domingo, 14 de noviembre de 2021

1.099. Colaterales

Bien, por fin les voy a desvelar ese misterioso tema que durante un tiempo me ha sumido en una especie de pesadilla privada, de la que no he dado detalles en el blog, porque este es un foro en el que se cuentan cosas generalmente en positivo, para que los lectores se solacen, o se vean intrigados, o terminen el post sabiendo algo que desconocían antes de su lectura. Este no es un foro para dar pena ni suscitar palmaditas de ánimo en mis hombros, así que aquí las desgracias se procura no mencionarlas. Como mucho se habla de aspectos colaterales, como orzuelos, caídas a media carrera contra el asfalto y otras pequeñas minucias, de las que se destaca la capacidad de volverse a levantar y continuar la carrera, metafóricamente, que no literalmente, aunque también. Así que, como les digo, se me ha cruzado en el camino un asunto que me ha dificultado la concentración necesaria para preparar bien mi charla de París y hasta la capacidad de seguir manteniendo el discurso habitual de esta tribuna, tarea que por momentos me ha llegado a resultar un tanto ardua. Pero yo soy un profesional y seguro que nadie, entre mis lectores, ha notado nada raro.

Como algunos han intuido, la cosa tiene que ver con temas médicos; más de un lector avezado ha detectado que no conté nada respecto al final del chequeo médico que inicié a finales de septiembre. Por ahí van las cosas y les resumo los antecedentes. No es por presumir, pero yo me vengo encontrando de puta madre (Zidane dixit), como saben por lo que les voy contando. Salgo dos días por semana a correr al Retiro, un circuito de 6,5 kms. que tengo medido sobre plano, hago hora y media de yoga del más cañero otros dos días por semana, camino todo lo que puedo, no paro quieto, como bien y duermo aceptablemente. ¿Entonces por qué me hago un chequeo? Pues es muy sencillo: porque mi carnet de identidad dice que tengo 70 años, aunque yo no me lo creo. Y por una cierta presión de mi entorno: hijos, amigos y allegados. Y, dado que vengo pagando una sociedad médica privada desde hace unos quince años, pues de vez en cuando aprovecho y me hago un chequeo.

Así que pido hora, y un día me recibe la doctora G, a la que le cuento todo esto. Me dice que me ve muy bien y que, en consecuencia, no me va a marear con un montón de pruebas como han hecho en ocasiones anteriores, colonoscopias incluidas. Únicamente me prescribe cuatro pruebas. La primera, una analítica, de la que salgo cortando las dos orejas y el rabo: hacía años que no tenía el colesterol tan bajo y tengo bien todas las demás constantes e indicadores, lo que viene a confirmar que es falso que tenga 70 años. Otras dos pruebas tienen que ver con el tema cardíaco: electrocardiograma y ecocardiograma para ver cómo andan las arterias coronarias. Resultado: las dos pruebas fenomenal, estoy hecho un mulo, como decía Tony Leblanc. Pero falta la última, el llamado eco-doppler. Esto es como las ecografías que les hacen a las embarazadas, pero en el cuello, para ver el estado de las arterias carótidas, que son las que suben a regar el cerebro.

El tipo del eco-doppler, un sudamericano de aire tristón, ya me da cierta mala espina. Me pone el gel ese frío, mueve el aparato arriba y abajo y tuerce el gesto. La carótida derecha tiene una estenosis importante, según me cuenta, por un presumible pegotón de colesterol. Él valora esa estenosis en un 50% del diámetro interior de la arteria. Pero me dice que, para afinar el diagnóstico, debo hacerme un TAC. Me recomienda empezar a tomar desde ya Adiro, para evitar eventuales desprendimientos del pegotón, pero le contesto que no tengo intención de tomar medicamento alguno hasta que me lo diga la doctora G. Unos días más tarde, vuelvo de nuevo a la clínica para el TAC, que es una prueba bastante desagradable de sufrir. Es un TAC informado, por lo que he de esperar fuera hasta que el tipo hace el informe y me lo entrega todo en un sobre grande. Como no entiendo de estas cosas, no se me ocurre mirar la imagen del TAC.

