Un día largo, intenso, inolvidable, el 2 de
octubre. Y eso que había dormido fatal la noche antes, despertándome cada poco. Antes
de que sonara mi alarma a las 5.45 ya tenía los ojos como platos. Me vestí con
mi equipación de corredor y bajé al lobby. Era noche cerrada. Fueron llegando mis compañeros. Laura Jay, el joven Joshua, el mexicano Luis Zamorano y un
quinto corredor inesperado: Zain Ally, el hombre de Johannesburgo, amigo y colega de Thabang, aunque trabaja tres pisos debajo de él. Pero, al contrario que Thabang que es un negro fino, educado, elegante, con un humor exquisito, a quien el
año pasado catalogué cariñosamente de negro zumbón, Zain es un tipo mucho más tosco.
Musulmán, se levanta cada día con tiempo para hacer sus oraciones (o sea que
madrugó más que yo), si bien en cuanto puede te confiesa entre grandes
risotadas que no tiene inconveniente en beber alcohol en buenas cantidades,
algo que pudimos comprobar en estos días. Me pregunto si hará lo mismo cuando esté en
medio de su comunidad.
Salimos a la calle, cruzamos la
Michigan Avenue y nos internamos en el Millennium Park en la penumbra del
amanecer. Laura Jay marcaba el ritmo, con una zancada implacable y yo me
mantenía a su lado, que ya les he contado que este año estoy otra vez
bastante en forma. Luis y Zain nos seguían algo más atrás y Joshua cerraba la
marcha, por un prurito de proteger al grupo. Porque Joshua es un corredor de
fondo, fino como un espárrago, que correrá su primer Marathon en Nueva York el
próximo 4 de noviembre. Por tanto está muy preparado y podría habernos dejado atrás a
todos. En cuanto a Laura Jay, es una mujer cuadrada, maciza y desprovista de
todo sex-appeal, lo que no le impide ser una persona cordial y asumir tareas de
apoyo a Flavio con eficacia, mano izquierda y un punto maternal. Alcanzamos la orilla del lago
Michigan y tiramos hacia el lado derecho. Había ya muchos corredores y del agua
subían hilos de niebla dispuestos a disolverse en cuanto saliera el sol. Aquí
tienen el selfie que nos hicimos a media carrera.
En ese punto Laura preguntó si
seguíamos o no. Según su reloj llevábamos milla y media; si queríamos hacer 5
kilómetros como habíamos dicho, debíamos darnos la vuelta. Todos votamos por seguir
un poco más, hasta un cabo donde se ampliaba la vista. Regresamos entonces y Joshua
se emparejó ahora conmigo. Le había dicho que había corrido 10 marathones y
quería escuchar mi consejo, porque unos le decían que saliera fuerte y otros que
se reservara. Le dije lo que ya escribí en este blog en una ocasión similar, a
petición también de un principiante. La primera vez tienes que cuidarte, porque
ni tu cuerpo ni tu mente conocen la distancia ni la tienen, digamos, aprendida o interiorizada. En tu primer marathon has de salir a disfrutar, a un
ritmo que te proporcione la sensación de que puedes continuar indefinidamente. Eso te llevará hasta el km. 25.
Es entonces, entre el 25 y el 35, cuando se juega la carrera, cuando compruebas si el entrenamiento
que has hecho es el adecuado. Después del 35 ya todo es una lucha por sobrevivir, en la que lo más importante
es un cierto grado de cabezonería.
Continuamos adelante, si bien
Zain se quedó atrás con la disculpa de hacer algunas fotos. Joshua, pendiente de todo,
se quedó a acompañarle, no se fuera a perder. Los otros tres llegamos al Frijol
y nos hicimos la típica foto contra el espejo de su superficie plateada. La tienen al lado. Habíamos completado seis
kilómetros de carrera a buen ritmo. Subimos a ducharnos, vestirnos y desayunar
en la Game Room. Luego, ya con todos, caminamos los tres minutos que nos
separaban del Chicago Cultural Center, donde tendría lugar el workshop.
Enseguida nos llegaron los mensajes de Clare Haley, de Tantri, de Valeria, de Erika y de Antonio Carlos Velloso, nuestros añorados colegas de Portland. El ritmo del programa dejaba entonces un rato libre que una parte de los asistentes utilizaba para descansar en el hotel, y el resto aprovechaba para tomarse una caña o un cóctel antes de cenar. Por una vez y sin que sirviera de precedente, me fui a mi cuarto. Tenía una sensación, más que de cansancio, de relax. Había cumplido tres de mis retos de este viaje: correr por el Millennium Park, intervenir en el workshop y hacerme una foto maravillosa con Shannon. Ya casi como que me podía volver a Madrid. No obstante, a las 19.00 me reuní con todos a la puerta del hotel. Nos dirigimos andando hacia el restaurante italiano Quartino a veinte minutos a pie, aunque ofrecieron ir en Metro por la línea roja, para dos paradas, pero yo me sumé a los caminantes. Tenía mucha hambre y me empapucé de pasta italoamericana, bien regada con cerveza IPA. Confraternice un rato con Horacio y acabamos hablando del problema catalán. Dice mi amigo que cree que el soufflé se está empezando a pinchar, pero que ha llegado a sentirse muy incómodo y, después de ver un documental sobre la destrucción de Yugoslavia, francamente acojonado. Hablamos del conflicto vasco que ambos vivimos en directo. Dice Horacio que ese fue un tema que estaba muy claro y se puede resumir en una sola frase: Cagüendios, para qué nos vamos a poner a hablar o negociar, si podemos resolverlo a hostias.
