Acelerado, acelerado, acelerado.
Estoy acelerado. Todo va rápido, las imágenes pasan a ambos lados de mi mente,
como en una montaña rusa, las cosas van a toda leche y por eso no escribo más,
porque no me queda tiempo y esto de producir posts requiere un cierto sosiego del
que yo no he dispuesto en estos últimos días. Vean por ejemplo lo que sucedió a
partir de mi asistencia a la charla de Aroca de la que di cuenta en mi último
post. Resulta que el acto terminó más tarde de lo previsto, porque el autor de
la nueva Guía de Arquitectura de Madrid se enrolló un montón, como ya les
conté, y a mí me dio vergüenza levantarme a media charla. Como tampoco conocía
a nadie, salí en cuanto pude y corrí en diagonal por el Retiro, para llegar a
tiempo de ver el Madrid-Bayern.
Llegué con el partido empezado,
pero me dio tiempo a ver los cuatro goles. Al final, estaba tan cansado que caí
en la cama, sin hacer la maleta para el viaje senderista de Granada, como era mi
intención. Al día siguiente, miércoles, salí cagando leches al trabajo, a donde
fui en Metro, porque a las 11.30 tenía que estar en la Escuela de Arquitectura,
en donde no me dejan entrar al parking de profesores, por lo que me es
imposible ir en coche. Tenía mi tablet y
empecé a escribir mi post de ese día mientras un coche oficial me llevaba a la
Escuela.
Allí intervine en una clase de
máster en donde hicimos una simulación de sesión de participación vecinal, con
cuatro o cinco representantes de las asociaciones del entorno Mahou-Vicente
Calderón, que asistieron estupefactos a la presentación de los trabajos sobre
su barrio perpetrados por los distintos grupos de alumnos, tan ilusorios y
alejados de la realidad, que todos planteaban mantener la estructura del
estadio a demoler, como un referente del pasado, con lo que se comían una parte
sustancial del espacio útil de la operación con una especie de gran monstruo de
hormigón, feo y hasta peligroso. Tanto yo como los vecinos, nos mostramos
contrarios al mantenimiento de ese vestigio (aunque todos confesamos ser del
Aleti). La sesión fue muy interesante, y yo creo que de mucha utilidad para los
alumnos del máster por el contraste de su mundo teórico con la cruda realidad social
de unos barrios semideprimidos que no están para muchas alegrías compositivas.
La cosa terminaba a las 14.00,
pero se retrasó porque todos estábamos superimplicados y luego hubo que tomarse
unas cañas con unas raciones en el bar de la Escuela, forma de solucionar el
tema de la comida. A las 15.00 estaba en
el Metro camino de mi casa terminando a la carrera el penúltimo post, que subí al
blog mientras hacía la maleta. Agarré el Toyota, recogí en sus casas a los
demás pasajeros y salimos por la carretera de Andalucía. A la hora del partido
del Aleti pusimos la radio y fuimos escuchando la retransmisión. Entrando en
Granada, el Aleti metió el tercer gol, así que enfocamos la Avenida Arabial
tocando el claxon como posesos hasta llegar al hotel.
Para esto de la aceleración no
hay mejor música que el punk-rock, así que les voy a amenizar esta serie de dos
posts con unos cuantos temas míticos. Empezamos por Sublime, una banda de Long Beach (California), formada en 1988 (ya
saben que mis referencias son siempre de esas fechas), a la que se considera la
pionera del ska-punk. El líder del
grupo era un animal de pezuña, llamado Brad Nowell, y completaban la banda un
bajo, un batería y su perro dálmata Lou Dog, que les acompañaba siempre en el
escenario. Brad Nowell murió por sobredosis de heroína en 1996. Tenía 28 años.
Una vida acelerada. Aquí tienen uno de sus temas más frenéticos. Pinchen AQUÍ para verlo.
