Tal como les anuncié, hoy empieza para mí la segunda parte del año con una sensación de alivio después del sinvivir de la primera. A esto del sinvivir, lo llamaba mi madre trajines y siempre se quejaba: es que no paro quieta con tantos trajines. Pues mis seis meses primeros de este año han terminado con un verdadero tour de force, marcado por mi conferencia en el Ateneo y mi séptima colonoscopia, todo ello en el marco de otra conferencia, la de los líderes de la OTAN, que nos ha tenido toda la ciudad colapsada. Por cierto, salí airoso de ambos saraos, se lo digo para que dejen de sufrir por mí, que les he visto bastante preocupados estos días, no han parado de llamarme para preguntarme qué tal la prueba, y la sala pequeña del Ateneo estuvo abarrotada de seguidores del blog ávidos de escucharme. Así que gracias por el interés (por el interés, te quiero Andrés). El caso es que hoy me he levantado con una sensación de alivio, muy similar a la que experimentaba el primer día de vacaciones cuando todavía trabajaba. Es el primer día de mi nueva vida, que arranca con el segundo semestre del año.
Pero vayamos por partes. La semana pasada, en la consulta de preanestesia, tuve un rifirrafe con los dos chavales que me atendieron. Tuve que aguantar que uno de ellos me explicara la prueba y la preparación de la prueba, cuando es algo que me sé de memoria de las veces anteriores. Y, con las instrucciones pertinentes, me dio la receta para el Pleinvue, que es lo que se suele tomar en la preparación. Le expliqué mi caso con paciencia. Resulta que yo soy un vicioso de las colonoscopias, por la cuenta que me trae. Que en las cuatro primeras hice la preparación con un soluble llamado Casenglicol, del que hay que prepararse dieciséis vasos de cuarto de litro y tomárselos con intervalos de veinte minutos, para inducir el lavado de todo el tubo digestivo. Que en la quinta, me ofrecieron el nuevo producto Pleinvue, una maravilla resultado de las investigaciones de un montón de sabios, que reducía las tomas a sólo dos. Que me tomé la primera toma y me puse malísimo y con la segunda, creí que me moría.
Que en la sexta les pedí por favor a los de preanestesia que me recetaran el Casenglicol y volví al producto de toda la vida. Y que le pedía a él lo mismo. Pues se negó. Me dijo que no estaba autorizado a cambiar el protocolo que le habían indicado sus jefes. Que ni siquiera estaba seguro de que el producto antiguo se siguiera comercializando. Y, con un mohín entre el desprecio y la condescendencia, añadió que yo debía de ser el único que prefería tomarse dieciséis sobres que no sólo dos, porque él no conocía a nadie más. Me recordó a esos vendedores que se empeñan en calzarte una camisa que no te quieres comprar y te insisten: si es que le queda como un guante. Sí, pero no me gusta, leñe. O esas vendedoras del Alcampo que te miran por encima de las gafas porque no quieres hacerte la tarjeta de cliente: ¿Entonces usted no quiere ahorrarse cinco euros en esta compra, por ejemplo? Pues no, señorita, soy tonto y quiero pagar esos cinco euros de más.
Le insistí al gilimédico que yo quería el otro y me dijo: yo no le puedo hacer otra receta, si quiere, vaya a su farmacia y vea si se lo dan sin receta, si es que existe todavía. ¿Y si en la farmacia no me lo quieren dar? Pues entonces tendrá que ir a su médico de cabecera y pedirle que se lo recete. En fin. Les recuerdo que mi médico de cabecera es una señora que está de baja prolongada desde hace años y suele sustituirla una coreano-tinerfeña de armas tomar y con tendencia a ligar con los enfermeros del centro de salud dejándote con la palabra en la boca. A buenas horas iba a ir yo al centro de salud. Sólo un comentario. En esto han terminado los médicos. El viejo doctor lleno de sabiduría y experiencia que, sólo con mirarte, ya sabía lo que tenías, ha devenido en estos chavales que se limitan a aplicar un protocolo dictado por un algoritmo.