Ante eso, la solución era más sencilla. En cambio, lo de Cataluña es, según mi amigo, una lluvia fina, que lleva cayendo desde hace mucho tiempo y que se ha dejado llegar muy lejos. La verdad es que me tranquiliza que exista todavía gente normal en Cataluña, que no sea independentista, ni esté dispuesta a apuntarse a Ciudadanos y salir a la calle con banderas españolas. Regresamos también a pié al hotel. Eric el negrazo gay de Washington propuso subir a la terraza del hotel donde hay un Cindy's Bar con una vista fabulosa. Yo subí para ver la panorámica nocturna del Millennial, con el lago al fondo y los enormes rascacielos. Pero no me quedé a tomarme nada más. Los corredores, Carlos el argentino y la mayor parte de las mujeres se bajaron a sus habitaciones. De las chicas, sólo Shannon y Gisele Medeiros, de Curitiba, se quedaron con los juerguistas. Yo estaba muy cansado, tenía como he dicho la sensación de haber cubierto objetivos y quería dormirme despacio pensando en mi deliciosa amiga de la Costa Oeste, una auténtica LA Woman. Sean felices.
El Chicago Cultural Center es un
edificio precioso, inaugurado en 1897, donde el alcalde de la ciudad recibe a
reyes y presidentes. Nos habían reservado la Millennium Park
Room, en la quinta planta y con vistas al parque. Allí hicimos algo de tiempo
hasta las 9.00, en que llegó un político local trajeado en gris, que nos hizo
la típica bienvenida protocolaria. Abordé a Flavio en ese ínterin y le dije que
había introducido varios cambios de última hora en las imágenes de mi
presentación. No fue una sorpresa para él, le dí el pen-drive y la copió en el
ordenador del evento. Me dijo que contaba con mi veteranía y mi capacidad para
improvisar y que por eso no me había apretado más en cuanto a que le mandase el
texto de mi intervención. El político trajeado terminó y se fue enseguida, como
suelen hacer este tipo de personajes. Entonces Flavio y Laura Jay hicieron una
larga presentación dando la bienvenida a todos y centrando el contexto y los
objetivos del workshop.
Descubrí algo que no sabía. Había
traducción simultánea al/del español, dado que había muchos hispanos entre los
participantes (más los tres brasileños, que se entendían bien en español, lo
mismo que Flavio, Sandra, de Portland, que es de origen boliviano y hasta
Shannon, que entiende todo pero casi no se aventura a hablar, aunque yo la
animé todo el rato). La traductora era una mexicana que vive en Chicago, se
llama Paula y es muy graciosa; se esfuerza tanto en su traducción que gesticula
en ocasiones de forma mucho más enfática y expresiva que el orador. Tras la
pausa para el primer café vinieron las intervenciones de Portland y Buenos
Aires. Por parte de esta última ciudad intervino nada menos que el arquitecto
Subsecretario de Planeamiento Carlos Colombo, que habló en castellano porteño,
frente a un atril, con papeles que iba pasando y con los ademanes formales de
un político que se dirige a un auditorio afín.
Después me tocaba intervenir a mí
y, como se imaginan, había sido casi incapaz de comer nada en la pausa
anterior. Le comenté en privado a Flavio, que yo prefería pasar del atril y tener el micro libre
en una mano y el mando para pasar las imágenes en la otra, cultivando mi vena
de showman. Me dijo que yo mismo. Así que, cuando me anunciaron, subí entre los
aplausos y me pasé un buen rato desenredando el cable del micro, que estaba fuertemente
apretado en torno a su mástil, como para que no se escapara. Llegué a escuchar
algunas risitas nerviosas, pero ya se esperaban de mí cualquier cosa, después
de saber que había salido de madrugada a correr, siendo como era el más viejo
del grupo y con una diferencia de unos 25 años respecto al segundo. En fin, hablé
en inglés, la cosa salió bien, me ajusté a los 15 minutos que tenía y luego
tuvimos un largo rato de coloquio, en el que me ayudó puntualmente la traductora
Paula. Lo mejor es que vean una imagen, en donde se pueden apreciar los
ventanales sobre el Millennium Park.
