No sé qué imagen tienen de mí ustedes, queridos seguidores del blog, pero yo soy una persona muy emotiva y he de confesarles que ayer, después de comer, cuando abrí el ordenador para echarle un ojo a las noticias del día y vi la referencia de la enorme victoria de Jacinda Ardern en las generales de Nueva Zelanda, se me aceleró el corazón como hacía tiempo que no lo hacía. Y que, en plena taquicardia, abrí el vídeo en el que esta admirable mujer se dirige a sus seguidores en el Ayuntamiento de Auckland (dónde si no) para comunicarles su victoria y entonces me entró una llorera explosiva que se repitió las dos o tres veces que volví a ver ese vídeo. Les pongo AQUÍ la referencia de la noticia que yo me encontré buceando en la prensa del día, con el vídeo incluido.
Es que este es un asunto decisivo,
es que es la demostración viviente de que los que entendemos el mundo de una determinada
forma podemos ganar y organizarlo de una manera justa y ecuánime, es que
eso es lo que anhelamos que pase en USA dentro de unas pocas semanas, porque no
basta una victoria ajustada, hace falta ganarle por mucho a Trump para no
darle la oportunidad de enmierdar el resultado, como hizo Bush en 2004 cuando
el teórico empate hizo que los votos se empezasen a contar por los dedos (un-dos-tres-cua/un-dos-tres-cua) recuento que indefectiblemente llevaba a una victoria
de Al Gore, pero que fue cortado en seco por el Supremo, esa instancia gobernada durante
décadas por lo más reaccionario del país en comandita con el Senado, que en un momento dado decidió hacer de su
capa un sayo, dar por finalizado el escrutinio en ese punto y proclamar ganador
a Bush.
He usado una expresión ya muy en
desuso (nadie lleva ya capa ni sayo) para subrayar lo arcaico, lo casposo de esa dupla que
forman en USA el Supremo y el Senado. No quiero adelantarme, pero yo casi doy
por descontada la victoria de Biden, espero que con margen suficiente. Así que
mis anhelos y mis rogativas a los dos San Benitiños a los que venero (con
permiso de Paco Couto) van dirigidas a dos puntos: una victoria holgada como la
de Jacinda, y la mayoría en el Senado. Esto segundo está más difícil, ha
sucedido muy pocas veces en la historia. Pero es que con congreso y senado del
lado demócrata, sería factible aprobar una ampliación del número de miembros del Supremo y
paliar un poco el desequilibrio de fachas (6 a 3) que pronto va a tener. Y que
conste que Biden no me entusiasma, que me parece un abuelo un tanto cascado y
un tipo no demasiado brillante. Por mi parte, ya saben quién sería el mejor
candidato.
Esto nos lleva de cabeza al mundo
del blues y, más en concreto, al blues sureño. En los años 80 había en el sur
de los USA un movimiento de nuevos músicos que estaban al tanto de la explosión
mundial del rock, pero a la vez eran fieles a sus raíces locales, al blues, el
country y las diferentes tendencias de esta área tan rural y singular del país
norteamericano. Por ahí andaban una serie de músicos blancos que habían
interiorizado las armonías y los compases del blues primigenio, pero cuyas
letras ya no contaban lo duro que es recoger el algodón en los cultivos de
Arkansas, sino que aprovechaban ese universo sonoro para hablar de sus
desengaños amorosos o de la dificultad de ganarse la vida en este universo tan
cerrado. El máximo exponente de ese movimiento era el gran Stevie Ray Vaughan,
guitarrista de Dallas (Texas), que alcanzaba un grado de virtuosismo sólo visto
anteriormente en Jimmy Hendrix.
He hablado muchas veces en el
blog de Stevie Ray Vaughan, pero creo que no les he puesto ningún vídeo suyo.
Hora es ya de que le veamos, para que puedan ustedes valorar si exagero o no. Stevie
era directamente un alcohólico y un drogadicto, algo muy habitual en el rock de
aquellos tiempos. Se cuenta que se desayunaba ya con un lingotazo de whisky y
se calzaba varios gramos de cocaína diarios. En una gira por Europa tuvo una
especie de colapso y los médicos le dijeron que, o paraba, o iba a vivir muy
pocos años más. Estuvo ingresado en clínicas de rehabilitación varios años y
regresó sobrio, pero consiguió alcanzar su mismo nivel de virtuosismo con la Fender
Stratocaster que era su guitarra preferida. Podemos verlo aquí interpretando
una de sus composiciones, de letra bien sencilla: tío, mejor deja a mi chica en
paz. You better leave my girl alone. Blues en estado puro. Reconocerán aquí muchas de las armonías que utiliza Samantha, aunque ella les da un tono más femenino, más dulce. Este hombre era un auténtico animal con la guitarra. No se ha visto nada igual.