Consulté con un amigo médico de los de la vieja escuela, que me dijo que estaba en mi derecho de elegir el producto que más confianza me diera y que en caso de apuro, él me lo podía recetar. Pero no fue necesario. El lunes fui a la farmacia, me confirmaron que el Casenglicol existe y me lo vendieron sin receta. Asunto concluido. Ese mismo día empecé a hacer la dieta recomendada que, según mi amigo, es lo más importante. No se puede comer fruta, ni verdura, ni pan, ni nada frito ni guisado. Sólo pasta blanca, pescados hervidos, carnes secas a la plancha, huevos no fritos, queso curado y bebidas sin burbujas. Y mucha agua. El lunes me fui al yoga como les conté y me atuve estrictamente a la dieta en el Ricla. Y el martes lo mismo, pero en casa. Las dos noches cené dos huevos al cristal con pasta al dente de guarnición.
Esto de los huevos al cristal tiene su historia. Porque a mi padre le gustaban mucho y no conseguía que mi madre se los hiciera. Mi madre, que era muy cabezota, decía que eso no existía, que los huevos eran fritos, duros o pasados por agua, o bien en tortilla o escalfados en una sopa. Lo demás eran inventos. Yo, que sigo las indicaciones de mi madre en temas culinarios, había olvidado esta vieja polémica de mi infancia. Hasta que hace unos meses vino mi hijo Kike a casa y vi que se los hacía así. Y además, me dijo que estaban mucho más buenos que de ninguna otra forma. Deben de ser las leyes de Mendel. En realidad, a mí me gustan los huevos de todas las formas. Pero dice mi hijo que los huevos duros no le gustan, que se atraganta con ellos. Y que el pasado por agua es para echarse una hora comiéndolo.
Así que el lunes le escribí por Whatsapp para que me explicara la receta. Receta que les transcribo, para que la tengan en cuenta. El huevo pasado por agua se pone en el agua hirviendo, se tiene dos o tres minutos y ya. Luego se casca por un lado, se pone en una huevera y se come mojando tiras de pan, como te enseñan de niño. El duro se pone en el agua y se deja diez o quince minutos. ¿Y cómo se hace el huevo al cristal? Pues primero, saquen los huevos de la nevera un buen rato antes. Pongan agua abundante al fuego. Cuando rompa a hervir, pongan los huevos con mucho cuidado, ayudándose de una cuchara, para que no se casquen por el contraste térmico. Y cuenten exactamente seis minutos. Luego los enfrían al grifo del fregadero y los pelan. Y se comen con la mano, a bocados, echándoles sal de vez en cuando. Una exquisitez.
¿Cómo dicen? ¿Que no les interesan mis consejos culinarios? ¿Que cuándo les hablo de la conferencia y del resultado de la prueba? Pero si ya lo saben todo al respecto. ¿No abarrotaron el Ateneo para escucharme? ¿No estuvieron a punto de colapsar el sistema telefónico de tantas llamadas como me hacían para preguntar por mi salud? Debe de haber sido todo una alucinación. Bueno: la realidad. A mi conferencia no vino ningún seguidor del blog. Ni casi ninguno de los amigos que me habían prometido venir. En realidad, sólo aparecieron mi sobrina Eva y el padre de Corro el batería del grupo Memories. Vale, era un día infernal, con el Covid extendiéndose en mancha de aceite, la ciudad colapsada por la cumbre de la OTAN y el calor que vuelve. Pero sólo vinieron Eva y el padre de Corro. Menos mal que acudieron bastantes socios del Ateneo. Al final reuní a unas 25 personas. Y todos salieron encantados, después de dos horas entre mi intervención y la charla posterior. Allá ustedes que se lo perdieron.