Me senté y escuché al hombre de
Washington DC, un negro grandote, explícitamente gay, listo como el hambre, que
responde al nombre de Eric y es el director de Planeamiento Metropolitanno. A
continuación, nos distribuyeron en tres mesas, para hacer unos talleres
paralelos, llamados City Clinics. Alguien cuenta la enfermedad de su ciudad y
los demás discuten con él soluciones posibles, desde su experiencia. Los
enfermos eran Seattle, Chicago y Río de Janeiro y los doctores íbamos rotando
entre las tres. Son estas un tipo de dinámicas en las que no te puedes quedar
fuera, porque te preguntan directamente y encima tienes un traductor. A las
15.00 dimos por terminada la primera sesión de trabajo y nos acercamos un
momento al hotel para cosas como lavarse los dientes, cambiarse de ropa, etc. A
las 15.30 nos reunimos en el lobby y salimos caminando hacia el embarcadero del
río, donde nos sumamos a un boat trip.
Recorrimos el río entero, primero en el
tramo que delimita el Downtown por el lado oriental, que está lleno de
rascacielos. Y luego hasta la salida de la ciudad, atravesando una serie de
polígonos industriales enormes, algunos en transformación mediante operaciones
de cambio de uso. Hacía un frío de pelotas en el río pero ya nos habían avisado
e íbamos preparados. Llevábamos un guía chino que nos iba contando lo que veíamos
y no paraba de dar la paliza, secundado por Paula que traducía con su
gesticulación generosa. Yo estaba un poco superado, pero me dediqué a hablar
con los que empezaban a tener una proximidad conmigo: Luis Zamorano, Horacio el
barcelonés, Flavio Coppola. Y por supuesto Shannon. Mi amiga de LA y yo bajamos
del barco juntos y volvimos caminando hacia el hotel. Me contó que su madre es
italiana y que por eso tiene una cierta facilidad para los idiomas latinos. Yo
le conté que había presumido mucho de mi foto con ella en el Bradbury, que le
habíamos mandado a todo el mundo. –Yo también –me confesó. Entonces le propuse
hacernos una igual de emblemática, para colgarla en el whatsapp del grupo de
Portland. Ella eligió el lugar: frente al Marina City. Le pedimos a un colega
que nos la hiciera y aquí tienen el resultado.
Enseguida nos llegaron los mensajes de Clare Haley, de Tantri, de Valeria, de Erika y de Antonio Carlos Velloso, nuestros añorados colegas de Portland. El ritmo del programa dejaba entonces un rato libre que una parte de los asistentes utilizaba para descansar en el hotel, y el resto aprovechaba para tomarse una caña o un cóctel antes de cenar. Por una vez y sin que sirviera de precedente, me fui a mi cuarto. Tenía una sensación, más que de cansancio, de relax. Había cumplido tres de mis retos de este viaje: correr por el Millennium Park, intervenir en el workshop y hacerme una foto maravillosa con Shannon. Ya casi como que me podía volver a Madrid. No obstante, a las 19.00 me reuní con todos a la puerta del hotel. Nos dirigimos andando hacia el restaurante italiano Quartino a veinte minutos a pie, aunque ofrecieron ir en Metro por la línea roja, para dos paradas, pero yo me sumé a los caminantes. Tenía mucha hambre y me empapucé de pasta italoamericana, bien regada con cerveza IPA. Confraternice un rato con Horacio y acabamos hablando del problema catalán. Dice mi amigo que cree que el soufflé se está empezando a pinchar, pero que ha llegado a sentirse muy incómodo y, después de ver un documental sobre la destrucción de Yugoslavia, francamente acojonado. Hablamos del conflicto vasco que ambos vivimos en directo. Dice Horacio que ese fue un tema que estaba muy claro y se puede resumir en una sola frase: Cagüendios, para qué nos vamos a poner a hablar o negociar, si podemos resolverlo a hostias.
Ante eso, la solución era más sencilla. En cambio, lo de Cataluña es, según mi amigo, una lluvia fina, que lleva cayendo desde hace mucho tiempo y que se ha dejado llegar muy lejos. La verdad es que me tranquiliza que exista todavía gente normal en Cataluña, que no sea independentista, ni esté dispuesta a apuntarse a Ciudadanos y salir a la calle con banderas españolas. Regresamos también a pié al hotel. Eric el negrazo gay de Washington propuso subir a la terraza del hotel donde hay un Cindy's Bar con una vista fabulosa. Yo subí para ver la panorámica nocturna del Millennial, con el lago al fondo y los enormes rascacielos. Pero no me quedé a tomarme nada más. Los corredores, Carlos el argentino y la mayor parte de las mujeres se bajaron a sus habitaciones. De las chicas, sólo Shannon y Gisele Medeiros, de Curitiba, se quedaron con los juerguistas. Yo estaba muy cansado, tenía como he dicho la sensación de haber cubierto objetivos y quería dormirme despacio pensando en mi deliciosa amiga de la Costa Oeste, una auténtica LA Woman. Sean felices.
Shanon es muy guapa, eso no ofrece dudas.
ResponderEliminarSí, es un encanto. Y tiene un precioso nombre de origen irlandés, que usted haría bien en escribir correctamente: Shannon.
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