sábado, 6 de octubre de 2018

776. Chicago take one

Escribo frente a la puerta de embarque de mi vuelo de vuelta a Madrid, donde tengo casi una hora antes de subir al avión. Todo ha salido a pedir de boca y voy a intentar resumir mi participación en el workshop presencial de la red Land Use Planning, que me ha ocupado estos últimos días. Como tal vez recuerden, mi vuelo de ida salía el lunes 1 de octubre a media mañana. El día antes, domingo, intenté hacer el check-in on line desde mi casa, pero no pude: estaba bloqueado. Llamé a un teléfono de atención y me dijeron que era algo frecuente. Que, en tal caso y tratándose de un vuelo a USA y en la T-4, donde todo es más largo, me recomendaban estar en el aeropuerto con 3 horas de antelación. Así lo hice y no tuve mayores problemas. Conseguí mi tarjeta de embarque, pasé el primer control de seguridad, ese en que hay que quitarse casi hasta los calzoncillos; afronté entonces un control de pasaportes específico para Estados Unidos y por último un examen extra de detección de drogas y otras sustancias peligrosas, para el que fui seleccionado de forma aleatoria. Aún me sobró algo de tiempo, que dediqué a mandar whatsapps y hacer algunas llamadas de última hora.

En cuanto al vuelo, poco que contar. Mis últimos viajes a USA habían sido con Delta Airlines, compañía que te trata muy bien y que intenta que no te aburras forrándote a comida. Esta vez era un vuelo directo sin escalas, de la compañía American Airlines, pero operado por Iberia. Compañía ésta que, últimamente, hace honor a la forma en que pronuncian su nombre los americanos: hay-birria. Una birria de trato, una birria de comida. Eso sí, el menú de películas es amplio y variado. Y además dobladas al español de verdad, no a ese venezolano-cubano tan irritante de otras líneas. Aproveché para ver Sin rodeos, el film que dirigió Santiago Segura el año pasado, con una Maribel Verdú espléndida y una acción enloquecida muy divertida. También vi otra película, pero se me ha olvidado cuál, así que no debía de ser muy buena.

Había salido de Madrid como a las 12 del mediodía y estaba en Chicago a las 14.30, después de 9 horas de viaje, por el descuento de la diferencia horaria de 7 horas. Eché otras dos horas en pasar la seguridad de la entrada en Estados Unidos y una más en el tren al centro, el medio más rápido, barato y ecológico de llegar al hotel. Así que me perdí la visita turística que Flavio Coppola había programado para las 16.30. Avisé por whatsapp de que no llegaba a tiempo, que me incorporaría directamente a la cena. Mi amiga Shannon Ryan de Los Ángeles mandó un mensaje similar: su vuelo tenía un retraso considerable. El Chicago Athletic Association Hotel tiene una situación magnífica en la ciudad, en la Michigan Avenue, enfrente del Millennium Park, al otro lado del cual está el enorme lago Michigan, que es casi como un mar. Es la antigua sede de un club deportivo privado y tiene un aire general de castillo de Harry Potter, todo en madera y bastante en penumbra. Las habitaciones son magníficas, aunque me tocó una que daba a un patio interior: por la ventana podías ver un muro de ladrillo casi delante de la nariz.

Salí a dar una vuelta por el Millennium Park antes de que anocheciera. El Millennium Park es un jardín pequeño, apenas 10 hectáreas (el Retiro tiene 120) pero muy bonito y en el centro de la ciudad. Incluye dos hitos escultóricos característicos: el doble cubo del barcelonés Jaume Plensa, en cuyas caras interiores enfrentadas se proyecta la doble imagen digital de la cara de un negro, que gesticula a cámara superlenta y de cuya boca sale un chorro de agua de vez en cuando, y la forma plateada ideada por el escultor indio Anish Kapoor, que se ha convertido ya en la imagen icónica de la ciudad, ante la que todo el mundo se hace fotos y selfies. Esta escultura es conocida entre los hispanos como El Frijol. Abajo tienen las mejores fotos que pude sacar de ambas en el atardecer del lunes. A las 19.35 estaba en la Game Room del hotel, un lugar en penumbra, lleno de futbolines, mesas de billar y otros juegos de madera y bastante abarrotado de gente bebiendo y hablando alto. Miré por allí y pero no reconocí a mi grupo.



