Es duro esto de la cuesta de enero. De acuerdo con el
pálpito que yo tenía, ya les confirmo que el concierto de Samantha Fish en el
Bataclan de París se ha suspendido, junto con toda su gira europea, y queda
aplazado para el 11 de noviembre. Dada la situación Covid, Sam ha reprogramado
su gira, de forma que la parte europea se queda para después del verano, en que tiene diversos compromisos en USA. En el camino se caen algunos de los
conciertos que tenía previstos para febrero, como el del Melkweg de Ámsterdam. Así
que se me ha jodido el pretendido viaje a París, para el que ya me he quedado
sin excusa, teniendo en cuenta que acabo de visitar la ciudad en noviembre y
que mis hijos estuvieron tres semanas en mi casa durante las fiestas de Navidad.
La verdad es que esto de la panderemia, como la llamó
una clienta veterana de mi amigo Luis el Charcutero, empieza a ser una
verdadera lata (lo de la panderemia es lo más gracioso que he escuchado, desde
que una amiga muy cheli me dijo que a su hermana le habían detectado una
malformación en las trompas de Farlopio y por eso no se quedaba embarazada). A
lo que vamos: lo del Covid no hay quien lo aguante, es que llevamos ya dos años
y nos encaminamos al tercero sin que se le vea mucha salida al tema. Cierto que
esto no es como la primera ola, se ha perdido el componente de terror y
desconocimiento, pero es que yo ya estoy hasta la coroneta de llevar mascarilla
y de no poder viajar como a mí me gustaba. Joder, es que quiero ir a Los Ángeles
a ver a mi amiga Shannon Ryan y a Nueva York a visitar a Flavio Coppola. Y no
puedo hacer ninguna de las dos cosas.
Encerrado como estoy en mi casa de Madrid, la verdad
es que no me puedo quejar, yo me lo estoy pasando de puta madre, pero
inevitablemente mi vida tiene menos cosas que contar que cuando viajaba por ahí
a San Francisco y a San Petersburgo. Ahora no voy más allá de San Francisco el
Grande. No sé si es por eso que el número de visitas a mi blog no se ha
recuperado después del bajón navideño. Hasta las navidades yo venía teniendo
una media de visitas por post en torno a las 45/50, lo que teniendo en cuenta
que mis seguidores acostumbran a entrar más de una vez, pues venía a arrojar un
saldo de entre 30 y 40 visitantes asiduos. Pues ahora, la cosa apenas pasa de
unas 30 visitas. Hombre, esto del blog, a mí me da un cierto trabajo, y lo doy
por bueno siempre que tenga un mínimo seguimiento, al menos como el que tenía antes de Navidad, a pesar de que
los expertos catalogaran este foro de blog zombie.
Pero es que una cosa es un blog zombie, y otra muy distinta lo que está pasando ahora. Es que aquí no entra ni el Tato. Y tampoco me ha llamado nadie para interesarse en si me pasa algo o por qué estoy publicando tan pocas entradas. Así que, o esto remonta de alguna manera, o mucho me temo que acabaré por clausurar el blog. Vale, yo hago esto por divertirme y por mantener la pluma ocupada y no perder soltura narrativa. Pero, si nadie tiene interés en seguirme, pues me pongo a escribir un diario y me lo guardo para mí. Ya les adelanto que tengo la ilusión de completar mi décimo año de bloguero, lo que sucederá en septiembre. Pero, si por entonces no se han cambiado las tornas, lo cierro y a tomar vientos. No me calienten… no me calienten, que yo tengo mi pronto y mi mal genio y un día me lío la manta a la cabeza y cierro el kiosco.
Vale, estoy de coña. Pero no se olviden de que soy
gallego (y encima coruñés) y los gallegos nunca hablamos completamente en serio
ni completamente en broma. Sino todo lo contrario. El que avisa no es traidor.
Pero bueno, dejémoslo ya. Por supuesto, escucho consejos y sugerencias. Algunos
me dicen que mis posts son demasiado largos. Qué le voy a hacer, me salen así.
Y además, para ver lo largo que es un post (o lo aburrido), hace falta abrirlo
y echarle un vistazo. Y eso se registra en el contador de visitas. Si el
contador las pasa canutas para superar las 30, quiere decir que hay un desinterés previo
y absoluto. Otra cosa que me dicen: que hable menos de Samantha Fish. Bueno,
ese es un consejo que no pienso seguir en absoluto. Sam es la musa del blog y
va a seguir saliendo en todas las entradas.
