Alguno de mis lectores cree que exagero, pero para mí esto ha sido una auténtica catarsis. He pasado tres días en medio de la masa apretujada, sin mascarillas ni medida de profilaxis alguna y aquí estoy. A algunos ya se les ha olvidado el terror que pasamos durante el primer confinamiento, cuando sólo podíamos salir de casa para bajar al súper a comprar lo mínimo para subsistir, con doble mascarilla y lavando con agua y lejía las verduras y frutas que habíamos seleccionado con guantes de plástico. Y sin saber si la cosa iba ya a ser así para siempre, porque no se tenía ni idea de por dónde iba a tirar el virus ni cuán peligroso era. Para mí, el Festival de Blues de Cazorla 2022 es la certificación de que la pesadilla ha terminado. Ahora tenemos la inflación, la guerra de Putin y unas cuantas desgracias más, pero no es lo mismo. Y hay que aprovechar el momento.
Nos quedamos el otro día en que acabábamos de presenciar la actuación fina, elegante y de alto estilo del dandy de San Francisco Tommy Castro, acompañado de su banda Los Analgésicos, con la que en 2021 consiguió el premio a la mejor banda del año en los Blues Awards, justo el año en que cumplía 30 años de carrera, siempre acompañado por su amigo al bajo. Henry y yo nos vinimos arriba después de esta actuación tan buena y nos acercamos a las posiciones delanteras del coso taurino, para ver bien al gran Eric Gales. Es este el guitarrista zurdo que toca con guitarra de diestros, que es capaz de unos fraseos muy acelerados y que tiene una mandíbula inferior sobresaliente como la de los Austrias, que le pone en riesgo de ahogarse si le cae un chaparrón fuerte. Toca con un bajo, un teclista y dos baterías, una de ellas a cargo de su mujer.
Gales salió a escena como un toro enfurecido, pero ya les digo que a mí su actuación me resultó un tanto decepcionante. Es que el tipo lleva diez años haciendo exactamente lo mismo, como un número de circo ensayado, a la manera de los Globe Trotters del baloncesto. Ese concierto ya lo he visto en Youtube unas cuantas veces y se compone únicamente de dos registros: una serie de números súper acelerados en los que da suelta a su maestría de instrumentista virtuoso, alternados con otros como atmosféricos, místicos, sobre la base del órgano y hablando de lo bueno que es el amor, la hermandad de todos los hombres, etcétera. Su mujer se limita en muchos momentos a tocar una pandereta y en otros a apoyar al batería real de la banda, que es muy bueno. No sé por qué, el rollo de este señor me sonó a que ha sido muy perro en su juventud, época en la que aprendió a tocar de esa forma frenética con apoyo de ciertas drogas y mucho desparrame, y que luego, con la madurez, ha descubierto alguna religión que lo ha sacado del arroyo (probablemente con el firme apoyo de su señora, que parece estar en la banda más para vigilarle que por sus habilidades musicales).
Ya saben que soy dado a fabular y que a veces me paso, aunque a menudo acierto con estos flashes intuitivos. A Henry le gustó más que a mí, porque lo tiene menos visto pero, francamente, su versión acelerada del Voodoo Child de Hendrix, no aporta mucho sobre la original y lleva diez años haciéndola igual. En fin, renovamos la bebida y nos dispusimos a escuchar a Raimundo Amador. Y con este artista transversal e inclasificable, la sorpresa fue inversa. Joder, es que el tipo está en plena forma y es un guitarrista superlativo, con un registro amplísimo. Además, apenas se permitió concesiones, lo que irritó a parte del público, que esperaban que repasase sus éxitos con Pata Negra, a ritmo de rumbita pachanguera, para seguir con la marcha instaurada por Eric Gales.
