El domingo pasado corrí el Trofeo
Akiles. Siento escribirlo así, con k, pero ese es el nombre del club deportivo
que organiza esta carrera, tomado del héroe griego que nunca conseguía alcanzar
a la tortuga. El Akiles es uno de los clásicos del calendario madrileño y
seguramente la prueba en la que he participado más veces. Fue mi primera
carrera, en diciembre de 1986, y la primera carrera, como la primera novia, no
se olvida ya nunca. Se celebra el segundo domingo de diciembre, con un tiempo
generalmente frío, ideal para el fondo, y además pilla a la gente en el momento
dulce de la temporada, antes de los excesos gastronómicos navideños tras los
que el personal ha de decidir si mantiene el tran tran y continua
corriendo pruebas de 10 kms, o intensifica el entrenamiento para afrontar
alguna prueba más larga en abril/mayo.
Me apunté a primeros de la semana
pasada, recogí el dorsal el viernes y me dijeron que había unos 2000 inscritos.
No es ésta una prueba multitudinaria, porque es dura, hace frío y la gente sale
mucho de Madrid en el puente de la Constitución. Para mí, mejor que no
haya grandes aglomeraciones. La carrera empieza a las 10 de la mañana y todo su
recorrido es en el interior de la Casa de Campo, por las carreteritas que
surcan este gran parque, el mayor de Madrid abierto al público. No sé si lo saben
ustedes, pero los principales parques de Madrid son todos antiguas propiedades
reales. En la prehistoria, esta región era un inmenso bosque, pero poco a poco
los árboles se fueron talando. Los ejércitos necesitaban madera para sus flotas
y sus armadas invencibles. El pueblo combatía el frío a base de leña. Y el
tendido del ferrocarril y las sucesivas guerras interiores se llevaron lo que
quedaba. La comarca inició un proceso irreversible de desertización del que
sólo se libraron las propiedades reales.
La carrera tiene la salida junto
al lago, en dirección a la estación del teleférico. Los dos primeros kilómetros
son de suave subida. Entonces dobla a la derecha e inicia el ascenso al Cerro Garabitas, un doble muro muy duro que termina en la cima, donde está
el kilómetro 4. A partir de ahí hay una larga bajada hasta pasar otra vez por
el punto de salida, más o menos en el kilómetro 8. Después se hace un último
lazo para completar los diez y se termina otra vez cerca del lago. La parte
final es compensada, llena de subidas y bajadas suaves, aunque te pilla ya un
poco matao. Supongo que también saben que en esta zona se mantuvo
estable el frente de guerra durante casi tres años, entre el 36 y el 39. La
Guerra Civil fue en realidad un golpe de Estado fallido. El plan de los
sublevados era hacerse con las principales ciudades en unos días, pero el
pueblo de Madrid tomó las armas y resistió.
En noviembre del 36 las tropas
del general Varela llegan a la Casa de Campo y toman el Cerro Garabitas. Los atacantes
fanfarroneaban diciendo que, en unos días, el General Mola estaría tomando café
en la Puerta del Sol. El Gobierno se tomó en serio el envite y trasladó su sede a Valencia. Pero el pueblo se quedó y peleó. Los
sublevados emplazaron sus baterías de artillería en el cerro y desde allí
estuvieron bombardeando la ciudad hasta el final de la guerra. Varias veces
intentaron los republicanos reconquistar esa posición estratégica,
especialmente la división al mando de Buenaventura Durruti, pero nunca se
consiguió. Como saben, los sublevados ganaron la guerra, pero Mola nunca llegó a tomarse el café prometido, merced a un oportuno accidente de aviación.
En la Casa de Campo quedan todavía restos de la Guerra Civil. Hay una visita
guiada para verlos, que se organiza algunos domingos por la mañana, pero lo
cierto es que nunca me ha venido bien sumarme a ella.
La carrera del Trofeo Akiles
recorre cada año esos lugares llenos de historia, en medio del frío de
diciembre. Como es una carrera de poca gente, yo solía ir en coche, aparcaba
por allí y, veinte minutos antes de la salida, bajaba del coche, me quitaba el chándal y
me quedaba con mi camiseta de tirillas en medio de la gente superabrigada. A los
compañeros les daba frío verme, pero yo tenía una respuesta preparada para
ellos: “el frío es una cuestión psicológica, tío: si no quieres tener frío,
sencillamente no lo tienes”. Esta vez no tenía claro si ir en coche o en Metro
(la estación El Lago está bastante cerca de la salida y la llegada). El
problema de ir en Metro es que debes llevar el chándal puesto y luego dejarlo
en los roperos que habilitan. Al final, para recuperar la bolsa, hay que hacer
una cola interminable en la que te quedas helado.
