Eso es lo que soy yo, después de mi
éxito parisino, que analizaremos y desmenuzaremos con tranquilidad en estos
días navideños que ya se nos vienen encima. Estoy de vuelta en Madrid, como ya
se imaginan, y me he encontrado las calles con el típico ambiente navideño, los
arbolitos luminosos de la glorieta de Atocha y el atasco monumental de todos
los años excepto el pasado, acentuado esta vez por los efectos de la ausencia
de una política de movilidad que se merezca tal nombre, algo que excede de las
posibilidades y las habilidades del señor Almeida, muy ocupado además en las
urgencias de su cargo simultáneo de portavoz nacional del partido, que consiste
en difundir las líneas ideológicas del fraCasado, que como todos sabemos
se reducen a cagarse todo el rato en Pedro Sánchez, tarea que requiere mucho esmero y dedicación y apenas deja tiempo para los asuntos que interesan a la ciudadanía.
Estoy, pues, instalado de nuevo en
mi rutina cotidiana de jubilado activo, ayer domingo salí a correr al
Retiro que estaba precioso, esta mañana he acudido a mi dentista, atravesando
también el parque, para una cita rutinaria que tenía programada. A la vuelta,
me he pasado por el Centro de Salud que me corresponde, a decirles que tengo
70, hace ya más de seis meses que me pusieron la segunda dosis de Pfizer y
nadie me llama para la tercera. Han consultado sus datos y me han dado la cita
para este jueves, a una hora intermedia entre mi clase de inglés y el yoga de
mediodía. Después de eso, he tenido mi clase de yoga, le he dado a mi profesora el
regalito que le compré en París y he hecho toda mi rutina, que no se me había olvidado.
Después, mis dos pintas de birra bien tiradas, con una tapa de bacalao en
aceite y media ración de albóndigas de la casa, en mi querido bar Ricla cerca
de la Plaza Mayor.
Lo de bien tiradas, lo digo porque
en París no saben tirar la cerveza y, además, los parisinos no quieren que
tenga ese dedo y medio de espuma que marcan los cánones, porque creen que el
tabernero les está sisando un octavo del volumen del vaso, así son de idiotas.
En Lille, en cambio, la cerveza se tira bien, de acuerdo con la tradición
belga. Y en España, incluso, si te ponen una cerveza mal tirada, se recurre a
una frase que ya es todo un clásico, sobre todo entre la gente mayor como yo: ꟷMe da
usted un poquito de presión, por favor. Pero, cambiando de tema, ya saben que a
mí me gusta enlazar cada post con el anterior y el último (escrito a toda prisa
y con inusuales erratas que no corregí hasta el día siguiente porque tenía que
cerrar y bajar corriendo al restaurante Au Train de Vie para mi cena de
despedida de París) terminaba con un vídeo de Samantha Fish tocando con una
banda también inusual en el mítico Tipitina’s de Nueva Orleans, bajo el retrato
del Profesor Longhair.
La canción que les puse el otro día es la única que se ha publicado en Youtube, pero yo he encontrado otra de ese mismo día, en una de las páginas de Facebook que voy siguiendo, en mi calidad de fan número uno en España de esta guapa y talentosa mujer. Espero que lo puedan ver bien, han de pinchar en el enlace que les pongo abajo, activar el volumen y aumentar el tamaño de la imagen dos veces hasta que salga en toda la pantalla. Como les conté, el Tipitina’s organizó el día 24 un gran evento en homenaje a Earl Trickbag King, figura clave del rhythm and blues de Nueva Orleans, fallecido en 2003.
Sam aceptó tocar con la All Stars Band de George Porter jr, legendario músico de funk que tiene 73 años y es el tipo que toca sentado al centro derecha en ambos vídeos. Les puedo asegurar que Sam apenas habrá podido ensayar con ellos, porque no tiene tiempo: como les dije, a lo largo de noviembre ha tenido concierto todos los días menos cuatro. Eso no le impide dirigirlos con mano firme y llevarlos todo el rato con la lengua fuera, en este clásico de King, al típico ritmo de New Orleans que trae reminiscencias de los Allman Brothers o los Neville Brothers. Y es increíble lo bien que se lo pasa Sam, es como una niña disfrutando de lo que le gusta y haciendo felices a todos los miembros de esta banda improvisada. Véanlo pinchando AQUÍ.
