domingo, 18 de octubre de 2020

986. El maestro Tab Benoit que estaba allí

No sé qué imagen tienen de mí ustedes, queridos seguidores del blog, pero yo soy una persona muy emotiva y he de confesarles que ayer, después de comer, cuando abrí el ordenador para echarle un ojo a las noticias del día y vi la referencia de la enorme victoria de Jacinda Ardern en las generales de Nueva Zelanda, se me aceleró el corazón como hacía tiempo que no lo hacía. Y que, en plena taquicardia, abrí el vídeo en el que esta admirable mujer se dirige a sus seguidores en el Ayuntamiento de Auckland (dónde si no) para comunicarles su victoria y entonces me entró una llorera explosiva que se repitió las dos o tres veces que volví a ver ese vídeo. Les pongo AQUÍ la referencia de la noticia que yo me encontré buceando en la prensa del día, con el vídeo incluido.

Es que este es un asunto decisivo, es que es la demostración viviente de que los que entendemos el mundo de una determinada forma podemos ganar y organizarlo de una manera justa y ecuánime, es que eso es lo que anhelamos que pase en USA dentro de unas pocas semanas, porque no basta una victoria ajustada, hace falta ganarle por mucho a Trump para no darle la oportunidad de enmierdar el resultado, como hizo Bush en 2004 cuando el teórico empate hizo que los votos se empezasen a contar por los dedos (un-dos-tres-cua/un-dos-tres-cua) recuento que indefectiblemente llevaba a una victoria de Al Gore, pero que fue cortado en seco por el Supremo, esa instancia gobernada durante décadas por lo más reaccionario del país en comandita con el Senado, que en un momento dado decidió hacer de su capa un sayo, dar por finalizado el escrutinio en ese punto y proclamar ganador a Bush.

He usado una expresión ya muy en desuso (nadie lleva ya capa ni sayo) para subrayar lo arcaico, lo casposo de esa dupla que forman en USA el Supremo y el Senado. No quiero adelantarme, pero yo casi doy por descontada la victoria de Biden, espero que con margen suficiente. Así que mis anhelos y mis rogativas a los dos San Benitiños a los que venero (con permiso de Paco Couto) van dirigidas a dos puntos: una victoria holgada como la de Jacinda, y la mayoría en el Senado. Esto segundo está más difícil, ha sucedido muy pocas veces en la historia. Pero es que con congreso y senado del lado demócrata, sería factible aprobar una ampliación del número de miembros del Supremo y paliar un poco el desequilibrio de fachas (6 a 3) que pronto va a tener. Y que conste que Biden no me entusiasma, que me parece un abuelo un tanto cascado y un tipo no demasiado brillante. Por mi parte, ya saben quién sería el mejor candidato.

Esto nos lleva de cabeza al mundo del blues y, más en concreto, al blues sureño. En los años 80 había en el sur de los USA un movimiento de nuevos músicos que estaban al tanto de la explosión mundial del rock, pero a la vez eran fieles a sus raíces locales, al blues, el country y las diferentes tendencias de esta área tan rural y singular del país norteamericano. Por ahí andaban una serie de músicos blancos que habían interiorizado las armonías y los compases del blues primigenio, pero cuyas letras ya no contaban lo duro que es recoger el algodón en los cultivos de Arkansas, sino que aprovechaban ese universo sonoro para hablar de sus desengaños amorosos o de la dificultad de ganarse la vida en este universo tan cerrado. El máximo exponente de ese movimiento era el gran Stevie Ray Vaughan, guitarrista de Dallas (Texas), que alcanzaba un grado de virtuosismo sólo visto anteriormente en Jimmy Hendrix.

He hablado muchas veces en el blog de Stevie Ray Vaughan, pero creo que no les he puesto ningún vídeo suyo. Hora es ya de que le veamos, para que puedan ustedes valorar si exagero o no. Stevie era directamente un alcohólico y un drogadicto, algo muy habitual en el rock de aquellos tiempos. Se cuenta que se desayunaba ya con un lingotazo de whisky y se calzaba varios gramos de cocaína diarios. En una gira por Europa tuvo una especie de colapso y los médicos le dijeron que, o paraba, o iba a vivir muy pocos años más. Estuvo ingresado en clínicas de rehabilitación varios años y regresó sobrio, pero consiguió alcanzar su mismo nivel de virtuosismo con la Fender Stratocaster que era su guitarra preferida. Podemos verlo aquí interpretando una de sus composiciones, de letra bien sencilla: tío, mejor deja a mi chica en paz. You better leave my girl alone. Blues en estado puro. Reconocerán aquí muchas de las armonías que utiliza Samantha, aunque ella les da un tono más femenino, más dulce. Este hombre era un auténtico animal con la guitarra. No se ha visto nada igual. 

