Bien, algunos lectores me apremian angustiados: ¿cómo termina la historia? ¿qué es eso que puede ser más asombroso aún que lo contado? ¿lo tienes escrito? Joder, entonces suéltalo ya, que nos tienes en ascuas. Mi idea inicial era hacer un solo post. Luego me salió enorme y decidí dividirlo en dos partes. Y me pareció que había un punto muy claro por donde partir la historia: el final de ese crescendo dramático que termina con el carabinero deseándole a Jordi buen viaje. Lo que sigue es radicalmente diferente. Y, efectivamente, está escrito. Así que, contraviniendo mi tempo habitual y a riesgo de desanimar a otro lectores que teman enfrentar unos textos tan largos y tan seguidos, aquí va la segunda parte.
Habíamos dejado al bueno de Jordi
a este lado de la delgada línea que separa la libertad de la muerte. Regresó a
España sin problemas y descansó una temporada larga en su pueblo, donde se reconstruyó física y anímicamente después del duro trago pasado. Y muy pronto volvió a
su querida Barcelona, con sus colegas alternativos y la determinación de
ganarse la vida como dibujante. Rehizo su vida y fue tirando un tiempo,
mal que bien. Joyce había vuelto a su tierra y se llamaban de vez en cuando. Me
contó que ella siempre le hablaba con mucho cariño, pero una relación a tanta
distancia es imposible de mantener. Dicen que la distancia es el olvido,
proclama el conocido bolero. Y entonces, en la vida de Jordi apareció el
fantasma de algo que siempre había estado ahí, pero sobre lo que no quería pensar porque era un incordio. Tenía pendiente hacer la mili. Estamos ya en el año 1976 y Jordi ha agotado todas
las prórrogas a las que tenía derecho. En el medio alternativo en el que se
mueve, alguien le propone un remedio que al
parecer le ha resultado útil a otros.
Sólo tiene que ir a una farmacia
y conseguirse una medicina concreta, que se prescribe contra los efectos de la silicosis. Tomándote una
dosis doble, es posible que se te produzca un desmayo de tipo epiléptico. Lo
que se llama en medicina el petit mal.
Y la epilepsia es causa suficiente para que te declaren no apto para el servicio.
Jordi va a una farmacia. Se compra el medicamento. Se toma una dosis doble. Y
no sucede nada de nada. Ante eso no le queda más remedio que incorporarse a filas.
Entra en el sorteo ordinario y le toca ¿saben en dónde? Exactamente: en Madrid.
En la capital. Yo vivía por entonces en la Calle de la Palma. En el mismo
portal, unos pisos más arriba, vivía un compañero de la escuela, que tenía
buena relación con colegas de Barcelona y había tenido alojado unos meses a un estudiante
de postgrado del mismo pueblo de Jordi. A través de ese contacto, Jordi se convirtió en vecino mío y muy
pronto nos hicimos amigos.
Durante un tiempo fuimos
inseparables. A partir de que se consiguió el pase pernocta, no nos perdíamos concierto de rock ni sarao alternativo
alguno, nos pasábamos los libros que leíamos y salíamos a menudo hasta altas
horas de la noche. Allí me empezó a contar que había estado en Chile, que las
había pasado canutas y que estaba vivo de milagro. Según mis cuentas, Jordi
vino a Madrid en 1977. Tengo algunas fechas en la cabeza. En junio de 1978
entregué mi proyecto fin de carrera. Jordi me hizo unas acuarelas preciosas de
los alzados de mi proyecto, que incorporé citándolo como colaborador. En octubre
de ese año se licenció y se volvió a Barcelona. En noviembre entre yo, a mi
vez, en la mili. Me tocó Infantería de Marina y, tras el campamento en
Cartagena, conseguí que me destinaran a Madrid. Después, el pase pernocta y a vivir.
Fue un año perdido para mí, pero no me lo pasé mal; ya conocen mi capacidad de hacer de la necesidad virtud. Aquello era como ir a una oficina. Lo
único es que tenía que ponerme cada día el uniforme (azul oscuro en invierno e
inmaculadamente blanco en verano). Y madrugar mucho para coger el Metro, atravesar todo Madrid y llegar a tiempo a la formación para el izado de bandera. Cada mañana, salía de casa casi de noche vestido de esa guisa y desayunaba en un bar canalla de la plaza, donde
coincidía con la chusma alcoholizada que a esa hora terminaban la noche y que ya me conocían. Me
hacían diversas reverencias chuscas sin soltar la copa de coñac y me decían: –Buenos días, almirante. Y, después de
casi un año de mili, por los canales en los que yo me informaba del mundo del rock, me enteré de la inminente visita a España de Elvis Costello, por entonces una
referencia obligada de las nuevas tendencias musicales (yo tenía un par de
discos suyos). Pero venía sólo a Barcelona. El promotor de conciertos Gay
Mercader (por cierto, sobrino del asesino de Trotski) era la persona que traía
a España a los músicos punteros del rock y por aquellos años sólo los traía a
Barcelona, de donde era.