Por eso avisé con tiempo del concierto en el Bataclan
y mostré mis entradas sacadas con antelación. Contravine así una de mis
máximas: no anunciar en el blog mis proyectos hasta que estén plenamente
confirmados, que muchas veces por anunciarlos antes de tiempo se acaban
frustrando y da mucha rabia. En este caso, el anuncio estaba justificado,
porque un concierto de Sam siempre sería un acontecimiento relevante en este
foro. Pero con la mierda de la pandemia, la cosa ha fallado y ya se queda para
noviembre (me valen las entradas). Por lo demás, mi vida sigue jalonada de acontecimientos y pequeños sucesos
que he decidido narrar a toro pasado, cuando ya han sucedido. Por
ejemplo, creo que les conté que me había hecho con un equipo de música
maravilloso gracias a las donaciones de mis amigos X y Paco Couto y que tuve
que llevar el tocadiscos a reparar porque no funcionaba.
El servicio técnico que arregla estos aparatos antiguos es una de esas tiendas que se mantienen
abiertas por puro entusiasmo de unos currantes que se dedican a un oficio prácticamente
obsoleto en este mundo postmoderno y digital. El plato, de la marca Dual, lo
desmontaron entero y limpiaron una a una todas las piezas. Y empezó a ir como
un tiro. Pero el amplificador, de la marca alemana Imperial, emitía un zumbido
de fondo bastante desagradable, aunque poniendo la música alta se tapaba. Les
consulté por teléfono, cuando les llamé para decirles que el plato iba como
un tiro, y me dijeron que podía llevarlo
y le echarían un vistazo a ver si se podía quitar ese zumbido. Eso fue antes de
Navidad y hasta ahora no había podido ocuparme del tema. Así que un día cargué
el amplificador en el coche y me dispuse a hacer los 15 kilómetros que me marca
el contador cada vez que voy a ese servicio, que está en el Barrio del Pilar.
Llamé al timbre y enfrenté al típico tío que tiene un
mal día. Por lo que fuera, estaba de mala uva y no quería coger el encargo. La
primera pregunta: ¿ha pedido usted cita por Internet? No, vengo directamente.
Pues es que sólo cogemos encargos por Internet. Ya, mire, hace un par de meses
traje un plato a arreglar y su compañero me comentó que podía traer también el
amplificador, para ver si le podían quitar el zumbido que hace; por eso no he
hecho la reserva por Internet. (Cara de fastidio) Es que si es un zumbido, lo
normal es que no se pueda arreglar. Hombre, pero podían mirarlo y si no se
puede arreglar, me lo dicen y ya está. (Vacilación irritada) Vale, sáquelo usted
y lo enchufamos un momento. (Como suele ser habitual en estos casos, el zumbido
apenas se oía, en medio de las conversaciones en voz alta de los currantes del
taller) ¿Ese es todo el zumbido que hace?
Les diré que varias veces durante la conversación estuve a un tris de mandarle
al tipo a paseo, e incluso hice el ademán de empezar a meter el amplificador en la bolsa
para largarme. Pero en estas cosas hay que ser tenaz. Siguió la guerra psicológica:
Ese ruido, normalmente se debe al transformador; habría que sustituirlo por uno
nuevo y esos transformadores ya no se fabrican; sería tener la suerte de dar con uno que cupiera
perfectamente en el hueco y se pudiera adaptar. (Aquí ya estaba yo dispuesto a
aguantar el tipo como fuera) Muy bien, si ustedes le echan un vistazo,
tentaremos a la suerte y que sea lo que Dios quiera. Mmmm, en cualquier caso,
es un arreglo que le va a salir carísimo. ¿De cuánto estamos hablando? Pues de
200€ para arriba. Muy bien, pues pueden verlo, me llaman para darme un
presupuesto y decidimos sobre la marcha. ¡¡Uf!! qué tipo más correoso.
Al final, se quedó con el aparato. Y dos días después
me llamó a decir que ya estaba. ¿Y cómo así? Pues efectivamente, se trataba del
transformador, como yo le dije. Pero lo que pasaba es que las patillas de
conexión al transformador estaban sueltas y por eso vibraba; las hemos ajustado
y ya no hace ruido ninguno. ¿Y cuál es el presupuesto? Pues 45€ IVA incluido. Así que fui
a por él y ahora tengo un equipo de música ciertamente maravilloso, en el que
cada día me pongo a David Bowie a toda volumen. La moraleja es obvia: cuando
das con un recalcitrante que se resiste a atenderte, nunca hay que ceder. Ni mucho menos ofenderte y mandarlo a la mierda a la primera bordez. Hay que seguir empujando, con
educación, pero con persistencia y tesón. Es la forma de lograr el objetivo.
