Llueve
Detrás de los cristales llueve y llueve
Sobre los chopos medio deshojados
Sobre los pardos tejados
Sobre las calles llueve
Hermosos
versos de Joan Manuel Serrat, por si alguien desconocía su autoría. La lluvia dura
ya varios días, para desesperación de los cofrades de algunas procesiones del sur, que salen en los telediarios proclamando al cielo: –¡Ay que desgrasia más grande! No haría
falta ni que los filmaran, podrían usar las imágenes de otros años, total nadie
se iba a dar cuenta. En mi barrio, la lluvia es una bendición. Espanta a los
voceros que cantan Asturias, patria
querida a las tantas de la madrugada, limpia el suelo de meadas y vomitonas
y se lleva también las cacas de los perros propiedad de amos más animales que ellos. Vivir
en el centro urbano tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero estos últimos
se minimizan por la acción de la lluvia redentora.
Me
he quedado en Madrid estos días, una tregua antes de la batalla final de
Reinventing Cities, que promete cinco semanas de trabajo duro, a culminar el día
de unas elecciones locales en las que se juega mi futuro laboral y también las
opciones de esta ciudad de consolidar el salto a la modernidad, o por el
contrario regresar a la caspa, el chotis y las gallinejas. En superposición, se avecinan
dos o tres eventos relacionados con mis actividades de secretario del Foreing
Office municipal, pero de especial relevancia y compromiso, de los que les informaré
puntualmente. Viene, en suma, un mes de gran actividad, un grado más de
dificultad en el sinvivir de mi deriva vital de estos últimos dos años y medio,
desde que recibí el alta tras recuperarme de la fractura de húmero. Esta tregua
antes de la batalla final, es un buen momento de recapitular.
La
lista de mis viajes en este período habla por sí sola. 1.- San Petersburgo,
congreso del urbanismo subterráneo. 2.- Japón, dos semanas en Tokio, Kioto,
Hiroshima. 3.- Marsella, congreso del urbanismo mediterráneo. 4.- Birmania,
tres semanas con mi grupo de jubilados de Ciudad Real. 5.- La Toscana, una
semana de vacaciones por Florencia, Pisa, Siena. 6.- Portland, workshop de C40 y
visitas a Vancouver y Seattle. 7.- Tres días en Nápoles con un grupo y una
semana de descanso en Roma. 8.- París, para el lanzamiento de Reinventing. 9.-
Cannes, para intervenir en la feria MIPIM. 10.- El viaje bloguero por
excelencia: San Francisco, Los Ángeles, San Diego y Tijuana. 11.- Chicago,
workshop de C40. 12.- Chile, otras tres semanas con los de Ciudad Real. 13.-
Paris y Lille, para dos clases en universidades y visita a mis hijos.
No
está mal. El viaje #14 será a Oslo y todavía no puedo revelar los #15 y #16, que
por ahora son sólo sueños. Sin contar mis salidas senderistas, ni mis visitas a
La Coruña y otros lugares. Además, en el último año y medio, el asunto
Reinventing se ha convertido en omnipresente en mi trabajo, haciéndome
recuperar las sensaciones perdidas durante el Trienio Negro de la señora Botella y redirigiéndome hacia una fase
final de mi carrera municipal con la que ya no contaba y que tal vez me lleve a
salir por la puerta grande, si no se tuerce mi trayectoria. Este último giro
del destino (twist of fate) fue
minuciosamente descrito en mi serie de posts Recovering myself. Es una deriva totalmente inesperada en mi trayectoria
de blogger.
Porque
habrán de recordar que yo empecé a cultivar este pequeño jardín compuesto de
literatura instantánea, autoficción y periodismo jocoso en el momento en que
estaba más hundido, como una tabla de salvación a la que agarrarme, para que el tsunami de la desesperanza no me arrastrara al abismo del exilio interior y la insignificancia. Sobre ese punto de apoyo, cual
Arquímedes de Siracusa redivivo, edifiqué mi reconstrucción anímica. Fíjense en
un detalle: el asunto Reinventing implica una exigencia de dedicación, esfuerzo
e imaginación suplementarios y ocupa unos dos tercios de mi actual tiempo
lectivo. Pero eso no me impide seguir haciendo lo mismo que ya hacía antes en la
oficina, además de mantener el blog al mismo nivel de frecuencia y dedicación. Lo que viene a demostrar lo desaprovechado que estuve en esos años nefastos que me tocó
vivir, desde de que Mrs. Bottle
decidiera poner al frente del Área de Urbanismo a una concejala zombie.
