viernes, 7 de enero de 2022

1.113. ¿Por qué estar apenado?

Ya saben que tengo unos cuantos seguidores que jamás escriben un comentario y que, por el contrario, me cuentan luego por teléfono lo que opinan de mi último post. Uno de ellos, un tanto puntilloso por cierto, se mostraba sorprendido de que titulara el post anterior hablando del salsón, cuando lo que Celia Cruz dice en realidad es sazón. Vaya, aquí hay que explicarlo todo, me encanta que me proporcionen gratis semejante control de calidad. Lo cierto es que, como les conté, la mañana del día 4 estaba yo con mis hijos preparándonos para salir al aeropuerto, donde debían tomar un vuelo a París a las 14.35. En eso, observé a Lucas un poco mustio y tristón, porque no le gustan nada las despedidas y nunca se quiere ir de donde quiera que esté, siempre querría quedarse un tiempo más.

Para animarle busqué en Youtube el tema de Celia Cruz y me puse a cantar y bailar delante de él con el ordenador en alto y el tema a todo volumen. Entonces, salió Kike de la ducha y, así en bolas como estaba, se sumó a mi baile e improvisamos una coreografía semiobscena, con el nabo balanceándose a buen ritmo. Conseguimos arrancar las carcajadas del doliente. Y ahí observé que Kike cantaba diciendo yo le pongo salsón-son-son, le pongo salsón. Me pareció genial (además de genital), porque creo que Celia lo pronuncia más o menos así, y además no cabe duda de que el tema tiene mucho salsón. De ahí la transcripción al blog que tanto ha extrañado a algunos. También la gente se pregunta cómo es que estoy tan contento en estos tiempos que corren, bajo la amenaza del Covid y las diversas crisis existenciales que nos acechan.

Veamos. ¿Tendría algún motivo para estar apenado? Yo veo que estamos a 7 de enero y todavía no nos ha pasado nada malo. El año pasado por estas fechas ya habían asaltado el Capitolio y nos había caído encima la Filomena. O sea, que vamos mejorando. Así que cero quejas. Mi consejo es que sigan la máxima de James Dean: vive cada día como si fuera el último de tu vida, sueña como si fueras a ser eterno. Lo que pasa es que a los pesimistas y cenizos esta máxima no les vale. Porque si piensan que hoy es el último día de su vida, les entra una congoja invencible. En fin, que cada uno haga lo que le pete, yo soy una persona que, en general, anima bastante al personal, pero siempre que tengan un mínimo punto de apoyo inicial para poderse alegrar. El que está jodido, ya le puede uno decir misa, que seguirá jodido.

El bicho del Covid no hace distinciones: te pilla igual si estás contento, como si estás triste. Así que los preocupones no tienen una mayor protección antivirus, por mucho que se encierren en su casa. Yo, la verdad, no entiendo cómo es que todavía no me he contagiado, porque sigo haciendo mi vida, con las precauciones lógicas, pero por ejemplo no he dejado de entrar en bares cerrados (no demasiado llenos). Ahora Pedro Sánchez y su gobierno han decidido que hay que llevar la mascarilla otra vez por la calle. Así que tiene uno que ir asfixiándose y con las gafas empañadas, por las aceras en donde no hay virus, y luego al entrar al bar (donde sí puede haber virus) te la quitas para tomarte la cerveza. Es lógica de Groucho Marx.

A pesar de todo ello, las cifras de contagios en España siguen disparadas en una línea exponencial, aunque parece que ya han empezado a bajar en Sudáfrica, y también en Rusia, Alemania, Bélgica, Holanda. Pero suben igualmente a lo bestia en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, Suiza, Dinamarca. La gravedad de la enfermedad es mínima, como les mostraba el gráfico de mi último post, pero yo estoy deseando que llegue ya el maldito pico. Otra cosa es que, según mis noticias, más o menos la mitad de los que tienen que ingresar en el hospital son gente que no se había vacunado, y la otra mitad, personas con dos o tres dosis, pero que previamente tenían alguna patología seria. Y esto nos lleva de nuevo al tema de los antivacunas. Ya le dediqué un post específico a este asunto, y me faltó cagarme en sus padres y antecesores respectivos. Es que, parafraseando a Fernando Aramburu, hace falta ser tarugo para ser antivacunas. Hace tiempo que les insulté a conciencia en un post que pueden buscar si lo quieren repasar. Y ahora está pasando lo que yo anticipé que iba a suceder. Que estos señores se van a convertir en unos apestados sociales. Unos parias. Por cabezotas.