Entre medias, he comentado el tema con algunos amigos médicos, que me dicen que un bloqueo del 50% en una arteria principal es algo que tiene todo el mundo a edades como la mía y que ni siquiera es objeto de tratamiento médico alguno (pero yo no tengo setenta, sino unos quince o diecisiete). Con todas las pruebas recolectadas vuelvo a ver a la doctora G. Se queda maravillada con la salud que evidencian las tres primeras pruebas y se sorprende con la cuarta. Porque, encima, el tipo que me hizo el TAC ha puesto en su informe estenosis de 80/90% y eso es algo grave. La doctora G. me pregunta si he tenido algún síntoma o anomalía. ¿Qué síntoma sería ese? le pregunto a mi vez, como buen gallego. Pues desvanecimientos, mareos, vértigo, dolores de cabeza. Mi respuesta: Cero. Bien, eso tiene una explicación: el cuerpo humano es muy listo y la sangre, si no puede subir por esa arteria, se busca caminos alternativos y genera las llamadas colaterales.

Añade esta señora que esas pruebas las debe valorar un cirujano cardiovascular, para lo que me pide hora. Me citan allí mismo para casi un mes después, lo que mi mente interpreta como que es algo no muy urgente. Durante ese tiempo, yo continúo mi vida y comento el tema con mi entorno, que están muy preocupados, más que yo. Me piden ver las imágenes del TAC y un amigo médico exclama: Joder, tío, tienes unas colaterales de puta madre (ya ven que la influencia de Zidane es general). Me dicen que quizá tengan que operarme y yo imagino una operación a base de introducirme un catéter por algún rincón y aspirar con él el pegotón maldito. Una simple actuación de fontanería. Y a lo mejor me ponen un stent y, hala, a seguir adelante, como Robocop.

Desde mi entorno me conminan a dejar de correr, a beber menos cerveza, a duplicar la dosis de mi pastilla contra el colesterol, que tomo cada noche. No hago ninguna de las tres cosas. Cuando se ponen pesados, les miento diciendo que sí lo hago, pero no es cierto. Además, detecto una campaña sibilina para que vaya pensando en la posibilidad de suspender mi viaje a París, a lo que me niego en redondo: yo tengo una sesión académica comprometida con dos cursos que se van a reunir el día 19 a escucharme y no puedo faltar. En fin, que llega el día de la consulta de cirugía cardiovascular. Me recibe un doctor cincuentón, tranquilo, que escucha mi historia y revisa las pruebas que le traigo. Su explicación es muy clara: tengo una estenosis del 70% y eso hay que quitarlo porque es peligroso.

Según sus datos estadísticos tengo un 6% de posibilidades de sufrir un ictus fatal (o semifatal, que son los peores). Después de la operación, ese porcentaje se reduce a cero. Y me explica cómo es la operación. Nada de catéter. Estaba yo muy equivocado. Es una operación clásica y cruenta. Han de abrirme el cuello y hacerme un boquete importante para descubrir el tramo de arteria donde está el pegotón. Entonces me hacen un by-pass provisional de plástico para garantizar que la sangre sigue llegando al cerebro. A continuación, ponen un par de clips arriba y abajo del pegotón, para dejar limpio de sangre el tramo. La arteria se abre longitudinalmente, imagino que con una especie de cutter, se limpia debidamente el tramo y se cierra con una línea de micropuntos interiores. Luego se cierra el cuello y a reanimación. 24 horas de UCI, otras 24 de planta y a casa.

Le pregunto por posibles complicaciones de la propia operación y me dice que existe un 3% de casos que se complican. Puede producirse un desprendimiento del pegotón durante la propia operación con consecuencias fatales. Pueden tocarme accidentalmente el nervio facial, que anda por ahí, y dejarme la cara torcida (y ya no podría ligar como ahora), pueden quedarme zonas insensibles en la cara, o en el lóbulo de la oreja. Puede quedar afectada la lengua, pero no me impediría comer ni se me notaría nada al hablar. Y, casi seguro, a partir de la operación tendré problemas para afeitarme la zona en cuestión. Ya ven. Qué cosas. Salgo de esa consulta espeluznado.

Pero antes de salir, le cuento que tengo que viajar a París, le miento que tengo un curso de una semana, mentira que traía preparada porque no quiero que por esta mierda me obliguen a adelantar mi vuelta de París. Con toda naturalidad, se encoje de hombros y me dice: Yo le puedo operar perfectamente antes del viaje. Como les decía más arriba, salí de esta consulta en cierto shock, comprendiendo por primera vez las dimensiones del tema, que no era cualquier cosa. Hay algunos detalles en los que no reparé hasta después, así que los iré contando cuando corresponda. En mi cabeza, por el momento, yo tenía ya dos ideas muy claras.