Necesitaba pedir un permiso a mis jefes del cuartel, así que les planteé que, como
arquitecto, tenía muchísimo interés en visitar el Construmat, una feria de la
construcción que jamás me ha interesado lo más mínimo y que coincidía en el tiempo con el
concierto de Costello. Me dieron el permiso correspondiente y me saqué la
entrada. Pero me quedaba por resolver el alojamiento para un par de noches. Llamé
a Jordi y me ofreció dormir en su casa. Él vendría conmigo al concierto, con
una chica nueva que tenía. Así que por primera vez me cogí el tren del rock a
Barna (fuerte olor a porro en los vagones). Me presenté en su casa con dos
regalos para él. Un libro de Eduardo Mendoza: El misterio de la cripta embrujada. Y un vinilo de Bruce
Springsteen: Darkness on the edge of the
town. Me confesó no conocer ninguno de los dos y luego me contó que le habían encantado. Jordi
vivía con más gente en un chalet antiguo de dos plantas, bastante céntrico. El concierto fue el
13 de diciembre de 1979 y actuaron como teloneros Radio Futura, en lo que fue su primera
aparición fuera de los circuitos alternativos madrileños (yo ya los había visto en la sala MM).
En abril de 1980 me licencié de
la mili y poco después conseguí matricularme en el máster del IEAL, hoy INAP,
que dos años después me permitiría entrar en el Ayuntamiento. Y, a comienzos de 1981, se anunció la venida a España por primera vez de Bruce Springsteen, sólo a Barcelona, para el concierto del que les hablé al comienzo de esta serie de dos posts. Llamé a Jordi por
teléfono y, nada más descolgar me soltó: –Qué pasa, que vienes a ver al Boss. Fue
la última vez que nos vimos. Seguía viviendo en la misma casa con un montón de
gente. Tenía una chica diferente de la anterior, que vivía con él, y que le
estaba presionando para que aceptara un empleo de administrativo en la empresa
familiar de ella, porque el oficio de artista gráfico y dibujante de comics no daba para
establecerse en condiciones y formar una familia. Fue, como dije, la última vez
que nos vimos, aunque todavía hablamos por teléfono varias veces, porque
recuerdo haberle contado que había entrado en el Ayuntamiento, algo que no
sucedió hasta octubre de 1982.
Pero vamos a recobrar ahora el otro
cabo suelto de esta historia. Joyce regreso a los Estados Unidos y allí la
esperaba el padre de Charly (que era hijo único). El padre de Charly se llamaba
Ed Horman; hasta ahora no he mencionado el apellido para no dar pistas antes
de tiempo. Joyce y Ed se embarcaron en una empresa común: desvelar el destino
de Charly, desentrañar el misterio y llegar a saber dónde estaba su cuerpo que
nunca apareció. Y, por supuesto, denunciar a sus asesinos y llevarlos ante la Justicia. Fue una lucha titánica de ambos, a la que dedicaron su vida
desde entonces. Ed tenía mucho dinero y creó una institución, la Fundación
Charles Horman, desde entonces consagrada a los desaparecidos en los distintos
países del mundo. A denunciar a sus asesinos y a apoyar a sus familias. Joyce se convirtió en la presidenta de la fundación, cargo
que todavía ostenta. Ed y Joyce llegaron en sus investigaciones a determinar que a Charly lo habían matado porque tenía las pruebas de la implicación de Kissinger y la CIA en el golpe de Pinochet. Unas pruebas que le habían llegado por casualidad y por la indiscreción de sus contactos en Viña del Mar. Alguien se dio cuenta del descuido y decidió actuar. Y, de alguna forma, desde el lado yanqui llegó algún tipo de conformidad con su desaparición. Y una de sus primeras tareas al frente de la Fundación fue escribir un diario
de toda su peripecia, antes de que se les olvidaran los detalles. Y ese diario se convirtió en novela, publicada en 1978.
