El 5 de febrero fue un día muy
triste para mí. Ese día sucedió finalmente lo que todos esperábamos y de lo que
he intentado abstraerme escribiendo de forma vertiginosa textos sobre temas
lejanos, en un intento vano de alejar de mi mente el asunto que la ocupaba de
manera obsesivamente permanente, ese del que no quería hablar en el blog ni que
ustedes me hicieran preguntas al respecto. Es éste un ruego que les renuevo a
los seguidores desconocidos y anónimos de verdad. Los que me conocen personalmente tienen
otras formas de contactar conmigo, como digo siempre. Prometo que a partir de
mañana mis posts volverán a ser alegres como de costumbre, discúlpenme este
lapsus de hoy.
Hoy mi ánimo no está para mejores
objetivos y voy a hablarles de un tema en sintonía con esa tristeza. El 5 de
febrero se cumplían 23 años y un día de la publicación en Londres de un disco
que en pocos días se convirtió en nº 1 de las listas de Inglaterra, y también
de las de Holanda, Alemania, Suiza,
Italia y muchos otros lugares. El disco
se llama Innuendo y lo firma el grupo
Queen. Como pueden concluir, ustedes
que están en posesión de los mínimos rudimentos matemáticos, el disco se
publicó el 4 de febrero de 1991. Nunca fui un gran fan de Queen, pero este
disco es ciertamente especial. Porque fue el último que grabó el grupo, cuyo
cantante y alma Freddy Mercury, estaba ya muy enfermo. Rebobinemos.
El nombre auténtico de Freddy era Farrokh Bulsara y era de origen
indio. Su padre entró como funcionario de la administración colonial británica
en su ciudad natal, en el estado indio de Gujarat, en donde consiguió un puesto
de cajero. Un día recibió la orden de sus superiores de trasladarse a las
oficinas inglesas de la isla africana de Zanzíbar, entonces sultanato árabe
bajo protectorado británico. Es una isla pequeña, que en su día tuvo una
importancia trascendental en el comercio de esclavos. Los árabes que controlaban
ese comercio, secuestraban a sus víctimas en el continente y las encerraban allí para luego venderlas. La isla, que había alcanzado un gran nivel de
prosperidad, a poco de independizarse decidió unirse al territorio continental vecino
de Tanganica, formando la actual Tanzania, una pareja de conveniencia entre un
territorio enorme y pobre, y una isla pequeña y próspera. Javier Reverte, buen
conocedor de la zona, escribe un reportaje delicioso en el link que les pongo aquí
abajo.
Freddy nació en Zanzibar debido a
estas circunstancias. Los indios no son bien mirados en África, donde la mayor
parte de la población de esa etnia está compuesta por comerciantes. No se les tiene
tanta ojeriza como a los blancos, pero andan en esa línea. Cuando la isla se
independiza, los africanos montan una verdadera revolución, en la que árabes y blancos han de salir por piernas para salvar la vida. Corre el año 1964, y la familia de
Freddy decide emigrar a Inglaterra. Eran de ese tipo de estrato social
anglófilo, que no renegaba de su origen ni de su religión, pero tampoco esperaba
encontrar un entorno acogedor en la India independiente. Freddy, que había sido
enviado a hacer el bachiller a Bombay,
llegó con 17 años a la Inglaterra más colorida de los sesenta y encontró un
paraíso.
Poco después estaba estudiando diseño
gráfico, vendiendo ropa en Carnaby Sreet y tocando y cantando en bandas de rock
incipientes. Tras dar muchos tumbos, Queen se fundó en 1972 y lanzó su primer
disco al año siguiente. Mercury, homosexual reconocido desde muy pronto, es un icono del movimiento gay. Eso no le impidió vivir en pareja durante siete
años con una mujer, Mary Austin, con la que mantuvo hasta su muerte una gran
amistad (fue el padrino de su hijo mayor) y a la que siempre se refería como su
esposa. Sus posteriores parejas masculinas siempre tuvieron muchos celos
retrospectivos de esta mujer, a la que pensaban que nunca lograrían sustituir
en el corazón de Mercury. Una de estas parejas, peluquero, fue el que descubrió
en 1987 que padecía sida. Freddy también estaba contagiado.
Mercury, a pesar de ser un gran
showman sobre el escenario, en su vida privada era una persona tímida,
tranquila y muy respetuosa de su intimidad. Decidió no hacer pública su enfermedad,
entonces incurable y con un componente de rechazo social importante. Continuó
trabajando, grabando discos y luchando contra su dolencia como un jabato. Ya
estaba enfermo en 1988 cuando grabó el conocido Barcelona preolímpico con Montserrat Caballé. Luchaba en una guerra perdida. Años después se
descubrirían los fármacos que convertirían esta enfermedad casi en una
dolencia crónica. Pero a finales de los ochenta no había cura.
Innuendo, su último disco, salió,
como he dicho, en febrero de 1991. Su grabación fue como una tortura para
Mercury, que sufría grandes dolores y debía descansar entre tomas para
recuperar sus mermadas fuerzas. En esos días su aspecto era cada vez más
demacrado y su desconocida enfermedad, estaba en boca de todos, pero él se
negaba a revelarla. El 23 de noviembre, a través de su representante, publicó un
comunicado, escueto y conmovedor, que refleja perfectamente la personalidad de
este artista. Decía textualmente:
Siguiendo la enorme conjetura de la prensa
de las últimas dos semanas, es mi deseo confirmar que padezco sida. Sentí que
era lo correcto mantener esta información en privado hasta hoy, para proteger
la privacidad de los que me rodean. Sin embargo, ha llegado la hora de que mis
amigos y seguidores conozcan la verdad y espero que todos se unan a mí y a mis
médicos para combatir esta terrible enfermedad. Mi privacidad ha sido siempre
muy importante para mí y soy famoso por no dar prácticamente entrevistas. Esta política
continuará.
Freddy no pudo continuar por
mucho tiempo esa lucha que anunciaba en sus últimos párrafos. Murió al día
siguiente. Su disco Innuendo fue su testamento. Es un disco imbuido de
tristeza. Y su última canción se llama precisamente como este post: The show must go on. Es una frase que
tiene una historia muy antigua, ligada al
mundo del circo, que tal vez no sea más que una leyenda, aunque se
cuenta como cierta. En los circos tradicionales se desarrollaban a veces
actividades peligrosas, tanto con los animales salvajes, como en los números de
equilibristas, malabaristas o trapecistas. Cuando uno de estos arriesgados
artistas, sufría un accidente grave, la función debía continuar. Por ejemplo,
si un trapecista se mataba cayendo desde lo más alto, los operarios recogían
sus restos, limpiaban la sangre y echaban un poco de serrín. Entonces, se apagaban
las luces, salía a escena el payaso presentador, con el rimmel estropeado por
las lágrimas, tomaba el micrófono y pronunciaba la frase ritual: The show must
go on.
En mi circo se ha caído uno de
los trapecistas. El más fino y valiente. Luchó hasta el final. Sirvan de tributo
estas líneas y el vídeo subtitulado de la canción citada, por si quieren ponérselo
a volumen alto. La última canción del último disco de Queen. No se aflijan, la
vida sigue mañana.
No tenía yo conocimiento por esa devoción suya por Queen, o Mercury digamos. De sobra sabe usted que yo tampoco fui muy adepto a este grupo.
ResponderEliminarUn abrazo amigo.
Yo tampoco.
EliminarMe ha conmovido esta caída del trapecio. También al cielo: desde entonces, no para de llover.
ResponderEliminarNo te preocupes: terminará por escampar, como siempre.
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