El jueves nos pasamos todo el día
visitando la Alhambra, de la que, para qué les voy a decir nada. Es la tercera
vez que la visito y cada vez me emociona más. En esta ocasión nos la enseñó una
guía que nos lo explicó todo de maravilla. A mí me descubrió una nueva
perspectiva de los tiempos de la Reconquista, sobre los que de niños tendían a
mostrarnos dos mundos antitéticos e incomunicados, separados por la raya de la
frontera, una raya que se iba moviendo hacia la costa hasta la expulsión del
moro invasor. La realidad, como cualquiera que haya pensado un poco al respecto
puede sospechar (yo es que soy un poco ingenuo), era muy diferente. La realidad
es que, a lo largo de una convivencia de ocho siglos, los pueblos árabes y
cristianos mantuvieron una interrelación comercial y cultural continua y fructífera,
salpicada de guerrillas con aliados cruzados, y con los judíos como tercera
fuerza a tener en cuenta.
Eso explica que los nazaríes, los
constructores de la Alhambra, fueran un pueblo árabe que antes vivió en Jaén,
de donde fueron expulsados por una banda de cristianos. Llegaron a Granada y
los granadinos no les dieron cobijo, por lo que tuvieron que instalarse al
lado. Durante años hubo batallas y conflictos entre ambos, con intervenciones
esporádicas de reyes cristianos, como Fernando III el Santo, en apoyo de unos y
otros contendientes. Las cosas no eran tan sencillas como nos las contaron en
la escuela. Tras ver los jardines del Generalife (que los turistas
norteamericanos llaman el General Life),
subimos al mirador de San Nicolás, para ver la puesta de sol sobre la Alhambra,
pero el mirador estaba petao, como
dicen ahora. Parece que Bill y Hilary Clinton estuvieron disfrutando de esa
vista en una visita reciente y, desde entonces, no hay quien vaya. El Albaicín
estaba hasta arriba de turistas, así que algunos nos escapamos al centro, a la
calle Las Navas, en donde nos obsequiamos un pescaito frito atendidos por un
camarero del Aleti, que nos aclaró que él era de El Pardo, pero que no todos
los de El Pardo eran fachas. Luego a dormir, que nos esperaba un viernes duro.
Para seguir con el punk-rock,
nada mejor que Los Ramones, la banda neoyorkina que, partiendo de la música
surf, consiguió definir el sonido punk más genuino. El punk, como tal, surgió
en Gran Bretaña con los Sex Pistols, pero se dice que Malcolm McLaren, el
mánager de esa panda de descerebrados, había visto actuar a Los Ramones en el
CBGB, el antro mítico del Village, como un año antes de lanzar su grupo. Por
cierto, de los cuatro integrantes iniciales de Los Ramones, se han muerto todos
menos el batería. Otros que vivieron aceleradamente. Aquí uno de sus temas más
emblemáticos.
El viernes el plan era tomar el coche
de línea bien temprano para subir a Güejar-Sierra, pero movilizar a un grupo de
cuarenta personas en taxis desde el hotel al otro extremo de Granada no es tarea
sencilla. Llegamos a tiempo a la parada del bus unos doce y el chofer no quiso
esperar a los otros, que venían detrás. Eso sí, accedió a llamar por la radio
al conductor siguiente para que se apresurara un poco: “Pisha, date aire que
tienes a veintiocho esperando en la parada para subir, yo ya me he llevao a un
puñao, pero es que quieren ir todos juntos”. Arriba, tuvimos que esperar un
rato a que llegaran los demás, lapsus que empleamos en comprar agua y fruta
para el camino. El pueblo ocupa un alto cerro desde el que se domina el curso del Genil, encajonado en el fértil valle que rodea las alturas del caserío. Allí pude tomar la foto que les pongo abajo. Como ven, la Churrería
Mari se ha instalado gracias a los fondos europeos y la ayuda del Ministerio y
la Junta de Andalucía, entre otros patrocinadores. No comments.