Lo dicho, una bestia parda. Stevie Ray Vaughan tendría ahora
66 años si no se hubiera matado en un accidente de helicóptero en agosto de
1990, cuando volaba en dirección a Chicago, donde tenía unos bolos. El universo
del blues se quedó huérfano. Los músicos que les vengo poniendo en el blog y
que han revitalizado ese mundo, tienen en torno a 30 años y llevan unos diez
haciendo música. Cuando desapareció Stevie, algunos apenas habían nacido. Hablo
de Samantha Fish, de Larkin Poe, de Damon Fowler, de Jeremiah Johnson, de Luke Winslow y otros.
Ellos son el presente de la música sureña. Pero hay un elemento clave en esta
historia: el gran Tab Benoit. Este hombre tiene en estos momentos 52 años. Es
decir, cuando mis admirados Samantha and company empezaban a hacer sus pinitos
con 17/18 años, este señor ya llevaba 20 años en la carretera. Cuando estos arrancaron sus carreras, Tab Benoit estaba allí.
Tab Benoit es el eslabón perdido
del blues y se mantiene en plena forma. Ahora les contaré algo de él, déjenme
primero que les ponga una de sus actuaciones en vivo, para que vean que aquí
suenan los acordes de Stevie Ray Vaughan y hasta de Jimmy Hendrix y también
anticipa lo que hace Samantha. Este señor, además de un guitarrista y cantante
muy bueno, es humorista, le gusta contar largos chistes entre canción y
canción. Aquí le vemos diciendo que va a cantar una canción que le ha pedido
alguien del público al que ya no ve por ahí. Seguramente se ha ido al baño (risas). A
lo mejor es uno de esos histéricos de la higiene que se tiene que lavar todo el
rato. Si yo les contara las porquerías que hacíamos de niños. Y así estamos:
inmunizados contra los gérmenes. Yo les diría a estos maniáticos que lamieran un poco el
suelo. O que, después de conducir un coche, se lamieran ambas manos.
En fin, todo esto es en tiempos pre-covid,
desde luego. Y no les engaño: este hombre maneja un acento sureño tan cerrado que apenas le entiendo, les he puesto lo que me imagino que dice. Les pido que lo escuchen y vean al menos una parte de la canción, hasta donde se cansen. Les voy
a poner luego otras tres y quiero que esas las vean enteras, así que, si es
mucha tela, prefiero que se salten una parte de esta. Les diré que Tab suele
tocar en el formato power trío, y va cambiando de batería, pero su bajo es
siempre el mismo: el obeso Corey Duplechin, un sujeto espasmódico, trémulo,
grasiento, representación viviente de los epsilones de Un mundo feliz, un verdadero friki. Pero que toca el bajo de puta madre. En este
vídeo, quizá reconozcan al batería de turno. No sé su nombre, pero se trata del
mismo que integraba la banda de los Caballeros Absolutamente Monstruosos que
suele arropar a Jon Cleary, ese que abre la boca todo el rato como si se
estuviera riendo, pero es una mueca con la que subraya su concentración. Véanlos
ya.
Tab Benoit nació en Baton Rouge,
la capital administrativa de Louisiana, ese estado sureño donde las encuestas le
dan una holgada ventaja a Trump. Pero, cuando era niño, su familia se trasladó a
Houma, una ciudad portuaria y petrolera que está entre Nueva Orleans y el borde
del océano, en pleno delta del Mississippi. Y sigue viviendo allí. Podría haber
llegado a ser una estrella del rock, pero no le interesa. Es un hombre sencillo, arraigado en su comunidad, que no ostenta ningún rasgo extravagante, salvo su gusto
por las camisas llamativas. Es padre de familia, he visto algún vídeo en el que
sube al estrado a tocar a uno de sus hijos. No lleva el pelo largo, ni tiene
pendientes, ni usa drogas, pertenece a la generación que ya pasó de estos
temas. Su vida está en el blues, en sus giras (exclusivamente por USA), en sus
amigos, sus bares y sus chascarrillos.