UNA: de ninguna manera me iba a operar antes del viaje. Ni harto de vino me subo yo a un avión una semana después de una operación como esa. Un avión es un lugar donde no hay quien te ampare, no se puede parar en el aire para que te lleven a un hospital, si es que de pronto la herida se pone chunga o te empiezas a encontrar mal. A mí me ha tocado presenciar la típica escena en vuelo en la que empiezan a preguntar a gritos si hay un médico en el pasaje, el tipo convulsionando y la operación de sacarlo del asiento y acostarlo de lado en el pasillo para que no se trague la lengua, dos maniobras que resultan casi imposibles.

DOS: existe un 3% de casos que se complican. Eso supone que hay un 97% que salen bien, aunque te dejen sin poderte afeitar como antes. Si yo tuviera la seguridad de estar en ese 97%, me daría igual quién me operase. Pero si, toquemos madera, estoy en el 3% fatídico, yo prefiero que me operen en la sanidad pública. Sin la menor duda. En la sanidad pública, las UVIs son más potentes y mejor equipadas y hay un cirujano vascular de guardia al que llaman ante cualquier problema y viene en 5 minutos. En lo privado, el tipo viene, hace las operaciones que tiene programadas esa mañana y se va a su casa. Si hay un problema, le llaman y viene corriendo, lo que con el tráfico del señor Almeida puede ser una hora. O dos. Quita-quita.

Con esa convicción, mi entorno se movilizó para hacer un muestreo de cuáles eran los mejores hospitales públicos para ese tipo específico de operación y conseguir a través de amistades y contactos que me recibieran rápido para una primera consulta. En caso de que me confirmaran el diagnóstico y la solución quirúrgica, ya me pondría obedientemente en la lista de espera para la operación. Esto nos conduce a una cita a primera hora de la mañana del pasado jueves en el hospital Ramón y Cajal. El último post que publiqué, en realidad lo escribí el día antes, pero no me dio tiempo a acabarlo así que lo dejé sin publicar. Me puse a escribir de rock y de personajes legendarios para distraerme, porque no tenía la cabeza para otros temas o para avanzar en cualquiera de mis tareas pendientes (escribir un post tiene efectos terapéuticos claros).

Llegué a la consulta y me recibió un joven rubicundo, simpático, competente, profesional. Le conté resumidamente lo que les he narrado hasta aquí. Hice hincapié en un tema que ya había detectado en los días previos: entre las valoraciones que los distintos médicos y técnicos habían hecho de mi TAC, había un cierto despelote, que si un 50, que si un 80/90, que si un 70. Eso me había llevado a estudiar por primera vez la imagen. Yo sé interpretar planos de urbanismo y sé cuando unas obras en una calle ocupan el 50 o el 90% de la sección. Y a mí me parecía bastante aventurado, a la vista de la imagen en cuestión, decir un porcentaje u otro. Le empecé a hablar al médico de lo que me había dicho el otro cirujano y de que la opción más pertinente, según él, era la quirúrgica. Entonces me interrumpió diciéndome que ya no necesitaba oír nada más. Me dispuse pues a escucharlo.

Empezó diciendo que, en los protocolos y las rutinas de ese hospital, lo que se valora en primer lugar es el eco-doppler, muy por encima del TAC. ¿Y cómo es eso? le pregunté asombrado. Pues muy sencillo: porque el eco-doppler es una prueba dinámica, en la que nosotros vemos por una pantalla como fluye la sangre y qué está pasando en realidad. Podemos pinchar con el ratón en cualquier punto, botón derecho, y nos indica cuál es el valor del flujo sanguíneo en ese punto. El TAC, por el contrario, no es más que una foto. Me quedé boquiabierto, no salía de mi asombro. Sin darme tiempo a reaccionar, continuó: Tan es así, que ahora mismo le vamos a repetir aquí el eco-doppler, que yo quiero saber que está pasando exactamente en esas arterias, antes de adoptar un criterio sobre cómo actuar.

