Hace cerca de dos meses escribí
un post sobre curiosidades
gramaticales (#183) que muchos de mis seguidores encontraron sorprendente,
aunque parte de él circula por Internet en diferentes versiones. Este podría
ser algo similar, con la salvedad de que yo no soy experto en matemáticas,
disciplina a la que siempre me he aproximado desde un punto de vista más
filosófico, “de letras”, aunque fascinado por cuestiones como la precisión, la
inevitabilidad, la perfección de las ecuaciones, que funcionan como máquinas.
Mi amigo Martín Carril se acercó
también al tema con una perspectiva similar en su libro Cuentos Matemágicos, (Adeire, 2007), en el que convierte en relatos
algunos de los teoremas y axiomas más enrevesados. La geometría y la aritmética
son ciencias eminentemente abstractas, pero están presentes en la naturaleza,
por lo que su conocimiento ayuda a entender la realidad. Fue precisamente
Pitágoras, un matemático, quien en el siglo VI aC. llegó a la conclusión de que el Universo era
inteligible, piedra angular sobre la que se basa todo el pensamiento científico
occidental.
Pero los matemáticos gustan de
jugar con sus conceptos, de forma que pueden llevarte a conclusiones
imposibles. Es conocido el caso de Zenón de Elea (siglo V aC), capaz de
demostrar que, en una carrera teórica, Aquiles, el hombre más rápido sobre la
tierra, sería incapaz de alcanzar a una tortuga a la que le diera 100 metros de
ventaja. Cada vez que Aquiles hiciera un trayecto, la tortuga avanzaría algo,
aunque fuera poco. De forma que, cuando Aquiles hubiera cubierto los 100 metros,
la tortuga ya no estaría en la posición inicial A, sino en otra B. Y cuando
Aquiles llegara a B, la tortuga habría llegado a C. Aquiles necesitaría un
número infinito de avances para llegar a la tortuga, luego nunca podría
alcanzarla.
Zenón de Elea era un cachondo y todo
el mundo sabía que su teoría era falsa, pero los matemáticos tardaron 24 siglos en demostrar
esa falsedad. No se pudo rebatir al bueno de Zenón hasta que se enunció la
Teoría de los Límites, en el XIX, teoría que demuestra que la suma de un
número infinito de magnitudes decrecientes se convierte en un número finito,
que define su límite. La demostración de un axioma matemático a veces entraña
una dificultad grande. En tiempos más recientes, otros matemáticos han ideado
chascarrillos aparentemente absurdos, con los que divierten e intrigan especialmente
a los niños. A mí siempre me han gustado dos de estos acertijos, los que les
cuento a continuación. Son bastante conocidos y es muy posible que ya los hayan
oído, pero igual se los propongo, por si no los conocen.
1.- Los 17 camellos
Un pastor nómada del Sáhara muere teniendo
como única riqueza los 17 camellos de los que vivía. Sus tres hijos buscan
entre sus ropas y encuentran su testamento. Al mayor, su preferido, le deja la
mitad de sus posesiones. Al segundo, le deja un tercio. Al pequeño, que nunca
le mostró el debido respeto, le deja únicamente una novena parte.
Los tres hermanos empiezan a pelear, porque
¿cómo dividir los camellos por dos, tres o nueve? Deberían de matar algunos,
para repartirse sus restos, pero eso les haría a todos más pobres. Cuando ya
están llegando a las manos, el mayor propone ir a consultar al oulema del
pueblo más cercano, que tiene fama de sabio. Llegan, le cuentan su problema y
esperan.
El oulema reflexiona un buen rato y
finalmente dice: “ya tengo la solución”. Los tres le miran sorprendidos. El
hombre sale afuera, regresa con su propio camello y dice: “tomad, mi camello,
llevároslo y haced vuestro reparto”. ¿Y cómo habremos de pagarte por tu
camello? –le preguntan. Haced vuestro reparto –insiste– y sabréis qué hacer al
final.
Los hermanos vuelven a casa y empiezan el
reparto. Al tener un camello adicional, suman 18. De modo que el mayor se queda
con la mitad: 9. A
continuación, el segundo se adjudica un tercio: 6 camellos. Por último, el
pequeño hace la cuenta: un noveno de 18 son 2 camellos. En total, han escogido
9+6+2 camellos = 17 camellos. Les sobra el del oulema, así que regresan al
pueblo y se lo devuelven, con el agradecimiento a su sabiduría.
No me digan que no es una
historia sugerente. La explicación se basa en la teoría de las fracciones y no
creo que les resulte muy difícil llegar a ella. El segundo caso tiene más miga
y además se lo cuento sin resolver, para que encuentren ustedes mismos la
solución. No es mi intención dificultar su sueño en esta noche fría que se
avecina, sino que hagan un poco de gimnasia cerebral, algo siempre conveniente.
Que lo disfruten
2.- El
cuento de los tres comensales
Se trata de tres amigos, ya mayores, que todos los martes
acuden juntos al mismo restaurante a comer en amor y compaña. El precio del
menú del restaurante es de 10€, pero el dueño del local premia su fidelidad
haciéndoles un precio especial conjunto de 25€, lo que les pone muy contentos.
Cada martes, a la hora de pagar, cada uno de los señores
pone 10€ y le dan los 30€ totales al
dueño, el cual les devuelve 5€ que se guarda cada día uno, alternativamente,
siguiendo un turno que todos respetan. Es como un ritual del que todos
disfrutan.
