Pues sí, estamos a la puerta del gran puente que
tanta ilusión me hacía cuando era un ciudadano activo y tanta pereza me da
ahora, con la gente atascando las carreteras de salida para huir de la city, y
el movimiento inverso de los garrulos de los pueblos del entorno que vienen en
tren a la Puerta del Sol para comprar en El Corte Inglés y en el Primark, darse
un garbeo por la Plaza Mayor, cotillear en los puestos que venden figuritas
para el Belén y petardos para dar sobresaltos a los incautos viandantes, ver
las luces de Almeida y volverse felices al pueblo después de tan gratas
ocupaciones. Luego llegan a casa y le dicen al abuelo de la garrota: lo hemos
pasado la mar de bien.
En suma, un aperitivo del ambiente navideño, para el
que ya se ensaya la decoración y los villancicos al ritmo de la zambomba:
zumba-zumba-zumba. Además, no puede uno ir a ningún bar, porque están todos abarrotados de
paletos de Villarejo de Salvanés, y conste que no tengo nada contra ese pueblarrón
del sur de la región. Entre medias, va creciendo la amenaza de la variante Ómicron
que amaga con joderles el invento a muchos, entre ellos a los restaurantes que
ya han encargado toneladas de churrasco y gambas de Huelva, que, como nos
tengan que confinar, se van a comer ellos mismos. Yo no le deseo mal a nadie,
pero a mí la Navidad no me gusta nada y con esto del virus no puedo dejar de
tener un pensamiento malévolo: no hay mal que por bien no venga, como dijo
Franco cuando mataron a Carrero.
Después del viaje de París, he recuperado rápidamente
mis rutinas madrileñas y la verdad es que no he parado en esta semana. El
lunes, fui al dentista a primera hora, me pasé por el Centro de Salud a
pedir cita para la vacuna, caminé hasta mi escuela de yoga, hice hora y media de asanas y luego me comí media
de judiones con chorizo en el Ricla. Caminé de vuelta a casa y me puse a
escribirles un post que terminé ya bien entrada la noche. El martes, después de
mi clase de inglés, llevé el ordenador a arreglar y lo dejé en el pequeño
cubículo del servicio técnico de la calle Atocha, donde te arreglan tanto un roto
como un descosido. Volví a casa y pueden creerme: me sentí totalmente huérfano
sin ordenador. Es increíble la dependencia que he podido desarrollar con mi
Lenovo, que tiene ya casi cinco años.
Como no tenía amparo informático, decidí hacer
algunas de las tareas pendientes que había dejado para después del viaje. No sé
si lo conté en el blog, pero unas noches antes de viajar me despertó un
estrépito acojonante en mi casa. Pensé que se habría derrumbado una balda llena
de platos y bandejas. Pero no. En realidad, se habían desprendido cinco
azulejos de buen tamaño en el cuarto de baño. Dos de ellos se habían hecho
añicos y los otros tres estaban enteros. Además tengo en un altillo otros de
repuesto. Se me ocurrió llamar al seguro de la casa, para ver si colaba. La
respuesta fue la habitual: si el desprendimiento se debiera a unas humedades provenientes
del baño del algún vecino, sí que entraría en mis coberturas. Pero toqué el
cemento y estaba seco. Entonces ꟷdijo la chicaꟷ, no está usted cubierto.
No sé ustedes, queridos lectores, pero lo que es yo, en setenta años
largos de vida que voy teniendo, no he conseguido que el seguro de hogar me
pague un solo euro. Lo que me pasa nunca está cubierto, según la letra pequeña
del contrato. Me parece cabreante y así se lo dije a la amable telefonista: yo
no entiendo por qué los seguros de hogar funcionan tan mal, con lo bien que van
los de los coches. Es que yo, cada vez que me he dado un golpe con el coche, he firmado un
parte amistoso y ya no me he preocupado más. Nunca me ha sucedido que, al ir a
que me arreglaran el bollo, se me dijera que, como el conductor contrario era
gordo y tenía halitosis, el siniestro no estaba cubierto. Le dije todo esto con
tranquilidad y educación, ella estaba haciendo su trabajo y no tenía la culpa de
ese sistema tan nefasto
Total, que bajé a ver al portero y le pregunté si conocía a algún manitas
que me pudiera reponer los azulejos. Lo tenía y me pasó el contacto para que yo
lo llamara. Es un rumano que responde al nombre de Tiberio. Tuve que aguantarme
la risa cuando lo llamé. Prometió venir al día siguiente para ver la avería. En
ningún momento he dudado de que un tipo bautizado con tan patricio nombre me va a
dejar los azulejos niquelaos. El miércoles, segundo día de orfandad de
ordenador, fui al mercado, hice compra, me preparé unos tagliatelle al
guanciale, me los comí y descansé un rato hasta la hora de mi clase de
guitarra, en la que me lo pasé muy bien, como de costumbre. Volví de Palomeras
en el Metro y caminé hasta casa bajo una lluvia fina, que parecía de París.
