El triste caso del
asesinato de la niña Asunta Basterra Porto y el juicio que declaró culpables a
sus padres adoptivos dos años más tarde, es un asunto cuyas claves no consigo
entender. No se han llegado a saber los motivos que podría tener esta pareja divorciada
de la alta sociedad santiaguesa, para matar a su hija de forma planificada y
chapucera. No se entiende que después de dos años terribles de cárcel
preventiva (al padre le han dado más de una paliza los demás presos), ninguno
de los dos se derrumbe y confiese. Ambos se mantuvieron silenciosos en el
juicio, vestidos de negro, herméticos e inamovibles en su posición.
Curiosamente ha tenido
que ser un periódico inglés el que elabore el mejor reportaje sobre el caso. Lo
que da idea de la diferencia de calidad entre la prensa británica y la
española. El londinense The Guardian tiene entre sus prácticas habituales,
enviar a un corresponsal al lugar de los hechos de los casos más extraños, para
que pase por allí unos días, fisgonee y escriba su reportaje, sin límites de tamaño.
Es una sección que se llama The long read. El
pasado 2 de febrero, el periodista Giles Tremlett, publicó en ese formato un
excelente reportaje sobre el caso Asunta. Pueden comprobarlo, leerlo en inglés
o, al menos ver las fotos AQUÍ. Pero
me parece tan bueno que lo he traducido para ustedes. Ya les adelanto que es
muy largo y he tenido que dividirlo en dos posts. Ahí va.
Por qué unos
padres mataron a su hija adoptiva I (Giles Tremlett
2.02.2016)
Un
día de finales de junio de 2001, Rosario Porto, una abogada menuda de pelo
negro, de Santiago de Compostela, al norte de España, se acomodó nerviosa en un
vuelo a China junto a su marido Alfonso Basterra, un tipo tranquilo del País
Vasco, que trabajaba como periodista independiente. La pareja, ambos de 30 años
de edad, estaban en camino de adoptar una niña. Porto tragó dos pastillas de
Orfidal -un medicamento usado comúnmente contra la ansiedad, que ya había
usado antes- pero seguía demasiado agitada y excitada para dormir.
La
pareja había tenido problemas para convencer a las autoridades locales
españolas de que serían unos buenos padres y que su hija estaría rodeada por
una familia amplia y cariñosa. El padre de Porto era un abogado que había sido
cónsul honorario de Francia en Santiago, y su madre era una profesora
universitaria de historia del arte. Habían cedido a su hija un piso que ocupaba
toda una planta en un edificio de cuatro alturas, en lo que algunos llaman
"zona VIP" de Santiago, el barrio de la clase media alta de la
ciudad. El piso estaba decorado en los tonos audaces
-azules, verdes y amarillos- que a Porto le gustaban, y lleno de arte,
curiosidades y coloridas alfombras de todas las regiones del mundo. El dormitorio de la niña
se revestiría de papeles pintados con nubes y soles.
En ese momento, la adopción en China era inusual. Nadie en
Santiago, una ciudad sólidamente burguesa de 93.000 habitantes, lo había hecho
antes, y sólo unos pocos niños chinos se han adoptado en toda la región de
Galicia, una zona principalmente rural de 2,7 millones de personas. Pero los
padres españoles que querían adoptar, empezaban a constituir una amplia red. Con
una tasa de natalidad baja y unas leyes de adopción estrictas, había
relativamente pocos niños españoles que necesitasen hogares, mientras que la
adopción en el extranjero era más rápida y fácil -al menos para parejas que
puedan asumir costes de 10.000€ o más. En 2004, España se situaría en el
segundo lugar del mundo en adopciones extranjeras -sólo por detrás de Estados
Unidos. Al año siguiente, las adopciones de niños chinos alcanzaron los 2.750,
el 95% de ellos niñas (la política de hijo único supone una prima añadida para
los niños).
