El devenir de los hechos que
conforman la vida de una persona no es lineal ni homogéneo. A menudo, las
trayectoria se tuercen, vuelven atrás, describen paraboloides o hipérboles. A
veces hemos de correr a toda prisa, hasta los límites del agotamiento, para
conseguir permanecer en el mismo sitio. Y, al contrario, hay ocasiones en que
uno puede quedarse quieto, abandonarse y dejar que la corriente del río le lleve
a otro lugar diferente, como suele hacer Rajoy, el rey de los camarones. Y, en
esta deriva de cada uno, entrecruzada con la de los demás, a veces se producen
fracturas. Eso es lo que me ha sucedido a mí, como me dispongo a contarles.
Como dijo Jack el Destripador, vamos por partes.
1. Antes de la fractura
Nos habíamos quedado en que el
pasado día 17 viajaba a Londres por la tarde. En estos últimos tiempos me estoy
involucrando mucho más con las líneas de trabajo del Ayuntamiento, y no me
parece que este blog sea el lugar más adecuado para comentar cosas de mi
trabajo. Bastará decir que el viaje fue exitoso, que el congreso fue muy
interesante, porque, como ya he contado en alguna entrada anterior, en Londres
se están planteando meter en subterráneo el tráfico de las grandes carreteras
que vienen de toda Gran Bretaña, recuperando la superficie ganada para la
ciudad, para construir jardines y convertir estas anteriores barreras en
corredores verdes y ejes de actividad urbana sobre los túneles.
El planteamiento es impecable,
pero tiene unos cuantos flancos débiles, como sabemos en Madrid. Por un lado,
la inversión pública que se requiere es cuantiosa. Pero es que, además, es un
hecho probado que, cuantas más facilidades se den al automóvil privado, más
tráfico se atrae. Por eso, la Comunidad Europea no da un solo euro para este
tipo de proyectos. Desde Bruselas se fomentan políticas más baratas, que se
basen en evitar que los coches lo invadan todo. La construcción de un carril
bici, por ejemplo, tiene un doble efecto: facilitar la circulación ciclista,
sí, desde luego, pero también reducir el número de carriles para coches. La
polémica fue evidente en el congreso. Habló un político local de derechas, que
exageró los efectos de los atascos, las horas que pierden al día los honrados
trabajadores que quieren ir a su oficina en coche, el efecto acumulado de la
congestión sobre la contaminación, etc.
Más o menos lo que contaba en su
día el equipo de Gallardón. La situación es terrible y, con unos cuantos
billones de libras de nada, se mejora un montón. Años más tarde, es normal
comprobar que los atascos han mejorado, pero existen todavía, que las ciudades
se endeudan para lograr una solución provisional, que pronto requerirá nuevas
obras para hacer más carriles, puentes y túneles. Que las empresas que han
construido esas gigantescas infraestructuras han hecho un gran negocio. Y, a
menudo, que parte de ese beneficio se ha desviado para financiar a los partidos
que, desde las administraciones públicas, han promovido tales obras, cuando no directamente a los bolsillos de los políticos que con tanto entusiasmo las
defendían. Eso sucede aquí, en Londres y en San Petesburgo.
Frente a esta postura, sectores ecologistas
y ambientalistas sostienen la teoría de que hay que cambiar el modelo de la
movilidad urbana, si queremos que nuestros hijos y nietos dejen de respirar
mierda. Más de la mitad de la población mundial vive ya en las ciudades. Y la
única causa de la contaminación que respiramos los ciudadanos, es el automóvil.
La solución no es hacer más carriles túneles y escalextrics. La solución está
en mejorar el transporte público, favorecer la bicicleta y los recorridos
peatonales, expulsar el coche de las áreas centrales y recuperar los espacios
libres para el ciudadano. Ha de hacerse de forma gradual, con campañas que
expliquen esa política. La sociedad occidental ha conseguido que dejemos de
fumar. Pues esto es lo mismo. Igual que el
tabaco mata, el coche mata
también.
