miércoles, 21 de noviembre de 2018

787. Y yo pisé las calles finalmente

Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes
De una canción de Pablo Milanés

Escribo ya desde Madrid, como en el post anterior, y hasta ahora he dado una versión amable de la realidad chilena. Va siendo hora de que contemplemos otros perfiles más críticos. Es cierto que me ha encantado visitar este país hermoso, variado y acogedor, pero he hablado mucho con sus gentes y me he podido hacer un retrato más completo que el que se lleva el simple turista. Algunos lectores me dicen que esto cada vez se parece más a la Guía del Trotamundos y reclaman alguna tonalidad menos almibarada. Vamos con ello. Nada más aterrizar en Santiago, uno recoge sus maletas y sale fuera en busca de algún taxi o transporte que le lleve al centro, un trayecto de unos 17 kilómetros. Y, en cuanto atraviesa la última puerta de cristal, aquello es el caos.

Antes de esa salida hay diferentes mostradores desde los que te vociferan ofertas para ver si les contratas. Nuestra interlocutora del Hotel Vegas nos había recomendado la empresa Transvips. Nos acercamos, contratamos un transporte para seis personas con sus equipajes y nos dieron lo que aquí se conoce como una boleta. Estando en posesión de una boleta, digamos que el caos se fragmenta, uno sólo ha de enfrentar una parte de ese caos, la que corresponde a Transvips. Es decir, en una acera estrecha, se arremolinan los grupos de viajeros enarbolando sus boletas y gritando todos al unísono. Un tipo de la empresa trata de controlar el cotarro, pero de vez en cuando llega una furgoneta y no hay un turno o un orden que sea perceptible: unas se estacionan delante, otras mucho más atrás y al que le pille al lado se sube. Y en ocasiones, aparece un tipo trajeado y con autoridad en el porte, al que se apresuran a atender para que se suba el primero. Los demás han de esperar, veinte, treinta, cuarenta minutos, en medio de tremendo guirigay.

Es un caos propio de los países de Latinoamérica que conozco. Por ejemplo, en Bogotá me tocó asistir a la salida del trabajo de distintas empresas y factorías de una zona industrial y pude ver a los diferentes medios privados remoloneando y coqueteando con los grupos, acercando sus autobuses con una puerta abierta, desde la que el mismo conductor vocea ofertas de rebajas. Todos vehículos muy antiguos, que no conocen el concepto ITV, que contaminan un montón, a pesar de lo cual los mantienen con el motor encendido, mientras cortejan a los potenciales viajeros hasta que los dan por llenos o bien desisten de conseguir más viajeros. Nada parecido a un sistema de paradas y horarios a cumplir. Un inciso: Santiago de Chile es, a día de hoy, la segunda capital más contaminada de América, después de Ciudad de México. El hecho de estar encajonada entre altos cerros tampoco ayuda.

En nuestros siguientes pasos por el aeropuerto de Santiago cambiamos a la empresa Argos, que pareció funcionar un poco mejor la primera vez, pero fue el mismo caos la siguiente. Acabamos recurriendo a ir en dos taxis y, en nuestra última visita, alquilamos una furgoneta, que usamos al día siguiente para ir a visitar Valparaiso. En una palabra: el sistema de transporte colectivo en estos países está en manos privadas y no tiene demasiado control público. Las empresas de transporte se lucran de este caos, que la población soporta con estoicismo, y no hacen nada por mejorar la calidad de su servicio, porque les interesa que se mantenga el caos (en Bogotá, la sabiduría popular ha bautizado los vehículos en función de su tamaño: hay el bus, la buseta y el busetón). Un amigo mío trabajaba para ALSA, una de las primeras empresas occidentales de transportes que implantó sus servicios en la China posterior a Mao. Y me contaba que les había costado un gran esfuerzo que la gente entendiera y asumiera eso de las paradas en lugares fijos y el sistema de horarios. Hasta entonces la gente salía al camino cuando le petaba, se ponía en cualquier curva y paraba con la mano el primer autobús que llegara.

Chile es un país en vías de desarrollo, situado en el lugar 43 del mundo por PIB nominal, sólo por detrás de Brasil, México, Argentina y Colombia, en Latinoamérica. Está indudablemente prosperando, es un país ordenado y organizado. Pero ha de quitarse determinadas lacras de su pasado reciente que desde fuera se ven como indicativas de un cierto grado de retraso. El tema del transporte colectivo caótico y en manos privadas es una de ellas, pero no la única: por ejemplo, en todo el país se ven muchos perros vagabundos sin dueño, que corren libres por las calles (incluso en Santiago). Es un asunto que llegó a convertirse en problema en países como Rumanía. No tanto en Chile, donde no parece haber hambre o escasez por ninguna de las regiones que he visitado. Pero es algo directamente relacionado con la recogida de basuras y las mínimas condiciones de higiene viaria.