Desde el primer momento se
contempló la idea de que esa novela fuera a la vez el guión de una película que
denunciara los hechos. Había dinero suficiente para ello y la empresa recibió el apoyo firme de los sectores más
a la izquierda del Partido Demócrata. En Estados Unidos, el cine es una
industria muy poderosa. Y tiene sus rutinas. Un tipo se encargó del argumento,
tras horas de entrevistas grabadas con los dos principales protagonistas de la
historia. Inmediatamente, un equipo de guionistas
de los más prestigiosos de Hollywood se puso manos a la obra. Y aquí viene lo más asombroso. Los
guionistas tenían el encargo de hacer una película de denuncia, en la que se trataba de que el
espectador empatizara con los personajes centrales para que se sintiera concernido. Y encontraron que esa
historia del matrimonio falso, sólo para que a Joyce la dejaran marcharse de
su familia con 24 años, era un tema que no iba a gustar al espectador americano
medio. Iban a pensar que eran unos tramposos y, por un mecanismo inconsciente, a considerar que en parte les estaba bien empleado todo lo que les pasase. Un pensamiento muy calvinista: el que hace una trampa, al final la paga. Para el objetivo de denuncia, para llegar al máximo número de espectadores y conmoverlos de verdad, era mucho más eficaz mostrarles como un matrimonio normal. Y, desde esa lógica, el personaje de Jordi les sobraba.
Y lo eliminaron de la historia.
Así, sin más. Pero había un pequeño problema. No podían ocultar que Charly se había ido a pasar el último fin de semana de su vida con Terry, su pareja en la vida real. Pero también para esto encontraron una solución ad hoc los avispados guionistas de Hollywood: la cosa podía camuflarse como una pequeña
infidelidad, nada muy grave, pelillos a la mar. Y decidieron que eso sí era
algo que podía entender y asumir el espectador medio yanqui (tiene cojones la
cosa). Así que a mi amigo Jordi-que-no-se-llama-Jordi, lo suprimieron de la
historia, como hacía Stalin con los miembros del partido que iban cayendo en
desgracia (incluso los eliminaba de las fotos con un procedimiento precursor del
Photoshop). De esta manera, mi amigo pasó a formar parte del elenco patrio de los antihéroes, al
lado de Sancho Panza, el buscón Don Pablos, el Pijoaparte, o el delirante protagonista de El misterio de la cripta embrujada. Sólo
que él no dispuso de un Cervantes, un Quevedo, un Marsé o un Mendoza que hicieran la loa de
sus aventuras. En parte yo estoy escribiendo esto para solventar ese olvido histórico. Y porque creo que la verdad
siempre merece ser contada. Pero ¿todo esto es verdad? He ahí el quid de la
cuestión.
Para la película se buscó un
director comprometido (Costa Gavras) y unos actores fabulosos: Jack Lemmon y
Sissy Spacek en los papeles centrales. El film se llamó Missing y fue presentado en Cannes-82, donde se llevó sin discusión
la Palma de Oro. Ciertamente es una película extraordinaria, tremenda, sobrecogedora. Una obra maestra. Yo sigo viéndola de vez en cuando y me sigue poniendo los pelos de punta. La interpretación de Jack Lemmon es inconmensurable. Joyce no quiso que
su personaje se llamara Joyce, porque no estaba segura de que finalmente
estuviera de acuerdo con la forma en que se presentaba la historia en pantalla.
Su personaje se llama en consecuencia Beth. Luego, cuando la vio, la película
la convenció plenamente. Se quedó impresionada, como todo el mundo. En 1981,
cuando estuve en Barcelona, o tal vez después por teléfono, le pregunté a Jordi
por las asombrosas coincidencias entre lo que cuenta la película y lo que él me había revelado en sus confidencias. Y fue cuando me lo cantó
todo. Que no eran dos historias parecidas, sino una sola. Que los guionistas habían tenido a bien eliminar su personaje. Y que él ya no
quería saber nada más de todo aquello.
Ahora vamos con las dudas. ¿Es
cierto lo que Jordi me contó? A decir verdad, ya no lo sé con certeza absoluta.
Alrededor de la figura de Charles Horman se ha creado un personaje, acorde con
la forma en que lo presentan en la película. Y mi historia no casa con eso. En
una larga declaración escrita, publicada en 2013 con motivo del 40 aniversario de los hechos, Joyce, que tiene ahora 74 años, reveló
que, en la última conversación que tuvo con Charly, habían hablado de volver a
Nueva York, dejar aquella vida tan agitada y formar una familia. No puedo
imaginarme a una persona tan altruista como Joyce inventándose de la nada un
detalle como ese. Tal vez 40 años después de aquellos terribles sucesos, a
fuerza de repetir la versión que se dio en la película, se la ha terminado por
creer. Pero yo creo más probable otra explicación. Estoy bastante convencido de que Charly y Joyce eran realmente un
matrimonio, en el que habían decidido mantener una relación abierta. Y tener cada uno por su
lado sus experiencias, hasta que se cansaran. Pero, en el fondo, estaban
unidos por un vínculo mucho más profundo e imperecedero. Eso dejaría a mi amigo en un cierto
papel de pardillo.
