Que las mujeres están logrando
avances espectaculares en su lucha en pos de la igualdad, es algo tan difícil de
negar como el hecho irrefutable de que cada vez hace más calor. A lo mejor los
de Vox lo niegan en público, para provocar, aunque en su fuero interno seguramente lo admiten. Y ya saben que yo me he definido como ecologista,
feminista, errejonudo y colaborativo hace unos cuantos posts, y la primera de
las definiciones ya la he dejado patente en el arranque de estos tiempos
navideños (por cierto, hoy 26 de diciembre, he comido con mi hijo Lucas en una
terraza al aire libre de la glorieta de Atocha, algo que hace unos años me
hubiera supuesto pillarme una pulmonía triple). Así que voy a casi cerrar el año, a falta
del post de Año Nuevo, con un acercamiento doble al tema de las mujeres,
aunque ya he dejado clara mi admiración y mi fascinación por el género femenino
en al menos una docena de posts.
Me estoy terminando el libro de
Olga Tokarczuk Los errantes, que me
parece fabuloso. Es un libro poliédrico, descompuesto en decenas de pequeños
relatos, pero todos unificados por algunos temas que le obsesionan especialmente a la
autora. Una especie de deconstrucción de la novela. Uno de los asuntos que más interesan a Tokarczuk es la indivisibilidad del cuerpo y el alma. Para ella son
un todo indivisible. Esa historia del alma entendida como algo inmaterial que
se insufla en un cuerpo material, le parece un camelo. El ser humano es uno,
cuerpo y alma. Vean este fragmento de una carta reproducida en el libro
(obviamente imaginada por la autora), en la que la hija de Angelo Soliman, escribe
al emperador Francisco I de Austria. Soliman nació como esclavo negro, pero fue
liberado por una duquesa. Ya como hombre libre, llegó a prosperar y se
convirtió en diplomático al servicio del emperador.
Sin embargo, a su muerte, el
emperador ordenó disecarlo para exhibirlo en un museo que tenía lleno de
animales de todo tipo, igualmente disecados. Esto, que parece ahora una
barbaridad, era algo frecuente en aquella época, en que a los negros se los
consideraba casi como animales, y solamente voy a nombrar al Negro de Banyoles,
que estuvo expuesto en Cataluña mucho tiempo (mucha de la riqueza de Cataluña
proviene del esclavismo, tema que ya desarrollaremos otro día). El caso es que
la hija de Soliman, una mujer culta que está casada con un blanco, le escribe al
emperador para rogarle que devuelva a la familia el cuerpo de su padre, para poderle
dar cristiana sepultura. Y aquí les transcribo uno de sus razonamientos.
Creo (Majestad) que a quienes nos
gobiernan no les importa gobernar nuestras almas, como comúnmente se piensa. El
del alma es hoy un concepto abstracto e incomprensible. Tanto si es Dios quien dio
cuerda al reloj, el Relojero, o es el espíritu de la naturaleza quien en verdad
se revela intangible y del todo impersonal, el concepto de alma se ha vuelto
incómodo y vergonzoso. ¿Qué soberano querría gobernar algo tan lábil e
indefinido? ¿Qué soberano ilustrado desearía gobernar algo cuya existencia no
ha quedado demostrada en un laboratorio? No cabe ni brizna de duda, Majestad, de
que el verdadero poder humano puede sólo ejercerse sobre el cuerpo humano, y
así es como se ejerce.
Olga Tokarczuk concede mucha importancia
al cuerpo, su prosa es muy física, describe estados de ánimo con sudores,
temblores, exaltaciones místicas, incluye unas descripciones muy precisas de
los personajes que retrata y da rienda así a su idea. La lectura de este libro
me reafirma en una de las ideas que ya he desarrollado en el blog: que el físico
de las personas dice mucho de su forma de ser y de su identidad más íntima.
Que, a partir de ciertas edades, uno es responsable de su cara y de su cuerpo.
Que saludando a una persona ya se llega a saber mucho, de forma intuitiva, sobre
su verdadera naturaleza. Sobre esta base, mi post va a tener dos partes, como
he dicho. Una primera de imágenes, y otra de regreso a la literatura, al texto
de Olga Tokarczuk y algunos otros.