En
estos años, he podido dar rienda suelta a mi afición viajera, con especial énfasis en
las visitas a los Estados Unidos; ya saben que soy un pro-yanqui convencido,
que estoy enamorado de esa mitad del pueblo americano que no vota a Trump, que
mis señas de identidad no son la muiñeira ni el chotis, sino el buen rock and
roll. Como el que pueden ver en el vídeo de abajo. Corresponde a una de mis
películas favoritas: American Graffiti (1973), la obra maestra que nos dejó George Lucas
antes de dedicar el resto de su vida a la saga de La Guerra de las Galaxias. La
pareja protagonista, que acaba de tener una bronca sonora, llega al final de la
canción a la fiesta del pueblo y ha de disimular para evitar las habladurías.
Estas son mis referencias vitales.
Pero
ya vale de mirarme el ombligo. Esta tregua vital bajo la lluvia, en la que
procuro abstraerme del ruido preelectoral (como ya tengo decidido mi voto, no
quiero oír nada más), se ha visto sacudida por un par de sobresaltos: el
incendio de Nôtre Dame, doloroso para mí, puesto que París es mi segunda ciudad
adoptiva, y el disparo con el que Alan García se ha volado la cabeza. De Nôtre
Dame ya hablaré otro día, con más perspectiva. Lo de García trae a primer plano
el asunto Odebrecht, tal vez uno de los mayores casos de corrupción del mundo.
Por si quieren leer un tratado al respecto, AQUÍ pueden encontrarlo. Yo no lo he leído, sólo le he
echado un vistazo en diagonal. Pero hay varios puntos que me gustaría resaltar
y que avalan mi teoría de que todo lo que escribo en este blog está
relacionado, que en realidad yo les hablo todo el rato de un monotema a pesar de mi apariencia
de variedad.
Para
empezar, han visto que el escándalo se desata cuando la CIA, la DEA y otras
agencias americanas de lucha contra el crimen le aprietan las tuercas a la
Banca de Andorra para que dé visibilidad a sus depósitos. Una parte del mundo
vive del tráfico de drogas, armas, personas, órganos, prostitución y otros negocios ilegales. Y la
forma de luchar contra ello es vigilar los caminos del blanqueo de las enormes
sumas de dinero que se obtienen. Miren ustedes por donde, esa misma presión
sobre la Banca de Andorra fue la que hizo salir a flote la fortuna de Pujol y
precipitó su huida hacia adelante, en forma de prusés, tal como hemos dejado claro en este blog, tras seguir
fuentes tan fiables como la de Jaume Reixach y el periódico El Triangle. A los americanos no se les
pasan por alto los movimientos de grandes sumas de capital, y persiguen esos
paraísos fiscales (la mayoría de origen británico) para encontrar las vías del
lavado de dinero negro.
En
segundo lugar, mi primer viaje tras la baja fue a San Petersburgo, al Congreso
de la ACUUS, la organización internacional del Urbanismo Subterráneo. Un
congreso a todo lujo (la lista de sponsors era mareante), en el que me pagaron
el viaje y el alojamiento en un hotel de alto standing. Allí me tocó explicar Madrid Río
y ser entrevistado a la salida por varias radios y televisiones. El gran debate
de ese congreso era: las infraestructuras subterráneas de la movilidad en las ciudades ¿son
necesarias? Y ¿quién las ha de pagar? ¿Las administraciones públicas? Pero
estas instituciones no tienen suficiente dinero para afrontar ese gasto. ¿Cómo
hacer entonces? El señor Gallardón ideó un sistema, con su equipo de asesores
económicos. Lo utilizó exitosamente en la Comunidad de Madrid construyendo 110 nuevos kilómetros
de red de Metro en ocho años. La red, que no llegaba a 200 kms, pasó a tener
casi 300. Ahora es uno de los mejores metros de Europa y del mundo. ¿Cómo se
hace eso? Pues a base de deuda pública. Y que la paguen los que vengan detrás.