En Italia se ha ordenado ya la vacunación obligatoria a los mayores de 60. Quien incumpla esta orden podrá ser instado o forzado a recluirse en su casa y, además, para qué va a salir si no va a poder trabajar, ni entrar en un bar, un cine, un museo, un teatro o una biblioteca. En España ya llegará, pero es que en un futuro próximo las personas normales exigiremos para entrar en la oficina y en esos otros lugares, que se pida el certificado de estar vacunado. Yo no pienso entrar en un bar en el que vea que no se pide el certificado con seriedad. En Italia se han adelantado, pero los demás países acabarán haciendo lo mismo. En Francia ya funcionaba más o menos así, durante los diez días de noviembre en que estuve por allí. En Gran Bretaña, el payaso Boris Johnson ya no sabe qué hacer y se ha ido a una cola de vacunación a animar a los ciudadanos. ¡Venga, ahí, con dos cojones! Abajo tienen la imagen.



Por cierto, ya que hablamos de Francia, el presidente Macron ha causado un cierto revuelo, cuando ha dicho que una parte de su programa electoral está dirigida a joder a los antivacunas. Seguro que lo han leído, pero: ¿se han preocupado de conocer, cómo ha sido la frase exactamente en francés? Yo sí, porque ya saben cómo me gusta el juego de los idiomas. Preguntado en una entrevista televisiva sobre sus programas de cara a las elecciones de abril, soltó literalmente lo siguiente: Eh bien là, les non-vaccinés, j’ai envie de les emmerder. Donc on va continuer de le faire, jusq’au bout, c’est ça la stratégie. A los antivacunas, tengo ganas de joderlos; y en consecuencia vamos a seguir haciéndolo, esa es la estrategia. Pues lo han puesto verde. En realidad, estos sectores antivacunas son primos hermanos de los terraplanistas, conspiranoicos diversos, negacionistas, mosqueones permanentes, testígulos de Jehova y similares. Es decir, son parte de un fenómeno de mayor dimensión. Yo ya dije mi opinión al respecto. Creo que, en primer lugar, los medios técnicos sobre los que se sustentan las redes sociales, los tiene todo el mundo y están a disposición de gente muy inculta, poco preparada y rara.

Ya sé que hay lectores que se molestan cuando pongo verdes a los garrulos de Arkansas, la campiña inglesa, el Ampurdán y Villarejo de Salvanés, entre otros enclaves rurales. Pero yo tengo muy clara esta primera caracterización. Ahora bien, aquí hay más cosas. Porque uno entra a leer los comentarios que hace el personal a cualquier noticia o tweet, y es para tirarse al suelo a llorar. Detrás de eso hay algo más que incultura, burrez y disponer de unos aparatos que en ciertas manos son armas de destrucción mental masiva. Detrás de eso hay otros componentes clave: el rencor y la cobardía. Y el desocupo. Esa gente dice las mayores barbaridades amparada en el anonimato. Y está bien claro que no están trabajando ni haciendo nada de provecho, cuando se dedican a hacer esos comentarios (zascas, los llaman algunos). O sea: son gente desocupada o vaga y además rencorosa y cobarde.

El problema es que estas redes las manejan unos algoritmos que retroalimentan ese rencor y esa mala educación. Igual que a mí me estuvieron mandando información de vuelos y hoteles a Chicago durante más de un año desde que me saqué un billete de avión a ese destino, al que le pillan el punto facha, conspiranoico, Quanon o similar, ya le entran toda clase de mensajes a favor de viento. Yo acababa con el asunto en cinco minutos. Simplemente, con una Ley que obligara a que cualquiera que haga un comentario en cualquier medio de difusión esté obligado a identificarse con nombre completo, DNI y foto de carné. En un santiamén se acababan los comentarios paranoides, bordes, machistas, groseros y maleducados. Tal vez algo similar llegue algún día y lo veamos. A medidas de este tipo se oponen rotundamente los partidarios de la libertad-libertad-libertad, que piensan qua cada cual es libre de pensar lo que quiera. Vale, que cada uno piense lo que quiera, pero que no lo diga y que no comente en redes amparándose en el anonimato.