Ayer jueves tuve mi hora de inglés, que hube de seguir por el móvil. A
las 12 tenía cita para la vacunación, pero antes me llamaron los del ordenador.
Me habían reconstruido todos los elementos que se habían roto y parecía estar
en buen estado. El manitas de los ordenadores, se llama Rufino, que tampoco es
mal nombre. Fui a vacunarme, me pusieron la tercera de Pfizer y la de la gripe
(esta última, por primera vez en mi vida) y a la vuelta recogí el aparato. Y no
se imaginan el alivio que sentí cuando lo enchufé en casa y me puse a enredar
en Internet. Es que yo tengo mi móvil y un viejo Ipad, pero no es lo mismo.
Pero apenas tuve margen para disfrutarlo, porque otra vez tenía yoga, cervezas
en el Ricla y camino de vuelta. Me sentí un poco frío, porque corría un aire
helado, así que me metí directamente a la cama a echarme una buena siesta.
Cuando me levanté estaba mejor, pero no tuve ganas de ponerme a escribir. Hoy
había quedado a comer en el Papúa de Colón con unas ex-compañeras del curre
para desearnos feliz Navidad. Y tras descansar un poco, me he puesto a la
tarea, con mi ordenador recuperado.
En realidad, tengo pendiente contarles el asunto que me ha llevado a
París, como profesor invitado del Máster de Planeamiento Urbano que imparte mi
buen amigo Alain Sinou. Conocí a Alain en el verano de 2018. El Ministerio de
Cultura francés presentó entonces un libro sobre la ciudad de Madrid, de una
serie en la que han sacado ya otros de Berlín o Roma. Como un año antes,
apareció por el Área de Urbanismo un equipo de arquitectos franceses comandados
por una prestigiosa profesional que se llama Ariella Masboungi. Estaban
preparando el libro, obteniendo planos y fotos de los edificios más destacados
de la ciudad y querían incluir una serie
de entrevistas a profesionales cualificados del urbanismo madrileño. Eran
tiempos de Carmena y se decidió que los entrevistados por parte del Área, fuéramos
mi jefa y yo. Tuvimos pues esas entrevistas, cada una de una mañana entera y
nos olvidamos del tema.
En el verano de 2018, los franchutes, con su típica grandeur, organizaron un evento de postín para presentar
el libro ya terminado, al que mi jefa y yo fuimos invitados. El acto tuvo
lugar en el Matadero y constaba de diversas conferencias y debates, de mañana y
tarde. A la hora del almuerzo nos habían preparado unas mesas corridas de
madera en las que nos sentamos todos los participantes. Yo me senté al lado de
Alain Sinou, a quien me había presentado la propia Ariella diciéndome que
seguramente conectaríamos bien. El caso es que me pasé toda la comida
contándole en francés los pormenores de nuestro trabajo en la Dirección
General, la planificación estratégica y nuestros objetivos de regeneración
urbana.
Y, así a bocajarro, me soltó: ¿usted vendría a contar todo eso a mi
máster de París? Le dije que por supuesto. Al final del sarao me contó que se
iba a quedar por Madrid el fin de semana, para comprar embutidos y quesos y
callejear por ahí. Me ofrecí de anfitrión y al día siguiente quedamos. Lo llevé
al Mercado de Antón Martín, donde le presenté a mi amigo Luis el Charcutero y
luego nos tomamos sendos vinos en La Vinícola Mentridana y La Venencia. Unos
días después pasé por el Mercado y Luis me dijo que mi amigo francés se había llevado
media tienda. Quedamos conectados y he de decirles que yo he quedado muchas
veces con colegas que me han prometido invitarme a sus ciudades y nunca más he
vuelto a saber de ellos. Pero a finales de año Alain me llamó y
me invitó a dar una clase que fue en enero de 2019. Todo esto se contó
oportunamente en el blog.
El máster de Alain es transversal, es decir, no exclusivo para
arquitectos. Es algo que está ahora muy de moda y que permite que se puedan
matricular titulados de cualquier carrera que quieran saber algo de urbanismo:
sociólogos, abogados, ingenieros, geógrafos. Mi clase sobre la regeneración
urbana la tenía preparada, únicamente tuve que traducir los rótulos de mi
presentación al francés. Y la cosa salió bastante bien, como conté en el blog.