La adopción de un bebé extranjero produce satisfacción y,
para algunos, el prestigio moral de rescatar a un niño necesitado. En el
ambiente progresista y cultivado al que se trasladó la familia Basterra-Porto,
no podían esperar más que elogios. Porto, que heredó el cargo de su padre como
cónsul honorario, incluso apareció en la televisión local para compartir su
experiencia y conocimientos acerca de la adopción.
Los
informes de los psicólogos pintaron una imagen positiva de la pareja. Porto era
"agradable y relajada, emocionalmente expresiva, cooperativa, adaptable y
solícita", dijeron. "Soy una mujer apasionada" les dijo ella,
describiendo a su marido como "paciente, fácil de llevar, comprensivo y
con sentido del humor, un carácter fuerte que toma sus propias
decisiones." La familia de Porto, me dijo uno de sus amigos, eran "pura
aristocracia".
En
China, les esperaba un bebé de nueve meses, de tamaño inferior al normal, de la
provincia de Hunan, llamada Asunta Fong Yang. Fue, recuerda Basterra, "un
viaje increíble". Dos semanas más tarde, después de bandearse entre la
maraña de la burocracia china y hacer los pagos requeridos, trajeron a la
pequeña a su casa de Santiago. Sus nuevos documentos de identidad españoles
mostraban que ahora era Asunta Fong Yang Basterra Porto.
La
niña creció y comenzó a ganar peso, aunque seguía siendo delgada y sufrió las
dolencias típicas de la infancia: fiebres, gastroenteritis y otras enfermedades
que asustan a los padres, pero pasan rápidamente. En los círculos en los que
Porto -"Charo" para los amigos y familiares- se movía, los amigos médicos
estaban siempre a mano. No había necesidad de ir al centro de salud pública,
donde a Asunta le habían asignado un pediatra. Fueron, en cambio, hasta el
hospital de la ciudad, donde un facultativo amigo supervisaría su cuidado
futuro. Incluso podrían obtener medicamentos sin receta, de los amigos
farmacéuticos. Eran privilegios de clase, pero así era cómo funcionaban las
cosas en Santiago –una ciudad encantadora y tranquila, que alberga la capital
de la región autónoma de Galicia. "Al igual que otras ciudades de
provincia, Santiago puede ser muy complaciente", me dijo el escritor
gallego Miguel Anxo Murado. La pareja estaba dispuesta a utilizar todos sus
contactos. Simplemente estaban haciendo lo mejor para Asunta.
Con
el tiempo se hizo evidente que Asunta era especial. Cuando llegó a la escuela
secundaria la consideraron tan brillante
que le saltaron un año académico. Sus padres la estimulaban pero también se
preocupaban por estas habilidades. "Bien manejado, es una buena
cosa", decía Porto a sus amigos
después de leer sobre los niños superdotados. "Pero puede ser un problema."
Empezaron las clases particulares de inglés, francés y chino, además del alemán
en la escuela. Asunta ya hablaba español y gallego, el idioma similar al portugués
de este rincón verde y húmedo de la España atlántica. También había clases
particulares de ballet, violín y piano -a menudo exigidos por la propia Asunta.
"Ella nos contó una vez cómo eran sus sábados, nos
recordó su antigua maestra de ballet, una mujer llamada Gail Brevitt. "Se
levantaba a las 7 am, estudiaba chino de 8 a 10, llegaba al ballet a las 10.15 y bailaba
hasta las 12.30 horas, y luego hacía francés hasta la hora del almuerzo”. Y además
estaban el violín y el piano. Orgullosos, los padres de Asunta seguían su
progreso cuidadosamente. La chica era tímida con los extraños, pero exuberante
en casa -bromista, arengando a sus padres con discursos políticos simulados o dando
vueltas y vueltas con sus trajes de ballet. Hubo conciertos y salidas al teatro, mientras
su madre se involucraba en el Ateneo, un Club cultural liberal que organizaba
charlas, debates y conciertos.
