Sí señor, otra vez encima de la ola desbocada toreando los acontecimientos, de momento con fortuna, toquemos madera, que en cualquier punto se puede uno desequilibrar y darse la costalada. Desde que el martes pasado conté mis aventuras en el post anterior, he llegado a mi hogar de acogida todos los días bastante cansado y listo para dormir una eternidad. Tampoco hay nada que resulte especialmente extraordinario, pero en este foro es ya un clásico que detalle mis pasos sucesivos y eso es lo que me dispongo a hacer a continuación. Tal vez sea una especie de conjuro para constatar que no estoy en Ucrania bajo las bombas, acojonado en USA por un pistolero loco o aquí al lado amenazado por la llamada viruela del mono, enfermedad tan asquerosa como el nombre que le han puesto. Vamos, pues. El miércoles, me levanté temprano, me bebí medio litro de agua y un café exprés y salí a correr debidamente equipado para los calores.
Era la primera vez que salía a correr en mi nuevo domicilio y me dirigí hacia el llamado Parque Santander, junto al estadio Vallehermoso. Días antes había estado explorando el recorrido y me pareció práctico: todo el trayecto hasta el parque es en cuesta arriba suave, y sólo hay que cruzar dos calles, Cea Bermudez y Rios Rosas. En el parque tienes un circuito con piso de tartán que puede hacerse las veces que se quiera y luego vuelves cuesta abajo hasta casa. El problema es que en la mitad de ese parque, la señora Esperanza Aguirre tuvo a bien construir un campo de golf de prácticas, hay que ser hortera. Años después, la denuncia de diversas asociaciones de vecinos de Chamberí consiguió que un juez lo declarara ilegal y ordenara su demolición. Desde entonces, las huestes de los sucesivos presidentes regionales, hasta Ayuso, lo están demoliendo piedra a piedra, a una velocidad desesperante. Así que los vecinos siguen disfrutando sólo de medio parque. El otro medio está lleno de excavadoras montando un polvo y un ruido considerables.
Miren, a mí no me gusta el golf, tengo con ese deporte un prejuicio como el que me impide subirme a un macro crucero, pero reconozco que hay gente que lo adora y yo tengo algunos amigos muy enganchados. Pero el golf es un juego que ha de desarrollarse en grandes extensiones de césped con bonitos paisajes. Lo que la señora Aguirre implantó aquí (¡en una zona verde pública!) es lo que se llama un pitch and patch, es decir una especie de gran arenero o cuadrado de césped artificial, en donde los novatos lanzan por turno bolas contra una pared, coronada por una red alta para que las bolas no salgan a la vía pública y maten a algún viandante. Hasta los propios forofos irredentos del golf desaprobaban esta instalación por hortera y propia de nuevos ricos, en la que encima florecían las corruptelas y los comisionistas. Por hache o por be, lo cierto es que el maravilloso circuito de tartán termina ahora abruptamente contra unas vallas como las que se ven en la imagen.
Regresé a casa, me duché, desayuné y dediqué el resto de la mañana a hacer gestiones telemáticas diversas. Después de comer opíparamente con mi familia de acogida, me dispuse a afrontar la tarde en la que tenía tres citas. Dado el horario, opté por utilizar el coche. Así que, cargado con mi guitarra a la espalda, me fui en Metro hasta Atocha, cogí mi Toyota Corolla híbrido y me constituí en la clínica Nuestra Señora de América. Mi primera cita era con la doctora Guerri, a la que visité hace casi un año para que me ordenara una colonoscopia, tras dos años de la anterior. Esta señora, con buen tino médico, estimó más necesario revisarme las carótidas mediante un eco-doppler, que reveló la estenosis de la que ya les he hablado. Una vez controlado ese problema (la semana anterior comprobamos que seguía igual que hace seis meses), y solucionado también el tema de las cataratas, es tiempo de recuperar el hilo de este tercer frente.
La doctora se alegró mucho de mis progresos diversos y me extendió tres volantes: uno para una analítica, otro para la colonoscopia y otro para la consulta previa de pre-anestesia. Pero yo tenía clase con Henry Guitar y ya no me daba tiempo para pedir hora para estas cosas, con la cola que había. En previsión de esto me había traído el coche, con el que salí a toda pastilla para Palomeras. Tras la clase, llevé el coche al garaje, dejé allí la guitarra y me fui andando a la fiesta que daba la candidatura de mi amigo Jesús Sanvicente para decano del COAM. Este hombre es un viejo colega de aventuras urbanas y rockeras, que se ha puesto a la cabeza de una candidatura de gente muy joven, que quiere abrir las ventanas del viejo Colegio de Arquitectos, para que entre aire fresco. El COAM es una institución endogámico-gremial, de funcionamiento esclerotizado que no ayuda nada a evitar que la profesión se esté viniendo abajo. Basta decir que hay 12.000 colegiados y en este tipo de elecciones votan unos 1.500.