Es este un tema que a mí me parece grave y que es una característica de este tiempo ultimísimo. Hace apenas veinte años no había móviles y ese personal frustrado y rencoroso no se manifestaba más allá de las barras de los bares, en reuniones sin mujeres y cuando se cargaban bien de alcohol y se desinhibían. Ahora, aquellos cuñaos, han generado estos haters.  Y este fenómeno tan extendido, explica que hace un año los trumpistas asaltaran el Capitolio. Y que, a día de hoy, uno de cada tres norteamericanos esté convencido de que Biden hizo trampas para ganar. En ese contexto, no es de extrañar que haya antivacunas. Como ya les dije, estos sujetos entran cada día en el ordenador, abren su páginas habituales que retroalimentan su mal rollo y admiten todas sus cookies sin leer la letra pequeña. Es decir, permiten que se fisguen todas sus intimidades. Pero luego se sienten muy machotes proclamando que no se vacunan, porque están convencidos de que la vacuna contiene un chip con el que Bill Gates les va a vigilar y tener controlados. De nuevo: hace falta ser tarugos.

Y este fenómeno de los antivacunas, que es parte de ese otro fenómeno más amplio de los que se creen cualquier milonga que circule por sus redes expurgadas por los algoritmos, es el que ha generado el asunto de Novak Djokovic, del que hablan todas las portadas de la prensa. Por si no están enterados, este señor, número uno de la lista mundial del tenis en estos momentos, parece que es antivacunas. Parece, porque no lo dice con claridad. Lo que dice es que no tiene por qué revelar si se ha vacunado o no, que esa revelación afecta a su intimidad y a su libertad-libertad-libertad. Qué listo el tipo, oyes. Por si ustedes no lo saben, en el denostado ciclismo profesional, la negación a someterse a un control antidoping tiene los mismos efectos que un resultado positivo: suspensión por dos años. Pero Djokovic abusa de una posición de dominio: si le exigen estar vacunado, no irá al Open de Australia, del que es la máxima atracción.

Entonces, los organizadores del torneo le prometen que se le aplicará una exención de la obligación de estar vacunado. En Australia, como en todos los países, se contemplan esas exenciones para casos de patologías que puedan verse agravadas por la vacuna, constancia de alergias o efectos secundarios graves, o contraindicaciones por aspectos psiquiátricos sólidos. Ninguna de estas condiciones cumple Djokovic. Pero el tipo voló a Australia y en el aeropuerto le dijeron que, o estaba vacunado, o no entraba. Que los del torneo le habían prometido algo ilegal por su cuenta y riesgo. Y se montó el belén. Un pequeño inciso: ¿se imaginan que sucediera algo así aquí? Que Florentino o Piqué le prometieran a este sujeto que podría entrar sin vacunarse. ¿Cómo creen que actuaría nuestro gobierno? El caso es que los abogados del tenista están peleando como gatos panza arriba para que no sea deportado y han logrado que se le pague un hotel hasta el lunes, en espera de la decisión definitiva. Un hotel que ¡¡HORROR!! no es de cinco estrellas como los que suele utilizar este señor.

Las reacciones de los partidarios de la libertad-libertad-libertad no se han hecho esperar. A las puertas del hotel, se han congregado multitudes pidiendo su liberación, contra las que ha tenido que cargar la policía. Y el gobierno serbio habla de secuestro y pide que lo suelten inmediatamente (las autoridades australianas dicen que no está detenido y puede volverse por donde vino cuando quiera). Y lo más grande: el padre del tenista, que ha salido a decir que su hijo es el nuevo Espartaco, que está luchando contra el colonialismo, la opresión y la hipocresía, como Jesucristo. Y que, como no lo suelten, será el momento de salir a reclamar su libertad a la calle. Le ha faltado añadir: sujétame el cubata, que esto lo arreglamos en Serbia en un periquete, a nuestra manera, si hace falta matamos unos cuantos croatas y santas pascuas. Si no se creen lo que les cuento, pueden ver una información pinchando AQUÍ. La prensa australiana ha cargado con dureza contra este impresentable y aquí tienen la portada de un diario, que hace un juego de palabras: Novak, como no te vacunes, no hay tu tía.

Y los memes que han salido al respecto, son graciosísimos. Uno de ellos dice que tiene narices que el gran ídolo del tenis y estandarte de los antivacunas se llame precisamente No-vac Yo-Covid. Genial. Y este otro cuya imagen les pongo abajo. Por cierto, que extraordinaria película esa en la que se inspira, con un Tom Hanks espectacular haciendo de ruso.

