jueves, 26 de diciembre de 2019

896. Las mujeres al poder

Que las mujeres están logrando avances espectaculares en su lucha en pos de la igualdad, es algo tan difícil de negar como el hecho irrefutable de que cada vez hace más calor. A lo mejor los de Vox lo niegan en público, para provocar, aunque en su fuero interno seguramente lo admiten. Y ya saben que yo me he definido como ecologista, feminista, errejonudo y colaborativo hace unos cuantos posts, y la primera de las definiciones ya la he dejado patente en el arranque de estos tiempos navideños (por cierto, hoy 26 de diciembre, he comido con mi hijo Lucas en una terraza al aire libre de la glorieta de Atocha, algo que hace unos años me hubiera supuesto pillarme una pulmonía triple). Así que voy a casi cerrar el año, a falta del post de Año Nuevo, con un acercamiento doble al tema de las mujeres, aunque ya he dejado clara mi admiración y mi fascinación por el género femenino en al menos una docena de posts. 

Me estoy terminando el libro de Olga Tokarczuk Los errantes, que me parece fabuloso. Es un libro poliédrico, descompuesto en decenas de pequeños relatos, pero todos unificados por algunos temas que le obsesionan especialmente a la autora. Una especie de deconstrucción de la novela. Uno de los asuntos que más interesan a Tokarczuk es la indivisibilidad del cuerpo y el alma. Para ella son un todo indivisible. Esa historia del alma entendida como algo inmaterial que se insufla en un cuerpo material, le parece un camelo. El ser humano es uno, cuerpo y alma. Vean este fragmento de una carta reproducida en el libro (obviamente imaginada por la autora), en la que la hija de Angelo Soliman, escribe al emperador Francisco I de Austria. Soliman nació como esclavo negro, pero fue liberado por una duquesa. Ya como hombre libre, llegó a prosperar y se convirtió en diplomático al servicio del emperador.

Sin embargo, a su muerte, el emperador ordenó disecarlo para exhibirlo en un museo que tenía lleno de animales de todo tipo, igualmente disecados. Esto, que parece ahora una barbaridad, era algo frecuente en aquella época, en que a los negros se los consideraba casi como animales, y solamente voy a nombrar al Negro de Banyoles, que estuvo expuesto en Cataluña mucho tiempo (mucha de la riqueza de Cataluña proviene del esclavismo, tema que ya desarrollaremos otro día). El caso es que la hija de Soliman, una mujer culta que está casada con un blanco, le escribe al emperador para rogarle que devuelva a la familia el cuerpo de su padre, para poderle dar cristiana sepultura. Y aquí les transcribo uno de sus razonamientos.

Creo (Majestad) que a quienes nos gobiernan no les importa gobernar nuestras almas, como comúnmente se piensa. El del alma es hoy un concepto abstracto e incomprensible. Tanto si es Dios quien dio cuerda al reloj, el Relojero, o es el espíritu de la naturaleza quien en verdad se revela intangible y del todo impersonal, el concepto de alma se ha vuelto incómodo y vergonzoso. ¿Qué soberano querría gobernar algo tan lábil e indefinido? ¿Qué soberano ilustrado desearía gobernar algo cuya existencia no ha quedado demostrada en un laboratorio? No cabe ni brizna de duda, Majestad, de que el verdadero poder humano puede sólo ejercerse sobre el cuerpo humano, y así es como se ejerce.

Olga Tokarczuk concede mucha importancia al cuerpo, su prosa es muy física, describe estados de ánimo con sudores, temblores, exaltaciones místicas, incluye unas descripciones muy precisas de los personajes que retrata y da rienda así a su idea. La lectura de este libro me reafirma en una de las ideas que ya he desarrollado en el blog: que el físico de las personas dice mucho de su forma de ser y de su identidad más íntima. Que, a partir de ciertas edades, uno es responsable de su cara y de su cuerpo. Que saludando a una persona ya se llega a saber mucho, de forma intuitiva, sobre su verdadera naturaleza. Sobre esta base, mi post va a tener dos partes, como he dicho. Una primera de imágenes, y otra de regreso a la literatura, al texto de Olga Tokarczuk y algunos otros. 