Raimundo se limitó a arrancar con su Pa’ mojar (ese tema que empieza con puchero de habichuelas) y a terminar con Ay que gustito pa’ mis orejas. Pero entre estos dos temas conocidos se internó por complejidades que recordaban al Miles Davies más transversal (reconocimos el tema dedicado a Desmond Tutú, que grabó con Marcus Miller), referencias a Santana, alternando con blues ortodoxos tocados con la exquisitez de Tommy Castro y hasta una versión sublime del tema Cause we’ve ended as lovers, una de las mejores melodías de guitarra de todos los tiempos, que popularizara en su día Jeff Beck. Raimundo se acompaña de tres músicos muy jóvenes, un bajo rapado y lleno de tatuajes, con aire de sicario salvadoreño, y un segundo guitarra paradójicamente con pinta de funcionario del Ministerio de Agricultura, ambos unos músicos excelentes. Y un batería muy eficiente. Les voy a pedir que escuchen el tema de Jeff Beck, tal como lo tocó con Eric Clapton en el festival Crossroads de 2004, para que entiendan de qué hablo.
Como se pueden imaginar, este tema, tocado con la misma profundidad por Raimundo con su segundo guitarra de aire funcionarial a las dos de la mañana bajo el cielo limpio de Andalucía, no hizo precisamente las delicias de los bailones enloquecidos que habían empezado a disfrutar de la noche saltando como posesos al ritmo de Eric Gales. Estos tipos silbaron y reclamaron más marcha a voz en grito, pero Raimundo siguió a lo suyo, con su arriesgada propuesta y, para mí, fue este el momento sublime del día, como con Samantha la víspera. Repusimos bebidas (yo ya me había pasado al agua para no afectar a la conducción del coche) y nos subimos a la grada a ver la última performance, la del Reverendo Shawn Ames. Pero nos sucedió lo mismo de la noche anterior: que después de la maravilla de escuchar hora y media a un genial Raimundo Amador, el reverendo nos pilló de bajón y finalmente optamos por desfilar hacia la salida sin esperar a que terminara. No tuvimos malos encuentros en la carretera y llegamos a la cama cerca ya de las cinco de la madrugada, cerrando así el segundo día.
El tercero amanecimos casi a mediodía y bajamos a tomarnos nuestra media tostada compartida. Como ya habíamos recorrido entero el pueblo de Cazorla, decidimos darnos un garbeo por la sierra, parando en diferentes lugares con vistas panorámicas. Acabamos en Arroyofrío, un lugar sin pueblo, que podría ser intercambiable con cualquier otro enclave turístico, punto de partida de senderistas para ver el nacimiento del Guadalquivir. Allí nos obsequiamos con un almuerzo tempranero, que teníamos una tarde larga por delante. Tras la siesta, bajamos a nuestro parking habitual y nos dimos un garbeo por los escenarios en marcha. Recorrimos las plazas y callejas habituales y aprovechamos para hacernos un selfie, más la proverbial foto en el monumento al festival, en donde hay cola para sacarse la imagen para el recuerdo.
El puesto del colega de las camisas estaba montado, pero sin nadie, tal vez había pillado cacho. Pasamos por allí de camino al escenario del parque, en donde la última actuación del día, y del festival, corría a cargo de Eduardo Pinilla. Yo no lo conocía, pero Henry sí y había que verlo. Eduardo Pinilla es un músico madrileño, más o menos de mi quinta, que tocó con Coz, Ñu, Burning y otros grupos del rock duro anterior a la movida. Ahora tiene un grupo de blues con una cantante rubia muy vistosa y allí que nos fuimos a la primera fila de nuevo. Al tercer día de ver a la misma gente se desatan nuevas amistades y relaciones, inducidas por el nivel de alcohol acumulado. A la espera de Pinilla, una serie de tipos bastante pedo pegaron la hebra conmigo y se felicitaron de que a mi edad estuviera tan bien. Les hubiera hablado de hacer deporte, pero con las barrigas que ostentaban no me pareció oportuno.