Recientemente, el congreso de los
Estados Unidos ha encargado a dos fotógrafas que retratasen a las mujeres
congresistas, que por primera vez son más de cien. He entrado a ver el
reportaje y he seleccionado algunas para ustedes. Porque estas imágenes dicen
mucho sobre el tema del que hoy nos estamos ocupando. Sus caras, su ropa, sus
formas de posar y, por supuesto, sus miradas, nos cuentan todo sobre el avance
de la mujer en la sociedad moderna. Ahora les diré algo que no sé si se van a creer,
pero ese es su problema, lo que les cuento es rigurosamente cierto. Yo entré en una
galería de retratos y seleccioné a ocho congresistas exclusivamente por sus rostros, que me parecieron los más adecuados para lo que quiero expresar. En la galería sólo indicaba el
nombre de las señoras. Pero, para publicar esto en el blog, me pareció interesante dar alguna información sobre ellas, que busqué en Internet. Y resultó que todas, las ocho, pertenecen al Partido Demócrata.
Supongo que no es casualidad, un errejonudo como yo tiene sus afinidades
políticas arraigadas en lo más profundo. Véanlas.
Nancy Pelosi, demócrata por California y presidenta del Congreso.
Lauren Underwood, demócrata, por Illinois
Abigail Spanberger, demócrata por Virginia occidental
Kamala Harris, demócrata por California
Deb Haaland, demócrata, por Nuevo México
Angela Craig, demócrata, por Minnesota
Ayanna Presley, demócrata, por Massachusetts
Alexandria Ocasio-Cortez, demócrata por Nueva York
Volvamos a la literatura. En este
último año se ha consolidado una tendencia: las obras escritas por mujeres han
alcanzado un lugar preferente, y están aquí para quedarse. Estoy convencido de
que hay una prosa femenina, que los temas que se cuentan en sus novelas y la
forma de abordarlos son esencialmente femeninos. Les voy a hablar de tres obras, a
modo de recomendación de lecturas navideñas. En primer lugar, El año en que mi madre tuvo los ojos verdes
(Tatiana Tîbuleac-2019, Impedimenta). Esta autora moldava, que vive en París y
es periodista, debuta en el mundo de la novela con un tema muy femenino, la
relación madre-hijo, pero contada desde el lado del hijo, un adolescente medio
subnormal y profundamente violento y agresivo, internado en una institución
para alumnos difíciles. Les voy a transcribir los dos párrafos con los que
arranca la novela:
Aquella mañana en que la odiaba más
que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y
fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la
ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una
pordiosera. La habría matado con medio pensamiento. Junto a mí, silenciosos y
asustados, desfilaban los padres. Un triste hatajo de perlas falsas y corbatas
baratas, venido a recoger a sus hijos defectuosos, escondidos de los ojos de la
gente. Al menos ellos se habían tomado la molestia de subir. A mi madre yo le
importaba un pimiento, al igual que el hecho de que hubiera conseguido terminar
unos estudios.
Dejé que sufriera casi una hora;
observé que al principio se mostraba irritada, caminaba arriba y abajo a lo
largo de la valla, luego se quedó inmóvil, a punto de echarse a llorar, como
alguien con quien se hubiera cometido una injusticia.
Tremendo, pero con un potencial
literario ya mostrado en estos párrafos: matar a alguien con medio pensamiento,
o caracterizar a los padres como una ristra de perlas falsas y corbatas baratas
no son cualquier cosa. Volvamos al libro de Olga Tokarczuk. Como les he dicho,
esta obra trasciende el concepto clásico narrativo, para hacer una especie de
gran collage, con más de cien fragmentos unidos no por una secuencia espacio-temporal, o temática, sino por unas conexiones más profundas, en sintonía con
los temas que le obsesionan a la autora. Hay pequeños relatos que son
verdaderas joyas. Les voy a contar uno de ellos, que me parece buenísimo. La
cosa transcurre en una isla muy al norte, situada muy cerca del continente, o
tal vez en el norte de Escocia, no se especifica.