Tanto que, un año más tarde, Alain me volvió a invitar y ya tenía los billetes
de avión y todo, cuando llegó el Covid y hubimos de anularlos. Desde entonces, he hablado esporádicamente con Alain, un tipo un tanto chapado a la
antigua, que no quiere clases on line. A él le va el rollo presencial, el
debate espontáneo, la discusión y una cierta improvisación. Hasta que no se ha
podido hacer así, no me ha vuelto a llamar, hasta el punto de que ya dudaba que
lo hiciera.
Pero me llamó, me ofreció dar una clase y dije que sí. Y cuando ya
había aceptado y habíamos fijado una fecha, me informó de que el tema de su máster era diferente este año y se centraba en las actuaciones urbanísticas
basadas en la reutilización de grandes contenedores abandonados, para
convertirlos en centros culturales o de reactivación de los barrios. Era algo
que yo no había contado nunca antes, tampoco tenía una presentación en power
point preparada, con el agravante de que ya no tengo unos informáticos o
delineantes de los que tirar. Y encima en inglés, porque Alain me dijo que, si
no me importaba, íbamos a compartir la jornada con un máster similar de la
universidad alemana de Kiel, dirigido por su amigo Rainer Wehrhahn (tres
haches), cuyos alumnos no hablan una palabra de francés ni mucho menos de
español.
Por si la cosa no fuera ya bastante peliaguda, encima se me ocurrió
hacerme un chequeo que reveló que tenía una carótida tontorrona y casi caigo en
manos de un matasanos que me quería rajar el cuello como a un cerdo, algo que
no me dejó concentrarme adecuadamente en la preparación. Aunque, por fortuna, una
semana antes el tema se resolvió como saben y traté de recuperar el tiempo
perdido. Pero no las tenía yo todas conmigo. El día 19 de noviembre hube de
madrugar bastante para coger el Metro, hacer un cambio de línea y estar a las 9
en punto en la puerta de la Université Paris-Huit-Saint Denis. Allí me encontré
con Alain y pasamos enseguida al aula, que estaba al lado de la puerta y donde
ya me esperaba todo el mundo. Rainer es un tipo muy simpático, más joven que
Alain y venía acompañado de otro profesor que se llama Zinedine (Zino, para los
amigos), alemán de origen argelino, y unos diez alumnos. Los de Alain eran como doce.
Alain me presentó como alguien externo a la universidad, que podía
aportar el punto de vista pragmático y profesional después de casi 40 años de
trabajar en el Ayuntamiento. Hablé en primer lugar y expuse los casos del
Matadero, el museo del ferrocarril en Delicias, el centro de Arte Reina Sofía,
el Medialab y el Caixaforum. Tras un breve descanso, Alain y sus alumnos
contaron el Centro Pompidou, La Villete y el CentQuatre. Finalmente, los
alemanes hablaron de la Elbphilarmonie de Hamburgo y el Museo von Humboldt de
Berlín. Surgieron diversos temas de debate, centrados en el efecto sobre sus
barrios de estos edificios, la gentrificación, el turismo tóxico, o la
concentración versus descentralización. Ya les desmenuzaré el contenido más profundo del
asunto en otro post.
Terminamos a la una, momento en que los alumnos franceses se
despidieron y se fueron a otra clase. Los demás seguimos a Alain, que quería
enseñarnos algunas zonas de Saint Denis, entre ellas un mercadillo gigantesco
que se monta dos veces por semana y en el que uno parece encontrarse en el
medio de África. Dijimos de ir a comer y los alumnos alemanes decidieron
lógicamente irse por su cuenta. Nos quedamos los cuatro profesores, con un quinto
ayudante que venía con los de Kiel, y comimos en una típica brasserie, en donde
dimos cuenta de dos botellas de Beaujolais, cuya cosecha se empieza a vender
justo ahora, y que no es mucho mejor que un Valdepeñas, aunque con la frescura
del vino joven. Allí nos despedimos y yo cogí el Metro al centro con los
alemanes.
En total, apenas pude hablar en privado con Alain, así que
quedamos en cenar juntos a mi vuelta de Lille. En esa cena, Alain me contó que
había tenido serias dificultades para invitarme esta vez, porque es un hecho
que yo ya no soy nadie. Ni pertenezco a la universidad y a la academia, ni ya a
la administración municipal. Por eso me había pedido un currículum detallado
con la lista de mis clases en los dos últimos años. Al final, los que tenían
que autorizar el pago de mi billete de avión le dijeron que por una vez y de
modo excepcional, vale. Pero que no se lo iban a pasar en ocasiones futuras.