Lo dicho, una bestia parda. Stevie Ray Vaughan tendría ahora 66 años si no se hubiera matado en un accidente de helicóptero en agosto de 1990, cuando volaba en dirección a Chicago, donde tenía unos bolos. El universo del blues se quedó huérfano. Los músicos que les vengo poniendo en el blog y que han revitalizado ese mundo, tienen en torno a 30 años y llevan unos diez haciendo música. Cuando desapareció Stevie, algunos apenas habían nacido. Hablo de Samantha Fish, de Larkin Poe, de Damon Fowler, de Jeremiah Johnson, de Luke Winslow y otros. Ellos son el presente de la música sureña. Pero hay un elemento clave en esta historia: el gran Tab Benoit. Este hombre tiene en estos momentos 52 años. Es decir, cuando mis admirados Samantha and company empezaban a hacer sus pinitos con 17/18 años, este señor ya llevaba 20 años en la carretera. Cuando estos arrancaron sus carreras, Tab Benoit estaba allí.

Tab Benoit es el eslabón perdido del blues y se mantiene en plena forma. Ahora les contaré algo de él, déjenme primero que les ponga una de sus actuaciones en vivo, para que vean que aquí suenan los acordes de Stevie Ray Vaughan y hasta de Jimmy Hendrix y también anticipa lo que hace Samantha. Este señor, además de un guitarrista y cantante muy bueno, es humorista, le gusta contar largos chistes entre canción y canción. Aquí le vemos diciendo que va a cantar una canción que le ha pedido alguien del público al que ya no ve por ahí. Seguramente se ha ido al baño (risas). A lo mejor es uno de esos histéricos de la higiene que se tiene que lavar todo el rato. Si yo les contara las porquerías que hacíamos de niños. Y así estamos: inmunizados contra los gérmenes. Yo les diría a estos maniáticos que lamieran un poco el suelo. O que, después de conducir un coche, se lamieran ambas manos. 

En fin, todo esto es en tiempos pre-covid, desde luego. Y no les engaño: este hombre maneja un acento sureño tan cerrado que apenas le entiendo, les he puesto lo que me imagino que dice. Les pido que lo escuchen y vean al menos una parte de la canción, hasta donde se cansen. Les voy a poner luego otras tres y quiero que esas las vean enteras, así que, si es mucha tela, prefiero que se salten una parte de esta. Les diré que Tab suele tocar en el formato power trío, y va cambiando de batería, pero su bajo es siempre el mismo: el obeso Corey Duplechin, un sujeto espasmódico, trémulo, grasiento, representación viviente de los epsilones de Un mundo feliz, un verdadero friki. Pero que toca el bajo de puta madre. En este vídeo, quizá reconozcan al batería de turno. No sé su nombre, pero se trata del mismo que integraba la banda de los Caballeros Absolutamente Monstruosos que suele arropar a Jon Cleary, ese que abre la boca todo el rato como si se estuviera riendo, pero es una mueca con la que subraya su concentración. Véanlos ya.

Tab Benoit nació en Baton Rouge, la capital administrativa de Louisiana, ese estado sureño donde las encuestas le dan una holgada ventaja a Trump. Pero, cuando era niño, su familia se trasladó a Houma, una ciudad portuaria y petrolera que está entre Nueva Orleans y el borde del océano, en pleno delta del Mississippi. Y sigue viviendo allí. Podría haber llegado a ser una estrella del rock, pero no le interesa. Es un hombre sencillo, arraigado en su comunidad, que no ostenta ningún rasgo extravagante, salvo su gusto por las camisas llamativas. Es padre de familia, he visto algún vídeo en el que sube al estrado a tocar a uno de sus hijos. No lleva el pelo largo, ni tiene pendientes, ni usa drogas, pertenece a la generación que ya pasó de estos temas. Su vida está en el blues, en sus giras (exclusivamente por USA), en sus amigos, sus bares y sus chascarrillos.