En la isla hay un pequeño
poblado, con un único bar, unido a tierra firme por un ferry. El conductor del
ferry es un viejo marinero de origen extranjero (su acento le delata) que cada día
cruza el pequeño estrecho, de ida y de vuelta, varias veces. Un trabajo muy
aburrido: hacer un tramo muy corto, esperar a que bajen los coches y suban los
del otro lado, y desandar el camino. Los pasajeros son siempre los mismos, en
un lugar donde no llega el turismo: el médico que va a pasar consulta, los
funcionarios del puerto y de las pequeñas oficinas administrativas, algunos
dependientes que van a trabajar a la ciudad próxima y regresan luego en el
último barco. Cuando termina su trabajo, Eric, que así se llama el tipo, se va a
beber al bar. Allí se agarra un buen pedo cada día y empieza a ponerse farruco
con los demás, que no se lo toman en cuenta porque le conocen y lo aprecian. Y,
cuando está muy borracho, utiliza un lenguaje épico muy anticuado, para
gritarles a los demás bebedores cosas que nadie entiende: ¡Daos todos por
enrolados! ¡Qué desgracia navegar con una tripulación tan pagana!
La autora hace un largo
flash-back y cuenta que Eric no se llama Eric, sino que tiene un nombre
impronunciable que le pusieron en su país de origen, un triste país comunista
(puede pensarse que Polonia, o similar), del que huyó de forma clandestina y
dramática. Recién llegado al norte sin saber una palabra de inglés, se enroló como marinero en un mercante, lo único que sabía hacer. Y resultó que el barco transportaba
drogas y fue interceptado. Nadie dio la cara por él, nadie le dijo al juez que
no sabía nada. Así que lo condenaron a tres años de cárcel, que cumplió en una
prisión cercana. Allí se propuso aprovechar el tiempo infinito de la reclusión para aprender
inglés y que no le volvieran a pillar en otra. El problema era que el único
libro que había en la prisión era Moby Dick. Y allí fue donde aprendió ese
inglés extraño que utiliza al final de sus noches alcohólicas: Eric habla como
el capitán Ahab. Hasta que alguien lo lleva a rastras hasta la casita en la que
vive solo.
Al salir de prisión, Eric vivió
una larga vida de marino, recorrió todos los océanos y conoció todos los puertos, todas las culturas. Podría haber prosperado, pero su carrera se vino abajo
por su manía de beber sin moderación y pelearse después con el primero que se
le encarara. Se cuenta que llegó a romperse un brazo en una pelea. Por eso ha
llegado a deteriorarse tanto como para terminar en ese trabajo infame: un tramito
adelante, esperar y otro tramito atrás. Pero volvemos al tiempo presente. Un
día, Eric, repentinamente, a mitad de su minúscula
travesía, gira noventa grados y enfila el ferry a mar abierto. Se cuenta que
nadie se pone nervioso, que todos lo conocen y saben que es buena gente, que no
tienen miedo y no les preocupa
especialmente llegar tarde a sus citas del día. Termina el cuento cuando el
ferry, lejos de sus aguas habituales, es rodeado por helicópteros y remolcadores que le conminan a volver a la
ruta correcta. Luego le preguntarán (durante el juicio que dará de nuevo con sus huesos en la cárcel) por qué ha hecho esa locura. Y él no sabe responder. Tal vez podría haber dicho, como Pascual Duarte: señoría, fue un barrunto. Un cuento
precioso.
Y un tercer libro: Prestigio
(Rachel Cusk, 2018, Libros del Asteroide). Esta atractiva mujer cuya foto
pudieron ver en el post anterior, nació en Canadá en 1974, inmediatamente su
familia se mudó a Los Ángeles y cuando ella tenía 7 años se vinieron a
Inglaterra. Estudió en Oxford y empezó a escribir novelas con 27 años. Después
de varios premios y una sólida carrera, se cambió a la autoficción, con un par
de libros sobre su maternidad y su divorcio, que fueron grandes éxitos de
ventas en todo el mundo anglosajón. Finalmente, ha emprendido una tercera vía,
materializada en una trilogía, cuyo tercer volumen es precisamente Prestigio.
Esta mujer perpetra otra forma de deconstrucción narrativa, que no tiene nada
que ver con la de Tokarczuk. Rachel Cusk también hace una especie de collage
narrativo, pero enhebrado en torno a una protagonista (tal vez ella misma), que
se va encontrando con gente que le cuenta sus batallitas.