Una de sus especialidades son las
canciones lentas, que narran las desdichas del desamor que sólo una guitarra
como la suya puede expresar. En el blog le hemos visto cantando una buenísma,
que se llama Nothing can take the place of you, Nada puede ocupar tu sitio. Tal vez la recuerden, es una preciosa balada, perfecta para arrimar cebolleta, que empezaba con un verso
ya demoledor: I moved your pictures, of my wall, he quitado tus fotos de mi pared, etc. Aquí van a ver cómo interpreta este señor una canción de este tipo,
una versión de un tema del gran Otis Redding: These arms of mine. El bajo es el
gordo de siempre, pero les pido que se fijen en el batería. Se llama Terence
Higgins y es uno de los dos negrazos que ha contratado ahora Samantha Fish para
que la acompañen en su actual gira. Con su sempiterno sombrero negro. Otra cosa que les digo. Samantha Fish tiene una colección amplia de guitarras y cambia todo el rato de instrumento en sus actuaciones. Tab parece que sólo tiene una: su vieja Fender Telecaster del 72, con ese aspecto medio escarallado. Algo que dice mucho de la idiosincrasia de ambos.
Una preciosidad. Tab Benoit es un
hombre comprometido con su tierra. Le preocupa mucho la forma en que el océano
se va llevando la costa y tiene claro que esa erosión fatal y muy peligrosa
para las ciudades costeras está motivada, como todo, por la acción del
hombre. En el siglo XIX, se construyó un canal para que los barcos pudieran
seguir remontando el Mississippi hasta los puertos de las ciudades río arriba.
Eso ha modificado el ecosistema del río que llegaba al mar de manera tranquila,
a través de un delta gigantesco, pero de difícil navegación. En 2003, Tab fundó
un grupo que se llama Voices of Wetlands, voces de los humedales, que está
involucrado en promover la conservación de la costa, los pantanos y los ecosistemas de Louisiana.
Como parte de su actividad,
estaban filmando un documental de una hora sobre los estragos del huracán Lily,
en el que se avisaba de que estos fenómenos iban a ser cada vez más frecuentes
y mortíferos. Y entonces llegó el Katrina. En medio del caos, se prohibió a los
aviones y helicópteros que sobrevolaran la zona sin permiso. Así que no hay
grandes imágenes del desastre, salvo las oficiales. Pero Tab y su gente
compartían los helicópteros con una productora que estaba filmando por allí
unos capítulos de la serie Miami Vice, y tenían puestas unas pegatinas de la
policía de Miami. Con esos helicópteros se internaron en la zona prohibida y
les dejaron pasar; dice Tab que debieron de pensar que venían a traer ayuda. Las imágenes
se incorporaron a su documental y lo convirtieron en un film muy valioso que se exhibió en festivales por todo el mundo.
Como parte de la implicación de
Tab con su región y su gente, le encanta la gastronomía local, el gumbo, el
jambalaya y los cangrejos del pantano. Y ahora les voy a pedir que vean como
canta una canción al respecto. La letra es sencilla: my baby got the fire/I
got the food/ we make a good gumbo/ yes, we do. Es decir: mi chica pone el
fuego, yo pongo la comida, hacemos un gumbo de puta madre, vaya que sí. No le
busquen dobles sentidos, sólo dice eso. Luego va contando lo que le echa, cuánto le
gustan los champiñones del pantano y los animalillos que va cazando.
Es un tema que discurre a un ritmo
vertiginoso, muy típico de New Orleans, donde se usa este tipo de canciones para
bailar por la calle. Aquí les acompaña un amigo que toca el acordeón como un auténtico arcángel. Y es increíble cómo Tab mantiene la nitidez y la riqueza de sus punteos
a esa velocidad. Y, en un momento dado, hace una cosa que sólo se puede escuchar en New
Orleans: atrapa las cuerdas con la mano izquierda y usa la guitarra como si fuera un instrumento de percusión. Un verdadero malabarismo que el público acoge
con rugidos, pero él continúa impertérrito con sus punteos y hablando de los champiñones. Merece la pena que lo vean. Esto es el espíritu de Nueva Orleans.
