Uf, esto de preparar una casa para pintar y acuchillar es agotador. Encima, por si no lo saben, estamos en medio de un ECE. ¡Ah! que no saben lo que es un ECE. Desde luego, no están ustedes en la onda. ECE quiere decir Episodio de Calor Extremo. ¡Ay, almas de cántaro! Ustedes por ahí medio asfixiados y sin saber que estamos en un ECE. A mí me ha tocado la tarea de recoger toda la casa de prisa y corriendo, porque el pintor se me ha adelantado dos días, y cada una de estas noches acababa sudando como un pollo y lleno de polvo hasta la coronilla, vamos, hecho un auténtico ECE-homo. Hace unos años la ínclita, presumiblemente corrupta y luego fallecida en la mayor soledad Rita Barberá suscitó la rechifla de todo el personal por decirles a las masas desde un balcón que ya podían empezar a disfrutar del caloret, esa cosa tan característica de las tierras valencianas.
La rechifla venía de que la expresión catalana correcta es la caloreta, ya ven si hilan fino estos catalinos indepes. Así que ellos prorrumpieron en sonoras y groseras carcajadas ante la enorme metedura de pata de la doña y por tierras castellanas nos sumamos al cachondeo sin entender muy bien de qué nos reíamos. A mí siempre me pareció que la metedura de pata no era para tanto, que era sólo la muestra del odio que le tenían a esta señora los secesionistas, no tanto por su calidad de corrupta, como por la de españolista. Y eso que yo sabía perfectamente que se dice la caloreta, no por nada, sino porque en mi casa vivíamos con la tía Lola, todo un personaje, que prácticamente hablaba sólo en valenciano, puesto que era natural de Orihuela, último pueblo de la Comunidad Valenciana por el sur y, lógicamente, a quien más manía les tenía era a los murcianos. Los mursianos son muy fanfarrones, solía decir, con su acento inigualable, que más bien provenía de Andalucía y por eso hablaba con la ese.
La tía Lola, cuando allí por tierras coruñesas alcanzábamos temperaturas de 27 o 28 grados (con la humedad reinante en la costa atlántica, esa es una temperatura bastante insoportable), siempre proclamaba con disgusto: ¡quina caloreta! La tía Lola hablaba con la ese porque su padre, el abuelo Ramón, hombre de luengas barbas y abuelo de mi madre, era natural de Écija, la llamada sartén de Andalucía, pero había terminado en Orihuela huyendo de la persecución de que era objeto en su tierra por sus veleidades anarquistas. Sumando a estos orígenes los de mi padre, cien por cien manchegos, más la influencia de criarme en tierras galaicas, no les extrañará que sea tan radicalmente antinacionalista.
Pero mi tía Lola, que vivió con la familia hasta su muerte en 1973, manejaba un léxico propio, que no tenía parangón con el habla de nadie en el mundo. Por ejemplo, cuando de niños, montábamos una zapatiesta importante y terminábamos con todos los juguetes tirados y esparcidos por el suelo de la habitación, entraba, observaba el desastre, fruncía el ceño y proclamaba: ¿Pero qué es este safarrancho? En fin, pues lo que tengo montado en estos momentos en mi casa es un auténtico safarrancho. Parece mentira la cantidad de cosas que se pueden acumular en una casa a lo largo de quince años. Creo que lo mejor, para que se hagan una idea es que vean un video que acabo de grabar. Aquí lo tienen.
Pasar de una casa habitada a ese desmadre es algo que no se consigue de hoy para mañana, sino que requiere mucho trabajo. Así que les cuento brevemente lo que ha sido mi semana hasta llegar al pleno safarrancho. El lunes fue festivo en Madrid. Cuando me toca un día de yoga en festivo suele adelantarse a la mañana (ocasión que normalmente aprovecho para zamparme una torrija con un dedalito de Málaga en La Casa de las Torrijas). Pero se da la circunstancia de que este lunes era luna llena y una de las características intrínsecas del Ashtanga Yoga es que los días de luna llena no se ha de hacer ejercicio, es un día para descansar, al arrullo de la luna. Para mí era pues un día de descanso casi absoluto, y digo casi, porque a las 20.00 tenía una interesante sesión de Billar de Letras, en este caso adelantada para disfrutar de la participación de la joven escritora cubana Elaine Vilar Madruga, que ha cosechado un gran éxito con su última novela La Tiranía de las Moscas. Elaine no podía participar en martes, así que la adelantamos y tuvimos una sesión realmente memorable, que ya les comentaré.