Pero un día, la cosa falla. Resulta que el dueño del
restaurante ha contratado a un meritorio, becario, o niño zangolotino, para que
le ayude y vaya aprendiendo poco a poco los secretos del negocio. Cuando los
señores terminan de comer, ponen los 30€ de costumbre sobre el platillo. El
chaval, los recoge, los guarda en el cajetín correspondiente y cierra la caja.
Desde el fondo, el dueño pregunta: ¿Cuánto les has cobrado? Respuesta: 30€,
tres por diez, treinta. Sí –responde a su vez el dueño–, pero es que estos son clientes
especiales y sólo les cobro 25, así que haz el favor de coger 5€ de la caja y
se los devuelves.
El chaval, que es un poco pardillo, abre la caja y coge
cinco monedas de 1€ para devolvérselas. Pero entonces se le plantea un
problema: ¿cómo hago yo para repartir 5€ entre tres personas? Después de mucho cavilar, encuentra una solución que le
parece perfecta: le da una moneda a cada uno de los señores, y se guarda en el
bolsillo las dos que le sobran, a modo de propina. Los amigos observan el
cambio de su rutina habitual, pero no dicen nada, porque son educados y
discretos.
FIN DE LA HISTORIA. Y ahora:
PREGUNTAS.
¿Cuánto ha pagado cada señor? Pues, de entrada, 10€, pero
luego les han devuelto 1€ a cada uno. Es decir, cada uno ha pagado 10-1= 9€
¿Cuánto han pagado, pues, en total?: 9x3=27€
O sea, que los señores han pagado 27€. Más 2€ que se ha
guardado el chaval en su bolsillo, nos llevan a un total de 27+2= 29€.
Pero nosotros sabemos que en la
historia han entrado en liza 30€
¿Dónde está el euro que falta?
Tu sí que eres un cachondo, más que el tal Zenón de Elea. ¡Que tenga yo que irme ahora a la cama con este problema encima!. Un saludo
ResponderEliminar¡Ay, el insomnio, qué malo que es! Bueno, siempre será mejor pasar la noche en vela dándole vueltas al euro que se ha perdido en el ciberespacio, que con otros problemas más graves. Un abrazo.
EliminarSeñor, su historia tiene algún truco. No sé cuál es, pero tiene que haberlo. Los señores han pagado 30€, les han devuelto 3€ y ya está. Han pagado 27€. Si el camarero se ha guardado 2€, pues el que hace el número 30, no sé a dónde ha ido a parar. Como no nos lo explique usted, pues ahí nos quedamos.
ResponderEliminarNo se precipite en sus conclusiones. Coja papel y lápiz y haga algunas comprobaciones. No se rinda tan rápido. La cosa es clara: cada señor ha pagado 9€. Entre los tres aportan 27€. Y dos que se ha guardado el camarero, 29€. ¿dónde está el euro que falta?
EliminarHace años me explicaron la solución del problema de los tres comensales, pero se me ha olvidado. Tendrá usted que aclarárnoslo. Por cierto que en aquellos tiempos se hablaba de tres amigos que iban a tomarse un vino, y cada vino valía diez pesetas. En la postguerra ya se contaba este acertijo. Saludos.
ResponderEliminarEstá usted en lo cierto. El paso de la peseta al euro influyó también en el lenguaje. Un roña era antes un pesetero. Ahora no se le podría llamar un eurero, porque el euro es mucho más potente que la peseta, asimilable a un céntimo de euro. A los taxistas se les insultaba llamándoles peseta, o pela (por algo sería). Ahora no se les puede llamar euros, porque no es lo mismo.
EliminarAquí está todo el mundo encelado con los comensales, pero ¿cómo se explica el asunto de los 17 camellos? A mí me resulta mucho más sorprendente.
ResponderEliminarTiene una explicación sencilla. Un medio, más un tercio, más un noveno, son tres fracciones, que no tienen por qué sumar la unidad. Para poderlos sumar entre ellos hay que buscar el mínimo común múltiplo de los tres denominadores, que es dieciocho. Unificando los denominadores, convertimos la suma en nueve dieciochoavos, más seis dieciochoavos, más otros dos dieciochoavos; total: diecisiete dieciochoavos. A partir de esta cuenta, algún matemático amante de los cuentos orientales compuso el acertijo que les he reseñado. ¿A que no es tan difícil?
EliminarYo sé dónde está el yuro que falta. ¡Montoro! Lo tiene Montoro, naturalmente.
ResponderEliminarTen cuidado no lo tenga Urdangarín
EliminarLlevo varios días entrando en su blog a ver si alguien explica el acertijo. Sinceramente yo no doy con la solución
ResponderEliminarYo creía que ya todos lo habían averiguado. En realidad, como dice un comentarista al principio, la cosa tiene truco. El truco está sencillamente en la forma en que se hacen las preguntas al final. Si usted toma papel y lápiz y hace unas cuentas, lo pillará enseguida. No se puede decir "27€, más dos que se ha llevado el camarero, 29€". Lo correcto sería "27€, menos dos que se guarda el camarero, 25€, que es lo que llega finalmente a la caja, como todos los martes".
EliminarPara atrapar adecuadamente al que te escucha (porque este es un chascarrillo que funciona mejor "por vía oral"), conviene estirar lo que se pueda la parte expositiva, de forma que sea lenta y un poco prolija. Cuando vas llegando al final, y ya tienes a tu interlocutor adormecido, intrigado y casi hipnotizado, le sueltas bruscamente las preguntas finales y seguro que no se da cuenta de que le has cambiado un menos por un más.
Bueno, si practican un poco pueden dar el golpe en la próxima boda o en la barra de un bar. Luego no digan que no les explico los trucos.