He recibido diferentes parabienes por mi crónica en
dos posts del festival de Cazorla, al que acudí para ver en persona a Samantha
Fish, pero donde disfruté además de todo el resto del festival y de la
sensación de que ya habíamos roto el maleficio de la pandemia. Este viernes
corroboré dicha sensación al asistir en Ciudad Real a una fiesta de reencuentro
de mi grupo de viajeros veteranos, que nos lo pasamos pipa, cenamos de forma
pantagruélica, bebimos como cosacos, hicimos risas de todas clases, nos
acabamos tirando vestidos a la piscina unos a otros y, lo más importante,
constatamos que los líderes del grupo están ya empezando a preparar un nuevo
viaje, del que sólo pude saber que será probablemente en el África subsahariana y que más o
menos se puede situar en mayo del año que viene.
Para acudir a dicha fiesta, hube de caminar con mi
maletita desde casa hasta el andén del AVE, en torno a las 17.30 del viernes,
con la sensación general de estar atravesando las mismísimas calderas de Perico
Botero, por el calor que salía del asfalto, ese calor extremo que está llenando
nuestro país de incendios y del que no parece verse todavía el final. Después,
el tren fue puntual y llegué a tiempo de darme un chapuzón previo en la piscina
de mis anfitriones, antes de que empezara el festejo. Faltó un colega que había
dado positivo por Covid esa misma mañana, pero todos los demás nos encontramos en
buenas condiciones físicas y mentales, lo cual está muy bien después de casi
tres años de pandemias y calamidades diversas, una racha que ni en nuestras
peores pesadillas podíamos imaginar cuando regresamos de Madagascar en
noviembre de 2019. Aquí una foto del grupo al final de la francachela.
El encuentro culminó una semana en la que básicamente me
dediqué a procesar todo lo vivido en el Cazorla Blues Festival, sin duda uno de
los puntos fuertes del año bloguero, que se completará con el concierto de
dentro de una semana en Jerez de la Frontera, para el que ya tengo entrada,
hotel reservado para dos noches y cita con mi nuevo amigo Dani, que acudirá
desde El Puerto de Santamaría. En mi relato en dos posts, todo pareció salir a
la perfección, sin ningún tipo de problema. Sin embargo hubo un pequeño
contratiempo, que dejé fuera de la narración para no estropearla, pero que después ha
tenido un desarrollo durante esta semana que lo hace merecedor de aparecer en
el blog, dentro de la línea de mis pequeñas complicaciones domésticas, que
tanto divierten a algunos de mis lectores.
Resulta que, el día en que hicimos una pequeña
excursión matinal por la sierra de Cazorla, al regreso por una carretera llena
de curvas y con tráfico bastante espeso, un coche se me echó un poco encima y
su retrovisor le dio un golpe fuerte al mío. El espejo quedó replegado y con el
cristal colgando y el agresor no se paró, es posible hasta que no se enterara,
pero esto es como en el fútbol: el que da el leñazo inmediatamente levanta
ambas manos en un gesto de “yo no he hecho nada” y el agredido se tira por los
suelos como si le hubieran disparado. Como a mí no me gusta fingir, seguí hasta
que pude apartarme a un lado sin estorbar mucho al tráfico y examiné los
desperfectos. El retrovisor se había dado un golpe contra el cristal de mi
ventanilla, que por fortuna había resistido el impacto. El cristal del espejo
estaba en cambio hecho añicos, que seguían casi todos juntos, como cuando se te
rompe la pantalla del móvil.
Con cuidado de no cortarme, coloqué el espejo en su
posición correcta y comprobé que el mecanismo de regular la posición y el de
replegarlo y volverlo a desplegar funcionaban perfectamente. El problema era
únicamente el cristal del espejo. En esas condiciones se puede conducir, aunque
es un poco incordio, porque no se ve bien por el espejo y puede ser un
problema, por ejemplo para adelantar. Pero llegamos bien a Peal de Becerro,
luego fuimos a Cazorla para la tercera sesión del festival y con la noche
cerrada hicimos los 13 kilómetros de vuelta al hotel sin mayores contratiempos.
Y al día siguiente llegamos a Madrid sin ninguna incidencia reseñable: en
autopista la falta de un espejo izquierdo en condiciones no constituye un problema
grande. Pero yo tengo pensado desplazarme por carretera a Jerez en una semana,
sin copiloto que en un momento dado me pueda auxiliar, y pensé que debía
reponer el espejo.
