domingo, 14 de junio de 2020

950. Actitudes

Estoy por aquí todavía, no se alarmen, es que realmente he tenido un agobio importante de trabajo del que ya empiezo a salir. Todo viene de la directriz de mi jefa de que cerremos el tema Reinventing el 15 de julio, una fecha redonda y muy buena para todos, de forma que el que quiera se pueda ir de vacaciones, o se desconfine, o se despendole o haga lo que le plazca. Incluso se vaya a tomar mucho por culo. Así pues, el día 15 de julio comunicaremos el resultado de la primera fase a los finalistas y a los eliminados. Yendo de adelante a atrás, eso nos obliga a tener las sesiones del Jurado antes del 8, porque necesitamos una semana para hacer las actas de las tres sesiones, pasársela a los 14 o 15 miembros de cada tribunal para que las firmen y corroboren su acuerdo y hacer las comunicaciones a los participantes. El día 8 lo tenemos que dejar libre por si fuera necesaria una cuarta sesión para deshacer algún empate. Total, que ya hemos convocado al Jurado para los días 7 de julio, 6 de julio y 3 de julio viernes.

La cosa es que nuestro trabajo ahora es hacer unas plantillas resumen en las que vamos cargando todas las características de los proyectos presentados, para hacérselas llegar a los miembros de los Jurados. Los del jurado cuentan así con una información extractada y homogénea, que les es de mucha utilidad. Es un trabajo difícil, que estamos haciendo entre mi jefa, mi compañera M. y yo. Y debemos mandarles estas plantillas al menos diez días antes de las sesiones. Como ven, vamos muy apretados. Nos hemos repartido los proyectos entre los tres y a mí me han tocado los de la antigua planta embotelladora de CLESA, el sitio que más interés ha suscitado, por lo que se han presentado 9 propuestas.

Mi problema es que yo tengo un sistema de trabajo que ya no voy a cambiar a mi edad. Yo primero me estudio bien los nueve proyectos, tomando muchas notas en un cuaderno. Sólo entonces empiezo a redactar las frases que voy a incluir en las plantillas. Pero lo hago en Word, porque es a lo que estoy acostumbrado. Y, cuando tengo todos los textos en Word, he de pasarlos a los cuadros Excel on line en los que están esas plantillas. Eso se hace por un corta-pega, pero el número de caracteres está limitado, así que hay un trabajo adicional de ajuste. Mis dos colegas lo hacen de otra manera: ellas le echan un vistazo a un proyecto y rellenan la ficha correspondiente directamente en el Excel. El resultado es que yo voy inicialmente más lento, mi trabajo no se ve on line. Eso sí, al final, voy como un tiro y puede que no sea el último en acabar.  

Todo esto me ha obligado a currar como un chino los dos últimos fines de semana. Me encontré en la encrucijada de tener que prescindir de alguna de mis otras ocupaciones habituales. No podía dejar de comer (y por tanto cocinar) ni abandonar mi pequeño jardín de la terraza. Tenía que elegir entre dos actividades a suspender: correr y cuidar el blog. Así que elegí parar de escribir en el blog, ustedes sabrán entenderme. Además esto es coyuntural, ya volveré al ritmo de estos meses pasados. Ayer terminé mi trabajo en Word, cargué mi primera ficha en el Excel y paré. Había salido por la mañana a correr y al atardecer quedé con unos amigos a tomarme mi primera caña en una terraza de Atocha, una delicia.

Y mi programa para hoy es: UNO, escribir este post, DOS, terminar todos los Excel (viendo lo que me costó hacer uno ayer, es perfectamente posible), TRES, ver por la tele el partido del Deportivo, que vuelve esta tarde, y CUATRO, buscar una serie de datos que necesito para la declaración de Hacienda, que debo tener listos el lunes por la tarde para mi conversación telefónica con la chica que me está guiando en esa tarea tan coñazo. Después de todo eso, creo que me espera una semana un poco menos agobiada. 