Una de sus especialidades son las canciones lentas, que narran las desdichas del desamor que sólo una guitarra como la suya puede expresar. En el blog le hemos visto cantando una buenísma, que se llama Nothing can take the place of you, Nada puede ocupar tu sitio. Tal vez la recuerden, es una preciosa balada, perfecta para arrimar cebolleta, que empezaba con un verso ya demoledor: I moved your pictures, of my wall, he quitado tus fotos de mi pared, etc. Aquí van a ver cómo interpreta este señor una canción de este tipo, una versión de un tema del gran Otis Redding: These arms of mine. El bajo es el gordo de siempre, pero les pido que se fijen en el batería. Se llama Terence Higgins y es uno de los dos negrazos que ha contratado ahora Samantha Fish para que la acompañen en su actual gira. Con su sempiterno sombrero negro. Otra cosa que les digo. Samantha Fish tiene una colección amplia de guitarras y cambia todo el rato de instrumento en sus actuaciones. Tab parece que sólo tiene una: su vieja Fender Telecaster del 72, con ese aspecto medio escarallado. Algo que dice mucho de la idiosincrasia de ambos. 

Una preciosidad. Tab Benoit es un hombre comprometido con su tierra. Le preocupa mucho la forma en que el océano se va llevando la costa y tiene claro que esa erosión fatal y muy peligrosa para las ciudades costeras está motivada, como todo, por la acción del hombre. En el siglo XIX, se construyó un canal para que los barcos pudieran seguir remontando el Mississippi hasta los puertos de las ciudades río arriba. Eso ha modificado el ecosistema del río que llegaba al mar de manera tranquila, a través de un delta gigantesco, pero de difícil navegación. En 2003, Tab fundó un grupo que se llama Voices of Wetlands, voces de los humedales, que está involucrado en promover la conservación de la costa, los pantanos y los ecosistemas de Louisiana.

Como parte de su actividad, estaban filmando un documental de una hora sobre los estragos del huracán Lily, en el que se avisaba de que estos fenómenos iban a ser cada vez más frecuentes y mortíferos. Y entonces llegó el Katrina. En medio del caos, se prohibió a los aviones y helicópteros que sobrevolaran la zona sin permiso. Así que no hay grandes imágenes del desastre, salvo las oficiales. Pero Tab y su gente compartían los helicópteros con una productora que estaba filmando por allí unos capítulos de la serie Miami Vice, y tenían puestas unas pegatinas de la policía de Miami. Con esos helicópteros se internaron en la zona prohibida y les dejaron pasar; dice Tab que debieron de pensar que venían a traer ayuda. Las imágenes se incorporaron a su documental y lo convirtieron en un film muy valioso que se exhibió en festivales por todo el mundo.

Como parte de la implicación de Tab con su región y su gente, le encanta la gastronomía local, el gumbo, el jambalaya y los cangrejos del pantano. Y ahora les voy a pedir que vean como canta una canción al respecto. La letra es sencilla: my baby got the fire/I got the food/ we make a good gumbo/ yes, we do. Es decir: mi chica pone el fuego, yo pongo la comida, hacemos un gumbo de puta madre, vaya que sí. No le busquen dobles sentidos, sólo dice eso. Luego va contando lo que le echa, cuánto le gustan los champiñones del pantano y los animalillos que va cazando.

Es un tema que discurre a un ritmo vertiginoso, muy típico de New Orleans, donde se usa este tipo de canciones para bailar por la calle. Aquí les acompaña un amigo que toca el acordeón como un auténtico arcángel. Y es increíble cómo Tab mantiene la nitidez y la riqueza de sus punteos a esa velocidad. Y, en un momento dado, hace una cosa que sólo se puede escuchar en New Orleans: atrapa las cuerdas con la mano izquierda y usa la guitarra como si fuera un instrumento de percusión. Un verdadero malabarismo que el público acoge con rugidos, pero él continúa impertérrito con sus punteos y hablando de los champiñones. Merece la pena que lo vean. Esto es el espíritu de Nueva Orleans.