Por la noche llegó mi hijo Kike de Canarias y apareció por casa después de medianoche. El martes desayunamos juntos y después me apliqué a una clase de inglés con Ed, muy intensa como todas desde que hemos subido al nivel B2. A las 12 tenía cita con un especialista que me va a ayudar este año a hacer la declaración de Hacienda. Acudí andando al despacho, que está en uno de los primeros números de la calle Serrano y es un edificio realmente suntuoso y monumental, con un ascensor de los de verja de hierro forjado, cabina amplia de madera acristalada y un banquito corrido forrado de raso, para que las señoronas suban sentadas. Tras la sesión con mi nuevo asesor, me apresuré a llegar puntual a la clase de yoga, que finalmente se había trasladado al martes.
Y, después de comerme un pincho apresurado, cogí el coche para acercarme al bar La Dehesa del Partenón, en el que mi amigo Mon me había prometido que tendría cajas de cartón para mis inminentes trabajos. Al final, resultó que se le había olvidado traerlas, así que me tuve que volver de vacío, después de tomarme un café con él. Por la noche, tenía cena con Kike, mi sobrina Eva y su madre, en el restaurante La Llorería, del que tengo pendiente hacerles la reseña correspondiente. Lo pasamos muy bien y, a la entrada, Kike me hizo una foto que colgó en sus redes con el título que pueden ver abajo.
Bien, el miércoles desayuné con mi hijo y luego salí a llevarlo con el coche a la T2 de Barajas, para su vuelo de vuelta a París. Al volver, me pasé por el bar de Mon a recoger las cajas que tenía para mí y con ellas ya pude empezar mi trabajo. El pintor había venido a las 7 de la mañana a traer todo el material y luego volvió por la tarde. Él sólo trabaja por las tardes, excepto sábados y domingos, porque tiene un trabajo matutino del que vive; en realidad, lo de pintar le ayuda a redondear su sueldo, pero es que además es lo que más le gusta del mundo. Eso explica lo minucioso que es y el interés que se toma. Es que estoy seguro de que Miguel Ángel no era ni la mitad de perfeccionista que este señor, cuando se aplicó a decorar el techo de la Capilla Sixtina. Por la tarde cogí el Metro a Palomeras para mi clase de blues con Henry Guitar y a la vuelta todavía seguían currando en casa el pintor y su ayudante que es otro encanto.
Ayer jueves tuve una nueva jornada agotadora, con inglés y yoga. Además, entre ambos tenía una consulta con el cirujano cardiovascular que me examinó la estenosis de la arteria carótida y me salvó del otro matasanos que me quería rajar el cuello impunemente. Parece mentira, pero ya han pasado seis meses, así que era momento de verificar la evolución del tema. Recordarán que se trata de aquél doctor optimista y rubicundo que tarareaba todo el rato canciones ligeras (tarará-tarará-tarará-pam-pam) y que me dijo entonces que lo que correspondía era hacer un seguimiento del tema, básicamente consistente en seguir haciendo mi vida: deporte a saco, buena alimentación y mantener la medicación del colesterol, más el Adiro diario. Aunque era un día de huelga de médicos, me recibió el mismo doctor cantarín y risueño y, para mi sorpresa, se acordaba perfectamente de mí y se alegró de verme con tan buen aspecto.
Este era el segundo de mis tres frentes médicos, junto con el oftalmológico y el tercero que ya les contaré. Y el resultado del examen fue el que yo intuía: estoy exactamente igual que hace seis meses, la carótida izquierda perfecta y la derecha con la estenosis 50/70. Tratamiento: seguir con mi vida como hasta ahora (con alivio constaté que no me dijo nada de beber menos cerveza) y volver dentro de otros seis meses. Si en ese momento la situación sigue sin cambios, empezaremos a espaciar más las revisiones. O sea, que salí del hospital con las dos orejas y el rabo, con perdón del símil taurino, directo a mi sesión de yoga. Tras comerme mi habitual colación en el Ricla, volví a casa y continué con mi trabajo de embalar los libros y las cosas.