Esta situación insólita que vivimos, está influyendo, como ven, en toda nuestra dinámica y está alterando muchas de nuestras costumbres, rutinas y hábitos. Eso nos lleva a formas de comportamiento nuevas y yo, que soy antes que nada un observador atento del ser humano y sus actitudes, pues estoy detectando cosas con mi curiosidad infinita. Por ejemplo, tú vas por una acera estrecha, te cruzas con alguien y ves que se aparta para mantener el metro y medio reglamentario (si los dos llevamos mascarilla, es totalmente innecesario). Pero hay una gente que se aparta para que no le contagie el otro y otra que se aparta para no contagiar él a los demás. Son las dos clases de personas que pueblan el mundo: los egoístas poco empáticos y los cariñosos, próximos y amigables. Por el gesto que hacen al apartarse es posible diferenciar a unos de otros: los antipáticos se abren con un respingo porque les pilla de sorpresa (sobre todo si vas corriendo). Mientras que los afables llevan ya la preocupación por los demás desde que salen, están alerta y se anticipan al cruce, por lo que su movimiento es menos brusco.

Fíjense y verán cómo es fácil distinguir estas dos actitudes aparentemente iguales. Esto me trae a la memoria una historia similar. Cuando mis hijos eran pequeños, alquilamos una casa de fin de semana en la Sierra Pobre entre cinco parejas, todas con niños. Nuestra intención era aprovechar para vernos, confraternizar y que los chicos pudieran jugar unos con otros. Para eso, antes del fin de semana, hablábamos por teléfono, con la intención de saber si habría alguien más, en positivo. Si alguien más se apuntaba era un incentivo para ir. Entonces descubrimos que la pareja X hacía esa misma indagación, pero justo para lo contrario: querían asegurarse de que tendrían toda la casa para ellos solos.

Esas cosas cantan (para la gente observadora como yo). Se lo dije a los demás, que no se lo creían y decidimos hacer una prueba. Como esta pareja siempre preguntaba primero antes de anunciar sus planes, todos proclamamos con mucho ruido que al siguiente fin de semana no iríamos. La pareja X dijo que qué pena, que entonces ellos tampoco irían. Llegado el viernes fuimos todos a la casa y esperamos con la puerta y todas las ventanas cerradas. Vinieron, por supuesto, abrieron la puerta con su llave y se llevaron el chasco del año. Hasta colorados se pusieron. La relación con ellos ya no volvió a ser la misma.

En fin que, al hilo de esto de la observación de actitudes, les voy a obsequiar con otro vídeo sensacional de Samantha Fish, que es la figura que nos está alegrando estos últimos tiempos del encierro. ¿Cómo dicen? ¿Que me estoy poniendo pesado? Pues no me lean. Ya me conocen, saben que soy cabezota y que, cuando pillo la linde, es ya muy difícil que nadie me aparte de mi ruta. Samantha Fish hemos visto que tiene como dos épocas, la primera en que hacía un blues extraordinario en formato trío y con la guitarra del pescadito en primer plano, y la última musicalmente más compleja y con un grupo de acompañamiento más extenso. Hasta el punto que yo creí que había cambiado de compañía discográfica, luego me enteré de que no era así.

Su imagen también ha variado, antes cultivaba un look de malota, con el pelo encima de la cara y atuendos informales muy sexis. Ahora va más de señora, con laca y vestidos algo más recatados, aunque manteniendo el sex-appeal. A mí me gusta mucho lo que hace ahora y creo que está en su derecho de evolucionar como artista. Pero es que lo que hacía en su primera época era sensacional. Dice mi amigo Paco Couto que de esto entiende un montón, que no había visto cosa semejante desde Stevie Ray Vaughn, afirmación que suscribo.

El vídeo que hoy les traigo es de esa primera época, en directo en una sala de Nueva York (2014). Un año después del que les mostré en mi post anterior, todavía gesticula, pero no tanto. Es una canción basada en un riff con resonancias de Jimmy Hendrix. Musicalmente, es de destacar cómo interpreta trozos a la vez con la voz y la guitarra sin un solo fallo. Esto es ya difícil a la hora de interpretar la melodía base. Pero mantenerlo improvisando a la vez con voz y guitarra y no perderse, revela un virtuosismo de auténtica Globe Trotter de la guitarra.

