Tras un día agotador, me siento
al fin ante el teclado. A descansar escribiendo. Poquito, que estoy rendido. Hoy
he pasado cuatro horas caminando por la mañana para enseñarle el Madrid Río a
un grupo de 50 alumnos de la Bartlett School de Londres, en compañía de un par
de profesores. Luego me han invitado a comer en la Cervecería de Santa Bárbara
(lo que me ha supuesto seguir hablando en inglés e intentando entender lo que me
decían, con el esfuerzo que eso me requiere). He tenido el tiempo justo de pasar
por casa, recoger el ordenador portátil y conducir hasta el distrito de Barajas, el más alejado de mi barrio.
He intervenido en el Consejo Territorial correspondiente y he salido a las ocho
de la noche, para meterme en el atasco de la M-30 hasta llegar a mi casa.
Lo cierto es que estoy hasta el
culo de los catalanes, Rajoy, el aborto de Gallardón y los demás temas de
actualidad. Ya sé que hay que seguir atizándoles a todos, pero para eso hay
otros foros y tribunas. Como dice un amigo mío, hay que ver qué hartizos son estos impresentables. Este blog necesita un plus de vitalidad, más música y algo menos de profundidad. Ayer fue mi cumpleaños y
apenas lo celebré. No tengo el cuerpo para festejos. De mi mente no se separaba
la idea de que el trapecista caído, del que hablaba en el post #228, no puede
ya felicitarme como venía haciendo desde siempre (nunca se olvidaba de llamarme).
MIERDA. Hay que sacudirse la murria y recuperar el impulso vital.
Como no me cantaron el cumpleaños
feliz, ni el apio verde tuyú, pues voy a empezar con una canción de los Beatles
que se llama precisamente Birthday y
que tiene una curiosidad. Estamos en el año 1968 y el rock se está empezando a
complicar desde sus orígenes sencillos. Grupos con ínfulas artísticas, rocks
sinfónicos y otras propuestas grandilocuentes están a punto de brotar y, en ese
contexto, se empiezan a valorar los solos de batería. Hace tiempo que me
parecen un coñazo los solos de batería, pero he de reconocer que, en aquellos
años fundacionales repletos de conciertos míticos, me los tragaba como todo el
mundo y hasta exclamaba “qué demasiao” ante los más virtuosos. Eran los años en
que con el mismo arrobo nos calzábamos las películas de Antonioni o Godard,
porque a ver quién era el guapo que se atrevía a decir que eran un pestiño.
Como se te ocurriera, enseguida te catalogaban de antiguo y ya no ligabas nada,
que en el fondo era lo que todos intentábamos.
Los Beatles eran un grupo puntero
en todos los sentidos y a su batería Ringo Starr le llevaban tiempo dando la
murga para que introdujera un solo en alguna canción. Ringo, buen batería, era
un tipo sencillo que no gustaba de complicarse la existencia. Se resistía como
podía, diciendo: “no, hombre, dejadme de gaitas, para qué voy a meter un solo, intercalar
un solo es cargarse la pieza”. Pero, al final, cedió a la moda incipiente e introdujo el solo,
precisamente en esta canción que les pongo debajo. La canción se inicia con una
serie de riffs, a continuación se
cantan las primeras estrofas y enseguida entra el solo de Ringo. Escúchenlo,
porque creo que ningún fragmento de la música de los Beatles refleja más
certeramente cuál era el carácter del bueno de Ringo, quien, por cierto,
repitió la faena en algún fragmento de Abbey
Road, con resultado similar.
Asombroso ¿no? Díganme ¿han escuchado
algún solo como este? ¿A que no? Los Beatles eran un grupo muy prolífico que, en
sus apenas ocho años de existencia discográfica, tocaron todos los palos y
compusieron canciones magníficas, con una repercusión mediática y unas ventas
nunca antes vistas. En el extremo contrario están los artistas de los que les
quiero hablar esta noche. Se trata de músicos que debutan con una canción tan
extraordinaria, que ya nunca consiguen igualarla. Su éxito es tan arrollador,
que el resplandor de ese triunfo prácticamente cierra sus carreras para siempre. En
los Estados Unidos se les conoce por los One
Hit Wonder.
Empiezo por el grupo US-3. En 1993, un
productor prueba a reunir a un trompetista de jazz con un rapero. Graban varios temas, pero sobre todo una extraordinaria versión del Cantaloupe Island compuesto mucho antes
por Herbie Hancock, cuando andaba con Freddie Hubbard. Nunca conseguirían
igualar el bombazo. El hecho de que grabaran en el prestigioso sello Blue Note fue, digamos, la graduación
del rap como tendencia a respetar. La canción
se utilizó en varias películas, especialmente en la primera de Súper Mario Bros, la que no era de
dibujos, sino de señores, como decían mis hijos cuando eran pequeños. Aquí la
tienen. Pónganla en grande, que el vídeo es también muy bueno.