Es también una crítica del mundo
actual, en el que las conversaciones entre la gente son más bien monólogos
sucesivos. A través de los coñazos que le cuentan sucesivamente sus
interlocutores, esta mujer se ríe de todos los pesados que pululan por nuestro
mundo, de los lugares comunes, de los prejuicios y de la tontería imperante. Sin embargo, hay algunos interlocutores, mujeres especialmente, que le cuentan historias
de más interés, a través de cuyos personajes la autora desarrolla sus
preocupaciones: el amor, la muerte, el cuidado de los otros, la maternidad, el abandono, el machismo o
las formas de dominar al otro. Es un relato delirante y realmente innovador
desde el punto de vista narrativo. No sé si recomendárselo, esto no es para
cualquier lector, esto tiene un nivel de abstracción que requiere una cierta
aptitud lectora, dicho esto sin ánimo de faltarles. Lo que les aclaro es que ha sido un gran éxito de ventas. Y está traducido de forma exquisita.
Aquí les voy a transcribir
también un pequeño fragmento, para que se hagan idea acerca de qué estamos hablando.
La protagonista está en un congreso y, a la hora del almuerzo, se pone a la cola del comedor del hotel, en la que
hay un atasco moderado, al parecer causado por el sistema de vales que han repartido a
los congresistas. En la cola, hay una pesada que le explica el problema de los
vales, en los siguientes términos:
El problema, señaló una mujer que
estaba a mi lado, era que el valor de los cupones no se correspondía con los
precios de la comida, y aun no habían resuelto la manera de dar el cambio.
Además, algunos querían comer y beber más que otros, pero a todos nos habían
asignado la misma cantidad. Ella, personalmente, comía poco, porque era pequeña
y ya tenía cierta edad, pero un hombre con apetito necesitaría el triple. De
todos modos, comprendía que habría sido imposible para el hotel ofrecer barra
libre a los invitados, dándoles un número infinito de cupones, y también
injusto discriminarlos por sus distintas necesidades, porque ¿quién podía decir
cuáles eran las necesidades de los demás? ¿Eh? Y llegados a este punto, dijo,
mirando con resignación la cola y a los desconcertados camareros que
deliberaban largo y tendido, mientras los invitados empezaban a dar signos de
impacientarse, se temía que al final no nos dieran nada. Inventamos estos sistemas
para garantizar la justicia, dijo, pero las situaciones humanas son tan
complicadas que siempre escapan a nuestro control. Mientras libramos la guerra
en un frente, en otro se ha desatado el caos, y muchos regímenes han llegado a
la conclusión de que el individualismo es la causa de todos los problemas. Si
todos fuéramos iguales y tuviéramos el mismo punto de vista, nos resultaría
mucho más fácil organizarnos. Y es ahí donde empiezan las complicaciones.
En fin, creo que está claro lo
que les decía. Esta mujer tiene una ironía muy british y hace una prosa realmente sorprendente. Ahora, es cosa de ustedes
comprarse este libro o no. A mí me ha parecido lo mejor que he leído en el año
que termina. Sean buenos.
Gracias por los consejos, parecen libros muy atractivos. Particularmente, el de Tibuleac es un fragmento impresionante, conozco a más de un adolescente que odia a su madre, aunque cuando crecen normalmente acaban adorándola. Pero es muy meritorio captar ese sentimiento y describirlo "desde el otro lado".
ResponderEliminarEn cuanto a la galería de Congresswomen, pues es magnífica.
Gracias a ti por tus elogios. Realmente el libro de Tibuleac es el que menos me ha impresionado de los tres, pero tal vez sea el más fácil de leer. Los otros dos son muy buenos, pero difíciles.
EliminarEmilio, no sé quién ha hecho el comentario, pero tu respuesta es un poquito condescendiente. Vamos, que, si yo fuera la ministra de exteriores, no te mandaría a enderezar el entuerto boliviano, aunque me consta que eres un embajador insuperable.
ResponderEliminarNo pienso que haya que dar más explicaciones. Si tú quieres, puedes darle una contestación más razonada y de fondo.
EliminarYo creo que tú eres condescendiente conmigo, cuando me acusas de condescendencia.
Jajajaja. Un abrazo, feliz viaje y feliz 2020.
Gracias, wappo.
ResponderEliminarY Feliz 2020 también para ti y para todos los que amas (supongo que puedo incluirme en este privilegiado grupo.) A ver si puedo seguirte en Australia.
Un abrazo bien grande.
Seguro que puedes conectarte. Buen viaje.
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