El miércoles ya sólo podía tomar líquidos, así que bajé a un chino a comprarme un Aquarius de limón tamaño grande y aguanté el tipo. Empecé con los 16 sobres a las siete de la tarde y no me voy a regodear en detallarles el desarrollo de la jodida preparación, aunque se merecerían que lo hiciera. El jueves me levanté a las 7.00, me duché, me vestí y salí en Metro para la prueba, porque era imposible llegar en coche con los presidentes circulando arriba y abajo por las calles cerradas para ellos en exclusiva. Yo no podía arriesgarme a quedarme encerrado en un atasco horas y horas. Llegué puntual, pasé a quirófano, me calzaron el propofol y me dormí como un lirón.
Me desperté un rato después y al lado de la camilla estaba mi amiga África sentada en una silla. No me pregunten cómo consiguió entrar en el quirófano y que le dejaran sentarse a mi lado mientras me despertaba. En unos segundos me dijeron que estaba todo bien y que no me habían extraído ningún urdangarín para analizarlo, así que me podía ir en cuanto me encontrara bien. Yo me encontraba espléndidamente. Así que me vestí y cruzamos al bar Emyfa, en donde me obsequié con un desayuno completo, con zumo de naranja natural, un café con leche grande y una pulga de jamón con tomate. Como aún seguía con hambre, le añadí un cruasán vegetal bastante cargado de huevo duro. Y un vaso enorme de agua.
África me acompañó en el Metro a casa, descansé un ratito y me fui al yoga, donde hice mi rutina completa sin problemas. Luego, en el Ricla, me comí una tapa de bacalao en aceite y unos judiones de la Granja que me supieron a gloria. Mis amigos del bar me dieron abrazos a porrillo y se alegraron de que de una vez me pueda olvidar de los médicos por una temporada. Dos colonoscopias seguidas sin urdangarines son una noticia cojonuda. Y ya me dejan listo para irme a Cazorleans a ver a mi adorada Samantha. Así que estoy eufórico, pletórico, encantado de que mi madre me pariera. Pero eso no quita para que esté enfadado con ustedes, mis supuestos seguidores. Porque llevo casi diez años divirtiéndoles con este blog de una frecuencia y extensión infrecuentes y no me parece justo que ninguno de ustedes viniera a mi primera actuación pública de tronío y ni uno solo se haya interesado por mi salud.
Así que por hoy ni siquiera les voy a deleitar con ningún vídeo de Samantha ni nada de nada. No se preocupen, que voy a seguir escribiendo en esta página, porque yo escribo para divertirme y mantendría el blog aunque no me leyera nadie. Pero, un poquito de por favor. Es que no hay derecho, hombre. En fin, ya se me pasará. Sean buenos, o hagan lo que les dé la gana. Carretera y manta.
Querido Emilio, contento te habrás quedado con el rapapolvo que me has echado. Sí, a mí, porque me lo he tomado como algo personal.
ResponderEliminarQuería ir y hubiera ido, pero tenía programado viajar a Vigo, a donde no iba desde antes de la pandemia. Tenía avisados a todos con los que me tenía que reunir para intentar reconducir mis asuntos allí que, como es normal en mí, están manga por hombro.
Sé que no es una excusa porque te podía haber llamado para interesarme por tu colonoscopia, pero lo tomé no como un vicio tuyo ni como un homenaje al descubridor, pero sí como algo ya trivial para ti.
Respecto a lo que dices de los actuales medicuchos, estoy de acuerdo, pero todavía los hay como los de antes y mi hija Elvira, la mayor de las que tengo con Elvira, es de esos, de los que son como un buen barman al que no tienes que pedirle la bebida, pues con solo verte la cara sabe lo que necesitas esa noche.
Un abrazo.
Querido Paco, si de alguien pensaba que estaba exento de mi rapapolvo, era precisamente de ti, pero ya hemos aclarado todo por teléfono y con el festival de Cazorla por medio todo esto suena ya a vieja rabieta de conferenciante despechado.
EliminarUn fuerte abrazo.