La fiesta era en La Mucca una pizzería de la calle Fuencarral, que tiene un sótano acondicionado para este tipo de saraos. Me lo pasé muy bien, encontré un montón de colegas jóvenes de los que he tratado en estos últimos años, sobre todo chicas, con algunos de los tipos más alternativos de mi quinta que se habían sumado al tema con entusiasmo componiendo una iniciativa muy transversal. Les diré que finalmente no ganaron, pero quedaron bastante bien y piensan seguir en la lucha como un germen para conseguir un COAM como Dios manda. Y yo, que pensaba pasar un rato y marcharme pronto, me quedé hasta las tantas y volví luego callejeando hasta mi casa para bajar un poco el alcohol.
El jueves me levanté para asistir a la clase de inglés, desayuné y estuve por casa hasta mediodía. A las 13.30 salí en Metro a mi clase de yoga. Después, me comí un cocido de puta madre en el Ricla y eché a andar, camino de mi casa de Atocha. Tenía allí una cita con los pintores para que me enseñaran el resultado, porque supuestamente ya habían acabado. Tenía que hacer tiempo, así que caminé despacio. Al pasar frente a la Iglesia de San Isidro, me acordé de que este año se expone el cuerpo incorrupto del santo durante nueve días, del 21 al 29 de mayo, algo que no sucede desde 1985. Me asomé y apenas había cola, así que me dispuse a ver el cuerpo momificado. En realidad esto de San Isidro, tiene mucha música, como tal vez sepan.
En fin, ya saben que yo no me caracterizo por un fervor religioso contrastado, pero es que esto de San Isidro huele a chamusquina desde cualquier ángulo que se analice. Isidro fue un labrador mozárabe que nació en el Madrid musulmán, a finales del siglo IX. Ya reconquistada la plaza por los cristianos, se empleó como labrador a las órdenes del terrateniente Iván de Vargas que tenía sus propiedades junto a la actual Casa de Campo, de hecho, años después la Corona se las compró y las incorporó a los terrenos que forman el actual parque y que los reyes usaban de cazadero. O sea, que el tipo no era cura ni nada, sólo un labriego a sueldo, que incluso estaba casado. Y no fue finalmente canonizado hasta el siglo XVII. Dicen las malas lenguas que Madrid, en su afán de ser la capital del Reino y dejar el mote de Villa y Corte, necesitaba un santo patrón como fuera y aquí había una serie de leyendas en torno a este labrador de ocho siglos antes, que venían como anillo al dedo.
Porque los milagros del Santo son bastante de traca. Isidro se levantaba todos los días temprano, igual que sus compañeros, pero en vez de acudir al tajo se subía a un monte a orar. Y, por la noche, cuando regresaba a reunirse con todos, resulta que la parte de trabajo que le correspondía, estaba terminada: la habían hecho los angelitos. Respecto a esto hay dos explicaciones apócrifas bastante irreverentes. Una de ellas dice que quién hacía su parte del trabajo era su esposa, que sería canonizada también con el nombre de Santa María de la Cabeza y que, de ser esto cierto, sería santa por partida doble. La otra dice que, en realidad, era un musulmán, falso converso para salvar la vida, que se iba al monte a orar a Mahoma para que no le viera nadie.
Lo que sí les puedo asegurar es que pude ver el cuerpo del Santo unos minutos y que, más que incorrupto, lo que está es como amojamado y en un estado bastante lamentable; le faltan dedos de los pies (que parece que algún beato le robó para hacerse un relicario milagroso) y el aspecto es más bien dantesco, y no quiero ofender las creencias de nadie, allá cada cual con sus supersticiones. Esto es algo similar a lo de la momia de Lenin, pero en ese caso se procedió a inyectarle toda clase de conservantes, que no existían en los tiempos en que se empezó a venerar a San Isidro. Pero para los beatos como Dickface es esta una visita obligada. Ya ven qué serio estaba el otro día viendo ese pedazo de lo que más bien parece carne machaca de la que conservan en México dejándola secar al sol. Otro dato que no cuadra es que se dice que el tipo era muy corpulento, medía cerca de dos metros. ¿Es posible que se haya reducido tanto?
En fin, que salí de la iglesia por un portillo lateral y me encaminé hacia Atocha. Era pronto todavía, así que me senté un rato a la sombra en la plaza del Museo Reina Sofía, a repasar la prensa en el móvil. Y me dediqué a leer sobre la matanza de niños en Uvalde (Texas). Esto es algo terrible y sólo les daré un par de cifras tremendas, que he sacado de fuente fiable, pueden creérselas, aunque parezcan increíbles. Desde el 1 de enero de este año, apenas cinco meses, han muerto en los USA por arma de fuego 17.000 personas. La cifra incluye los suicidios y accidentes, pero es terrorífica. La otra: desde que empezó a contabilizarse esta estadística en 1968, los muertos por arma de fuego en USA superan el millón y medio, más que los muertos sufridos por el país en todas las guerras en las que ha participado, excluyendo la de la Independencia. Es decir, sumando las dos guerras mundiales, la de Vietnam, etc. En esta situación hay que ser muy animal para decir como Trump que lo que hay que hacer es armar a los profesores. No me extraña que fuera amigo de Putin.
