Desde hace unos pocos días, prolifera
por las plazas madrileñas un nuevo tipo de mobiliario urbano que compite con
farolas y chirimbolos. Son unas baterías de elementos cromados de baja altura,
que pronto servirán para almacenar las bicicletas del nuevo servicio que, por
fin, va a implantar el Ayuntamiento. Los usuarios podrán cogerlas en cualquiera
de esos puntos de distribución y dejarlas en otro, al final de su trayecto.
Desconozco por ahora los precios y condiciones de utilización del sistema.
Está previsto que el invento se ponga a disposición de los ciudadanos a final
de mes y cabe imaginar el discurso triunfalista con que lo presentará la señora
Alcaldesa. Desde aquí le mando mis mejores deseos para ese acto: que el verbo
le fluya fino y convincente, sin equivocarse ni dar la impresión de que no sabe
de qué habla. Es mi jefa y ya saben que soy un pelota irredento. Yo le daría un
consejo: que levante la cabeza y presuma del hecho cierto de que ninguno de los
Homo-cañetus que la han precedido en el cargo se haya atrevido a implantar
este servicio. Ha tenido que ser ella, una mujer, lastrada por la notoria
inferioridad intelectual congénita que el señor Cañete atribuye a las de su
género, quien haya dado este valiente paso.
De poco más va a poder presumir
la jefa de un Ayuntamiento responsable de que hoy, 22 de mayo de 2014, seamos
la única ciudad grande o mediana de Europa que no dispone todavía de ese
servicio. En España lo tiene Barcelona, lo disfrutan en Valencia, Sevilla,
Bilbao, Zaragoza, Málaga, Alicante. Hace años que funciona en Oviedo, en
Córdoba, en La Coruña. Lo
tienen en Albacete. Lo tienen en Majadahonda y en Tres Cantos. Si no me creen,
pinchen AQUÍ.
La culpa del retraso no es, desde
luego, de nuestra actual regidora. La cosa viene de antiguo; es una historia
que se remonta a los comienzos del siglo XX. Hasta esos años, las ciudades
estaban diseñadas y organizadas para el peatón, el tranvía y los carros de
suministro arrastrados por caballos percherones. Los primeros automóviles se
integraron en ese flujo sin problemas. Si observan cualquier foto antigua de
las calles del centro de Madrid, comprobarán esa convivencia tranquila y
espaciada entre todos los usuarios del espacio viario. Creo que ya he contado
que mi padre obtuvo su primer permiso de conducir por el simple procedimiento
de pedirlo en la ventanilla correspondiente, sin examen ni nada. Hasta 1930, en
Madrid se circulaba por la izquierda (en Barcelona, para llevar la contraria
como siempre, lo hacían por la derecha). Ese año, un Decreto gubernamental
estableció la circulación por la derecha en todo el territorio nacional. Las
primeras líneas de Metro de Madrid estaban ya construidas y en funcionamiento y ese es el
origen de que, hoy en día, los convoyes sigan rodando por el lado izquierdo.
Hasta los años 50 no llegó el uso
masivo del automóvil (los primeros SEAT Seiscientos se fabrican en 1957). En
ese tiempo, todas las ciudades europeas y norteamericanas tenían políticas de
tráfico idénticas (todavía no se usaba el término movilidad). El automóvil
privado era el estandarte de la modernidad y había que adoptar todas las
medidas habidas y por haber para que el tráfico fuera fluido y no se produjeran
atascos. Son políticas urbanas que se pueden resumir en un solo eslogan: todo
para el coche. Surgen los semáforos, luego las glorietas y por fin los
cruces a distinto nivel, además del continuo aumento de carriles de
circulación, que se lleva por delante aceras, paseos y bulevares.
En Madrid esa política se
sustancia en el Plan de la
Red Arterial (1972), que preveía la creación de una malla de
nada menos que 125
kilómetros de autovías urbanas (con circulación separada
por sentidos) dentro del término municipal, incluyendo las orbitales M-30, M-40
y M-50 y los llamados Ejes de Núcleo. El objetivo de este plan era dotar al
tráfico privado de la máxima fluidez, como sistema de comunicación entre los
barrios. Nadie parecía advertir que esa red de vías rápidas constituiría
barreras insalvables para el vecino que quisiera visitar a su
cuñado (un suponer) en el barrio de enfrente. En esos años de política de todo
para el coche no hubo, por ejemplo, el menor problema para desplazar a un
costado la estatua de Colón, que llevaba más de 100 años en el centro de su
glorieta, para que el río de coches de la Castellana discurriera hacia el sur con mayor
comodidad.
