejor posible.
Coño, Julián, qué alegría volver a saber de ti. Gracias por tus buenos deseos. Espero que todo vaya bien, he de hacer rehabilitación y, dentro de nada, estoy otra vez corriendo por El Retiro. Mi blog está siempre abierto para ti. Tus comentarios ya se echaban de menos. Abrazos.
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