Ambas posturas se enfrentaron en
un congreso al que viajé acompañando a Samuel Romero, un joven ingeniero
preparado, competente y brillante, que lleva poco más de un mes al frente de la
empresa mixta Madrid Calle 30. Nuestro objetivo era contar la experiencia de
los proyectos M-30 y Madrid Río, sus ventajas y sus inconvenientes, sus luces y
sombras. Mi presentación fue muy valorada, así como nuestra participación en el
coloquio posterior. Conseguimos también un segundo objetivo: que los
responsables de Transport for London vengan a Madrid a ver los túneles, el
parque y los sistemas de gestión de la autovía urbana. Además hicimos contactos
y es posible que Madrid pueda integrarse en una red de ciudades que se está
construyendo, para reflexionar sobre los modelos de movilidad y la forma de
conseguir un desarrollo urbano sostenible y equilibrado.
Tras el congreso tuvimos tiempo
de comer en un pub y dar un largo paseo por el Soho, en donde compré un par de
paquetes de chocolatitos Cadbury, para regalar a las chicas de la oficina.
Nuestro vuelo se retrasó y llegó tarde, además de la incidencia del cambio de
horario. Llegué a mi casa cerca de la una de la madrugada, sin haber comido nada desde el mediodía londinense, así que tuve que hacerme una cena.
Cuando me acosté, cerca de las dos, decidí no poner el despertador. Al otro día
celebraría mi 65 cumpleaños empezando por llegar tarde a la ofi. El día 19, me
levanté tarde, desayuné como un señor y salí en dirección al Metro.
En la estación de Atocha, pasé los tornos y hube de subir y bajar escaleras para tomar la dirección sur, hacia Atocha-Renfe, como todos los días. En las escaleras de bajada, me crucé con el grueso de pasajeros que se acababan de bajar del convoy que yo debía tomar. Entonces, desemboqué en el túnel que da acceso al andén. Al fondo estaba mi tren con las puertas abiertas y sin que nada me separara de él. Si me daba una carrerita, podía cogerlo. Eché a correr y, de la esquina derecha, me salió de pronto un caballero que, de forma involuntaria, me hizo una entrada digna de tarjeta roja.
En la estación de Atocha, pasé los tornos y hube de subir y bajar escaleras para tomar la dirección sur, hacia Atocha-Renfe, como todos los días. En las escaleras de bajada, me crucé con el grueso de pasajeros que se acababan de bajar del convoy que yo debía tomar. Entonces, desemboqué en el túnel que da acceso al andén. Al fondo estaba mi tren con las puertas abiertas y sin que nada me separara de él. Si me daba una carrerita, podía cogerlo. Eché a correr y, de la esquina derecha, me salió de pronto un caballero que, de forma involuntaria, me hizo una entrada digna de tarjeta roja.
Mi movimiento se aceleró, manoteé en el aire, pero no pude
evitar caerme, con la cabeza dentro del vagón, que ya pitaba para irse, un
brazo golpeado violentamente contra el filo de la puerta y el cuerpo fuera. Los viajeros dentro del vagón me estaban viendo que me caía y reaccionaron rápido: tirando de mis hombros hacia arriba, me levantaron enseguida y me quedé fuera, en el andén, un poco aturdido. El Metro cerró sus puertas y se fue. La bolsita con las
chocolatinas Cadbury había desaparecido, seguramente dentro del vagón. Pero lo
peor no era eso. Lo peor era que el brazo izquierdo me colgaba desde un poco
más abajo del hombro, como un trapo inservible.