El mismo domingo le mandé un whatsapp a mi amigo Juan
Castaño, que es mi contacto en la red de tiendas de Toyota Supragamboa,
pidiéndole consejo. Respuesta: si traes el coche aquí, van a pedir el espejo a
nuestro taller, que está en el polígono Aguacate, en Carabanchel y, suponiendo
que tengan repuesto, te quedas unos días sin coche; pero si quieres puedes ir
tú directamente a Aguacate y tratar de que te vendan un repuesto. Luego ya vemos
cómo te lo pones. Dejé pasar el lunes, porque tenía yoga y estaba cansado, pero
el martes temprano cogí el coche y me presenté en el taller de Aguacate. En la
puerta, un chaval muy hipster, con barba, pendiente y la melena recogida en un
moñete superior, me preguntó si tenía cita.
Le expliqué mi historia y me dijo que aparcara en un
rincón donde no estorbara al tráfico interno del taller y luego me dirigiera a
la tienda señalada con el rótulo Recambios. Bajando una escalerita, accedí a un
mostrador. Me pidieron la matrícula y el DNI, e inmediatamente me localizaron
como cliente. A continuación, el tipo consultó su ordenador y enseguida me dijo
que no tenían ese cristal en stock en esos momentos, pero podían pedírmelo.
Para que no hubiera dudas, me dijo que me iba a costar unos 90€. Como mi seguro
de coche tiene una franquicia de unos 70, pensé que me merecía la pena
encargarlo allí y le dije que adelante. Tecleó de nuevo en el computer y me anunció el resultado: si
se pedía ahora, el espejo les llegaría el 16 de agosto. Ante eso, le dije que
no me lo pidiera.
El colega de la puerta se compadeció de mi desolación
y, con gesto cómplice, me aconsejó mirar en algún desguace. Y añadió: pero yo no se lo he dicho, ¿vale? El
miércoles estuve ocupado por la mañana y luego me acerqué al entorno del
edificio APOT para comer en el bar de mis amigos y ocuparme de un negocio
vespertino que tenía por allí cerca. Según mi información, el mayor de los negocios
de desguace de la Comunidad de Madrid es el mítico Desguaces Latorre, en
Torrejón de la Calzada. Como es un viaje coñazo, por una zona muy desagradable
y encima con este calor, se me ocurrió llamar primero por teléfono y es lo que
hice esa tarde. Me atendieron enseguida y de forma rotunda me dijeron que no
iba a encontrar un cristal de esas características, para un modelo tan nuevo,
ni en Latorre ni en ninguno de los demás desguaces que hay por el entorno de
San Martín de la Vega.
La cosa se estaba poniendo cruda. Valoré entonces la
posibilidad de irme a Jerez en el AVE. El jueves volví a tener clase de inglés,
con Ed recién llegado de su viaje a New York y luego tenía yoga a mediodía. Entre ambos
compromisos, me acerqué a la estación de Atocha a sacarme los billetes para Ciudad
Real. Y consulté la posibilidad de ir a Jerez de la Frontera en AVE el 22, para
volver el 24. No había ya billetes directos. La única posibilidad era hacer una
escala de varias horas en Sevilla y con un precio total ida y vuelta de 140€.
Así que llegué a la conclusión de que tenía que ir en coche, despacito y con
mucho cuidado por el espejo roto, y con el riesgo de que me multasen por
circular con el espejo en esas condiciones.
Pero saben que soy tenaz y cabezota. Pensando en el
tema, se me ocurrió que tenía que haber adhesivos de espejo para casos como
este. Miré en Internet y descubrí que existe ese sistema. Es un cuadrado de
espejo, que se puede recortar de la forma requerida y después se le desprende
el papel de detrás y se pega. Se podía comprar on line pero, más abajo, se
indicaba una serie de tiendas de repuestos donde comprarlo. La primera,
Norauto, tenía una sucursal en Bravo Murillo. Así que el viernes, salí
tempranito con el coche, puse el Google Maps y seguí sus instrucciones. Cuando
me dijo su destino está a su derecha,
me encontré frente a un taller de neumáticos con un nombre distinto de Norauto.
Di una vuelta por el entorno y refresqué el Google Maps con el mismo resultado.
Entonces, paré en el acceso del taller con el doble intermitente puesto, bajé y
me dirigí al tipo que parecía dirigir el cotarro, un sujeto grande, con
prestancia y autoridad, enfundado en un mono veterano lleno de manchas de
diferentes aceites. La conversación empezó de la siguiente forma.
ꟷDisculpe, es que estoy buscando un Norauto y
el Maps me ha traído aquí.