Pero hoy estamos hablando de actitudes y quiero que se fijen en un par de detalles. Samantha gusta de vestirse siempre muy sexy. Pero en Nueva York es muy frecuente que las salas tengan un escenario elevado y, en la parte de abajo haya mesas en las que la gente se toma sus cervezas y hasta come (yo he estado en varias). Esa noche, Samantha ha escogido un vestido con una falda muy corta y no se siente cómoda. En la primera fila hay unos tipos que le aplauden desde abajo y hasta la graban con sus móviles, se les ve a veces en la parte inferior de la pantalla. Hemos visto a Samantha en otros vídeos con shorts más cortos que esta falda. Pero ¡amigo! los shorts son otra cosa. Por muy cortos que sean, tapan lo que tienen que tapar.

La minifalda es diferente. Samantha se ha equivocado con el vestido y está incómoda, como veremos, porque no quiere que los mirones de la primera fila le vean las bragas, que no le da la gana de enseñar y está en su derecho. Y hasta siete veces se estira el vestido hacia abajo, de forma automática, disimulada, pero enérgica, sin dejar de tocar. Ella no hace una pincita con dos dedos y tira delicadamente del borde hacia abajo. No tiene tiempo para esas sutilezas. Por el contrario, agarra un puñao de vestido y tira enérgicamente hacia abajo, mientras apoya empujando con el glúteo hacia arriba. Es una mujer de Kansas City, fuerte, valiente y con carácter.

Les resumo lo que pasa. Samantha presenta el tema y ataca el riff. Entonces canta las primeras estrofas. Aquí ya hace el gesto de estirarse el vestido dos veces seguidas, una con cada mano. Se va hacia el centro para hacer su primer solo de guitarra y se estira la falda por tercera vez. Tras ese solo, que es corto, vuelve al micrófono. Pero resulta que encuentra el micro muy alto, ha de ponerse de puntillas y enseguida corregir la altura con la clavija. Ustedes saben que los micros no se mueven solos. ¿Qué ha pasado? Pues yo lo tengo claro: Samantha ha salido con tacones altos y a la mitad del primer solo se ha descalzado. Por eso no llega al micro. Sabemos que le gusta actuar con tacones, pero adora descalzarse para sentirse más libre, a solas con su guitarra, con los pies en contacto con la Tierra. Además, así de paso baja unos centímetros la perspectiva del mirón.

Nada más corregir la altura del micro se estira el vestido por cuarta vez. Canta la segunda estrofa y se prepara ya para el gran solo. Está descalza y todavía se estira una quinta vez el vestido antes de afrontar ese solo. Entonces la música la arrebata. Ella y la guitarra son ya una sola entidad, se olvida del vestido y de los mirones estratégicamente situados y se abandona a un punteo que interpreta con todo el cuerpo, haciendo brincos y balanceos que confirman que se ha quitado los zapatos, dejando que el pelo le caiga sobre la cara y asomando de vez en cuando desde su maraña rubia para retar visualmente al batería. Este solo es tan extraordinario que ya no vuelve a la melodía ni a cantar más. Cuando está terminando y ya va volviendo de su experiencia orgásmica, recuerda que hay unos tipos que le quieren ver las bragas y se da un sexto estirón antes de terminar. Luego se va a los mandos a regular los botones del sonido y todavía se vuelve a estirar disimuladamente la falda una última vez. Véanlo ya. A ver si captan los detalles de los que les hablo.



Un portento, Samantha. Y, en cuanto a lo de los estirones del vestido a puñaos, hay que ver lo que llevan aguantando las mujeres desde hace siglos. Su movimiento de liberación de toda esa mierda es imparable, como el de los negros. Tras la pandemia, todas estas reivindicaciones se van a acrecentar, bastante problema tenemos con el virus como para tenernos que andar cuidando de mirones, racistas y otros impresentables. El mundo va cambiando. Despacito, pero va. Por ejemplo, en este momento, sería imposible que se publicara una canción como la que les pongo abajo, que además fue un exitazo: I’m a girl watcher. O sea: soy un mirón de chicas. ¿No se lo creen? Pues véanla. Es de 1960, o sea que tiene ya 60 años. Fíjense qué cosa más casposa.