Chile, por su forma alargada y estrecha, sería un lugar perfecto para establecer un buen sistema de transporte colectivo norte-sur, mediante trenes o autobuses de titularidad pública. Y lo tuvo, con un tren que recorría el país de punta a punta. En Santiago hay una magnífica estación de ferrocarril, con una marquesina de hierro diseñada por el mismísimo Gustave Eiffel. Pero en 1985, un terremoto destruyó una gran parte de la red ferroviaria, que no ha sido reconstruida. Hoy cubre apenas un trayecto de 400 kilómetros. ¿Por qué no se ha reparado? En parte por desidia y porque requiere una inversión pública muy alta. Pero también por la presión del lobby de los autobuseros privados, que tienen buenas conexiones con los sucesivos gobiernos. Hace unos años, una empresa china ofreció construir una línea completa de alta velocidad de punta a punta. Se quedarían su gestión en régimen de concesión durante diez años y luego se la cederían al Estado chileno en condiciones bastante ventajosas. Pero el Gobierno se lo estudió y dijo que no. Pudieron más las presiones de los lobbies. Lo mismo sucedió con el proyecto de extensión del Metro de Santiago al aeropuerto, ahora mismo pospuesta con carácter indefinido.

Son rasgos de un cierto tercermundismo. Chile no es Birmania, obviamente, pero sus índices de corrupción o de transparencia distan mucho de ser los de un país europeo. Los gobiernos más democráticos tienen una larga lucha por delante para mejorar esos índices. Y habría que hablar también de la polarización social. Hay una clase alta que vive muy bien, descendiente de los españoles que colonizaron el país y una clase baja que vive bastante mal, aunque ya he dicho que no vi hambre ni miseria por ninguna parte. Aquí encuadraríamos a la población india. Los diferentes pueblos que conviven en Chile tienen vagas reivindicaciones étnicas, en algunos casos muy acusadas, como entre los mapuches, que tienen algunos grupos radicales que han llegado a quemar iglesias, porque ellos siguen creyendo en la diosa tierra, a la que conocen como la Pachamama. Entre ambos grupos sociales extremos hay una clase media amplia y urbana que sufre los extremismos de ambos y cuyos votos se inclinan a un lado o a otro del espectro político en función del talante y la personalidad de los candidatos. Es esta una población que vive sobre todo en las ciudades (8 millones en Santiago), que trabaja, madruga, toma cafés a media mañana y discute sobre las noticias de prensa.

Pero tengo que hablarles ahora de un sector muy concreto: el ejército. Chile es un país con un alto grado de militarismo, tal vez inducido por la influencia alemana. Los llamados por la gente milicos son un poder a tener muy en cuenta. En Chile, según nos contaron, un milico (o un policía, o un carabinero) se puede jubilar a los 38 con una pensión de por vida mucho más alta que la de cualquier trabajador por cuenta propia o ajena. Y, lo más escandaloso, puede simultanear esa pensión con un empleo, más o menos encubierto, en ocasiones en el mismo sector de la seguridad en el que antes trabajaba, donde puede hacer valer su experiencia. Determinados gobiernos han favorecido la externalización de ciertos servicios de seguridad a compañías dirigidas o participadas por antiguos servidores públicos. Otro dato que envenena el ambiente y que tendrían que ir corrigiendo.

Los militares y los policías no bromean en este país. Y, por el otro extremo, ha habido muchas veces grupos revolucionarios que se han pasado bastante. Pinochet no era un loco que surgió de la nada. Por el contrario, representaba a un sector de la población que demandaba orden, en un momento en el que consideraban que ese orden estaba en peligro o no existía. Algo parecido dice sobre Franco un historiador que ha estudiado su figura y sobre el que ayer apareció un artículo en El Mundo que me parece muy bueno (pueden leerlo AQUÍ). La historia reciente de Chile supongo que todos la conocen. En 1970 llegó al poder Salvador Allende, médico socialista que formó un gobierno apoyado por la Unidad Popular, una agrupación de partidos de izquierda, más o menos radicales. Era alguien muy popular y muy querido, pero le sucedió lo mismo que a la República española. Que no le dejaron completar su programa. Está demostrado históricamente que Henry Kissinger y la CIA se aprestaron desde el primer día a organizar un boicot económico sistemático, que terminó por asfixiar al país. Allende apenas pudo nacionalizar el cobre y esbozar una incipiente reforma agraria. Además, los sectores más revolucionarios no ayudaban, como suele suceder, iban a su bola y no se bajaban de sus propuestas de máximos.