Por eso, Alain me hizo una propuesta que es muy interesante. Que me busque
algún contacto en la universidad de Madrid, para poder organizar una colaboración estable que
incluya viajes cruzados con los alumnos. Yo podría ir incluido en el pack de
Madrid y así sería más factible.
Tengo contactos sobre todo en la Escuela de Arquitectura, en donde
cuento con unas cuantas amigas (y algún amigo también). Pronto empezaré los
contactos con ellos, a ver si la cosa se puede enhebrar. Entre ustedes y yo,
esto sería cojonudo y, desde luego, sería el plan perfecto, el Plan A. Pero yo
tengo un Plan B: si la cosa no sale, puedo seguir colaborando con Alain
pagándome yo mismo los billetes, como hacía durante el trienio negro de Mrs.
Bottle. Es un rollo que me gusta tanto que no me importa pagar y combinar el
tema con un viaje de placer, como he hecho esta vez y tantas otras. Pero Alain quiere montar
una especie de red de contactos con gente que entiende la vida como él, es decir,
Rainer, yo y los que vayamos sumando. Soñar es gratis y es posible que lo
consigamos. Esa es la idea y me van a permitir que no les siga contando mis
eventuales avances en posts sucesivos, en aras de una necesaria discreción.
Lo que sí les prometo es desarrollar el contenido de mi charla, con algunas de las imágenes de mi presentación. Yo suelo ser bastante autocrítico y soy el primero que sabe cuándo las cosas han quedado mejor o peor. Y en esta ocasión salí muy satisfecho en tres aspectos: el contenido, las imágenes y el dominio del inglés. Alain no me había oído hablar nunca en inglés y quedó encantado. De algo me tienen que servir mis dos horas semanales con el bueno de Ed. En fin, esto es todo por hoy. Que pasen ustedes un buen puente, dentro de lo que cabe.
¿Así que los que huyen de la city atascando las carreteras son "gente" y los que aprovechan el puente para visitarnos son "los garrulos de los pueblos"? Y los pobres alcoranos son los "paletos" que abarrotan los bares de Madrid en estos días. No te ha podido salir nada más alejado de los clásicos del Siglo de Oro y su tópico "Menosprecio de Corte y alabanza de aldea". Pues que sepas que, lamentablemente, es aquí donde se concentra el mayor número de mastuerzos, empezando por la palurda que preside la Comunidad.
ResponderEliminar¡Huy, qué carácter! Menos mal que no suelo contestar enseguida a mis comentaristas, si no, te hubieras llevado una reprimenda merecida. Pues sí, la masa que atasca el centro de Madrid durante el macropuente de diciembre está compuesta al cien por cien por paletos y garrulos, yo suelo moverme por ahí y los he visto. En tu querido Siglo de Oro, se caracterizaba a este personal como chusma, gentuza y populacho y, en documentos más marginales, como "la gallofa". De todas formas, tu no debes darte por aludida, por el mero hecho de tener una segunda vivienda en Carranque, siendo como eres oriunda del Foro y gata de pura cepa: yo no me he metido con los de Carranque, sólo he citado, a título de ejemplo a los de Villarejo de Salvanés.
EliminarLa palurda que preside nuestra Comunidad, lo hace en gran parte gracias a los votantes de baja cultura, tanto de dentro como de fuera de la urbe.
Lo que me ha dejado muy despistado es tu referencia a los "alcoranos", no he encontrado esa palabra en el Diccionario RAE, ni en el Tocho Cheli de Ramoncín, ni siquiera en el Gran Libro de los Insultos de Pancracio Celdrán. Deberías aclararlo para los lectores del blog.
De todas formas, sabes que me encantan tus comentarios, que enriquecen siempre el debate en este foro, con aportaciones divertidas, cultas y originales. Un abrazo, querida.
¡Vaya repaso! No digo que nuestros visitantes en el puente de la Consti no sean paletos, lo que digo es que Madrid (y España) está llena catetos, palurdos, camuesos, mentecatos, sansirolés,sandios, mamacallos y gilipollas. (Todos esos amables epítetos y algunos más, los puedes leer en un poema satírico de Jorge Llopis, que comienza así: "Sois, don Gil, no es lisonja...")
EliminarAlcorano es el gentilicio de Villarejo de Salvanés. Supongo que es de origen árabe, pero no puedo asegurarlo.
Yo también te quiero. Mucho.