A las seis en punto, subí a mi casa. La pintura estaba efectivamente terminada, únicamente faltaba sacar a la terraza los muebles más grandes para dejar limpio el suelo para el trabajo del parquetista. Le pagué al jefe una parte de lo acordado y me fui en Metro a Escosura. Con el móvil llamé al parquetista para anunciarle que el pintor se había adelantado dos días, pero me dijo que él entraría el lunes como estaba acordado. Ayer viernes me pasé la mañana haciendo gestiones con el ordenador: buscando datos para la Declaración de Hacienda, pidiendo permisos de acceso a Madrid Central para el pintor, que iba esta mañana a recoger sus cosas y para el parquetista, que pretende entrar en coche los cinco días de la semana que viene. También bajé a sacar más dinero del banco para pagarle el resto al pintor, que vino a la hora de comer a cobrar y devolverme las llaves.
Después de comer y descansar un rato salí a la calle, en medio del calor asfixiante. Caminé a través de Chamberí hasta la terraza del café Gijón. Había quedado allí con mi amigo Werner, que me tiene preparado un sarao nuevo: el próximo día 15 he de contar el Bosque Metropolitano y otros proyectos madrileños a un grupo de arquitectos de Burdeos, que vienen en un viaje enmarcado en su proceso de formación continua, que desarrollan en toda su vida (en Francia los colegios de arquitectos son más serios que aquí). La charla será en francés y más o menos acotamos la temática, horario, duración y remuneración. Así que, como ven, mi sinvivir es como el rayo que no cesa.
Me despedí de Werner y me encaminé a la Feria del Libro, que se inauguraba precisamente ayer. Visitar de nuevo la Feria del Libro, un lugar lleno de recuerdos muy gratos para mí, fue una forma de enterrar definitivamente el tiempo tenebroso del Covid. En 2020 no se pudo celebrar, y en 2021 tuvo lugar en septiembre y con unos límites de aforo que hacían su visita muy incómoda. Esta vez el ambiente era el de siempre, a pesar del calor. Y me encontré allí a varios de mis amigos del mundo editorial. Como el gran Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, premiado como el mejor editor en la FIL de Guadalajara (México). O Darío Ochoa, de Automática, que acaba de ser padre por segunda vez. Con ambos estuve charlando recuperando viejas sensaciones tras la pesadilla pandémica. Aunque todos coincidimos en que la industria editorial ha subido bastante, porque ahora la gente lee más.
Me compré dos libros firmados por sus autores. El primero, Los vencejos, de Fernando Aramburu, que me preguntó si nos conocíamos de antes, y me hizo una dedicatoria enmarcada en un par de cenefas muy artísticas. El otro, Hubo un jardín, de mi amiga Valeria Correa Fiz, la poetisa y narradora rosarina, con la que me hice una foto, que espero que me mande. Eran las nueve y media cuando empezaron a cerrar las casetas y yo decidí volver andando a Escosura con mi bolsa de libros comprados. La noche de viernes estaba animadísima y yo me hubiera tomado una caña en cualquier bar, pero ayer estaba de cura de alcohol, porque esta mañana planeaba hacerme mi analítica pendiente y suelo hacer 24 horas de abstinencia, para que luego no me den el coñazo los médicos con lo de la cerveza. Mi contador de pasos marcaba más de 16.000 cuando llegué.
Esta mañana me he levantado pronto y, en ayunas, he cogido el Metro a Atocha. Allí me he subido al coche para ir a Nuestra Señora de América. Tras el pinchazo me he obsequiado con un desayuno merecido, con una pulga de jamón y zumo de naranja. Después he ido a poner gasolina y lavar el coche, que estaba lleno de cuerpos incorruptos de mosquitos desde mi viaje a tierras coruñesas. Y me he vuelto a Atocha. Después de aparcar, he sacado la guitarra del coche y me he dirigido a mi casa para ver el resultado final de la pintura y regar las plantas de interior que las tengo en la terraza (las otras tienen riego automático). Y por allí me he encontrado a una pareja amiga del barrio que hace mucho que no veía. Nos hemos tomado un vermú y luego hemos comido en la Matilda. Metro a Escosura, pequeña siesta, escritura de este post y a prepararme para ver el partido del siglo, que esta vez se puede ver en abierto. Así que: ¡¡¡HALA MADRÍ!!! Que ustedes lo disfruten y que pasen un buen domingo. Yo mañana saldré a correr y no tengo ya más planes hasta el lunes. Que no decaiga.
Qué ha pasado con tu Somantha, Emilio, la echo de menos.
ResponderEliminarQuerida, aunque te camufles de anónima, se te reconoce fácil. En el siguiente post ya te he dado un poco de somantha. Continuará.
EliminarEso de hacer abstinencia de alcohol 24 horas antes de una analítica, ¿no es como hacer trampas en el solitario?
ResponderEliminarNo, para nada. Es conocer la situación de base, no enmascarada por sustancias externas. Lo mismo que uno debe pesarse por las mañanas, antes de desayunar.
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