Tenía allí mismo, en su consulta, el aparato y una camilla en la que me tumbé, intentando estar relajado. Me dieron el gel y esperé, observando al doctor. El tipo tenía la vista fija en la pantalla, mientras pasaba el aparato por mi cuello, con la otra mano tecleaba en el ordenador y al mismo tiempo canturreaba todo el rato entre dientes: ti-tirí-tururú-papá. Pensé para mí: este es de los míos, un optimista y un entusiasta de su trabajo. Me dieron el papel para limpiarme y me abroché la camisa. Conclusión del médico: ꟷMi valoración de la imagen que he visto es una estenosis de un 50/70. ¿Y eso qué significa? Pues, como usted sabe, una estenosis de 50% ni siquiera se trata. Una de 50/70 hay que vigilarla, porque puede empeorar, pero yo le propongo un tratamiento conservador, sin cirugía, consistente en hacer un seguimiento del problema. Como en una nube, pregunté: ¿Y cómo es ese seguimiento?

Pues muy fácil. Usted tiene que seguir haciendo tres cosas. UNO, continuar con la medicación anticolesterol que toma y con el Adiro. DOS, cuidar mucho la alimentación, evitar las grasas, eliminar el embutido, el queso y los productos similares. TRES, seguir haciendo mucho deporte, todo el que pueda. Y dentro de seis meses le hacemos una revisión para ver cómo ha evolucionado el tema. La opción quirúrgica no hay que descartarla en un futuro, pero ahora mismo, yo no la veo. Y, por supuesto, no le podemos garantizar al 100% que no se le vayan a desprender fragmentos, pero no tiene usted un riesgo muy superior al de cualquier persona con antecedentes de colesterol y triglicéridos. Ya completamente rendido, le hice una última pregunta. ¿Y, dentro de seis meses, qué es lo que tengo que hacer? Respuesta: nada, usted está ya en el sistema, dentro de seis meses le mandaremos una cita por sms, usted acude a la hora indicada y le veré yo mismo.

No les digo más. Es que no le hice la ola, porque me dio corte. Es que me entraron ganas de darle un beso en la boca. Salí otra vez al mundo real, cogí el Metro hasta Alonso Martínez, me obsequié con un desayuno regio, fui a casa, publiqué mi post anterior, me fui al yoga y llamé a una amiga a que viniera a recogerme a la salida para empezar a celebrarlo en el Ricla. Y pueden creerme: lo estuve celebrando en diferentes compañías hasta bien entrada la noche. ¡QUÉ ALIVIO! Esa fue mi sensación dominante, que todavía no ha desaparecido de mi ánimo. Es que, en un giro inesperado del destino, como si de un truco de prestidigitación se tratara, de mi futuro había desaparecido la amenaza de una carnicería, para ser sustituida por un seguimiento que, como su propio nombre indica, consiste en seguir con mi enloquecida vida de septuagenario con alma de quinceañero.

Pero, miren por dónde, entre medias de esa ola de euforia y relax, se fue colando insidiosamente otro sentimiento muy diferente, que en ciertos momentos pasó a primer plano. Un sentimiento de indignación. Porque esta historia tiene también otras lecturas colaterales, como mis arterias carótidas. Ese cabreo me ha hecho formular una serie de preguntas a gente que sabe del tema sanitario. Y sus repuestas me han llevado a constatar que, en la privada, los técnicos cobran por el número de pruebas que hagan y los cirujanos por el número de operaciones que practiquen. La sanidad privada es un negocio y de los más lucrativos. Pueden creerme: yo tenía una vaga idea al respecto, pero no lo he entendido en toda su crudeza hasta este episodio, aunque algunos amigos me pregunten si me acabo de caer de un guindo.

Puede decirse que la sanidad es, con la construcción, el mayor negocio legal (obviamente, no compite con los ilegales, como el tráfico de drogas, armas, personas y órganos). Eso explica muchas cosas, como las políticas sanitarias del PP en la Comunidad de Madrid, o la existencia de personajes siniestros como Lamela o Lasquetty. Es que hay mucha gente viviendo de esto. Y, ya en cuanto a mi caso, esto explica también muchas cosas. Por ejemplo, que el cirujano cardiovascular privado me ofreciera operarme antes de mi viaje. Es que parecía que era él y no yo quien tenía más prisa para solucionar el asunto. O la profusión de pruebas que me hacen siempre. Joder, que a mí me han hecho ya seis colonoscopias, capitalizando mis neuras crónicas tras perder al menos a tres parientes directos por cáncer de colon.