Pero nos habíamos quedado en que terminé de escribir
mi post anterior y bajé corriendo al restaurante Au Train de Vie, donde mi hijo Kike
había reservado para las 21.30, pero llegaba tarde desde el aeropuerto (venía de
Goteborg), lo mismo que su chica, que también llegaba en avión, en este caso de
Ajaccio (Córcega). Así que tomé posesión de la mesa y la mantuve con una cerveza
(bien tirada, porque el maître es español) hasta que llegaron mis contertulios.
Cenamos opíparamente, como correspondía a tan sonada ocasión y nos subimos a
dormir. Lo cierto es que he vuelto también muy contento de este viaje, porque
he encontrado a mis dos hijos muy bien, activos, felices y bien instalados en casas
acogedoras, cómodas y muy agradables. Y he comprobado lo preocupados que
habían estado con mis incidencias arteriales que, por fortuna, se han quedado en un
bluff que todavía estoy celebrando. En realidad, nadie lo quiere a uno como
los hijos, las personas más parecidas a ti sobre la faz de la tierra,
demostración viviente de las Leyes de Mendel.
El sábado me levanté con tiempo para hacer la maleta,
desayunar un poco con mi hijo, que había traído ginger bread cookies, es decir,
las galletitas de jengibre típicas de Suecia y salir caminando bajo una lluvia
fina hasta la Gare du Nord, donde cogí el RER para el aeropuerto. Allí tuve que
mostrar tres documentos, que llevaba descargados en mi móvil. El primero, la
tarjeta de embarque, que me había sacado yo mismo en el checking on
line.
El segundo, el certificado Covid que tengo incluido en la tarjeta sanitaria virtual.
Estos dos documentos habían sido suficientes para salir de España y entrar en Francia, pero para
volver hace falta un tercero, obligatorio para cualquier persona que quiera
entrar en el Estado Español, aunque se trate como en mi caso de un viaje de
vuelta a casa. Les cuento todo esto por si no han salido todavía del país y
tienen pensado hacerlo en los próximos meses.
El tercer documento del que les hablo es un
certificado sanitario específico para ese viaje concreto. Para conseguirlo hay
que rellenar un formulario on line que te facilita la propia compañía aérea un
par de días antes del viaje. Es un cuestionario sencillo, donde se rellena el
nombre, dirección en España, correo electrónico, fecha de nacimiento y DNI, y a
continuación se ha de cargar el código QR de la tarjeta virtual, mediante un
copia-y-pega del archivo jpg correspondiente. Con todo eso, se le da a Finalizar, e inmediatamente te
envían a la dirección que has dado un correo con un código QR específico. Les
diré que en la cola para embarcar en el avión, una chica pasaba pidiéndote los
tres documentos. Cuando acreditaba que los tenías, te ponía una pegatina
roja en el DNI, y con ese DNI y la tarjeta de embarque subes ya al avión.
El procedimiento resulta un poco redundante, pero es así como hay
que hacerlo y conviene saberlo. Porque a la llegada en Barajas, únicamente me
pidieron el certificado sanitario del viaje, que verificaron con el lector de códigos
QR. Y cuando llegué a casa tenía ya un correo electrónico con instrucciones en
caso de que me sintiera mal o detectara algún síntoma raro. Supongo que habrán
pensado lo mismo que yo: que en la era de las telecomunicaciones, una cosa tan
compleja se acabe resolviendo mediante la socorrida pegatina del punto rojo en
tu DNI, como se ha hecho toda la vida, pues manda carallo.
Les diré también que subí al avión y me senté al lado
de una chica italiana, que llevaba al pecho una bebé de dos meses preciosa y
súper tranquila. Pensé que sería una lata, pero la chica me dijo enseguida que
acababa de venir desde Chile, donde vive, en un viaje transoceánico larguísimo
y la nena no se había ni inmutado, que se acunaba con el ronroneo de los
motores, igual que hacía en los coches. Su viaje interminable no se terminaba
en Madrid sino que, tras otra escala de dos horas, volaría a Bari, donde la esperaban
los abuelos que no conocían a la niña más que en foto. Era una chica muy simpática con
la que fui hablando todo el rato. Le dije que, si quería ir al baño o cualquier
otra cosa, me podía dejar al bebé, que tengo muy buena mano con los niños.
Declinó la invitación, pero un rato después, se sacó una teta y se puso a
amamantarla, con total naturalidad, en un gesto que me resultó muy hogareño.