Eran un poco cansinos, pero ya saben que en ocasiones como esta hay que soportar este tipo de efusiones, marcadas por los alientos babosos con aroma de ginebra, porque todo es blues. Uno de ellos me preguntó a qué me dedicaba. Le dije que estaba jubilado, pero insistió en saber qué hacía antes. Le dije que me había dedicado casi 40 años al urbanismo en el Ayuntamiento de Madrid. Puso cara de mi no entender. ¿Qué sería eso del urbanismo? Su colega le echó una mano: sí, hombre sí, estos son los que tienen la culpa de que las calles estén torcías, a lo que yo apostillé: exactamente. Tras los abrazos de rigor, aproveché para hacer un vídeo y mostrar el ambiente del lugar. Aquí lo tienen.
El concierto de Eduardo Pinilla estuvo bien, probablemente era el de más caché entre los artistas del segundo nivel que tocaban en el parque. El tipo se mantiene en muy buena forma física, debe de darle al gimnasio con regularidad. Incluso se aventuró a tocar ¿saben qué tema?, pues el de Jeff Beck que les he puesto arriba. Una costumbre de los músicos del blues es tener unas púas con su nombre o su anagrama inscrito, que van lanzando al público durante el concierto. Samantha lanzó unas cuantas, pero no pude pillar ninguna. Sin embargo, sí que tuve la suerte de hacerme con una de este Pinilla, que ya he incorporado a mi colección. Aquí les pongo un pequeño clip que tomé de una de sus canciones, para que vean cómo sonaba este señor.
Terminado el concierto, teníamos margen hasta el comienzo de la sesión de cierre del festival en la plaza de toros. La tienda del colega de las camisas seguía sin nadie al cargo, se ve que la cosa era seria. Un poco más abajo, un dj en un balcón de un primer piso tenía montado un mini rave de campeonato, con todo el mundo bailando a sus pies. Tratamos de pasar por un costado, pero a mí me agarró por el brazo uno de los bailones y me lanzó al medio, donde no pude menos que ponerme a bailar, con todos dando palmas en corro a mi alrededor. Henry no estuvo listo de haber hecho un vídeo, sólo al final me sacó una foto abrazando al primer bailón, que me decía: ya sabía yo que usted iba a bailar de puta madre. Después de tres días de exaltación colectiva, se crean lazos inesperados.
Valoramos repetir en el bar de los taurinos, pero finalmente nos decidimos por ir a la plaza de Santa María, donde había un montón de terrazas. Allí nos pillamos algo de picar y unas birras y nos lo llevamos a unas mesas corridas de madera. Al poco se sentaron con nosotros dos vascos que se dedican a la música y tocan en grupos diferentes, pero son muy amigos. Eran de Beasain, pues, guipuchis legítimos y auténticos obsesos de la guitarra eléctrica, como mi amigo Dani. El más majete se llama Xabitxo, es cocinero y tuvo un restaurante durante más de diez años en su pueblo, hasta que decidió cerrarlo y dedicarse en exclusiva a la música. Incluso nos contó que se había ido a Formentera a hacer un curso de luthier, para hacerse su propia guitarra, de la que nos enseñó fotos. Pegamos la hebra guitarrera y le hablamos del tema de Jeff Beck. También se había fijado en la impresionante versión de Raimundo Amador, si bien nos puntualizó que el autor de ese temazo no es Jeff Beck, sino Stevie Wonder, pero la versión de Beck es la mejor de la historia.
Tiramos hacia la plaza de toros, esta vez con la novedad de que no sabíamos nada de los grupos que íbamos a ver. El primero, Nick Moss, era un americano grandote y rural, con peto vaquero, botas y gorrilla de ganadero, que tocaba bastante aseadamente la guitarra. Le acompañaban un segundo guitarra negro, al que le daba mucha cancha, bajo y batería. Además, el tipo cantaba con mucho sentimiento, en una línea de blues tradicional, con hueco para buenos punteos. Lo vimos desde la grada y, cuando terminó, bajamos a las posiciones delanteras. Allí nos fijamos en que el tipo que estaba dirigiendo los ajustes de los instrumentos era muy mayor. Estaba claro que no era uno de los montadores, Tenía que ser por tanto la estrella del grupo. Efectivamente, se trataba de Rick Estrin, de San Francisco, 73 años.