Las actitudes post-covid en estos temas de discriminaciones históricas se están exacerbando. Por ejemplo, en toda Inglaterra se están dedicando a derribar estatuas de próceres y magnates que hicieron su fortuna con la esclavitud (como muchas familias de Cataluña, otro día hablaremos de ello). Les traigo un vídeo de Bristol de hace unos días. Bristol es el lugar donde vive mi amigo escocés Geoff Keogh, aquel que me traía botellas de whisky excelente, la última de las cuales se fue al suelo cerca de la plaza de la Ópera y se hizo añicos, como se contó en el blog. Este hombre vivió toda su vida en Aberdeen, donde era profesor en una escuela de negocios. Pero estaba harto del mal tiempo de Escocia y, en cuanto se jubiló, se fue a Bristol, el lugar de Gran Bretaña con mejor clima. Bristol es un lugar tranquilo, pero los británicos tienen a veces un punto violento, no tienen más que recordar las peleas históricas entre mods y rockers en la playa de Brighton, al otro lado de la isla, que se reproducían en la película Quadrophenia. En Bristol, con motivo de las últimas turbulencias antirracistas, han derribado la estatua del magnate esclavista Edward Colston, la han pisoteado y han terminado por tirarla al río. Véanlo.


La revolución está llegando. La gente no aguanta más y yo creo que estas son las nuevas actitudes derivadas del virus, el miedo, el incordio del confinamiento y la incertidumbre de la situación económica que viene. Hay que estar muy atento a lo que viene y procurar que no nos pille por medio. Y lo que no hay que perder nunca es el sentido del humor. Les voy a dejar con una última performance, esta vez relacionada con Trump (¡Ay San Benitiño, que pierda en noviembre, por Dios!). Ya saben que al valiente Trump, el fanfarrón que insulta a todo el mundo desde detrás de la barrera, en cuanto se formó un mínimo tumulto delante de la Casa Blanca, le entró la cagalera y bajó a refugiarse al bunker.

Esto ha motivado a un colectivo de activistas que se llama Indecline a instalar estatuas del cagón, con el lema El emperador no tiene cojones, por varias ciudades de Estados Unidos. En Nueva York la plantaron en pleno Union Square y la gente se hizo fotos con ella hasta que la desmontó el Ayuntamiento. En San Francisco no hay mejor lugar para algo así que la plaza de Harvey Milk, la entrada del barrio gay en el cruce de Castro street con Market street. Les dejo de propina un par de vídeos al respecto. También instalaron otras en Seattle, Los Ángeles y otros lugares que he visitado y comentado en el blog. Sean buenos y prepárense, que ya viene eso que llaman la nueva normalidad, que no es sino la vuelta a la anormalidad de siempre.




8 comentarios:

  1. Enamoradito estoy de Samantha Fish, qué mujer.

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  2. Yo no sé nada de rock, pero me encanta escuchar y ver a Samantha Fish y más después de sus explicaciones. Tal vez no soy tan feminista como usted y este juego de ponerse una falda muy corta y estar todo el día estirándola para abajo (que hacen muchas mujeres), lo interpreto en clave de seducción: es un juego de te enseño/no te enseño, que algunas usan con maestría para suscitar nuestra atención de varones necesitados de hembra. Un juego delicioso, desde luego.

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    1. UNO, ya va siendo hora de que se apeen del rollo ese de "yo no sé nada de rock". Les sugiero que, a partir de ahora digan: "yo no sabía nada de rock hasta que empecé a leer el blog de Emilio. Ahora sé un huevo. Si usted se mete en una charla en la que se hable de rock y les habla de Samantha Fish, va a quedar como un súper enterado: nadie la conoce.
      DOS, estoy de acuerdo en que eso de la falda corta y los estirones puede ser un juego erótico preliminar maravilloso. Pero eso se acaba en cuanto la chica se siente incómoda. Entonces es otra cosa. Samantha es una mujer que se concentra en la música y se pierde en su disfrute y no tendría que estar pendiente de si se le ven las bragas o no. Que repita el gesto siete veces indica que estaba bastante incómoda, con un tipo con la visual a la altura de sus tobillos mirándola sin obstáculos.

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    2. Disiento en eso de que estuviese pendiente de que no se le viesen las bragas, por una sola razón: no las llevaba.
      Abrazotes

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    3. ¡¡¡Joder Berto, qué grande eres!!!

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  3. El tipo que canta I'm a girl watcher parece un extra del Planeta de los Simios a medio maquillar.

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    1. Jajajaja. Es usted certero, pero piense que sesenta años después, los tipos que salen en el vídeo tienen ochenta años si no se han muerto. Un poco de conmiseración.

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