Ya aterrizados, me entregó a la nena para que se la
aguantara mientras bajaba su equipaje del compartimento superior, se ponía el
abrigo y se preparaba para bajar. Fue una sensación deliciosa, compuesta de
tactos, olores, ruiditos y miradas de esa bebé tan tranquilona. Me despedí de ellas en el punto en que se separan los que hacen transfer de los que pretendíamos entrar en el país. A nosotros nos hicieron dar una serie de recovecos para pasar después por un estrecho pasillo
en dónde controlaban los certificados sanitarios. Caminé hasta la estación de
Metro, fui hasta Nuevos Ministerios y allí tomé el tren a Atocha-Renfe. Antes
de coger otra vez el Metro hasta Atocha,
me compré tres sándwiches en un Rodilla que está estratégicamente situado en el
camino, para comérmelos en mi casa con una cerveza Estrella Galicia. Eran las cuatro de la tarde y en el avión nos habían dado un viennois, que es un bollo enano con una loncha de jamón york en el medio. En casa, adorné tan magra colación con unas aceitunas de Campo Real que tengo en un tarro en la nevera. Y
de esta forma di por terminado este viaje de diez días, que tan redondo me ha salido.
Creo además que he vuelto a tiempo, tal como se están
poniendo las cosas con la nueva variante Ómicron del virus. En Ámsterdam el
toque de queda para los no vacunados es ya a las cinco de la tarde, Marruecos e
Israel, entre otros países, han echado el cierre para vuelos del extranjero y veremos
por dónde deriva esta sexta ola (para los españoles, que en Alemania la consideran
la cuarta). No se sabe si esta variante es más letal que las anteriores pero,
por lógica, debería de ser más suave, como sucedió en su día con la gripe. Este
virus tan listo ha de saber que, si se pone muy burro, acabaremos con él. En cualquier
caso, parece que toca otra temporada de estar tranquilitos en casa. Yo mientras
pueda seguiré con mis carreras, mi yoga, mi inglés y mi aprendizaje de guitarra
de blues. Y mis cervezas (bien tiradas) con los amigos y, sobre todo, con las amigas.
Y escuchando música en mi extraordinario aparato que
debo a mi querido amigo X (tocata y ampli) y mi no menos querido amigo Paco
Couto (bafles). Ya lo dije hace tiempo: no conozco a nadie que tenga tantos
discos de David Bowie como yo. Y tengo la suerte de que los vinilos están en bastante
buen estado. Entre todos ellos, uno especialmente querido por mí, el llamado
David Live (1974), con el que prácticamente iniciaba su carrera en solitario
después de disolver su grupo The spiders of Mars. Es un disco en directo, grabado en un concierto en Philadelphia en donde Bowie explota todo su dramatismo
musical acompañado por unos músicos extraordinarios. También en este disco
cambió su aspecto hacia una imagen más varonil.
Les voy a dejar de regalo la canción Sweet thing, una de las maravillas
de este concierto. En el disco todas las canciones van seguidas, sin
intervalos, tal como sonaron en el directo. Aquí han tenido que cortar antes y
después. No tiene imágenes, así que pueden dejarlo en pantalla pequeña. Pero
les recomiendo que lo escuchen. Creo que es un digno colofón a este viaje,
lleno de emociones de todo tipo, que me ha servido para borrar de mi mente las
secuelas del susto que me llevé inmediatamente antes, reconstruirme, tomar aire
fresco y regresar a mi vida de jubilado hiperactivo con ánimos renovados. Continuará. Sean
felices. Merece la pena intentarlo.
Los bebés no suelen molestar en los aviones. Cuando son un poco más mayores pueden ser un coñazo insufrible.
ResponderEliminarPor lo demás, emocionante Bowie, muy contenta Samantha y, en cuanto a usted, pues en su línea. Acumule energías, que viene la Navidad y es un bocado duro de tragar.
Lo de los bebés no lo sabía y lo he comprobado en persona. Aunque también recuerdo viajes con bebés berreantes todo el rato, que traían a mi mente un pensamiento claro: ¡lástima de Herodes!
EliminarLa Navidad es dura de pelar a pesar de que la variante ómicron podría echar una mano (moderadamente, que con estas cosas no hay que jugar). Gracias por sus ánimos.
La imagen de las leyes de Mendel con tubos de pasta dentífrica es muy graciosa.
ResponderEliminarGracias, amigo.
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