El terror de los responsables de
la política urbana de entonces era El Gran Atasco, que resultaría del
aumento del parque automovilístico y la escasa sección de las calles de la
ciudad. En sus pesadillas imaginaban el escenario apocalíptico de una ciudad
colapsada, llena de conductores indignados haciendo sonar sus cláxones al
unísono. Había que evitar eso a toda costa, había que ampliar la sección útil
de todas las calles, reducir aceras, construir cruces a diferente nivel y
llenar nuestras plazas de los popularmente llamados escalextrics. No
sabían entonces algo que se constataría más tarde: que los mayores atascos de
la historia iban a tener lugar en las autopistas alemanas, las maravillosas autobahn
de firme inmaculado, trazado perfecto y sin límite de velocidad. Es decir, que
el aumento de sección, los cruces a distinto nivel y la mejora de las
condiciones de la red viaria, lo que consiguen es atraer más tráfico. Que el
caudal automovilístico funciona como un fluido que se realimenta sin fin y sólo
se detiene cuando un obstáculo lo retiene y lo espesa.
A la llegada de la democracia,
parte de las previsiones del plan de la red arterial están ya ejecutadas: el primer cinturón (las Rondas)
ha perdido sus tradicionales bulevares. El segundo cinturón tiene ya todos sus
cruces a distinto nivel (la sabiduría popular pasó a conocer esta vía como Los
Puentes). Y la M-30
está construida en su mayor parte. Los Ejes de Núcleo van más rezagados, porque
requerían largos y prolijos procesos de expropiación. Es entonces cuando llega
a la alcaldía el profesor Tierno Galván, que trae nuevos aires al Ayuntamiento.
Por lo que respecta a la movilidad, las ideas dan un vuelco completo. Las
autovías urbanas pasan a ser algo inequívocamente perverso y deleznable. Con la
excusa de intercomunicar los barrios, lo que se está haciendo es aislarlos, se
dice. La Red Arterial
es derogada y los Ejes de Núcleo se guardan en un cajón. En algunos casos, los
suelos expropiados se aprovechan para construir Vías Urbanas Estructurantes,
el nuevo paradigma, como la
Gran Vía de Hortaleza.
Para entonces, la política de
movilidad de las ciudades europeas ha cambiado radicalmente. La industria ha
desaparecido virtualmente de los núcleos urbanos y, sin embargo, la contaminación es
cada vez mayor. ¿Por qué? Pues por las emisiones de los automóviles, únicos
responsables de la deplorable calidad del aire en las ciudades. En todas partes se adoptan
medidas de fomento del transporte público y limitación del acceso rodado a los
barrios céntricos. Se aumentan los espacios para el peatón, se eliminan plazas de
parking libre en la calle, se instalan parkímetros y se demonizan los
aparcamientos de rotación (no así los de residentes). Los grandes almacenes del
centro de las ciudades, donde la gente hace la compra, son urgidos a adaptar
sus parkings para el aparcamiento de residentes, o cerrarlos. En Munich y otros lugares se
llega a rellenar con tierra alguno de estos parkings. La bicicleta deviene en
emblema de la nueva cultura eco-chachi, junto con patinadores y skaters.
Desde Holanda y Dinamarca, el movimiento se extiende a todo el mundo civilizado.
¿A todo el mundo civilizado? No. En el
extremo suroeste de nuestro continente existe una capital que, como la aldea
gala de Asterix, se resiste a la llegada de los nuevos tiempos. ¿Cuál es la
causa de que nuestra querida ciudad haya sobrevivido durante tantos años,
inmune a la influencia de los vientos del cambio? Pues la respuesta es fácil. A
finales de los 80 se hace con el poder municipal el señor Álvarez del Manzano,
quien sitúa a la cabeza de la
Concejalía de Circulación y Transportes a un anticuado
caballero, llamado García Alarilla, quien dirigirá esa área durante ocho años.
Al mando de un equipo de auténticos dinosaurios ideológicos y técnicos, García Alarilla sostendrá contra viento y marea la política de todo para el coche, ya denostada en toda Europa.
Sólo en el tercer mandato del
señor Manzano, a partir de la jubilación de García Alarilla, empiezan a cambiar las
cosas, aunque tímidamente. Por ejemplo, el Plan General de 1997 dice promover
la desincentivación voluntaria del uso del automóvil, un concepto que, a
día de hoy, no deja de producir un cierto sonrojo. Un curioso indicador del
cambio de los tiempos: hasta entonces, las notas de prensa que publicitaban las
pequeñas obras de urbanización en la vía pública presumían de la creación de
nuevas plazas de aparcamiento libre en la calle. A partir de 1999, esas mismas
notas de prensa pasarán a presumir de lo contrario: del número de plazas que
eliminan. Pequeños avances en la dirección correcta, a paso de tortuga.