En el momento en que cumplió 12 años en septiembre de 2012,
se podría haber esperado que Asunta estuviera harta de ser un "proyecto de niña”; una persona que estaba claramente siendo preparada para ser un
prodigio. Una vez, cuando su madre estaba repasando la lista de sus actividades
después de la escuela delante de unos conocidos, la chica soltó bruscamente:
"¡Esa es una cosa que estoy haciendo porque te gusta a ti!" Pero Asunta
parecía feliz. Tenía talento, era disciplinada y disfrutaba de lo que hacía. También
era reservada, y sólo compartía sus escasas preocupaciones con Carmen González,
asistenta de la familia, así como con su madrina y niñera esporádica, María Isabel
Veliz, una mujer de edad avanzada, pero activa. Ya era 5 pulgadas más alta que
Porto, casi una mujer. "Para mí, ellos parecían una familia idílica,"
decía González.
* * *
* * *
Pero
la familia había comenzado a mostrar algunas grietas. En 2009, Porto pasó dos
noches en un hospital psiquiátrico privado, diciendo que se sentía apática, culpable y con ideas suicidas. Su mente era un torbellino de alta velocidad,
dijo, y sentía una tremenda competencia con su propia madre. "(Porto] se irrita
mucho con su hija, que es una molestia para ella," escribió un psiquiatra
en sus notas. Después de dos días, sin embargo, Porto pidió el alta voluntaria y
sólo regresó para la primera de las revisiones periódicas que le programaron.
Dos
años más tarde, en 2011, Porto había recuperado el equilibrio y empezó a pensar
en enviar a su hija a una escuela en Inglaterra durante un año. Esto le
permitiría pulir su inglés y ayudaría a reforzar a Asunta a la altura de su
brillantez natural. Porto había hecho algo similar: pasó por una escuela en
Oxford de adolescente y, ya estudiante de 22 años, viajó a Francia en un
intercambio Erasmus. Pero sólo duró unos pocos meses en Francia. "Allí nadie
sabía quién era yo. En cambio en Santiago, al ser mi padre profesor de la facultad,
me trataban con más consideración", explicaría más tarde. Su autoestima era
frágil y fue durante su tiempo en Francia cuando inició un ciclo de recaídas
ocasionales en la ansiedad o la depresión aguda. Porto comenzó a trabajar en el
bufete de abogados de su padre después de graduarse y más tarde publicó un
currículum on line en el que afirmaba haber completado su año Erasmus y estudiado
en la London School
of Law, una institución que no existe.
En
septiembre de 2013, Asunta, 12 años, volvía a la escuela tras un largo verano
que había incluido varias semanas felices con la querida asistenta y confidente en su pueblo de origen,
y otras con su madrina en un complejo playero cercano, nadando en el mar y acudiendo a todas las fiestas locales. "Ella se divertía mucho", dijo Veliz. Sus padres no estaban lejos, en Santiago, o en su propio apartamento en la playa, pero sólo
pasaron una de las seis semanas de verano con Asunta. Basterra y Porto se estaban
recuperando de 18 meses de desgaste emocional. Un período negro que había
comenzado con la muerte de la madre de Porto y, siete meses más tarde, la de su
padre. Ambos habían muerto en sus camas. Asunta había pasado mucho tiempo con
sus abuelos, sobre todo paseando por el parque de la Alameda con su abuelo, que solía
acompañarla a casa tras la clase de ballet. Su abuela materna había sido la
fuerza impulsora de la familia. Ella tenía "una personalidad como una
cortadora de césped", dice un conocido. Porto la llamaba
"encantadoramente horrible".
Ambas
pérdidas sacaron a la luz los puntos débiles del matrimonio. A principios de
2013, Porto y Basterra se habían divorciado de repente, para sorpresa de sus
amigos. De hecho, Porto había perdido el entusiasmo por un hombre al que ahora
veía como excesivamente puritano, antisocial, apático e impredecible. Ella confió
a un amigo que se había cansado de su bajo rendimiento como amo de casa. Porto
encontró un amante, un hombre de negocios seguro de sí mismo, enérgico
y exitoso llamado Manuel García. Cuando Basterra descubrió el asunto, cotilleando
en los correos electrónicos de su esposa, su matrimonio se desmoronó. Optó por
apartarse, se fue a casa de unos parientes en el País Vasco, pero volvió tres
semanas más tarde y alquiló un pequeño apartamento a la vuelta de la esquina. Su único
objetivo, dijo, era estar cerca de Asunta para verla crecer feliz.