Rick Estrin and the Nightcats es un grupo divertidísimo. Su septuagenario líder, no sólo es mayor, sino que además es pequeñarro y medio contrahecho, con un perfil aquilino, un bigote de los que gastaban los franquistas y una frente despejada con el pelo de punta hacia atrás. Su rostro está a medias entre el de José Sazatornil y el de Martínez el Facha, impagable personaje de comic de El Jueves. Llevaba un terno gris brillante de solapas anchas, de gangster total, seguramente hecho a medida y lideraba su grupo de los gatos nocturnos con una sonrisa permanente de oreja a oreja, tocando la armónica con mucha maestría, además de cantar procurando no forzar demasiado su voz inevitablemente cascada. Vean aquí una foto reciente de este peculiar artista.
Los gatos callejeros eran tres. El guitarra, bastante grandote, vestido (literalmente) con un pijama, de esos con bolsillos en la pechera. Un teclista, que hacía también los bajos con uno de los teclados. Y un batería negro que era todo un espectáculo, hasta el punto que, cuando se venía arriba, se ponía a dar saltos de los llamados de pinchacarneiro sobre la banqueta, sin dejar de tocar y llevar el ritmo, algo que no había visto en mi vida. He escuchado a baterías que montan grandes shows, pero eso de saltar como un grillo sin parar de tocar, es la primera vez que lo veo. El del pijama es un guitarrista excepcional, como detectó Henry en cuanto escuchó sus primeros fraseos. Y la banda se lanzó por una pendiente entre el boogie y los ritmos de New Orleans, con aromas de rockabilly, que llevaron el éxtasis a todo el público presente. Vean una foto de promoción de este curioso grupo californiano.
Debe de ser una maravilla ganarse la vida haciendo una música tan divertida y estimulante. Estrin se pega unos solos de armónica a toda velocidad, llegando a hacer pasajes sin manos, con el instrumento en la boca mientras sigue dando pasos de baile. A media actuación se retiró un rato a descansar, que para algo tiene 73 años, y dejó que los del grupo se lucieran, con un solo del batería que se prolongó por los palos de los andamios diversos antes de volver a su puesto, y con unos fraseos sensacionales del del pijama, que generaron unas ovaciones prolongadas del público, que no se creía lo que estaba viendo.
Después en Madrid, he buscado información sobre este pintoresco conjunto de rock, y he encontrado algo impagable. Es el vídeo que le dedicaron a Trump en 2020, en plena campaña electoral. Se titula Dump that Trump. La palabra dump, usada como verbo, se puede traducir como tirar algo a la basura, desecharlo, deshacerse de él. Sería, pues, desháganse de ese Trump, pierdan a ese perdedor, no está cualificado. Participan un montón de amigos del grupo, cuya lista aparece al final, seguida de unas tomas falsas de un tipo en la ducha muerto de risa. Les recomiendo encarecidamente que lo vean (y de paso practican un poco de inglés con el subtitulado). Da una idea precisa de lo que fue la actuación de los gatos noctámbulos en Cazorla.