Cuando le preguntan a Samantha
por los músicos que más le han influido suele citar a los Stones, The Band, Tom
Petty y otros, pero nunca nombra a Tab Benoit. Sin embargo, se llevan bien y se
invitan frecuentemente a tocar con sus grupos respectivos. Samantha sabe que es
su maestro, el tipo que mantuvo viva la llama hasta que ella y los de su
generación llegaron, el músico que ya llevaba veinte años en la carretera
cuando ella empezó a hacer sus pinitos de quinceañera. Y Tab sabe que ella es
la que ha roto todas las barreras, ha dado el salto a un merecido estrellato y
ahora juega en las grandes ligas del rock. Ambos se respetan y tienen buen rollo
entre ellos. La verdad es que con Samantha es difícil llevarse mal.
Vamos a ver un ejemplo, que les
dejo de despedida. El vídeo recoge el final de otro de los chistes de Tab, que
ya desisto de entender. Entonces anuncia una canción de la que dice que tanto
Samantha como él suelen cantarla en los conciertos. Se trata del clásico I put a
spell on you, tremenda canción del legendario Screaming Jay Hopkins, que hoy no
pasaría el filtro feminista del You Too: te lancé una maldición, porque eres
mía, no te podrás ir con otro, etc. Es una canción que ha versioneado todo el mundo. Tab canta las dos primeras estrofas y le
cede la vez a Sam para el primer punteo. Y vemos como nuestra chica favorita se esfuerza al límite, se esmera metiendo los labios hacia dentro para concentrarse en sacar una melodía realmente maravillosa, a la altura de lo que se merece su anfitrión.
Vemos que Samantha coquetea
abiertamente con Tab, por ejemplo, cuando termina el primer compás y confirma que puede tocar otro más. También se comunica visualmente con el batería
en varios momentos. Sin embargo, ningunea de forma llamativa al gordo, al que
le da la espalda todo el rato, algo muy inusual en Samantha, que confraterniza
con todo el mundo y tiene debilidad, como yo, por los frikis. Tal vez sea porque le ha dicho alguna bordez, a lo mejor es un baboso. Al final de ese
punteo fabuloso, vemos que Samantha se va situando estratégicamente ante el
micrófono como suele hacer. Todavía le manda una última mirada deliciosa a Tab,
como diciéndole: canto yo ¿no? Entonces se coloca el micrófono y todo el
público aúlla, porque no sabían que iba a cantar, Tab no deja cantar a
casi nadie en sus shows.
Y en la segunda parte de la
canción, invierten papeles: ella canta y él hace el solo de guitarra. Y vemos que Tab, ha de
esmerarse también, porque Sam le ha dejado el listón muy alto. Todo esto sucede en el
festival de Telluride, que se celebra cada septiembre en esa estación de esquí
y al que no suelen faltar ninguno de los dos. La canción, como han visto de
letra tenebrosa, se desliza hacia el final con ambas guitarras sonando muy distorsionadas
y con una iluminación ad hoc. Realmente impactante. En fin, hoy hemos vuelto a
hablar de blues, porque la actualidad es casi tan tenebrosa como el aire de esta
última canción y porque mi amigo X me convenció este verano de que yo tenía que
escribir de lo que me diera la gana y el que quiera que me lea y el que no, que
se vaya a tomar vientos. Así quedó dicho. Que la semana que empieza mañana les
resulte grata y fructífera. Yo se lo deseo. Y cuídense.
Jacinda es la persona que debíamos tener en Madrid. Nosotros somos muy parecidos a los neozelandeses, ellos en versión maorí y nosotros cañí, pero muy parecidos. Y mira que salirnos un troncho como Ida....
ResponderEliminarLo de IDA es un auténtico escándalo. Supera todos sus modelos: Tocino, Esperanza, Cospedal. Incluso el más delirante: Botella. Tuvimos a un personaje (Carmena) que nos estaba acercando a una forma de excelencia. No era Jacinda, por edad y otras circunstancias, pero hubiera hecho historia. Pero entre los que no se enteraron y los que desde dentro de la izquierda torpedearon su candidatura, nos quedamos sin ella. Ahora tenemos a Almeidinha (mira, acabo de crearle un mote cojonudo) y a IDA. Con perdón: que se jodan los que les votaron o se abstuvieron o votaron a Sánchez Mato y similares. Los demás también nos jodemos, pero menos, porque no nos corroe la vergüenza ni la culpa de no haber hecho lo correcto.
EliminarUn abrazo, amigo.
Muy instructivo: la línea está clara. Hendrix-Vaughan-Benoit-Sam. El blues es una música maravillosa, puro sentimiento.
ResponderEliminarNo lo sabe usted bien: el blues es una forma de vivir la vida.
Eliminar