2. Después de la fractura
Nunca me había roto un hueso del
calibre del húmero. Había sufrido fisuras, desplazamientos y contusiones en
diversos huesos, pero nunca una fractura. Pero, desde el primer segundo, uno
sabe que se ha roto el brazo o la pierna, como lo supo desde el principio el
futbolista del Depor Manuel Pablo. Y les puedo jurar que es una sensación muy
impactante. Estaba solo en el andén y había que actuar con celeridad, antes de
que el dolor llegara. Corrí escaleras arriba y luego escaleras abajo, para
llegar al puesto de la señora que controla la entrada del Metro de Atocha. Haga
usted el favor de llamar a una ambulancia, le dije a toda prisa, porque me acabo de romper un brazo.
Me sacaron una silla, vinieron los de seguridad y se armó el circo que se
imaginan. Aproveché el lapsus para mandar whatsapps y llamar a algunos
compañeros de trabajo, que me cantaban cumpleaños feliz, hasta que conseguía
explicarles mi situación.
Media hora después llegó la
ambulancia. El dolor era ya importante, pero subí hasta la glorieta por mi
propio pie. Parece mentira la cantidad de baches que hay en las calles de
Madrid y los amortiguadores de mierda que tienen ciertas ambulancias del Samur.
Llegué hecho polvo a la clínica Virgen de América, en donde mi amiga L. me dio
un calmante y me hizo unas radiografías. La fractura era seria, y la cosa
requería cirugía, para que me implanten un clavo intramedular. Pero aquí vino
la burocracia esa que nos tiene a todos atrapados. Si yo me quedaba en ese
hospital y me acogía a la póliza de Adeslas por la que cada mes pago en torno a
100 euros, las nóminas de los próximos dos meses (mi baja laboral estimada) se
me reduciría al 50%. ¿Cómo evitarlo? pues trasladándome al hospital de Asepeyo,
mutualidad con la que el Ayuntamiento tiene su acuerdo laboral.
La cosa estaba clara. Ya estaba
conmigo alguien que me quiere, con el coche listo para llevarme. El problema es
que el hospital de Asepeyo está en atomarporculo.com, p'allá para el polígono
industrial de Coslada. Allí me repitieron las pruebas y me informaron que ya no
había quirófanos libres hasta el lunes. Me alinearon las dos partes del hueso
para ponerme una escayola provisional (se imaginarán lo que me dolió esta
maniobra) y me mandaron a casa. Mañana domingo me ingresaré por la tarde, para
que me operen el lunes.
En fin, todo esto lo he logrado
escribir a una mano, lo que tiene cierto mérito. Algunas lecciones. No corran
para coger el Metro o el bus. Nada es tan urgente como para arriesgarse a sufrir
un accidente tan tonto. Y no se crean los reyes del mundo. Venía yo muy farruco
de Londres, en donde habíamos cortado las dos orejas y el rabo. Y mira tú por dónde,
el destino me tenía preparada esta jugarreta. Por lo demás, peor están los
sirios. Yo voy a tener unos primeros días más molestos tras la operación, pero
luego estaré cómodo y disfrutaré de un adelanto de jubilación en torno a dos
meses. Y eso van a ganar, espero, ustedes mis lectores. Les voy a poder atender
como se merecen. Queda sólo mostrarles la foto, la prueba principal. Si alguno
de ustedes es impresionable, le pido disculpas. Sean felices, ustedes que
tienen todos sus huesos intactos.
3. La imagen de la fractura
Querido amigo, no sabes bien de qué forma me siento identificado contigo en este momento, pues no todos tus lectores tienen sus huesos íntegros. El pasado día 4,casualmente tras hablar con tu cuñada, sufrí una caída fortuita, sin carrera ni esfuerzo alguno, consecuencia de la cual me rompí también el húmero izquierdo con separación de fragmentos pero más alta, próxima a la cabeza, a la altura que los especialistas llaman el cuello quirúrgico. No puedo enviar imágenes porque, entre otras cosas, no sabría hacerlo. Tras una intervención y colocación de una placa y sus correspondientes tornillos (pura carpintería) me encuentro en el banco de la paciencia, sin poder utilizar el coche lo que me contraría sobremanera pues no suelo estar quieto en un sitio. El lunes comenzaré ejercicios de Rehabilitación.