Pero es que hasta el tipo del eco-doppler, me prescribe un TAC y va a favor de obra. El del TAC ya le devolverá el favor cuando pueda. Parece que es de dominio público que, en la privada, el porcentaje de partos por cesárea es muy superior que en la pública. En fin, les diré que esta marea de indignación que nubló mi mente y que me impulsó a contarle mi caso a todo el mundo (porque estas cosas se deben saber), fue remitiendo con el paso de las horas. Algunos expertos en el tema, suavizaron mi postura. La sanidad privada no es una sociedad de asesinos, carniceros y aprovechados, sino que cumple una función complementaria de la pública. Lo que pasa es que hay que saber exactamente para qué valen una y otra, para usar ambas con cabeza.

Una amiga me dijo algo que yo creo que es crucial. Un médico de la privada, por mucho que sea tu amigo, y que no tengas ninguna duda de que es una buena persona, un tipo cojonudo, no puede evitar tener en su cabeza el chip de optar por medidas más drásticas y agresivas. Lo da el sistema. Y, si no actúa así, lo acaban echando o se va él asqueado. En cambio el de la pública cobra un sueldo fijo. Y su chip es, por fuerza, más conservador. Lo del porcentaje de cesáreas es de un 25% frente a un 15%, lo que no es tan distinto. Y a mí, el pertenecer a esa compañía, me ha sido de mucha utilidad, han sido siempre muy amables y muy eficientes conmigo, tengo metido en mi tarjeta a mi hijo mayor y la cobertura médica que me ofrecen en viaje es excelente. Pero hay que estar informado y saber para qué sirve cada sistema.

Menuda historia. El jueves estuve de celebración, el viernes me lo pasé en casa súper relajado y básicamente samanthing y ayer sábado puse en orden mi presentación para París y, por primera vez, pude ensayarla un par de veces en inglés. Todo ello inmerso en esa gran sensación de alivio. Les confieso que, aunque no estaba tan preocupado como la gente de mi entorno, no me hacía ni puta gracia que me abrieran el cuello como a un cerdo en el matadero. Lo que pasa es que yo procuro no agobiarme por los temas que dependen de factores aleatorios o externos a mí y que, por tanto, no puedo controlar, por lo que no sirve para nada que me coma el coco con ellos. Pero bien está lo que bien acaba y esa es un poco la moraleja de esta historia. Así que, para los que hayan llegado hasta aquí, les tengo preparado un regalo. Un vídeo reciente y muy cortito de Samantha. Tiene la peculiaridad de que, a media canción, se le rompe la primera cuerda de su Firebird. A ver si logran ver el momento exacto en que sucede. Su reacción: como la mía, seguir tocando a toda pastilla, apoyándose en las cuerdas colaterales. Ella es una profesional y seguro que nadie, entre los espectadores, notó nada raro. Que disfruten ustedes de este domingo casi invernal. Besitos.

4 comentarios:

  1. Pues menudo susto, menos mal que se ha pasado el trago. Por aportar un matiz, me dicen que los cirujanos de la privada han perdido mucho tajo con esto de la pandemia y están por ahí buscando bolos por las esquinas, bisturí en mano, a ver si alguien quiere hacerse algo, aunque sea una fimosis.
    Un abrazo y enhorabuena por esta prórroga de los buenos tiempos que está usted viviendo.

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    1. Gracias, hay que pasar página de esto y procurar no acumular mucha inquina contra la sanidad privada. Una cosa es saber bien para qué sirven una y otra, pública y privada, y otra es odiar a muerte a todos los que trabajan en lo privado. Lo de los médicos con el bisturí en ristre, tratando de hacernos una fimosis, es un poco macabro, aunque muy expresivo. Un abrazo, amigo.

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  2. Gracias por el regalo (Samantha está cada día más guapa) y por todo el texto, realmente no había visto el tema de la dualidad sanidad pública-privada explicado con tanta exactitud. Me admira de usted el hecho de que entra a los temas sin prejuicios, sin verse mediatizado por ideologías o por opiniones de otros, con toda su ingenuidad. Luego, observa lo que ve a su alrededor y lo cuenta. Ese es uno de los valores de su blog. Siga así, no haga caso de los listillos que ya se lo sabían todo de antemano y le dicen que si se ha caído de un guindo. No son más que eso: listillos.

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  3. Pues gracias a usted por su comentario. Los listillos que usted dice me cargan bastante, pero procuro no hacerles demasiado caso. Y lo de entrar a los temas sin prejuicio es algo que intento siempre, desde luego.

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