Cuando le preguntan a Samantha por los músicos que más le han influido suele citar a los Stones, The Band, Tom Petty y otros, pero nunca nombra a Tab Benoit. Sin embargo, se llevan bien y se invitan frecuentemente a tocar con sus grupos respectivos. Samantha sabe que es su maestro, el tipo que mantuvo viva la llama hasta que ella y los de su generación llegaron, el músico que ya llevaba veinte años en la carretera cuando ella empezó a hacer sus pinitos de quinceañera. Y Tab sabe que ella es la que ha roto todas las barreras, ha dado el salto a un merecido estrellato y ahora juega en las grandes ligas del rock. Ambos se respetan y tienen buen rollo entre ellos. La verdad es que con Samantha es difícil llevarse mal.

Vamos a ver un ejemplo, que les dejo de despedida. El vídeo recoge el final de otro de los chistes de Tab, que ya desisto de entender. Entonces anuncia una canción de la que dice que tanto Samantha como él suelen cantarla en los conciertos. Se trata del clásico I put a spell on you, tremenda canción del legendario Screaming Jay Hopkins, que hoy no pasaría el filtro feminista del You Too: te lancé una maldición, porque eres mía, no te podrás ir con otro, etc. Es una canción que ha versioneado todo el mundo. Tab canta las dos primeras estrofas y le cede la vez a Sam para el primer punteo. Y vemos como nuestra chica favorita se esfuerza al límite, se esmera metiendo los labios hacia dentro para concentrarse en sacar una melodía realmente maravillosa, a la altura de lo que se merece su anfitrión.

Vemos que Samantha coquetea abiertamente con Tab, por ejemplo, cuando termina el primer compás y confirma que puede tocar otro más. También se comunica visualmente con el batería en varios momentos. Sin embargo, ningunea de forma llamativa al gordo, al que le da la espalda todo el rato, algo muy inusual en Samantha, que confraterniza con todo el mundo y tiene debilidad, como yo, por los frikis. Tal vez sea porque le ha dicho alguna bordez, a lo mejor es un baboso. Al final de ese punteo fabuloso, vemos que Samantha se va situando estratégicamente ante el micrófono como suele hacer. Todavía le manda una última mirada deliciosa a Tab, como diciéndole: canto yo ¿no? Entonces se coloca el micrófono y todo el público aúlla, porque no sabían que iba a cantar, Tab no deja cantar a casi nadie en sus shows.

Y en la segunda parte de la canción, invierten papeles: ella canta y él hace el solo de guitarra. Y vemos que Tab, ha de esmerarse también, porque Sam le ha dejado el listón muy alto. Todo esto sucede en el festival de Telluride, que se celebra cada septiembre en esa estación de esquí y al que no suelen faltar ninguno de los dos. La canción, como han visto de letra tenebrosa, se desliza hacia el final con ambas guitarras sonando muy distorsionadas y con una iluminación ad hoc. Realmente impactante. En fin, hoy hemos vuelto a hablar de blues, porque la actualidad es casi tan tenebrosa como el aire de esta última canción y porque mi amigo X me convenció este verano de que yo tenía que escribir de lo que me diera la gana y el que quiera que me lea y el que no, que se vaya a tomar vientos. Así quedó dicho. Que la semana que empieza mañana les resulte grata y fructífera. Yo se lo deseo. Y cuídense.

4 comentarios:

  1. Jacinda es la persona que debíamos tener en Madrid. Nosotros somos muy parecidos a los neozelandeses, ellos en versión maorí y nosotros cañí, pero muy parecidos. Y mira que salirnos un troncho como Ida....

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    1. Lo de IDA es un auténtico escándalo. Supera todos sus modelos: Tocino, Esperanza, Cospedal. Incluso el más delirante: Botella. Tuvimos a un personaje (Carmena) que nos estaba acercando a una forma de excelencia. No era Jacinda, por edad y otras circunstancias, pero hubiera hecho historia. Pero entre los que no se enteraron y los que desde dentro de la izquierda torpedearon su candidatura, nos quedamos sin ella. Ahora tenemos a Almeidinha (mira, acabo de crearle un mote cojonudo) y a IDA. Con perdón: que se jodan los que les votaron o se abstuvieron o votaron a Sánchez Mato y similares. Los demás también nos jodemos, pero menos, porque no nos corroe la vergüenza ni la culpa de no haber hecho lo correcto.
      Un abrazo, amigo.

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  2. Muy instructivo: la línea está clara. Hendrix-Vaughan-Benoit-Sam. El blues es una música maravillosa, puro sentimiento.

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    1. No lo sabe usted bien: el blues es una forma de vivir la vida.

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