Decidí acostarme pronto la noche antes, después de comerme una ensalada con una cerveza, y aplazar mi
decisión hasta la misma mañana de la carrera, en función de la hora en que me
levantase. Así lo hice y, a las 6.30, tenía los ojos como un búho. En
consecuencia, opté por desayunar tranquilamente, vestirme y acudir a la Casa de
Campo en coche. Llegué al parque helado a las 8.45 y encontré una plaza de
parking junto a la entrada de Puerta del Ángel. Allí esperé tres cuartos de
hora con la calefacción y la música a todo volumen. A las 9.30, salí del coche
y me quité el chándal. El termómetro marcaba dos bajo cero. Con mi camiseta
mínima fui trotando hasta las proximidades de la salida. A orillas del lago
empezaba a dar el sol, pero no conseguía disolver la escarcha que embozaba los parterres. Seguía haciendo un frío de narices. Hice mi tanda
de estiramientos y me metí entre la masa de corredores que aguardaban la salida
muy apretados, para aprovechar el calor humano.
Salí con el pelotón y me encontré
bien. Afronté con fuerza el doble muro que asciende al Cerro Garabitas y llegué
arriba bastante entero. En la cima, donde marca el kilómetro 4, miré mi
cronómetro. No iba mal para haber hecho una subida tan fuerte. Me dejé llevar y
me olvidé de las marcas durante la larga bajada que te lleva otra vez al
lateral del lago. Esta bajada es un verdadero placer. Recuerdo un año en que
había una niebla espesa y no se veía nada. De pronto, al llegar a la cima del
Cerro, la niebla quedó debajo, el cielo se abrió y apareció al fondo la vista de la cornisa de
Madrid, como flotando sobre el mar de niebla, con el Palacio Real y la Catedral, por entonces aún inacabada. Fue una
aparición totalmente cinematográfica, que no me ha tocado presenciar de nuevo.
En los penúltimos kilómetros
apreté lo que pude, aunque estaba ya bastante cansado. Y entonces vi el
marcador del kilómetro 9. ¡¡Joder!! Si no llevaba ni 50 minutos… Era la ocasión
de hacer una marca cojonuda, hacía años que no bajaba de los 57/58 minutos.
Apreté los dientes, saqué fuerzas no sé de dónde y empecé a adelantar
corredores asfixiados de ambos sexos. Entré en la meta esprintando, aunque no
lo suficiente como para adelantar a un tipo de luengas barbas que me ganó por
medio cuerpo. Traspasada la meta, nos dimos un abrazo. El tiempo que marcaba mi
cronómetro: 54.27. Me bebí un par de Aquarius, alcancé mi coche y salí pitando
para mi casa. Allí me esperaba una larga ducha y un segundo desayuno.
Tal vez piensen que les he
contado un nuevo capítulo de Hazañas Bélicas, pero, si recuerdan lo contento
que estaba tras hacer 59 minutos en la Carrera del CSIC, pues imaginarán
lo que supone para mí bajar casi cinco minutos dos meses más tarde. Estoy haciendo
la temporada bastante correctamente pero no esperaba llegar a estas marcas a
mis años (tengo que decir que, cuando era joven, hacía esta carrera en 44
minutos). He corrido una carrera en septiembre y otra en octubre. Pensaba
correr en noviembre la de Canillejas, pero me pilló de viaje. Un viaje en el
que, por primera vez en mucho tiempo, me llevé las zapatillas de correr y las
usé en Bruselas. Todo esto, más el frío de dos bajo cero, me ha llevado al
punto en el que estoy. Aquí no hay milagros. El fondo es entrenamiento, regularidad, buena alimentación, ejercicios complementarios y cabezonería. En esto como en
cualquier otra cosa, está todo inventado.
Añadiré que ésta fue la
última carrera de mis viejas zapatillas Mizuno, que están prácticamente
destrozadas. Me acabo de comprar unas Brooks Adrenaline,
y pienso volar con ellas. Que pasen una buena noche.
He leido recientemente "De qué hablo cuando hablo de correr" del amigo Haruki Murakami y a través de él y de tu entusiasmo entiendo un poco mejor esa locura. No puedo ya compartirla, he llegado a su conocimiento un poco tarde, las caderas, las rodillas, el astrágalo, el corazón... Enhorabuena por esa mejora de tu marca anterior en esa carrera, seguramente soplaría viento en popa.
ResponderEliminarGracias y a cuidarse
Eliminar"Mens sana in corpore insepulto". Veo que sigue usted en su manía de morirse sanísimo. Los que tenemos una mala salud de hierro le admiramos por sus hazañas pedestres. No lo deje usted nunca porque si no...
ResponderEliminarUn abrazo querido amigo.
Antes o después tendré que dejarlo, no es deporte para viejos. Pero mientras el cuerpo aguante...
EliminarUn abrazo.