El caso Djokovic es un indicativo de todo este fenómeno de la gente que se cree las milongas más absurdas, fiándose de la mierda que circula por las redes antes de lo que dice la prensa más o menos seria. En su último libro, que se llama Racionalidad y ya se puede comprar en España, el escritor y psicólogo cognitivo Steven Pinker analiza este fenómeno y lo atribuye a la diferencia entre la inteligencia racional y la inteligencia emocional. Es una tesis muy interesante en mi opinión: cosas como el Brexit, el independentismo catalán o la victoria de Trump, no se pueden explicar más que en base a esa inteligencia emocional. Y eso es lo que hace que la gente se crea cosas tan peregrinas como que el mundo está en manos de una red de pedófilos dirigida por Hillary Clinton desde una pizzería de Washington. No me lo estoy inventando, un tipo con un rifle se personó en la pizzería de marras y amenazó al personal, hasta comprobar que en la trastera no había más que pizzaiolos y camareros.

El asalto al Capitolio se explica por los mismos motivos, lo mismo que las manifestaciones de los antivacunas. Y Pinker aporta una explicación cuando menos curiosa: tanto los antivacunas como los provacunas nos movemos por argumentos emocionales; nos posicionamos por miedo a un agente nuevo que nos tiene aterrorizados. Unos manifestamos ese terror poniéndonos todas las vacunas que nos digan y otros cayendo en la paranoia antivacunas. No estoy muy de acuerdo, yo pienso que los provacunas nos guiamos por criterios racionales y por eso creemos en la ciencia. En cualquier caso, es este otro motivo de polarización en el mundo actual. Y ya saben que yo estoy claramente situado en uno de los lados. Así que me parecen muy bien la medida adoptada en Italia, la declaración de Macron, la postura del estado australiano en el caso Djokovic y hasta la payasada de Boris Johnson.

Y, volviendo al principio, las noticias que tenemos en portada este año no son nada comparado con las del año pasado (salvando las revueltas en Kazajistán, de las que ya les hablo otro día). Así que, sin Filomenas ni asaltos al Capitolio, no veo motivos para estar triste. Mi mayor inquietud ahora mismo es que alcancemos el pico de la sexta ola con tiempo suficiente para que Samantha Fish pueda hacer su gira europea y yo pueda viajar a París a verla. Alguna preocupación tiene uno que tener. Pero por lo demás: ¿por qué estar apenado? Sean buenos. 

2 comentarios:

  1. Hay que ver, Emilio, la perra que has cogido con los alcoranos (nativos de Villarejo de Salvanés, aclaro). Ya te dije que Madrid está llena de catetos y no me siento aludida por tus andanadas contra la gente de los pueblos de alrededor que viene a la capital en el puente de la constitución o cuando le dé la real gana, porque Madrid, como sabes, es el epicentro de la libertad. Esa gente que tanto desprecias deja mucho dinerito en los comercios, mercadillos navideños, bares y restaurantes del Foro. Inevitablemente molestan muchísimo a los residentes del Centro, lo mismo que las hordas de turistas, desaparecidas en los últimos tiempos por la pandemia.
    No me sentí aludida con tus calificativos, porque soy madrileña, pero ni mucho menos "gata". Para ser gato, los padres y los cuatro abuelos tienen que haber nacido en Madrid. No conozco ni uno, lo más cercano es Emilio de la Peña, y falla por un abuelo granadino.
    Y eso no lo dices, pero los madrileños somos muy chulos y a los nacidos fuera de aquí los llamamos "provincianos", incluidos los coruñeses, pero tú no te piques, que no eres coruñés de pura cepa, sino una excelente producción de valenciana y manchego.
    Muy buena tu diatriba contra los miserables odiadores de las redes, contra los covidiotas y contra Djokovic en particular. Estoy cruzando los dedos para que el gobierno australiano esté a la altura y lo mande de vuelta a Serbia, donde lo pueden sacar en procesión, si quieren. A Francia que no se le ocurra, que Macron no está para bromas. Sé bueno también tú.

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    1. Querida amiga, muchas gracias como de costumbre por tus comentarios que siempre le ponen un punto especial al blog, además de hacer las delicias de algunos de mis seguidores que suelen comentármelo. En cuanto a lo de los alcoranos de las narices, dices que no te sientes aludida, pero cualquiera podría pensar lo contrario, puesto que sigues insistiendo en el tema.
      Jajajaja, es una pequeña maldad. Lo de Yo-Covid se ha resuelto por fin de la manera que muchos esperábamos y va a saber este impresentable lo que es la cultura de la cancelación. En unos días empezaremos a oír que le han retirado los patrocinios de las grandes marcas y que ya no le invitan a ningún sarao de postín. Todo eso se acabaría con un simple pinchacito que se dejara poner en el brazo.
      Feliz año y buena cuesta de enero.

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