Y no olvidemos una pequeña discordancia temporal. Si Missing ganó la Palma de Oro en Cannes 82, no se estrenó en España hasta finales de ese año. Entonces, ¿cuando tuvo lugar mi conversación con Jordi en la que me hizo la gran revelación? ¿No seré yo, y no Joyce Horman, quien se ha liado con la historia, terminando por perpetrar una fabulación incontrolada? ¿Es posible que el paso del tiempo me haya hecho entremezclar los datos, embrollar las informaciones y creerme lo que más convenía a mi relato novelesco? Honradamente no sé que pensar. Lo que para mí no cuela es que la historia de Charly con Terry fuera una pequeña infidelidad de fin de semana. En tal caso, Terry y Joyce no hubieran podido trabajar codo con codo desde el primer momento. La verdad sólo la sabe ahora Joyce, suponiendo que a su edad se acuerde. A comienzos de este siglo, yo me dediqué brevemente a la literatura y, tras mi premio de novela corta, pasé un tiempo buscando historias para una segunda novela. Siempre he tenido el convencimiento de que redacto bien, pero me faltan historias que contar, algo fundamental para hacer literatura. Estuve buscando a Jordi para preguntarle qué le parecía que pusiera por escrito su relato. No lo encontré y desistí. Y dejé de ser un novelista presunto para convertirme en un blogger.
Ahora he tenido serias dudas de si contar o no esta historia en un foro público como este. Hasta me puedo buscar un lío, en el caso de que esto llegue a oídos de la Fundación, algo improbable pero no imposible. No es eso, sin embargo, lo que más me preocupa, sino la posibilidad de hacer daño a una persona, Joyce, a la que admiro, que ha construido toda su vida alrededor de una versión concreta de los sucesos de los que fue víctima. Para nada querría molestarla o fastidiarle sus últimos años de vida. Si eso sucede, desde ya le pido encarecidamente disculpas. Mi objetivo no era remover los recuerdos de nadie, sino contar algo que tenía dentro y que nunca había contado a nadie. En el pasado también me preocupaba Jordi, pero ahora estoy bastante en la idea de que ya no vive. Pero Joyce y su Fundación siguen en pie. Por eso mi insistencia en que todo esto es falso. Créanme, por favor: todo lo que he contado en estos dos posts es mentira: me lo he inventado de principio a fin. Jordi nunca existió. Tengamos la fiesta (de difuntos) en paz.
Y no olvidemos una pequeña discordancia temporal. Si Missing ganó la Palma de Oro en Cannes 82, no se estrenó en España hasta finales de ese año. Entonces, ¿cuando tuvo lugar mi conversación con Jordi en la que me hizo la gran revelación? ¿No seré yo, y no Joyce Horman, quien se ha liado con la historia, terminando por perpetrar una fabulación incontrolada? ¿Es posible que el paso del tiempo me haya hecho entremezclar los datos, embrollar las informaciones y creerme lo que más convenía a mi relato novelesco? Honradamente no sé que pensar. Lo que para mí no cuela es que la historia de Charly con Terry fuera una pequeña infidelidad de fin de semana. En tal caso, Terry y Joyce no hubieran podido trabajar codo con codo desde el primer momento. La verdad sólo la sabe ahora Joyce, suponiendo que a su edad se acuerde. A comienzos de este siglo, yo me dediqué brevemente a la literatura y, tras mi premio de novela corta, pasé un tiempo buscando historias para una segunda novela. Siempre he tenido el convencimiento de que redacto bien, pero me faltan historias que contar, algo fundamental para hacer literatura. Estuve buscando a Jordi para preguntarle qué le parecía que pusiera por escrito su relato. No lo encontré y desistí. Y dejé de ser un novelista presunto para convertirme en un blogger.
Ahora he tenido serias dudas de si contar o no esta historia en un foro público como este. Hasta me puedo buscar un lío, en el caso de que esto llegue a oídos de la Fundación, algo improbable pero no imposible. No es eso, sin embargo, lo que más me preocupa, sino la posibilidad de hacer daño a una persona, Joyce, a la que admiro, que ha construido toda su vida alrededor de una versión concreta de los sucesos de los que fue víctima. Para nada querría molestarla o fastidiarle sus últimos años de vida. Si eso sucede, desde ya le pido encarecidamente disculpas. Mi objetivo no era remover los recuerdos de nadie, sino contar algo que tenía dentro y que nunca había contado a nadie. En el pasado también me preocupaba Jordi, pero ahora estoy bastante en la idea de que ya no vive. Pero Joyce y su Fundación siguen en pie. Por eso mi insistencia en que todo esto es falso. Créanme, por favor: todo lo que he contado en estos dos posts es mentira: me lo he inventado de principio a fin. Jordi nunca existió. Tengamos la fiesta (de difuntos) en paz.
