Bueno, el Deportivo de mis amores
tiene un ochenta y tantos por ciento de posibilidades de volver a Primera
División en la jornada del próximo fin de semana. De las 27 combinaciones de
resultados posibles en las dos jornadas que restan, ascendería en 22. El único
equipo que podría quitárselo es el Sporting de Gijón, que para ello tendría que
ganar los dos partidos que faltan y que el Depor perdiera los dos suyos. Si el
Sporting cede tan sólo un empate en cualquiera de esos dos partidos pendientes,
entonces el Depor subirá aun perdiendo los dos. Por si acaso el Sporting gana los
dos, el Depor necesita al menos un empate. A mí lo que me gustaría es que subiera
perdiendo los dos, a ver si entra en el Guiness.
Porque, desde hace más de un mes,
el equipo está empeñado en perder todos los partidos, a ver si le adelantan los demás pero, después,
sus contrincantes van y pierden también. Es como si nadie quisiera subir. Este
año, los equipos punteros de Segunda están reproduciendo la costumbre tan
española de cederse el paso delante de cualquier puerta. Es éste un hábito que
asombra, por ejemplo, a los anglosajones. Me contaron de cierto humorista
británico (tal vez George Bernard Shaw, no lo recuerdo), que decía: “los
españoles pierden mucho tiempo cada día cediéndose el paso ante las puertas,
pero luego lo recuperan abrochándose la bragueta fuera de los aseos sin dejar de andar”.
Bien, pues el Depor lleva un mes delante de la puerta de la Primera División,
diciendo a los otros equipos: “pase usted, no, no, por favor, usted primero…”
El fútbol es un juego de
estrategia (como el ajedrez) además de músculo y talento. Como juego de
estrategia tiene un componente épico y toda la literatura que gira a su alrededor
es también la literatura de la épica, la narrativa de los hechos legendarios.
Los fundadores de este género literario fueron los griegos, como todo el mundo
sabe, y en la épica griega tiene una importancia capital el destino, los hilos
fatales que manejan los dioses, capaces de conducir a sus héroes a un destino
fatal escrito en su perfil genético desde el principio de los tiempos. Los
dioses griegos eran una panda de cabrones y a mí me resultan más creíbles que
ese Dios edulcorado nuestro, empalagoso de pura bondad. Yo soy razonablemente
ateo, pero me creo más que pudieran existir unos dioses taimados, inestables, iracundos, incluso traviesos, urdiendo por ahí arriba todas las putadas que nos afligen a los humanos.
No quiero herir sensibilidades,
yo soy una persona respetuosa con todas las creencias pero, por ejemplo, el
dios de los musulmanes se acerca más a ese perfil colérico, caprichoso y tirano que yo
presupongo al personal divino (no olviden que Mahoma era un general guerrero).
Y, desde luego, mi pasaje preferido del Nuevo Testamento es ese en que Jesús,
látigo en mano, echa a hostias del templo a los mercaderes que lo ocupan. No se
imaginan ustedes el placer que me daría a mí quitarme un día el cinturón y
empezar a repartir zurriagazos en mi lugar de trabajo. No iba a quedar un solo
mercader sano (eso solían decir los padres cabreados en los tiempos en que yo
era un niño: ¡¡A QUE ME QUITO EL
CINTURÓN!!) Cristo tenía su genio, y eso es lo que más me gusta de él.
Pero volvamos al fútbol. El Depor
es un equipo propenso a los hechos desmesurados, las jugarretas del destino,
los giros inesperados de la suerte, que convierten las fiestas presuntas en
entierros crueles. La historia del penalti de Djukic es algo de un sadismo que
ningún escritor podría jamás imaginar. Sólo puede concebirla un dios. Ya les he
contado que el escritor leonés Julio Llamazares supo entrever desde el
principio el potencial literario de esa historia. Su libro de relatos “Tanta
pasión para nada” (Alfaguara, 2011), que tengo dedicado por el autor de su puño
y letra, se abre precisamente con el cuento titulado “El penalti de Djukic”. El
relato comienza cuando el jugador empieza a correr y termina cuando golpea el
balón para fallar. En esos segundos interminables, como les sucede a los
condenados a muerte, su cabeza revive toda su historia personal, desde que era
un niño en su Serbia natal.
Tampoco es manca la historia de
cómo se truncó el acceso del Depor a la final de la Champions por las malas
artes de un tipo gris y taimado, llamado Mourinho, entonces desconocido y al
frente de un equipo mediocre, al que la suerte (los hados al fin y al cabo)
catapultó al Olimpo de los personajes mediáticos más conocidos, a pesar de ser
mal entrenador y peor persona. Todavía estoy esperando que este clásico villano caiga y tenga que
ganarse la vida entrenando equipos de tercera.
Otro hecho menos conocido que
retrata perfectamente el carácter desmesurado y extremo del Depor, un club que
no conoce las medias tintas, sucedió esta temporada en su primera eliminatoria
de Copa del Rey, la última que ganó. El entrenador Vázquez (a quien ven en la
foto aquí al lado quizá gritando: Veña, carallo), consciente de que el equipo andaba justito para competir en la Liga,
decidió mandar a los canteirans del
filial a jugar contra el Córdoba, con la idea de que perdieran y quitarse así un
problema de encima. A esas alturas del torneo, las eliminatorias se juegan a un solo
partido, que el sorteo deparó que se jugara en Córdoba. Al descanso, las
previsiones de Vázquez se cumplían, el Depor perdía 1-0 y habían estado a punto
de meterle dos más. Pero en el segundo tiempo los chavales se desinhibieron, se
pusieron a jugar a su tran-tran y dieron
la vuelta al marcador: 1-2.