Porto se había sentado con Asunta y le había dado la típica charla
de los padres divorciados, llena de garantías de que los dos la adoraban, pero
mamá y papá ya no se querían. "Entonces, ¿quién va a cocinar?" quiso
saber Asunta. Era una pregunta pertinente. Su padre, cuyo trabajo free lance era muy errático, había sido el cocinero y amo de casa principal. Basterra iba a bombardear a su ex mujer con correos electrónicos
en los que le recordaba todas las tareas del hogar que ahora caerían sobre
ella, sabiendo que su incapacidad para organizarse a sí misma la haría caer en
la ansiedad. "Dudo que ella sepa hacer un huevo pasado por agua",
dice un amigo. Sin el dinero de Porto, Basterra había aterrizado en el mundo real.
Que su esposa se hubiera buscado un amante casado, al que Basterra consideraba
vulgar, no hizo sino aumentar su resentimiento.
Nadie sabe cómo Asunta, al borde de la adolescencia,
reaccionó a todo esto. Las certezas perfectas de su mundo se estaban desmoronando y su confianza en sus padres debe haber flaqueado. En junio de
2013, Porto tuvo una crisis nerviosa que le provocó síntomas físicos agudos,
incluyendo mareos y la paralización de un lado de la cara. Basterra se
precipitó a la cama de hospital de su ex esposa y, una semana más tarde, la ayudó
a instalarse de nuevo en casa. En cierto modo, era un retorno a su antigua
vida. Comían en casa e incluso pensaron que podrían volver a vivir juntos.
Mientras tanto, Asunta continuaba con sus numerosas actividades
extraescolares. Cuando ella puso sus libros de estudio en forma de abanico sobre
la colorida alfombra de su habitación en la tarde del sábado 21 de Septiembre
de 2013 -tras almorzar con su madre en el piso de su padre, jugar una partida
de cartas y ver un episodio de los Simpson- parecía que la familia había
superado sus traumas recientes y que la vida de Asunta volvía de nuevo a la rutina.
* * *
* * *
Alfredo Balsa es bien conocido por la policía de los
alrededores de Santiago de Compostela. Es un visitante asiduo de los clubes de
alterne –así se llaman los burdeles legales que muestran sus letreros de neón
en las afueras de cada ciudad española-, que además tenía el hábito de conducir
bebido en el entorno de la parroquia de Teo, una aldea junto a Santiago. En
septiembre de 2013 lo habían pillado tantas veces que había perdido su permiso
de conducir. Pero el club de alterne más cercano -el Satay- estaba a una milla
de distancia, por caminos de tierra en buen estado. Las posibilidades de ser
sorprendido conduciendo eran casi inexistentes.
En las primeras horas del 22 de septiembre, él y un amigo salieron
de un bar en el pueblo de Feros, subieron al Volkswagen Golf blanco de Balsa, y
se dirigieron al Satay por una ancha pista forestal. Era una noche muy brillante, pero
los robles y los pinos producían unas intensas sombras negras, y Balsa vislumbró algo extraño entre
ellas. Parecía un espantapájaros. Detuvo el coche, dio marcha atrás, enfocó las
largas al lugar y, descubrió una forma humana tendida en una bancada de suave
pendiente a sólo dos metros de la pista.
Se bajaron del coche y se acercaron con cautela. Una chica
yacía sobre la capa de agujas de pino caídas, vestida con un pantalón de chándal gris
manchado de barro, con un brazo medio metido en el top y una camiseta blanca levantada
por encima de su estómago. Estaba descalza. El brazo izquierdo de la chica
estaba doblado sobre su hombro, una gran mancha húmeda se extendía alrededor de
la entrepierna, y había una pequeña cantidad de mucosidad con sangre bajo la
nariz. Era un descubrimiento sorprendente, algo muy raro en esta zona tranquila
del campo, porque la chica era asiática. Los hombres le tomaron el pulso, pero
no había ninguno.