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ResponderEliminarGracias, amigo.
EliminarEnhorabuena. No exagerabas cuando nos avisabas de que esto iba a ser un highlight del blog. Aquí está la quintaesencia de tu blog. El drama, los detalles cómicos, el análisis político y sobre todo la mezcla entre ficción y realidad. Salvando las distancias, sólo he encontrado algo similar en Javier Cercas.
ResponderEliminarLa anécdota sobre cómo Jordi intenta librarse de la mili define al personaje con precisión. Y no es difícil reconocer al tipo que embarca al Ayuntamiento en Reinventing Cities al tiempo que viaja a Los Ángeles a visitar a una colega guapísima y regresa de allí con una invitación a Chicago donde vuelve a encontrar a la chica antes de viajar a Chile con una peña de jubilados, en ese joven que quiere viajar a Barcelona a ver a Elvis Costello y se inventa la excusa del Construmat. Por cierto, yo que no soy rockero, he tenido que consultar la Wikipedia para saber quién es.
Felicitación sincera
Gracias por su entusiasmo. La referencia a Cercas es correcta, es uno de mis ídolos en esto de la autoficción, junto con Emmanuel Carrere. Lo que yo hago está a años luz del trabajo de estos dos maestros, pero está bien que se reconozca la influencia. De lo demás, qué quiere que le giga: que muchas gracias.
EliminarBuscando datos para saber más de lo que nos cuenta, he encontrado una información más reciente sobre el caso, publicada en La Vanguardia en 2016. El enlace es: https://www.lavanguardia.com/vida/20160721/403379720568/aumentan-en-chile-penas-a-militares-por-caso-que-inspiro-pelicula-missing.html
ResponderEliminarGracias también a usted. No conocía esa información. Parece que se sabe quiénes fueron los verdugos. Pero el dato clave es que alguien del lado americano dio la conformidad para que se cargaran a algunos ciudadanos USA. Si no, los chilenos no les hubieran tocado ni un pelo. Con los españoles no había tanto problema y Jordi pudo bien haber sido una víctima colateral más.
EliminarCreo que tienes que escribir esa historia, no te queda más huevos. La has cagado y no puedes dejarnos en vilo.
ResponderEliminarQuerido Mariano, te equivocas por completo, no pienso escribir ninguna novela con esto, mi trabajo ha terminado. En un futuro, quién sabe. Pero tendría que asegurarme de que no hago daño a nadie con mi historia. Un libro tiene mucho más calado que un foro como este, en el que me siguen cuatro frikis y unos cuantos amigos fieles, como tú. Te agradezco también a ti el entusiasmo.
Eliminar¡Qué cantidad de evocaciones! Me han venido los recuerdos de esa época. Aparecen entre las brumas de la memoria que van desdibujando el pasado.
ResponderEliminarLo hechos vuelven desdibujados, pero las emociones sentidas en aquellos momentos vienen con fuerza. Las ilusiones con Allende, la desilusión e indignación con Pinochet, todos los avatares políticos y la implicación en ellos; la calle de la Palma con el Palma Negra del que era asiduo, las veces que estuve contigo en el Penta; tiempos para mí de Saconia y a partir del 79 del centro; mi primer viaje para ver rock en Barcelona, la estancia allí en el piso de unos amigos, he tenido que buscar para saber la fecha: noviembre de 1978, Eric Clapton en el pabellón del Joventut de Badalona.
Gracias amigo del alma por una narración tan conseguida y por lo que, para los que vivímos aquellos momentos, lleva aparejado de movimiento de sentimientos.
Querido amigo, comparto tus comentarios por completo y comprendo que estés conmovido. Los que vivimos la eclosión del rock, junto a la transición desde la gris dictadura en la que vivíamos hacia una sociedad mejor, compartimos plenamente sensibilidades.Para escribir esto me he basado casi exclusivamente en mi memoria. Únicamente he contrastado fechas de conciertos y estrenos y, al contrastarlas me han entrado las dudas de hasta dónde la memoria ha tergiversado ciertos matices. Pero el fondo está bastante bien reflejado, aunque esté mal que lo diga.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, amigo del alma, soul brother y colega para siempre.