Recientemente, el congreso de los Estados Unidos ha encargado a dos fotógrafas que retratasen a las mujeres congresistas, que por primera vez son más de cien. He entrado a ver el reportaje y he seleccionado algunas para ustedes. Porque estas imágenes dicen mucho sobre el tema del que hoy nos estamos ocupando. Sus caras, su ropa, sus formas de posar y, por supuesto, sus miradas, nos cuentan todo sobre el avance de la mujer en la sociedad moderna. Ahora les diré algo que no sé si se van a creer, pero ese es su problema, lo que les cuento es rigurosamente cierto. Yo entré en una galería de retratos y seleccioné a ocho congresistas exclusivamente por sus rostros, que me parecieron los más adecuados para lo que quiero expresar. En la galería sólo indicaba el nombre de las señoras. Pero, para publicar esto en el blog, me pareció interesante dar alguna información sobre ellas, que busqué en Internet. Y resultó que todas, las ocho, pertenecen al Partido Demócrata. Supongo que no es casualidad, un errejonudo como yo tiene sus afinidades políticas arraigadas en lo más profundo. Véanlas. 

Nancy Pelosi, demócrata por California y presidenta del Congreso.

Lauren Underwood, demócrata, por Illinois

Abigail Spanberger, demócrata por Virginia occidental

Kamala Harris, demócrata por California

Deb Haaland, demócrata, por Nuevo México

Angela Craig, demócrata, por Minnesota

Ayanna Presley, demócrata, por Massachusetts

Alexandria Ocasio-Cortez, demócrata por Nueva York

Volvamos a la literatura. En este último año se ha consolidado una tendencia: las obras escritas por mujeres han alcanzado un lugar preferente, y están aquí para quedarse. Estoy convencido de que hay una prosa femenina, que los temas que se cuentan en sus novelas y la forma de abordarlos son esencialmente femeninos. Les voy a hablar de tres obras, a modo de recomendación de lecturas navideñas. En primer lugar, El año en que mi madre tuvo los ojos verdes (Tatiana Tîbuleac-2019, Impedimenta). Esta autora moldava, que vive en París y es periodista, debuta en el mundo de la novela con un tema muy femenino, la relación madre-hijo, pero contada desde el lado del hijo, un adolescente medio subnormal y profundamente violento y agresivo, internado en una institución para alumnos difíciles. Les voy a transcribir los dos párrafos con los que arranca la novela:

Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento. Junto a mí, silenciosos y asustados, desfilaban los padres. Un triste hatajo de perlas falsas y corbatas baratas, venido a recoger a sus hijos defectuosos, escondidos de los ojos de la gente. Al menos ellos se habían tomado la molestia de subir. A mi madre yo le importaba un pimiento, al igual que el hecho de que hubiera conseguido terminar unos estudios.
Dejé que sufriera casi una hora; observé que al principio se mostraba irritada, caminaba arriba y abajo a lo largo de la valla, luego se quedó inmóvil, a punto de echarse a llorar, como alguien con quien se hubiera cometido una injusticia.

Tremendo, pero con un potencial literario ya mostrado en estos párrafos: matar a alguien con medio pensamiento, o caracterizar a los padres como una ristra de perlas falsas y corbatas baratas no son cualquier cosa. Volvamos al libro de Olga Tokarczuk. Como les he dicho, esta obra trasciende el concepto clásico narrativo, para hacer una especie de gran collage, con más de cien fragmentos unidos no por una secuencia espacio-temporal, o temática, sino por unas conexiones más profundas, en sintonía con los temas que le obsesionan a la autora. Hay pequeños relatos que son verdaderas joyas. Les voy a contar uno de ellos, que me parece buenísimo. La cosa transcurre en una isla muy al norte, situada muy cerca del continente, o tal vez en el norte de Escocia, no se especifica.