Otro One Hit Wonder es el que
lanzó al grupo escocés The Proclaimers
en 1988. Se llamaba 500 millas y ya
la he utilizado en alguno de mis posts
sobre Escocia, pero se la repito aquí, porque es una verdadera explosión de
vitalidad. The Proclaimers son dos hermanos gemelos que tenían entonces 26
años. Han seguido en esto de la música, en Escocia les adoran. Ahora que tienen
más de 50, se les ve más fondones, pero siguen usando las mismas gafas. Sus
discos sólo se venden en su tierra. Pero con esta canción traspasaron
fronteras.
El último ejemplo. Volvemos a
1993. Ya ven qué antiguas son mis referencias musicales. Estoy viejo, pero a la
vez pienso que después no se ha vuelto a hacer música de esta altura. En 1993
un grupo encabezado por una cantante extraordinaria, Linda Perry, lanzó esta
barbaridad de canción. El grupo lo completaban otras dos chicas de aire
lésbico, y un varón al que seguramente tenían acogotado, a la guitarra.
Llamaron a su grupo Four Non Blondes.
La canción se pregunta todo el rato What’s
going on, es decir, qué cojones está pasando, hostia. Aquí tienen el poderío
femenino, la exuberancia de una mujer libre en sus atuendos y sus actitudes,
vociferando su libertad, celebrando la epifanía de haber roto con siglos de
tabúes. Póngansela a toda pantalla,
súbanle el volumen y levanten el puño al cielo. Si mantenemos el ánimo, derrotaremos a todos los gallardones que se entrometan en nuestro camino.
Duerman bien.
Como tu trapecista hacía contigo, tu amigo A. siempre le felicitaba a él el 10 de Julio. Apio verde tuyú, querido amigo.
ResponderEliminarMe recuerda esto a "Pomporutas imperiales".
Gracias querido amigo A., compañero en la pena, compañero...
EliminarMi querido amigo, usted sabe como y, o mejor que yo, que este "solo" de batería de Ringo es un conjunto de ocho compases donde se escucha la batería exclusivamente, llevando el ritmo y sin ningún adorno, lo que afirma su teoría del sencillo y buen carácter de nuestro sir Ringo Starr.
ResponderEliminarGrandes y preciosos temas los otros tres.
Un abrazo fuerte.
Un abrazo, amigo.
EliminarCuriosas y no demasiado conocidas estas canciones rebosantes de vitalidad y optimismo. Mañana me llevaré el ordenador al cuarto de baño para afeitarme y ducharme con algunas de ellas y empezar bien el día. ¿Ha observado usted que las nº 3 y 4 tienen en algunos momentos unas armonías muy similares, en esa especie de falsete? Me gusta esta línea musical sustentada en los sentimientos, los sentidos, la sensualidad... Pero no descuide las otras. La virtud, para mí, de este blog es que uno lo abre sin saber de qué demonios nos va a hablar usted cada vez.
ResponderEliminarGracias por sus elogios. La relación entre las armonías de las canciones 3 y 4 la había observado, por supuesto. De hecho, una me llevó a la otra. Intentaré seguir siendo variado, aunque bajo mi punto de vista, aquí se habla todo el rato de tres o cuatro cosas entrelazadas. Sólo algunos textos se han salido de la norma y no están entre los más valorados por los lectores.
EliminarRespecto a los solos de batería, aquellos larguísimos, en los que los demás músicos se retiraban a refrescarse el gaznate con cerveza, a echar un cigarro, a secarse los sudores con calma, con toallas que llevaban al cuello cuando volvían al escenario y todavía les daba tiempo de colgarse las guitarras y ajustar la afinación antes de que el percusionista diese por terminado su lucimiento, mi opinión no es negativa del todo. Hay cosas peores. Me pasa lo que al explorador experto:
ResponderEliminarIba por la selva en una expedición en la que también participaba un novato. Comenzaron a oír tambores en la lejanía. No paraban, seguían machaconamente, ritmicamente. El novato, agobiado por esa presencia que él sentía amenazante, no pudo más y gritó: ¡Que paren esos tambores! El viejo explorador alarmado lo mandó callar diciéndole: No te das cuenta de que si paran con los tambores empiezan con el bajo.
Bueno, esto era una oportunidad para contar un viejo cuento de músicos que tal vez alguien todavía no supiera.
Lo cierto es que vi en Madrid un concierto de Stanley Clark, hace muchos años (a mi edad ya todo pasó hace muchos años), que me dejó boquiabierto y para colmo llevaba un batería pequeñito, de cuyo nombre no me llegue a enterar cuando lo presentó como ¡The Great, great... (nombre ininteligible para mí)! que era de lo mejor que he visto.
Tu retrato tiene un aire inequívocamente lennoniano. Lo de los solos de batería no estaba mal cuando se trataba de buenos músicos sin excesos de ego, como, supongo, era el batería enanito de Stanley Clark. En caso contrario podían resultar insufribles, pero también influía tu estado de ánimo. Si estabas en paz con el mundo, te irritaban menos.
EliminarUn abrazo, amigo. No conocía ese viejo chiste de músicos.