viernes, 7 de febrero de 2014

228. The show must go on

El 5 de febrero fue un día muy triste para mí. Ese día sucedió finalmente lo que todos esperábamos y de lo que he intentado abstraerme escribiendo de forma vertiginosa textos sobre temas lejanos, en un intento vano de alejar de mi mente el asunto que la ocupaba de manera obsesivamente permanente, ese del que no quería hablar en el blog ni que ustedes me hicieran preguntas al respecto. Es éste un ruego que les renuevo a los seguidores desconocidos y anónimos de verdad. Los que me conocen personalmente tienen otras formas de contactar conmigo, como digo siempre. Prometo que a partir de mañana mis posts volverán a ser alegres como de costumbre, discúlpenme este lapsus de hoy.

Hoy mi ánimo no está para mejores objetivos y voy a hablarles de un tema en sintonía con esa tristeza. El 5 de febrero se cumplían 23 años y un día de la publicación en Londres de un disco que en pocos días se convirtió en nº 1 de las listas de Inglaterra, y también de las de Holanda, Alemania, Suiza, Italia y muchos otros lugares.  El disco se llama Innuendo y lo firma el grupo Queen. Como pueden concluir, ustedes que están en posesión de los mínimos rudimentos matemáticos, el disco se publicó el 4 de febrero de 1991. Nunca fui un gran fan de Queen, pero este disco es ciertamente especial. Porque fue el último que grabó el grupo, cuyo cantante y alma Freddy Mercury, estaba ya muy enfermo. Rebobinemos.

El nombre auténtico de Freddy era Farrokh Bulsara y era de origen indio. Su padre entró como funcionario de la administración colonial británica en su ciudad natal, en el estado indio de Gujarat, en donde consiguió un puesto de cajero. Un día recibió la orden de sus superiores de trasladarse a las oficinas inglesas de la isla africana de Zanzíbar, entonces sultanato árabe bajo protectorado británico. Es una isla pequeña, que en su día tuvo una importancia trascendental en el comercio de esclavos. Los árabes que controlaban ese comercio, secuestraban a sus víctimas en el continente y las encerraban allí para luego venderlas. La isla, que había alcanzado un gran nivel de prosperidad, a poco de independizarse decidió unirse al territorio continental vecino de Tanganica, formando la actual Tanzania, una pareja de conveniencia entre un territorio enorme y pobre, y una isla pequeña y próspera. Javier Reverte, buen conocedor de la zona, escribe un reportaje delicioso en el link que les pongo aquí abajo.

Freddy nació en Zanzibar debido a estas circunstancias. Los indios no son bien mirados en África, donde la mayor parte de la población de esa etnia está compuesta por comerciantes. No se les tiene tanta ojeriza como a los blancos, pero andan en esa línea. Cuando la isla se independiza, los africanos montan una verdadera revolución, en la que árabes y blancos han de salir por piernas para salvar la vida. Corre el año 1964, y la familia de Freddy decide emigrar a Inglaterra. Eran de ese tipo de estrato social anglófilo, que no renegaba de su origen ni de su religión, pero tampoco esperaba encontrar un entorno acogedor en la India independiente. Freddy, que había sido enviado a hacer el  bachiller a Bombay, llegó con 17 años a la Inglaterra más colorida de los sesenta y encontró un paraíso.

Poco después estaba estudiando diseño gráfico, vendiendo ropa en Carnaby Sreet y tocando y cantando en bandas de rock incipientes. Tras dar muchos tumbos, Queen se fundó en 1972 y lanzó su primer disco al año siguiente. Mercury, homosexual reconocido desde muy pronto, es un icono del movimiento gay. Eso no le impidió vivir en pareja durante siete años con una mujer, Mary Austin, con la que mantuvo hasta su muerte una gran amistad (fue el padrino de su hijo mayor) y a la que siempre se refería como su esposa. Sus posteriores parejas masculinas siempre tuvieron muchos celos retrospectivos de esta mujer, a la que pensaban que nunca lograrían sustituir en el corazón de Mercury. Una de estas parejas, peluquero, fue el que descubrió en 1987 que padecía sida. Freddy también estaba contagiado.

Mercury, a pesar de ser un gran showman sobre el escenario, en su vida privada era una persona tímida, tranquila y muy respetuosa de su intimidad. Decidió no hacer pública su enfermedad, entonces incurable y con un componente de rechazo social importante. Continuó trabajando, grabando discos y luchando contra su dolencia como un jabato. Ya estaba enfermo en 1988 cuando grabó el conocido Barcelona preolímpico con Montserrat Caballé. Luchaba en  una guerra perdida. Años después se descubrirían los fármacos que convertirían esta enfermedad casi en una dolencia crónica. Pero a finales de los ochenta no había cura.

Innuendo, su último disco, salió, como he dicho, en febrero de 1991. Su grabación fue como una tortura para Mercury, que sufría grandes dolores y debía descansar entre tomas para recuperar sus mermadas fuerzas. En esos días su aspecto era cada vez más demacrado y su desconocida enfermedad, estaba en boca de todos, pero él se negaba a revelarla. El 23 de noviembre, a través de su representante, publicó un comunicado, escueto y conmovedor, que refleja perfectamente la personalidad de este artista. Decía textualmente:

Siguiendo la enorme conjetura de la prensa de las últimas dos semanas, es mi deseo confirmar que padezco sida. Sentí que era lo correcto mantener esta información en privado hasta hoy, para proteger la privacidad de los que me rodean. Sin embargo, ha llegado la hora de que mis amigos y seguidores conozcan la verdad y espero que todos se unan a mí y a mis médicos para combatir esta terrible enfermedad. Mi privacidad ha sido siempre muy importante para mí y soy famoso por no dar prácticamente entrevistas. Esta política continuará.

Freddy no pudo continuar por mucho tiempo esa lucha que anunciaba en sus últimos párrafos. Murió al día siguiente. Su disco Innuendo fue su testamento. Es un disco imbuido de tristeza. Y su última canción se llama precisamente como este post: The show must go on. Es una frase que tiene una historia muy antigua, ligada al  mundo del circo, que tal vez no sea más que una leyenda, aunque se cuenta como cierta. En los circos tradicionales se desarrollaban a veces actividades peligrosas, tanto con los animales salvajes, como en los números de equilibristas, malabaristas o trapecistas. Cuando uno de estos arriesgados artistas, sufría un accidente grave, la función debía continuar. Por ejemplo, si un trapecista se mataba cayendo desde lo más alto, los operarios recogían sus restos, limpiaban la sangre y echaban un poco de serrín. Entonces, se apagaban las luces, salía a escena el payaso presentador, con el rimmel estropeado por las lágrimas, tomaba el micrófono y pronunciaba la frase ritual: The show must go on.

En mi circo se ha caído uno de los trapecistas. El más fino y valiente. Luchó hasta el final. Sirvan de tributo estas líneas y el vídeo subtitulado de la canción citada, por si quieren ponérselo a volumen alto. La última canción del último disco de Queen. No se aflijan, la vida sigue mañana.


4 comentarios:

  1. No tenía yo conocimiento por esa devoción suya por Queen, o Mercury digamos. De sobra sabe usted que yo tampoco fui muy adepto a este grupo.
    Un abrazo amigo.

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  2. Me ha conmovido esta caída del trapecio. También al cielo: desde entonces, no para de llover.

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    1. No te preocupes: terminará por escampar, como siempre.

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