ꟷBuenos días.
ꟷEn realidad, yo lo que necesito es un cristal para el
retrovisor, que se me ha roto, me vale igual si es Norauto o cualquier otro que
lo tenga.
ꟷBuenos días.
ꟷJajajá, disculpe, es que no
me estaba dando cuenta: buenos días.
ꟷMuy bien, así se empieza una conversación, ahora
cuénteme qué le pasa.
A continuación me dijo que no sabía por qué, desde
hacía unos quince días, estaba viniendo gente como yo con la misma historia de
Norauto; él llevaba toda su vida en ese taller y podía jurarme que allí nunca
había estado Norauto, tal vez alguien les había gastado una broma pesada. Le
prometí informar al Maps de que ese Norauto que anuncian no existe. El taller de este
caballero era sólo de neumáticos y no tenía espejos. Me dijo que ese remedio
del adhesivo puede servir para salir del paso, pero es una chapuza y los
adhesivos no acercan la imagen como el espejo reglamentario, lo que puede
inducir a confusión en un adelantamiento. Su consejo era que, para eso, casi
mejor conducir con el espejo astillado, que es una incomodidad, pero al menos mantiene
el efecto de acercamiento.
Entonces, me dijo que por qué no probaba en otro
concesionario de Toyota. Le contesté que yo había comprado el coche en
Supragamboa y que pensaba que el taller de todos los Toyota de Madrid estaba
centralizado en Aguacate, donde ya me habían dicho que no lo tenían. Me informó
entonces de algo que yo no sabía: que Gamboa no es el único vendedor de Toyota
en Madrid, que también está Llorente. El mundo Gamboa y el mundo Llorente no
tienen nada que ver. En concreto, en la misma calle de Bravo Murillo, sólo que
más arriba, hay un concesionario de Llorente. Ya que estaba tan cerca, por qué
no iba y preguntaba. Así lo hice, para lo que tuve que subir por Santa Engracia
hasta Cuatro Caminos y bajar de nuevo hasta dar con la tienda. El jefe del
concesionario me mandó al mostrador de recambios. Allí, un tipo de aire educado
y servicial consultó su ordenador y me dijo que le salía que había uno en
Federico Rubio, pero tenía que llamar para comprobarlo.
Llamó y confirmó. Y les dijo que en unos minutos iba a
ir un cliente que se llamaba Emilio, que por favor no se lo vendieran a otro.
Federico Rubio está relativamente cerca, conozco la calle. Llegué y ya tenían
el cristal preparado, envuelto en plástico de bolitas. Tuvieron que hacerme una
ficha de cliente, rellenando todos los datos. Le aclaré que yo no era cliente,
porque pertenezco al universo Gamboa e imaginaba que no se llevaban bien con la
competencia. Me precisó que se llevan estupendamente, pero no pueden compartir información
de sus clientes por las leyes de protección de datos. Pagué lo estipulado y
pregunté si me lo ponían. Para eso tenía que ir al taller, que está enfrente y
pedirlo como un favor. Así lo hice y tuve que esperar a que tuvieran un hueco
entre los clientes que iban viniendo con cita previa on line. Esperé como media
hora y les pagué 17€ por la instalación (en realidad podría habérmelo puesto yo
mismo, pero prefiero que estas cosas me las haga un profesional). Y me volví a
casa feliz, con el enojoso problema finalmente resuelto.
La reflexión que se me ocurre al respecto es que,
cuando te empeñas en una cosa, a menudo la consigues, no siempre, hay en esta
historia un factor suerte, pero la suerte hay que buscarla y trabajársela y
ayuda mucho tratar a la gente como a iguales, con empatía. El hipster del
moñete y el jefe del taller de neumáticos, me dieron consejos que no estaban obligados
a darme y me ayudaron a ir acercándome a tientas a la solución, como en una
prueba de orientación. Y, como bien está lo que bien acaba, esta historia ha
conseguido la vitola positiva que se requiere para ser contada en un blog que
de ninguna manera quiero dedicar a quejarme de los problemas cotidianos que me
vayan surgiendo. Aquí se viene llorado, como suele decirse.