Este curro ha incluido varios viajes al punto limpio, en la puerta del cual hay un abuelo que te pregunta qué llevas y te pide quedarse con todos los aparatos electrónicos que vayas a tirar. Le advertí de que todos estaban medio estropeados o jodidos, pero me dijo que le daba igual, que su nieto es un genio y puede arreglar cualquier cosa para que luego pueda venderse. Así por las facciones me pareció que era payo, pero no es fácil asegurar esto, porque hay gitanos bastante rubios y pálidos. Mientras estaba dándole sus aparatejos, entró una señora con su coche, el abuelo le hizo la misma pregunta y, muy digna, le soltó que llevaba un montón de aparatos pero no se los iba a dar a él. Ella sabrá por qué.
Por la noche ya no tenía forma de cenar en casa, porque los armarios en los que tengo la comida se habían quedado bloqueados por los muebles apilados, así que me bajé a un japonés que hay en la calle Atocha. Estaba realmente reventado. Me obsequié con un entrante de edamame y luego un combo sushi/sashimi que me supo a gloria. Todo ello con los palillos reglamentarios y acompañado por dos cervezas Ámbar de presión. He dormido como un bendito. Esta mañana, he bajado a desayunar al Matilda, dos cafés con una tostada con aceite, tomate y jamón. Luego he ido a la farmacia a por más cajas que me faltaban. Y por fin he terminado la tarea. Lo siguiente era hacer la maleta para mi traslado a casa de África. He distribuido todo en dos maletas, porque, en cuanto acabe de escribir este post, me acercaré a la estación de Atocha a coger el AVE a Ciudad Real.
Ayer, en un rato de descanso, me acerqué a sacar el billete. Esta noche tengo reunión con mi grupo de viajeros veteranos, con los que he viajado a Birmania, Chile y Madagascar, antes de que llegara la maldita pandemia y nos cortara esta vena tan interesante y divertida. Imagino que se trata sólo de vernos y tomarnos unas birras con algo de manduca. Esta noche dormiré en casa de uno de ellos y mañana por la mañana regreso en otro AVE. Pero ya no puedo volver a casa. Iré directamente al garaje a llevar mi maleta pequeña al coche. El resto del equipaje ya lo he llevado al principio de esta tarde. Ese resto se compone de una maleta grande con ropa, mi guitarra española y dos almohadas, porque África me ha insistido mucho en que lleve mi propia almohada, que lo demás me lo facilita ella.
Por cierto, a comienzos de semana, mi hijo Lucas me anunció que venía este jueves, a pasar el fin de semana. Como este hombre no avisa con más tiempo, le tuve que decir que mi casa no iba a estar habitable (puede dormir en casa de su madre) y que mi compromiso con los de Ciudad Real no lo podía aplazar. Así que mañana, llegaré a Atocha a media mañana, dejaré mi maleta pequeña en el coche y me iré a comer con Lucas. ¿Saben dónde? Sí, han acertado: en La Llorería. Por la tarde he de ir a por el coche para trasladar mis cosas. El coche dormirá en la plaza de garaje de África, que he de dejar libre el domingo por la mañana, para que ella pueda dejar su propio coche por la tarde, de vuelta de su finde en el pueblo. Como ven, una actividad agotadora, que debe de coordinarse muy bien para no cagarla. Así que, voy a publicar este texto, luego me afeito, me ducho, me visto de bonito y arreando para la estación. Que ustedes lo pasen bien.
On the road. For ever.
ResponderEliminarLa carretera no hay que abandonarla nunca.
EliminarPor eso no se me ocurre pintar mi casa jamás. Se quedará como está sempiternamente. Que lo hagan, si gustan, los que vengan detrás...
ResponderEliminarHace usted bien, es muy latoso. Pero, cuando regrese a la rutina, espero pensar que me ha compensado.
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