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* * *
La policía supo enseguida quién era la víctima. Rosario Porto
y Alfonso Basterra habían acudido a la comisaría principal de Santiago, un
edificio de piedra de color miel en un barrio bien cuidado cerca de la
catedral, a las 22:17 para informar que Asunta había desaparecido. En la denuncia quedó escrito que Asunta se había quedado en el apartamento de su madre para
hacer sus deberse a las 19.00 mientras Porto iba a la casa de campo de la
familia -un pazo amurallado construido por sus padres, con piscina y pista de
tenis. La casa estaba también en la
parroquia de Teo, a 20 minutos de Santiago y a unos 4 kilómetros de donde
se encontró el cuerpo. Cuando Porto regresó a las 21.30, la niña había
desaparecido.
Asunta era una niña obediente y disciplinada, no de las que
anda por ahí perdiéndose, por lo que su madre había llamado a Basterra, quien había
esperado unos minutos por si ella había decidido ir a pie desde el apartamento de
uno de sus padres al del otro. Le dijeron al inspector de policía, Javier Vilacoba,
que habían llamado a algunos amigos de Asunta, pero nadie sabía de ella desde que
Porto se había ido a la casa de campo. Justo antes de salir de la comisaría,
Basterra le pidió a Porto que le contase a Vilacoba un extraño incidente ocurrido
a principios de verano. A las 2 am de una noche de julio, la habían despertado unos
gritos de Asunta. Cuando ella corrió a la habitación de la chica se encontró a
un hombre vestido de negro, con guantes de látex, inclinado sobre la niña. El
tipo salió corriendo y apartó bruscamente a Porto a la que golpeó en la
mejilla. Habían dejado las llaves en la cerradura fuera de la vivienda, por
error, pero Porto no sabía por qué había entrado el hombre en el edificio, aunque
asumió que tal vez supiera de la existencia de una caja fuerte con miles de
euros en efectivo.
Porto había acudido a la policía al momento, pero decidió no denunciar
el incidente. No le faltaba nada y los intentos de robo rara vez se resuelven,
razonó. "Asunta es una niña temerosa. Y no quiero que se sienta insegura
en su propia casa", dijo Porto. Una explicación extraña, más aun por el
hecho de que no se lo contó a sus vecinos. Pero algunos notaron la cara
magullada de Porto y pensaron que algo espantoso podía haber ocurrido."¡Ayer
alguien intentó matarme!" escribió Asunta en un mensaje a un amigo. Dos meses
más tarde, al parecer, alguien por fin lo había conseguido. El inspector Vilacoba dio a
los padres de Asunta la noticia a las 4,45 am . Él y Basterra habían fumado un
cigarrillo juntos fuera del edificio de apartamentos, unas horas antes en el calor de la noche. Basterra le había dicho en murmullos que Asunta debía de estar
muerta y que sólo esperaba que no la hubieran violado.
Curiosa la referencia a los clubes de alterne. Estamos tan acostumbrados a verlos en las carreteras que creemos que serían igual en los países extranjeros. Si este periodista se siente obligado a describirlos, será porque que en la puritana Inglaterra no existen. O al menos, no en el mismo formato.
ResponderEliminarPues la verdad es que no tengo datos suficientes como para informarte de lo que dices. No tengo ni idea de cómo son los burdeles en el extranjero, pero no tengas duda de que existen. Si averiguo algo, ya lo contaré en el blog. Por lo demás, he intentado conservar las reflexiones del periodista dirigidas a sus lectores ingleses, las medidas en pies, pulgadas y millas y otras cosas por el estilo. Es interesante ver cómo nos observan desde fuera y cómo un británico le habla de nosotros a otros británicos.
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