En estos días de espera, entre uno y otro concierto de
Samantha Fish, nuestra diva ha seguido su minigira europea, tocando en
diferentes lugares de Dinamarca, Estonia, Hungría e Italia. En concreto, en
Budapest no tuvo ningún problema en ejercer de telonera de Gary Clark jr. un
músico de blues muy respetado y con fama de persona muy honrada y concienzuda
con su trabajo. Sam tocó pues en la primera parte con su banda y luego Gary dio
un recital fabuloso. Cuando toda la audiencia le aclamó pidiéndole una propina,
sucedió lo que van a ver en el siguiente vídeo. Que Gary invita a Sam a sumarse
a su banda para dicha propina y entre ambos montan un espectáculo apoteósico,
con las guitarras fluyendo en una espiral de distorsión realmente impactante. Sam demuestra que sabe también ser bien mandada (en realidad disfruta con estas cosas como un
niño con un chupa-chups gigante). Veanlo. Pantalla grande y volumen al máximo, porfa.
Espectacular. Ya ven que Sam no se achanta en
absolutamente ninguna situación, siempre que tenga su guitarra a mano. Por
lo demás, en estos días de calor extremo, he seguido más o menos al tanto de
las noticias del mundo, incluyendo la dimisión de Boris Botejohnson, un tipo
cuyo fracaso no me produce ninguna pena, es un capullo y un frívolo. Y encima
parece que estaba al frente de un gobierno de puteros. Allá se pudra en su
deshonor, pasará a la Historia como el mamporrero que ayudó a perpetrar la
barbaridad del Brexit, llevando a los británicos de vuelta a su aislamiento
secular, a que sus jóvenes se queden fuera del Erasmus, a que conseguir allí un
contrato de trabajo como extranjero sea prácticamente imposible, a que los
supermercados tengan problemas de desabastecimiento. Para mí el Botejhonson está en el mismo lado del espectro ideológico que Trump, Putin, Bolsonaro, Erdogan, Salvini, la señora Meloni, la señora Le Pene y tantos otros. Y Puigdemont, por supuesto, que comparte muchos rasgos con Johnson, ambos vienen del periodísmo y son igualmente frívolos, amorales y maniobreros.
Aislarse en un mundo globalizado es un error, y eso se
sabe desde que Franco intentó seguir con su política de autarquía tras el final
de la Segunda Guerra Mundial. ¿Que no saben de qué hablo? Eso les pasa por no
haber venido a mi conferencia en el Ateneo, en donde explicaba esta y otras
cuestiones de interés. Pero los nacionalistas quieren aislar a su gente para
mangonearlos mejor. Por eso los catalinos tratan de imponer su lengua, bloquear el castellano y ningunear el valenciano y el balear. Además, todo nacionalista es un imperialista en potencia,
cualquiera que piense que es mejor sólo por ser de una determinada zona, tenderá
antes o después a imponer su cultura a sus vecinos más próximos. Los catalinos
están empeñados en que el habla de los valencianos y baleares no existe como
entidad propia, que el único idioma que se habla en esas zonas es el catalán. Llevan tiempo proclamándolo. Ya les traje en su día el mapa de los territorios
que reivindica el nacionalismo catalán (y que cualquier secesionista conoce), pero no tengo inconveniente en
repetírselo.
Respecto a esto de los idiomas o dialectos de la zona
levantina, yo tengo la suerte de contar con un testimonio de primera mano. Mi
tía Lola, que ejercía de abuela en mi familia, era oriunda de Orihuela, como ya
se ha contado en el blog y hablaba en primer lugar valenciano y en segundo
término castellano. Quiero decir que ella pensaba en valenciano y ese era el idioma
que usaba cuando hablaba sola o se enfadaba por algo. Mi madre, nacida en
Alicante en un medio más acomodado, hablaba en cambio castellano en primer
lugar, pero se manejaba perfectamente tanto en valenciano como en catalán. Y mi
madre, que no es de ninguna forma sospechosa de dejarse sesgar las ideas o las
opiniones por ninguna tendencia externa política o ideológica, siempre sostuvo
que el catalán y el valenciano eran dos idiomas diferentes.
Mi madre era perfectamente capaz de leer libros en catalán (en valenciano no los había por aquellos tiempos) y por ejemplo había leído en su idioma original la gran novela de Mercé Rodoreda El espejo roto (1974), en donde se disecciona la historia y la esencia de la burguesía catalana de antes de la guerra civil. Pueden conseguir ese libro maravilloso a través de Amazon o en cualquier librería de viejo, es una novela coral que recorre tres generaciones de una familia barcelonesa con una prosa magnífica que no pierde fulgor en su traducción al castellano. Pero, a lo que íbamos. El título de esta novela en catalán es El mirall trencat. Sin embargo, en valenciano se diría El espill romput. Para muestra un botón. Sean buenos, que pronto remitirá este calor insoportable.
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