En la isla hay un pequeño poblado, con un único bar, unido a tierra firme por un ferry. El conductor del ferry es un viejo marinero de origen extranjero (su acento le delata) que cada día cruza el pequeño estrecho, de ida y de vuelta, varias veces. Un trabajo muy aburrido: hacer un tramo muy corto, esperar a que bajen los coches y suban los del otro lado, y desandar el camino. Los pasajeros son siempre los mismos, en un lugar donde no llega el turismo: el médico que va a pasar consulta, los funcionarios del puerto y de las pequeñas oficinas administrativas, algunos dependientes que van a trabajar a la ciudad próxima y regresan luego en el último barco. Cuando termina su trabajo, Eric, que así se llama el tipo, se va a beber al bar. Allí se agarra un buen pedo cada día y empieza a ponerse farruco con los demás, que no se lo toman en cuenta porque le conocen y lo aprecian. Y, cuando está muy borracho, utiliza un lenguaje épico muy anticuado, para gritarles a los demás bebedores cosas que nadie entiende: ¡Daos todos por enrolados! ¡Qué desgracia navegar con una tripulación tan pagana!

La autora hace un largo flash-back y cuenta que Eric no se llama Eric, sino que tiene un nombre impronunciable que le pusieron en su país de origen, un triste país comunista (puede pensarse que Polonia, o similar), del que huyó de forma clandestina y dramática. Recién llegado al norte sin saber una palabra de inglés, se enroló como marinero en un mercante, lo único que sabía hacer. Y resultó que el barco transportaba drogas y fue interceptado. Nadie dio la cara por él, nadie le dijo al juez que no sabía nada. Así que lo condenaron a tres años de cárcel, que cumplió en una prisión cercana. Allí se propuso aprovechar el tiempo infinito de la reclusión para aprender inglés y que no le volvieran a pillar en otra. El problema era que el único libro que había en la prisión era Moby Dick. Y allí fue donde aprendió ese inglés extraño que utiliza al final de sus noches alcohólicas: Eric habla como el capitán Ahab. Hasta que alguien lo lleva a rastras hasta la casita en la que vive solo.

Al salir de prisión, Eric vivió una larga vida de marino, recorrió todos los océanos y conoció todos los puertos, todas las culturas. Podría haber prosperado, pero su carrera se vino abajo por su manía de beber sin moderación y pelearse después con el primero que se le encarara. Se cuenta que llegó a romperse un brazo en una pelea. Por eso ha llegado a deteriorarse tanto como para terminar en ese trabajo infame: un tramito adelante, esperar y otro tramito atrás. Pero volvemos al tiempo presente. Un día, Eric, repentinamente, a mitad de su minúscula travesía, gira noventa grados y enfila el ferry a mar abierto. Se cuenta que nadie se pone nervioso, que todos lo conocen y saben que es buena gente, que no tienen miedo y no les preocupa especialmente llegar tarde a sus citas del día. Termina el cuento cuando el ferry, lejos de sus aguas habituales, es rodeado por helicópteros y remolcadores que le conminan a volver a la ruta correcta. Luego le preguntarán (durante el juicio que dará de nuevo con sus huesos en la cárcel) por qué ha hecho esa locura. Y él no sabe responder. Tal vez podría haber dicho, como Pascual Duarte: señoría, fue un barrunto. Un cuento precioso.

Y un tercer libro: Prestigio (Rachel Cusk, 2018, Libros del Asteroide). Esta atractiva mujer cuya foto pudieron ver en el post anterior, nació en Canadá en 1974, inmediatamente su familia se mudó a Los Ángeles y cuando ella tenía 7 años se vinieron a Inglaterra. Estudió en Oxford y empezó a escribir novelas con 27 años. Después de varios premios y una sólida carrera, se cambió a la autoficción, con un par de libros sobre su maternidad y su divorcio, que fueron grandes éxitos de ventas en todo el mundo anglosajón. Finalmente, ha emprendido una tercera vía, materializada en una trilogía, cuyo tercer volumen es precisamente Prestigio. Esta mujer perpetra otra forma de deconstrucción narrativa, que no tiene nada que ver con la de Tokarczuk. Rachel Cusk también hace una especie de collage narrativo, pero enhebrado en torno a una protagonista (tal vez ella misma), que se va encontrando con gente que le cuenta sus batallitas.