Desde Güejar-Sierra iniciamos el
camino de unos seis kilómetros por la Vía Verde que ocupa parte del trazado de un
antiguo tranvía, construido a principio del siglo XX, para unir Granada con un
balneario al pie de la Sierra Nevada. El tranvía siguió funcionando hasta los
años 70, en que se cerró la línea, entre otras razones por quedar un amplio tramo de su trazado anegado por
uno de los pantanos que Franco gustaba de inaugurar, aunque es de justicia
reconocer que ya desde bastante antes era un servicio deficitario como negocio,
que casi nadie usaba. Pinchando Aquí tienen una información completa sobre este curioso artilugio, que parecía un tranvía de juguete, y discurría en parte por la Vega del Genil, donde están ahora los 6 kilómetros de la Vía Verde.
Al final de la Vía Verde, la
mayoría del grupo (los del llamado nivel rosa), se dieron la vuelta. Unos ocho o diez esforzados continuamos adelante, ascendiendo por una
senda de dificultad media pero muy empinada, hasta el llamado Cerro del
Hornillo, un camino de unos 400 metros de desnivel. Llegamos arriba bastante
agotados, yo de los que más, pero en el cerro nos comimos los bocatas y el agua
que llevábamos. Regresamos cumbreando por un sendero precioso, con la Sierra
Nevada al fondo. Lo malo es que luego hubimos de bajar por otra senda
empinadísima, algo no tan cansado, pero que te destroza las uñas si no
llevas el calzado adecuado. En el próximo post les contaré mis problemas con el
calzado. Conseguimos recuperar la margen del Genil y por la Vía Verde, llegamos
al bar con terraza al río, donde habían comido los del nivel rosa. De la pinta de cerveza
Alhambra de presión que nos obsequiamos, no hace falta que les dé muchos detalles.
Pedimos algo de picar, y el dueño
del bar nos dijo que allí lo típico era LA CHACINA. Protesté ligeramente diciendo
que tengo alto el colesterol. El tipo llamó a voces al camarero del otro
extremo de la terraza: Pisha, que dice este señor que qué tal es nuestra chacina
pa’l colesterol. Respuesta del otro: ¿Para el colesterol? Buenísima. Y añadió
por lo bajo “lo sube de cojones” entre las carcajadas de todo el bar. Estábamos
tan hambrientos que repetimos de pinta y de chacina, arriesgándonos a perder el
bus de las 20.20. Nos lo comimos todo de prisa y corriendo y salimos río arriba
hasta las depuradoras. Allí arrancaba una cuesta urbana criminal que remontamos
con la lengua fuera. A mí tuvieron que llevarme casi a rastras entre dos
samaritanos, para el último tramo hasta la parada, donde nos esperaban los demás
y adonde llegamos a la vez que el bus, que ya sabíamos que no esperaría.
Eran las 20.20 y llevábamos
caminando desde las 10.30, casi sin parar, excepto el almuerzo en el Cerro y la
parada de las cervezas. Unos 18 kilómetros según la aplicación “Podómetro
gratis” que llevaba uno de los compañeros en el móvil. Y con varias cuestas de las de verdad. Y en Granada decidimos
volver a pie desde la parada del coche de línea hasta el hotel, para qué nos
íbamos a privar, eso sí, con otra estación intermedia para una tercera pinta de
Alhambra, con su tropezón correspondiente. Ya se imaginarán cómo dormí esa
noche. Continuará.
Lo de que no te dejen usar el aparcamiento de la escuela de arquitectura no tiene nombre. Será que son unos fachas, aunque no sean todos de El Pardo. Ahora, qué suerte que te pongan coche con conductor en tu curro. Yo así también escribo blogs!
ResponderEliminarNo debes darle demasiada trascendencia ni a una cosa ni a la otra. A la Escuela no voy con la frecuencia que justificaría pedir una plaza en el parking de profesores. En cuanto a los conductores municipales, proceden de los años de las vacas gordas, en los que cada concejal (y hasta cada "carromerillo") disponía de coche oficial con chófer. Al llegar los recortes, eso se acabó, despidieron a los conductores con contratos eventuales, y dejaron a los fijos en pulls en cada Área, al servicio de los funcionarios que los requieran por su trabajo. Yo no los uso demasiado, sólo cuando tengo que ir a lugares donde sea imposible aparcar, como la Escuela de Arquitectura, o Ambiciones (así llamamos los funcionarios al palacio de Cibeles)
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