El 11 de septiembre de 1973, fue un día funesto para Chile y para todo el mundo civilizado. Yo vivía en ese momento en un piso en la urbanización Saconia, después de haber convencido a mi padre de que podía seguir estudiando sin vivir en un Colegio Mayor, algo que mis hermanos mayores no habían siquiera intentado. Recuerdo el día, recuerdo los carteles que pusimos en la Escuela de Arquitectura. Pinochet había dado su golpe, al frente de las tres ramas del ejército, más los carabineros. Todo el mundo en Chile sabe que a Allende lo mataron, tras defender heroicamente el Palacio de la Moneda, sede del Gobierno. Y que también mataron de alguna forma a Pablo Neruda, unos días después. Y que en ese punto empezaron las desapariciones. Más de 3.000 personas fueron ejecutadas hasta que, en 1990, Pinochet dejó el poder tras perder un plebiscito que esperaba ganar a toda costa. Uno de los gobiernos democráticos posteriores organizó una Comisión de la Verdad, que, en sus conclusiones, cifró en 40.000 las víctimas, entre muertos y afectados de cualquier forma.

Frente al Hotel Vegas donde yo me alojé en Santiago, está el edifico Londres-38, el primer y principal centro de detención y tortura de la DINA, la siniestra policía política de Pinochet. Hoy es un centro dedicado a la memoria de estas víctimas, la mayoría jóvenes del MIR. En la calle, frente al edificio hay una serie de placas metálicas intercaladas entre los adoquines del piso con los nombres y las edades de los desaparecidos. El Estadio Nacional fue habilitado como centro de detención masiva (allí estuvo el cantautor Víctor Jara, entre otros, hasta que lo mataron también). Hay detalles de todo esto en los libros de Historia y en las wikipedias. Un asunto que me afectó mucho en su día y que todavía recuerdo con pavor. Por eso me hice la foto que ven abajo, junto a la estatua de Allende, frente al Palacio de la Moneda.


Algunos chilenos me contaron anécdotas de los últimos momentos de Allende. Aparte de su talla personal y política tenía dos cualidades menos conocidas. La primera, un sentido del humor permanente; estaba todo el día bromeando con sus colaboradores que lo llamaban El Chicho; era un cachondo. Y la segunda: un arrojo extremo; este señor no conocía el concepto de miedo. Eso explica que, cuando empezaron los bombardeos al Palacio, el tipo se calzara un casco y se pusiera al frente de sus defensores. Había otros médicos con él, entre ellos el doctor Gijón, compañero de la facultad. Este ha contado que, en algún momento del asedio, se preguntaron dónde estaba el Presidente; no lo veían por ningún lado. El doctor Gijón lo reconoció finalmente, tumbado en el suelo y asomado por un hueco de la fachada disparando su fusil. Asustado, lo agarró por las piernas y lo jaló hacia atrás a rastras. Allende soltó una puteada: me cago en tus muertos. Luego, al reconocerlo, añadió: –Ay, perdona, Gijoncito. Mira que ya te dije yo que esto era más grande de lo que nos imaginábamos.

Otro de sus colaboradores, el catalán Joan Garcés, que sigue dando conferencias sobre este período de su vida, ha contado que tenían puesta la música y estaban escuchando a Joan Manuel Serrat, cuando alguien trajo la información de que Radio Magallanes no había sido tomada todavía por los facciosos y que tenían conexión directa con ellos. Entonces el presidente se puso al micrófono e improvisó allí mismo su conocido último discurso al pueblo de Chile. Un discurso emotivo que pueden encontrar transcrito en la Wikipedia y hasta en audio en Youtube, y que terminaba con estas palabras: –Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas y por ellas pasará el hombre libre para construir una sociedad mejor. Palabras proféticas, por fortuna. Así que yo pisé las calles finalmente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una plaza limpia y soleada, me fotografié ante la estatua del ausente.

Termino con un anuncio. En el siguiente post voy a contar una historia relacionada con ese momento histórico concreto, que atañe a un amigo mío al que hace tiempo perdí la pista. Es algo que no he contado nunca a nadie, porque soy respetuoso con la privacidad de los demás (ya lo era antes de que existiera la Ley de Protección de Datos). Durante años he tratado infructuosamente de comunicarme con él para pedirle permiso para contarlo. Y por fin, tras visitar Santiago, he decidido escribirlo adjudicándole un nombre camuflado. Es un asunto con muchas componentes, pero me parece que todas ellas encajan en la línea de este foro. Y creo que puede ser un auténtico highlight del blog. No se lo pierdan. Y sean buenos.

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