Es también una crítica del mundo actual, en el que las conversaciones entre la gente son más bien monólogos sucesivos. A través de los coñazos que le cuentan sucesivamente sus interlocutores, esta mujer se ríe de todos los pesados que pululan por nuestro mundo, de los lugares comunes, de los prejuicios y de la tontería imperante. Sin embargo, hay algunos interlocutores, mujeres especialmente, que le cuentan historias de más interés, a través de cuyos personajes la autora desarrolla sus preocupaciones: el amor, la muerte, el cuidado de los otros, la maternidad, el abandono, el machismo o las formas de dominar al otro. Es un relato delirante y realmente innovador desde el punto de vista narrativo. No sé si recomendárselo, esto no es para cualquier lector, esto tiene un nivel de abstracción que requiere una cierta aptitud lectora, dicho esto sin ánimo de faltarles. Lo que les aclaro es que ha sido un gran éxito de ventas. Y está traducido de forma exquisita.

Aquí les voy a transcribir también un pequeño fragmento, para que se hagan idea acerca de qué estamos hablando. La protagonista está en un congreso y, a la hora del almuerzo, se pone a la cola del comedor del hotel, en la que hay un atasco moderado, al parecer causado por el sistema de vales que han repartido a los congresistas. En la cola, hay una pesada que le explica el problema de los vales, en los siguientes términos:

El problema, señaló una mujer que estaba a mi lado, era que el valor de los cupones no se correspondía con los precios de la comida, y aun no habían resuelto la manera de dar el cambio. Además, algunos querían comer y beber más que otros, pero a todos nos habían asignado la misma cantidad. Ella, personalmente, comía poco, porque era pequeña y ya tenía cierta edad, pero un hombre con apetito necesitaría el triple. De todos modos, comprendía que habría sido imposible para el hotel ofrecer barra libre a los invitados, dándoles un número infinito de cupones, y también injusto discriminarlos por sus distintas necesidades, porque ¿quién podía decir cuáles eran las necesidades de los demás? ¿Eh? Y llegados a este punto, dijo, mirando con resignación la cola y a los desconcertados camareros que deliberaban largo y tendido, mientras los invitados empezaban a dar signos de impacientarse, se temía que al final no nos dieran nada. Inventamos estos sistemas para garantizar la justicia, dijo, pero las situaciones humanas son tan complicadas que siempre escapan a nuestro control. Mientras libramos la guerra en un frente, en otro se ha desatado el caos, y muchos regímenes han llegado a la conclusión de que el individualismo es la causa de todos los problemas. Si todos fuéramos iguales y tuviéramos el mismo punto de vista, nos resultaría mucho más fácil organizarnos. Y es ahí donde empiezan las complicaciones.

En fin, creo que está claro lo que les decía. Esta mujer tiene una ironía muy british y hace una prosa realmente sorprendente. Ahora, es cosa de ustedes comprarse este libro o no. A mí me ha parecido lo mejor que he leído en el año que termina. Sean buenos.

6 comentarios:

  1. Gracias por los consejos, parecen libros muy atractivos. Particularmente, el de Tibuleac es un fragmento impresionante, conozco a más de un adolescente que odia a su madre, aunque cuando crecen normalmente acaban adorándola. Pero es muy meritorio captar ese sentimiento y describirlo "desde el otro lado".
    En cuanto a la galería de Congresswomen, pues es magnífica.

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    1. Gracias a ti por tus elogios. Realmente el libro de Tibuleac es el que menos me ha impresionado de los tres, pero tal vez sea el más fácil de leer. Los otros dos son muy buenos, pero difíciles.

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  2. Emilio, no sé quién ha hecho el comentario, pero tu respuesta es un poquito condescendiente. Vamos, que, si yo fuera la ministra de exteriores, no te mandaría a enderezar el entuerto boliviano, aunque me consta que eres un embajador insuperable.

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    1. No pienso que haya que dar más explicaciones. Si tú quieres, puedes darle una contestación más razonada y de fondo.
      Yo creo que tú eres condescendiente conmigo, cuando me acusas de condescendencia.
      Jajajaja. Un abrazo, feliz viaje y feliz 2020.

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  3. Gracias, wappo.
    Y Feliz 2020 también para ti y para todos los que amas (supongo que puedo incluirme en este privilegiado grupo.) A ver si puedo seguirte en Australia.
    Un abrazo bien grande.

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