Pero nada es nunca fácil para el Deportivo y el destino le tenía preparada
otra de sus jugarretas: casi con el tiempo cumplido, empató el Córdoba: 2-2. Se
jugó la prórroga sin goles y empezaron los lanzamientos de penaltis. El Córdoba falló el
primero de la tanda de 5 y parecía que aquello era pan comido. Pero el Depor
falló el último de la tanda y volvieron a empatar. En estos casos, el
reglamento dice que se sigan tirando dos penaltis, uno por bando, hasta que se
rompa el empate. Empezaron y sucedió que todos acertaban. En un momento dado,
todos los jugadores que había sobre el campo habían tirado ya su penalti, incluidos ambos porteros, por
lo que tuvieron que empezar a repetirse los tiradores, algo que yo no había
visto nunca. Llegaron a tirarse 28 penaltis. Una verdadera Odisea. Hasta que falló un jugador del Córdoba. El Depor
ganó los penaltis por 13-12. No les extrañará saber que el jugador que falló
el penalti decisivo responde al nombre de Ulises Dávila, delantero mexicano del
Córdoba. Por si se creen que me lo he inventado, pinchando AQUÍ, tienen la crónica del ABC de Sevilla. También les pongo una foto para que vean lo contentos que se pusieron os canteirans.
Pero hablando de destinos trágicos,
qué decir del Atlético de Madrid. En la reciente final de la Champions, toda
España estaba tras ellos, los empujaba, los aguantaba en pie, los sostenía como
prometeos encadenados frente a la tempestad del Real Florentino. Cualquier español que no
perteneciera a la subespecie de los madridistas tenía el alma en un puño, a
falta de sólo dos minutos. Dos minutos para la explosión de alegría, los
cohetes y los alaridos. Y entonces pasó lo que pasó. Y les cayeron cuatro.
Exactamente igual que hace 40 años, en su primera final. ¿Cabe una mayor
crueldad? Sólo un dios griego puede urdir semejante tropelía. Muy pronto se han
dado cuenta los escritores del potencial dramático de esta historia. Mucha
gente ha leído la crónica fatalista de Ramón Muñoz en El País, que pueden
consultar ACÁ. Pero a mí no me gusta ese
fatalismo. Me encanta Pessoa, pero creo que no viene a cuento en este caso, por
mucho que se jugara en Lisboa. Este blog es el reducto del optimismo y en ese
sentido, les animo a ver ACULLÁ lo que dice mi admirado Enric González.
Como ven, el gran Enric se
refiere al malditismo como una cualidad impresa en la propia identidad atlética por unos dioses malvados.
Coincide en eso con Sabina, cuando escribió la famosa estrofa del himno del Aleti, que dice: “qué manera de sufrir, qué manera de palmar, etc.”
Ya les he hablado de Enric González, un barcelonés universal, que ha vivido
media vida de corresponsal en todas las ciudades imaginables, lo que le ha
valido para escribir, entre otros, dos libros deliciosos: Historias de Londres
e Historias de Nueva York (RBA Libros, 2008 y 2010). Cuando el ERE de El País, Enric se largó en
solidaridad con los despedidos (era entonces el corresponsal en Jerusalén).
Ahora escribe en El Mundo, para poder comer y mantener su nueva plataforma digital Jot Down Magazine en la que se expresa
con absoluta libertad.
Hace no mucho, harto de que le preguntaran
su opinión sobre la deriva secesionista catalana, escribió un exabrupto que es
un prodigio de lucidez, en el que, después de dejar claro que él se va a sentir
siempre catalán y español, termina por mostrarse partidario rotundo del derecho a
decidir, para que Cataluña se independice y así él pueda de una puta vez
sentirse en todas partes extranjero, que es como más le gusta sentirse. Algo
así como cuando Albert Pla, otro catalán lúcido (con la lucidez que da la
locura) dijo a un periodista de Gijón que era partidario de que Cataluña se
independizara, pero que luego se anexionara el resto de España, de forma que los niños gijoneses fueran obligados a estudiar en catalán.
Precisamente el Barça está en el
otro extremo del arco iris de la suerte. Hubiera sido muy injusto que este año ganara la
Liga, como hizo en los años 92, 93 y 94: de potra en el último minuto. Fueron los
dioses los que decidieron que el Madrid perdiera el último partido en Tenerife
en el 92, adonde llegó como líder. Y que en el 93 se repitiera punto por punto la
misma historia. Sólo la intervención de los dioses puede explicar que el
portero coruñés del Madrid Paco Buyo enloqueciese de pronto, volara para interceptar un balón que se iba
fuera y, en un esfuerzo sobrehumano, lo metiera de un manotazo en el campo, a
los pies del delantero contrario, que agradeció el regalo y anotó el gol
definitivo.
Un año después, el Barça ganó su
tercera Liga consecutiva de potra, cuando Djukic falló el penalti que lo
hubiera evitado. Eso nos lleva de vuelta al Deportivo. Ya están preparadas las
hormigoneras blanquiazules, como en todas las grandes ocasiones (abajo tienen
la foto). Y he de confesarles que estoy de los nervios. Nos basta un empate, pero
somos el Deportivo. Llevamos impreso un destino trágico en nuestra
idiosincrasia, como el Aleti. Cierto que, como ellos, cuando ganamos nuestra
alegría es doble. Pero sufrimos como nadie en las esperas. Ojalá los dioses se porten bien esta vez y en el
próximo post celebremos el ascenso.