ResponderEliminarTu fractura tiene buen pronóstico y deseo que recuperes la función ad íntegrum y pronto, es cuestión de paciencia.
Seguiremos disfrutando de tus escritos por los que aprovecho para felicitarte, especialmente, entre los últimos, el reportaje sobre el asunto de Asunta del que siguen quedando incertidumbres.
Un fuerte abrazo y muchos ánimos,siempre puede haber sido peor y, como bien dices, peor están los sirios.
(escrito con una mano, más dificil es pintar con la boca o el pié).
Alfred
¡¡Amigo Alfred!! Yo creo que esto ha de ser cousa das meigas. Tal vez sea el precio de haber establecido aquel conjuro cruzado inverso, que sin duda ninguna contribuyó a la curación de nuestra paisana Teresiña de Becerreá, enferma de ébola. Con estas cosas no hay que jugar, aunque no creamos en ellas. Lo de las rogativas a San Benitiño de Lérez para la salvación del Deportivo, parecen a priori menos peligroso, aunque nuestra doble fractura de húmero izquierdo está coincidiendo con la peor fase de nuestro equipo, ahora mismo el peor de España en 2016.
EliminarTe diré también que mi sesión del club de lectura del martes pasado hubo de ser pospuesta por las numerosas bajas, incluidas DOS roturas de brazo, la mía y otra de la que no tengo más datos. Mañana celebraremos la sesión aplazada y sabré qué le pasó al otro contertulio accidentado. Si también ha sido el húmero izquierdo, será cosa de empezar a inquietarse.
Por lo demás, esto es latoso, doloroso a ratos y un poco fastidiado, pero piensa que sería peor el brazo derecho, y mucho peor una pierna. Tú que vas quince días por delante, espero que estés ya mucho mejor que yo, aunque no me quejo.
Un fuerte abrazo, amigo, y siempre adelante.
Querido Emilio. Hace muy poco te dije que a nuestra edad teníamos que tomar la vida con mucha más calma. Perder la temporal movilización de un brazo por correr tras un Metro no deja de ser una irresponsabilidad teniendo en cuenta la frecuencia con que llegan estos trenes. pero, en fin, tiene sus cosas positivas, (tómelo usted así) tiene más tiempo para leer, escribir, ver cine, etc.
ResponderEliminarNi que decir tiene que lo siento en el alma ya que usted lo siente en su cuerpo.
Espero su pronta recuperación ya que se trata de una fractura limpia que, con su correspondiente intervención quirúrgica, solamente la recordará cuando vaya a cambiar el tiempo y cuando lleguen sus próximos cumpleaños (espero que muchos).
En el anterior "post" le dejé un enlace con mi felicitación anual.
Mi querido Miluco, hágame caso, nuestra edad no está para trotes. Tómeselo con paciencia.
Un gran abrazo, amigo.
Amigo Groucho, tus palabras despiden un halo de sabiduría. Es estúpido correr para coger el Metro, pero ya sabes que todo el mundo lo hace en estas grandes ciudades llenas de gente enloquecida. Prometo no hacerlo mas, al menos durante una temporada. Gracias por tu interés y tu cariño, ambos mutuos, como sabes.
EliminarAhhh...!!! y hágaselo ver...
ResponderEliminar¡Manda carallo!¡Qué cosas pasan!
ResponderEliminarPues que quieres que te diga. Que pase pronto.
Mientras, puedes contar conmigo para que te suba las bolsas de la compra a casa. No tienes más que llamar o mandar un guasap.
Un abrazo.
Gracias por tu oferta, querido Paco. De momento no necesito ayuda y espero no llegar a necesitarla más adelante. A cambio, podríamos quedar un día a comer o tomar una cerveza, aprovechando que mi situación de baja laboral me va a permitir adaptarme a tus horarios, zonas y preferencias. Pero hemos de dejar pasar al menos esta semana.
EliminarUn fuerte abrazo, amigo.