Aludo en el título a una película
y un libro que me han gustado especialmente y de los que les hablaré más abajo.
Ambos constituyen testimonios de lo que era el mundo en tiempos no muy lejanos,
y conviene tener estos recuerdos frescos, porque nuestro mundo moderno y global
está ahora mismo amenazado con retroceder a dinámicas que creíamos
definitivamente superadas. A mí me preocupa especialmente el caso del brasileño
Bolsonaro, que roza la victoria con la punta de los dedos y que dentro de unos
días se va a poner al frente de la novena economía mundial con un ideario
abiertamente retrógrado y fascista. Mis colegas del último workshop, Marcelo y
Gisele, estaban convencidos de que perdería, de que en la segunda vuelta todas
las fuerzas democráticas se unirían contra él, como sucedió en Francia con la
señora Le Pene. Olvidan que antes de eso, un caballero llamado Adolf Hitler se
hizo con los mandos de la poderosa Alemania con este mismo procedimiento y
trayectoria previa, entre la indiferencia de la población más culta de su país,
que hasta el último momento estuvieron seguros de que eso nunca sucedería. Creo
que lo mejor es ver una foto de este señor.
Es una imagen demoledora.
Observen al tipo de las gafas negras que lo lleva a hombros y recuerden que en
semejante postura andaba cuando le apuñalaron hace unas semanas (a saber si eso
no fue parte de la escenografía: te damos un pinchacito y tus votos subirán
como la espuma). El ex-presidente Fernando Henrique Cardoso da algunas claves
de esta historia en un artículo de hoy en El País. Por supuesto que en Brasil
hay muchísima gente ignorante y sin la más mínima formación política y
ciudadana. Entre ese sector de la población prende el anzuelo, por ejemplo, de
los evangelistas, que han extendido sus redes por toda Latinoamérica y, en
España, entre la comunidad gitana. Ellos fueron decisivos en el resultado del
referéndum colombiano, que finalmente decantó al país contra el proceso de paz
con las FARC. Pero esto no basta para explicar el ascenso de Bolsonaro, que
encuentra también muchos apoyos en las clases medias y, sorprendentemente,
entre las mujeres.
Aquí inciden las explicaciones de
Cardoso. Tanto la izquierda de Lula y Dilma Roussef, como los partidos clásicos
de la derecha, se han visto afectados por unos escándalos de corrupción
terribles. Todos estaban pillando,
mientras el país no salía de su polarización social, con unas diferencias
tremendas entre una élite rica y una masa enorme en torno al umbral de pobreza.
Mucha gente honrada del país apoya a Bolsonaro para expresar su indignación
frente a una clase política corrupta y degenerada. Bolsonaro ofrece orden, un
concepto que muchos echan de menos y ansían recuperar, aun a costa de que venga
acompañado de un cierto autoritarismo de ribetes fascistas, machistas y
racistas.
Pero hay un tercer factor y no sé
si lo voy a saber explicar. En este mundo conectado en tiempo real por
Internet, hay mucha gente a la que le ha entrado el miedo, el vértigo de esta
globalización que no se sabe a dónde va. Y están reaccionando frente a este
fenómeno arrasador. He usado el verbo con toda intención: reaccionando. Hay una resaca contra la globalización que es
profundamente reaccionaria. Retrógrada. Los paletos de todo el mundo se
acojonan frente a las redes que se están creando entre las gentes de todos los
países y se vuelven a sus propias señas de identidad, a su cultura, a su
lengua, a sus tradiciones. Eso explica tanto lo que está pasando en Brasil,
como el Brexit, el triunfo de Trump, los nuevos aires en Polonia, o en Hungría.
Y, por supuesto, el prusés: no creo que quede nadie que dude del sentido
ideológico del movimiento independentista catalán. Todos estos fenómenos cuestionan
la globalización y tratan de volver hacia atrás, a la seguridad de su pequeña
comunidad desconectada. Y luego está el caso terrible del periodista Kashoggi.
Arabia Saudí está todavía en la Edad Media. Ni siquiera ha llegado a la
modernidad contra la que reaccionan en
otros lugares.
Señales preocupantes de un
retroceso en el progreso mundial. Negros nubarrones que nos amenazan. Habrá que
estar muy atentos y defendernos; la razón está de nuestro lado. Aunque eso no sea
una garantía de que vayamos a ganar esta guerra. Se aprende mucho de los libros
y las películas que retratan períodos recientes más oscuros. En ese sentido les
recomiendo la película Cold War (Guerra Fría), de Pawel Pawlikowski (2018). La
anterior película de este señor (Ida, 2013) ya me pareció maravillosa y así se
consignó en el blog. Luego ganó el Óscar a la mejor película de habla inglesa.
Yo creo que este premio le espoleó a Pawlikowski a hacer algo aun mejor. Cold
War es una película extraordinaria y verla es una experiencia inolvidable.
La historia narra un amor
arrebatado, demoledor, imposible (cuál no lo es) y tanto la música como la
imagen en blanco y negro son de una perfección que casi hace daño, por no
hablar del guión, los diálogos y la interpretación de los actores polacos. Pero
a mí me interesa hablar aquí del contexto que retrata, que es el fondo en el
que trascurre la historia. Recién terminada la guerra mundial, el nuevo estado
comunista organiza una compañía de coros y danzas para ensalzar los valores de
la Polonia auténtica. Recuperan las canciones tradicionales de todas las zonas
rurales del país y empiezan a ensayar. Y después empiezan a calzarles las
escenografías importadas, las loas a Stalin y al comunismo más rancio. Es
increíble la cantidad de paralelismos que podemos captar los que vivimos en el
franquismo. No les cuento nada más, porque no quiero fastidiarles la visión de
un film que les recomiendo sin dudarlo.