¿Cómo dicen? ¿Que era mucho más divertido cuando les
contaba mis andanzas por Chicago o Tijuana? Nos ha jodido. Pero con esto del
Covid es lo que tenemos. Parece que la famosa sexta ola está empezando a
remitir. Estamos en el pico y ya empiezan a bajar los contagios en la mayoría
de los países, especialmente en el Reino Unido, USA y España. A pesar de la
ominosa aparición de la nueva variante, que alguien con sentido poético de la
vida ha bautizado como la Ómicron sigilosa y que al parecer es todavía más
suave que la anterior (que podemos llamar, para entendernos, la Ómicron
estruendosa) y mucho más contagiosa. El bicho es muy listo y está poniendo
todos los medios para convertirse en un émulo de su primo, el que causa los
catarros y los constipados.
Más cosas que he hecho en estos días. La semana pasada
asistí en el Ateneo a una conferencia de mi jefa sobre el Bosque Metropolitano.
Aproveché para saludar a Juan Armindo, que es el jefe de la Sección de
Arquitectura y Urbanismo, con cuyo contacto me quedé, que nunca se sabe cuando
le puede salir a uno la oportunidad de hacer un bolo en tan solemne lugar. Allí nos
congregamos un grupo de compañeros del curre, que luego nos quedamos a tomar
algo en la cantina del Ateneo, un lugar de resonancias dieciochescas, decorado
con viejas maderas y luz tenue. Con las cervezas se generó una conversación que
en algunos momentos versó sobre mí, sobre la cantidad de cosas que hago desde
que estoy jubilado, entre ellas mi entrenamiento de running por el Retiro dos
veces por semana. Mi amigo César, compañero del programa Madrid Escucha de los
tiempos de Carmena, estuvo con nosotros (lo había avisado yo de la conferencia)
y se quedó con la copla de mi sabiduría como corredor.
Luego, cuando íbamos de retirada, me dijo que él
salía a correr y se asfixiaba a los cinco minutos. Eso es porque no sabes –le dije
y me ofrecí a enseñarle. Esto es algo que me sucede muy a menudo y la gente me
dice que me llamará para quedar conmigo a que les enseñe. Pero la mayoría no me
llaman nunca. César, en cambio, me llamó y ya hemos salido dos veces desde mi
casa. La segunda hicimos mi recorrido habitual de 6,5 kilómetros sin mayores
problemas por su parte. Así que ya ha pillado los fundamentos y ahora puede
salir solo por su barrio a hacer distancias incluso más grandes, que es muy joven. Mi clase incluía la oferta
de ducha y desayuno especial de la casa en mi terraza. Y aquí tienen la foto que
nos hicimos para inmortalizar tamaño evento.
Y este miércoles, a mediodía, mi compañera M. y yo
nos subimos en Atocha al AVE a Valencia, en donde estábamos invitados a participar
en el acto de cierre del concurso Europán 15, con la entrega de premios a los
ganadores. La reunión final del Jurado, del que ambos formábamos parte, tuvo
lugar en Innsbruck, tal vez lo recuerden. Y los diferentes ganadores ya sabían
el resultado hace tiempo, pero el acto formal de proclamación de ganadores no
se había podido celebrar por el Covid. Dicho acto tuvo lugar en el Colegio de
Arquitectos de Valencia y lo pasamos muy bien, fue bonito ver que la gente con
la que convivimos tres días en Innsbruck están todos bien y mantienen el ánimo.
Nos volvimos por la noche en otro AVE y aquí tienen la foto correspondiente.
En fin, comprendo que se trata de pequeñas
historietas, sin parangón posible con mis aventuras en un antro de San
Francisco del que la policía no nos dejaba salir porque había tiros
fuera, o mi salida en una canoa rudimentaria con los pescadores del sur de
Madagascar, pero es lo que toca ahora. Y además está el seguimiento de Samantha
Fish, que es la sal del blog últimamente. No es solo que sea una cantante y
guitarrista excepcional, que mantiene vivo el testigo del mejor rock’n roll. Es
que, no sé a ustedes, pero a mí las rubias estas con media melenita me han
vuelto loco desde siempre. Desde Marilyn hasta las proverbiales rubias de
Hitchcok, como Tippi Hedren o Kim Novack. Me daba igual que fueran teñidas,
como lo es la propia Samantha.
Y yendo a los orígenes, la rubia por antonomasia:
Silvie Vartan. Era yo un adolescente coruñes en los sesenta y ya estaba
enamorado de Silvie, la plus belle pour aller dancer. Me moría de celos de
Johnny Halliday, con quien formaba la pareja más famosa de la revista Salut les
copains. Cuantas noches he soñado yo con esa boquita con los dientes
centrales separados y los labios fruncidos como ha de hacerse para pronunciar
bien el francés. Les dejaré con el vídeo de la canción de marras, para que vean
que sin moverse de casa se pueden contar cosas maravillosas, simplemente buceando
en los recuerdos. Que lo disfruten.