El tercer artista de la noche era un personaje bastante particular. Se llama Diego García, pero es conocido como Twanguero, salió de Valencia y ha vivido sucesivamente en Madrid, a donde vino con 20 años, New York, Buenos Aires y California, su residencia actual. Es un guitarrista de conservatorio, que toca una guitarra de caja, como eran las primeras eléctricas y que intenta fundir en su música todas las influencias que va recibiendo, desde el blues, al tango y el flamenco. Yo no había oído hablar de él, pero Henry sí lo conocía y parece que es un guitarrista muy prestigioso para los medios musicales, con una larga carrera a sus espaldas. Salir con su guitarra él solo después de la que habían montado Rick Estrin y su grupo no era fácil, pero el tipo estructuró su actuación contando cómo había sido su historia personal y lo que se iba encontrando por las sucesivas ciudades de residencia. Le vimos desde muy cerca y realmente el tipo es un virtuoso, que podría ser un Paco de Lucía, si bien prefiére la dispersión de esa mezcla de estilos, que le hace tan característico.
Los cuartos de la noche volvieron a ser un poco la parte más floja, no sé si sucede eso por la hora, o si la organización lo había programado así para que la gente fuera abandonando el coso gradualmente. Alexis Evans es un músico joven, que sale acompañado de una banda numerosa que incluye saxo y trompeta. La inclusión de una sección de viento era algo de agradecer, los primeros que veíamos en todo el festival, pero su música no era especialmente original, es un tipo de música que ya hacían Blood Sweet and Tears y otros grupos de los setenta. Así que nuevamente enristramos hacia la puerta. Esta vez, la calle que usábamos habitualmente para salir a la carretera estaba bloqueada por un botellón gigantesco, así que tuvimos que hacer maniobra y salir para atrás, pero llegamos sin problemas al hotel.
Y el domingo, nos levantamos a las 12, salimos a tomar un desayuno de los nuestros, recogimos las cosas y nos pusimos en carretera. Hacía el calor que se imaginan, pero no tuvimos demasiado tráfico. Hicimos la parada reglamentaria para comer algo y estirar las piernas, parada que yo aproveché para comprarme un kilo de tomates Otelo, dulces como el caramelo, que han sido mi cena estos días desde el domingo. El lunes en el yoga me encontré un poco cascado, pero hice la rutina completa. Y luego me pasé a comer al Ricla, de cuyos dueños me despedí, porque cierran el bar hasta agosto. No sé qué podría decir para terminar este post. La pandemia, ahora sí, se puede dar por cerrada, algo que hasta hace dos días se veía todavía muy lejano. La inflación está desbocada, la guerra sigue en Ucrania y hace un calor de la hostia. Pero las desgracias y las calamidades, antes o después se irán pasando, porque nunca choveu que non escampara, que dicen en mi tierra. Más o menos lo que le decía Don Quijote a su escudero, en el pasaje que les cito para terminar, una cita que me parece que viene al pelo para cerrar esta pareja de posts. Sean felices.
“Sábete, Sancho, que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien esté ya cerca...”
Por chinchar un poco. La canción de Beck/Wonder es preciosa, pero ¿no dice usted que le fastidian los temas atmosféricos y místicos como los de Eric Gales? ¿En qué quedamos?
ResponderEliminarMe parece que se confunde usted y mucho. Lo místico tiene que ver con las religiones, el pensamiento mágico y las comeduras de coco, que impulsan ciertos sujetos que constituyen sectas en torno a estas líneas. Otra cosa muy distinta son los sentimientos, la sensualidad, el arte, la conexión entra las personas, la música, las sabidurías ancestrales. Los segundos son gozosos y elevan al hombre. Los primeros, terminan por reprimir sus instintos y convertirlo en borrego. No sé si me he explicado. Huya usted de la mística y entréguese (moderadamente) a los placeres de la vida.
EliminarExtraordinario el vídeo de Dump that Trump. Esperemos que no haya que reeditarlo después de las elecciones de noviembre. Es increíble, pero ese personaje tiene secuestrado al Partido Republicano y convencidos a muchos de sus seguidores.
ResponderEliminarPues mucho me temo que habrá que reeditarlo, porque los tiempos vienen duros. Por si no teníamos bastante, ahora nos viene la señora Meloni, ya detectada en este blog hace mucho.
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