Si siguen el día a día de la
prensa cultural, habrán oído hablar ya de esta película. No creo que sea el
caso, en cambio, del libro Carpas para la
Wehrmacht (Ota Pavel, 1971). En realidad, yo lo estoy leyendo porque es el
libro que analizaremos el martes día 23 en el club Billar de Letras, si no
jamás lo hubiera encontrado. Ota Pavel fue un escritor checo de origen judío
con una historia ciertamente singular. Pertenecía a una familia acomodada que
se desenvolvía bien en los felices 30. Cuando llegan los nazis su vida cambia.
Su padre y sus dos hermanos mayores son enviados a campos de concentración. La
madre se libra por ser católica y el pequeño Ota también por ser demasiado
joven. Todos sobrevivirán a duras penas y podrán reunirse luego. Ya de
adolescente, Ota se convierte en un joven fuerte que practica varios deporte,
como el hockey sobre hielo. Y después empieza una exitosa carrera como
periodista deportivo.
Así como un hobby, escribe un par
de novelas, que se publican y se venden un montón en la Checoslovaquia
comunista. En 1964, acude a Innsbruck (Austria), para cubrir la información de
las Olimpiadas de Invierno. Y allí, cómo decirlo de otra manera, se le va la
olla. Enloquece y tienen que ingresarlo de urgencias. De vuelta en Praga es
internado en un psiquiátrico. Está deprimido, confuso y hecho polvo. Afuera,
sus dos novelas se venden cada vez más. Y sus amigos no le dejan de lado. Van a
verle, le cuentan de sus éxitos de ventas, tratan de animarle. Uno de ellos le
lleva un cuaderno de renglones y un bolígrafo y le exhorta a trabajar. Y de ahí
surge Carpas para la Wehrmacht y otros dos libros. Todos de relatos breves y
todos bastante bien vendidos en su tierra.
El libro del que hablamos es un
conjunto de relatos centrados en sus recuerdos familiares y, en especial, en la
figura de su padre, un judío ciertamente curioso. Las historias de este
personaje son hilarantes y positivas, para nada son los recuerdos de un loco
depresivo. Pero lo importante para lo que estoy contando en este post es
también el retrato preciso de los tres contextos sucesivos: los felices 30, el
período nazi y el período comunista. También les recomendaría que se consigan
este libro y lo lean. Es una colección de textos bastante cortos y ligeros, sin
pretensiones y de fácil lectura.
Como he dicho en algún punto de
este post, los movimientos retrógrados están creciendo, alimentándose del miedo
de los paletos a este mundo globalizado que tenemos hoy en día. Un mundo en el
que yo me siento como pez en el agua. El miércoles estuve reunido con el
Alcalde de Santo Domingo (República Dominicana) y su equipo de asesores
urbanísticos. Estuvimos dos horas hablando sobre los proyectos de nuestras respectivas
ciudades y constatamos la similitud de los retos que afrontamos. El jueves me
pasé todo el día con mi jefa en una jornada organizada por diversas universidades
francesas como colofón de una colaboración de la que saldrá un libro sobre
Madrid en el que ambos hemos colaborado. En el almuerzo me senté con un
profesor de urbanismo de la Universidad París-8 y nos entendimos muy bien.
La jornada tenía una continuación
el viernes a la que yo no fui, que se terminaba a media tarde. A esa hora la
mayoría de los franceses que habían venido cogían sus aviones de vuelta. Pero
mi nuevo amigo, que se llama Alain se quedaba todo el fin de semana. Así que
quedamos para cenar juntos y de allí saqué la posibilidad de que me inviten a
dar una clase en su asignatura. En todo caso sería el año que viene. Me despedí
de él y volví a casa. Allí me encontré a mi hijo Lucas, que ha venido de Lille
para una semana de vacaciones. Viene con tres amigos franceses que se instalaron en mi
casa y durmieron por los sillones y por donde pudieron. Mientras tanto, mi otro
hijo Kike está otra vez en Mumbai. Este nuevo mundo interconectado es
imparable, pero tenemos que defenderlo de los que se lo quieren cargar. Buen
fin de semana.
Seguro estoy de que sabes de quién es la canción que cierra "Un día perfecto", mientras llueve y llueve
ResponderEliminarSí, señora (por cierto, extraordinaria película; para mí la mejor de F. León de Aranoa).
EliminarSe trata del gran tema compuesto por Pete Seeger: Where have all the flowers gone, adonde se fueron todas las flores. Es una canción pacifista y muy utilizada en todos los festivales de protesta contra la guerra de Vietnam. Joan Baez solía incluirla en sus conciertos.
Y la versión que usan en la película es la magnífica grabación que dejó la inigualable, la simpar Marlene Dietrich. Una música muy adecuada para esa lluvia que borra todas las demás historias.
Javier Cercas" El País dominical", Las razones de Casandra,espeluznante y aterrador. Recomiendo, como sueles hacer tu,encarecidamente.Amigo Alfred
ResponderEliminarQuerido Alfred, muchas gracias por tu artículo, ya lo he incorporado en el post siguiente.
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