Otro
sistema diferente es el ideado por el señor Odebrecht. Este buen hombre pagaba
cantidades estratosféricas a ciertos partidos para financiar sus campañas
electorales, a cambio de que luego, de resultar ganadores, le contrataran obras públicas,
preferiblemente subterráneas (el Metro de Lima, el soterramiento de un
ferrocarril argentino y otros similares). El problema es que este señor les
depositaba el dinero en cuentas opacas en Andorra. Y, al destaparse el tinglado, se han quedado
con el culo al aire varios presidentes y ex-presidentes latinoamericanos. En
Perú, nada menos que cinco. Bueno, ahora ya son cuatro, el otro se voló la
cabeza. Este merdé está también en el origen de los problemas de Lula y Temer
en Brasil, y otros ex-mandatarios colombianos y argentinos.
La
explicación de todo esto es sencilla. La obra pública es algo omnipresente en
nuestras vidas de urbanitas. Las ciudades necesitan un mantenimiento. ¿No les
parece significativo que todas las ciudades que ustedes visitan estén siempre destripadas por obras permanentes? La obra pública mejora sustancialmente la
calidad de nuestras ciudades. Y también da lustre a la carrera política de
determinados señores, que pasan así a la posteridad. Pero además, lo más
importante, constituyen un negocio redondo para las constructoras y los grandes
poderes inmobiliarios. Y, si encima son obras subterráneas, el negocio se
multiplica por cinco o por diez. Ese el origen de que se hagan tantas obras de este tipo,
cuando todo el mundo sabe que son carísimas. Gallardón tenía que hacer
kilómetros y kilómetros de Metro, como un topo enloquecido, aunque fuera tan
poco rentable como el Metrosur, porque ya no podía parar y había mucha gente
viviendo del invento, pendiente de que él siguiera excavando y excavando. Y
cuando fue forzado por Aznar a presentarse a alcalde, su equipo tuvo que idear deprisa
y corriendo el proyecto M-30 para seguir haciendo obra pública subterránea.
Odebrecht
había encontrado también la cuadratura del círculo, en un medio tan corrupto
como Latinoamérica. El suicidio de García pone un punto y seguido trágico a
este espinoso asunto. Pero el debate sobre la necesidad o no de infraestructuras
subterráneas está en plena efervescencia. A mí me invitaron a ir a Querétaro a
intervenir en un debate sobre lo mismo. Una empresa de BRT (la alternativa más
barata, basada en plataformas reservadas en superficie) quería implantar el sistema en
la ciudad. Pero el Colegio local de Ingenieros de Caminos se oponía a este proyecto, porque prefería el Metro.
En Bogotá hace años que el Transmilenio (un BRT de libro) se ha revelado
insuficiente. El actual alcalde Enrique Peñalosa prometió el Metro, pero ahora
mismo está ofreciendo gato por liebre ante las dificultades económicas para
cumplir su promesa, para indignación de los que le votaron. En estos países hay
que contar también con la presión de las grandes empresas de autobuses
privados, que tienen mucho poder, como les conté durante mi viaje a Chile.
Todo
está relacionado, como ven. Pero sigan ustedes disfrutando de esta Semana Santa pasada por
agua. La lluvia es algo que no tiene por qué ser desagradable. Se lo dice uno de La Coruña. A partir del lunes voy a tener un período de sobreesfuerzo laboral, pero espero
seguir cumpliendo con ustedes. Sean felices mientras puedan.
Amigo mío, me sugiere usted a Gulliver cargando con el baúl de doña Concha Piquer...
ResponderEliminarSí señor. Viajo más que el baúl de doña Concha, como suele decirse. En cuanto a Gulliver queda la duda de si voy a países de gigantes o de enanos...
EliminarEn definitiva, usted abomina de los localismos y se reconoce como cosmopolita. Muy cool, pero ¿no le acerca esto al mensaje de Cayetana? Sin acritud ni intención de ofender.
ResponderEliminarCada uno es de lo que ha mamado. Y puedo asegurarle que, cuando yo tenía 16 o 17, cogía el coche de línea y me llegaba a la sala de fiestas El Seijal, a escuchar a la orquesta Los Tamara, el ambiente no era muy diferente de lo que se ve en el vídeo.
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