Pero sería injusto culpar del
retraso a una sola persona, por muy anticuada que fuera. Lo cierto es que,
entre los votantes del PP, abunda una variante específica del Homo-Cañetus:
el Homo-conductor, ese tipo de claxon fácil, enemigo natural del
ciclista, que gusta llegar con su coche a la misma puerta de su punto de
destino y dejarlo allí en doble fila, mientras hace un recado o se toma el
vermú, sin sospechar siquiera que su conducta pueda ser molesta o incívica. Y
el partido cuida con mimo a este estereotipo, para no perder votos. Para echar
de verdad al automóvil de los centros urbanos, hacen falta medidas más
decididas. Progresivas para no asustar, pero contundentes. Y campañas de
opinión. Pero no lo duden: si han conseguido que dejemos de fumar, también lograrán
convertirnos a todos en ciclistas. Al tiempo.
El servicio de bicicletas urbanas
que dentro de unos días inaugurará la señá Alcaldesa es un pasito más en
la dirección correcta. La que marcan los tiempos y las modas. Si han leído este
texto con atención, habrán visto qué bandazos han dado las teorías sobre este
asunto. Como las de cualquier otro (cuando yo era pequeño, todos los tíos
fumaban como carreteros y lo malo-malísimo eran el aceite de oliva y el pescado
azul). La política e mobile qual piuma al vento.
Sean felices.
Tu Señá Alcaldesa, aunque fémina, es un ser intelectualmente superior, como lo demuestran sus alabanzas a Carcañete. Ella se mueve con cuatro o cinco vehículos para ir a la pelu; lo de la bici está muy bien, pero yo no la veo subiendo la calle de San Bernardo montada en una, ni siquiera en un tándem con Carcañete.
ResponderEliminarCarcañete, como tú le llamas es un tipo realmente cómico, a quien habrás visto en la jornada de reflexión luciendo barrigón por Jerez encaramado en una bici de talla inferior a la conveniente. Nada muy llamativo, después de verle comiendo yogures caducados y otras exhibiciones. En cuanto a la doña, pues tengo verdadera curiosidad por ver el acto de presentación de las bicis. ¿Se subirá en una de ellas? ¿Irá equipada con un pichi y unas playeras a juego? Ardo en deseos de que llegue el día.
EliminarViniendo de Vigo, el aspecto que me tenía Madrid era llano, pero resulta que no. Hay unos desniveles del carajo de la vela. Del Manzanares hacia arriba, ya ves y perpendicularmente a esa dirección, vaguada tras vaguada de los antiguos arroyos.
ResponderEliminarHe usado en cierta época la bicicleta como medio de locomoción por Madrid y tiene sus inconvenientes. No lo digo solo por los conductores de los coches que, en mi opinión de circulante de toda la vida sobre dos ruedas, no es que no te respeten o que actúen con mala intención, es que no te ven y si te ven piensan que puedes moverte como en los dibujos animados contraviniendo todas las leyes de la física.
A lo que iba. Si en la bici vas de tu casa a tu lugar de trabajo habitual y si en él te puedes duchar, muy bien, pero si vas a cualquier otro lugar donde no lo puedas hacer, el llegar sudando y quedarte con el sudor puesto es bastante incómodo.
Otro inconveniente es el hacer ejercicio en medio de la contaminación.
Ahora utilizo la bicicleta de vez en cuando para salir con los niños, pero aunque con los cambios apropiados supere cuestas en las que de otra forma habría que echar pie a tierra, no estoy en condiciones físicas de moverme por Madrid como antes. Será que la bici en Madrid tiene su edad. Mi hijo mayor si que anda habitualmente con ella. Yo no me pasé la vida entrenando y corriendo como tú. Tal vez en Amsterdam.
Con esta vaina la alcaldesa no se haya ganado mi voto. Bien que lo siento pues tengo una irrefrenable deseo de dárselo para que pueda seguir conduciendo la nave municipal con su sabio criterio (entiendase esto en la clave que se debe).
A día de hoy, para circular por el centro de Madrid en bici hay que ser una especie de héroe o pionero, dispuesto a que te den un susto de cojones. A ese conductor prototípico, votante del PP, del que hablo, el hecho de encontrarse delante de su coche con un ciclista pedaleando con esfuerzo, le parece como si le hubiera sobrevenido una especie de desgracia, como si ya le hubieran fastidiado el día. Y busca pasarle por un lado o por otro, para acabar cuanto antes con esa molestia. Yo he paseado en bicicleta por Berlín y por Ámsterdam y un poco por Copenhague. Es una verdadera delicia. En Madrid no me atrevo.
EliminarLa señá alcaldesa tiene unas ganas enormes de presentarse y ganar, pero no sé si el partido se lo permitirá. Depende de lo que digan las encuestas previas, que me temo no le sean muy favorables.
Un abrazo.