Salía otra vez hacia el lobby, cuando llegó Shannon. Nos dimos un abrazo de los que se dan los amigos que se aprecian de verdad y estuvimos un rato contándonos nuestras novedades, como en un oasis sónico en medio del barullo que montaban los grupos que había por todos lados. En ese preciso momento me vino a la mente un pensamiento nítido: si por cualquier circunstancia me dijeran que tenía que volverme ya a Madrid, lo haría con la sensación de que había merecido la pena hacer 7.000 kms. para vivir esos instantes mágicos. Volvimos juntos a la Game Room y encontramos ya a los demás. Flavio Coppola estaba exultante, a poco de comenzar su primer workshop para C40, si bien tiene experiencia en saraos similares para otras redes. Había pedido unas cosas de comer para todos, a las que nos invitaba la organización, así como a las bebidas no alcohólicas. Las cervezas y el vino corrían a nuestro cargo. Y allí empecé a conocer a mis nuevos compañeros.

A toro pasado creo que los workshoppers de este año no llegan al nivel personal de la gente que se reunió conmigo en Portland el año pasado. Es difícil superar al grupo que formaban Clare Haley, Radcliffe Dacanay, Tantri la indonesia, Thabang de Johannesburgo, más Shannon, Érika Kulpa del DF, Valeria de Chile y Antonio Carlos Velloso, de Río de Janeiro. Pero había también gente muy interesante. Por ejemplo, Luis Zamorano, arquitecto y Director General de Desarrollo Urbano del DF, que ya no es DF, según pude averiguar. Resulta que la estructura que tanto me gustaría a mí para Madrid, consistente en eliminar la Comunidad Autónoma y sustituirla por un organismo de coordinación metropolitana, exclusivamente técnico y dependiente directamente del Estado, tenía fallos de funcionamiento en México, si bien funciona perfectamente en Guadalajara, en las cuatro ciudades mayores de China y en otros lugares. Resulta que Ciudad de México no tenía Alcalde electo, sino designado a dedo por el presidente federal. Y todo eso ha cambiado hace pocos meses: Ciudad de México es ahora una ciudad-estado, con un primer Alcalde electo y hasta una Constitución, que ha requerido un largo proceso de consenso (ya ven: en el Estado Federal Mexicano, cada estado tiene su Constitución). Y los capitalinos, conocidos en el resto de México como chilangos, han vivido este proceso como una conquista democrática irreversible.

Luis es un tipo estupendo, bastante joven, educado, brillante, simpático y buen colega. Estudió un máster de un año en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y ha vivido también en otros lugares de Europa. Y, hablando de Barcelona, teníamos también un workshopper de allí y yo lo esperaba con una cierta prevención, por si resultaba ser uno de esos dos millones de infectados por el extraño virus del independentismo. Recuerden que, cuando visité el Pabellón de Barcelona en el MIPIM de Cannes, me recibieron unos tipos que me daban la mano haciendo un difícil escorzo para meterme por la nariz el lazo amarillo que les adornaba la pechera. Pero mi colega de la capital catalana, resultó ser un vasco que había ido a estudiar a la escuela de Barna y ya se había quedado allí. Diré que se llama Horacio, no voy a decir su verdadero nombre, que a este blog entra más de un infiltrado y no quiero que este hombre tenga dificultades para vivir en su tierra, por lo que yo pueda desvelar aquí sobre sus opiniones sobre el conflicto catalán, no muy diferentes a las mías, como les iré contando.

Por lo demás, nos trajeron diversos platillos con comidas de raíz claramente mexicana y buenas ensaladas y yo las regué con dos pintas de cerveza IPA de presión, que ya saben que es uno de los factores clave que hacen que me guste tanto venir a los Estados Unidos. Acabamos todos contentos, hablando muy alto y brindando por el éxito del workshop y, antes de irnos a dormir, surgió algo que no esperaba. Flavio tenía varios ayudantes de C40 que le serían de mucha utilidad para la logística del evento. Entre ellos, dos que habían llegado ese mismo día de Nueva York: Laura Jay y Joshua Gardner. Y ambos propusieron salir a correr al otro día por el Millennium y la orilla del lago. Para quien quisiera, por supuesto. La cita sería a las 6.15, una hora muy temprana, pero el horario del workshop no nos dejaba otra alternativa. Se apuntaron varios y yo me sumé con entusiasmo, para sorpresa de todos, porque era de largo el más viejo del grupo. Shannon se había traído sus zapatillas just in case (por si acaso, o por si es caso, que decimos los gallegos), pero proclamó que no estaba segura de sumarse. Y yo supe en ese momento que no vendría. He conocido un poco mejor a Shannon en este viaje y una de las cosas que he descubierto de ella es que es más búho que alondra. 

Y nos fuimos a dormir. Estaba cansado, después de la paliza que supone un día con un suplemento extra de siete horas, pero tenía una habitación espléndida en un hotel magnífico y disponía de todas las condiciones para dormir bien, aunque pocas horas, porque me puse el despertador a las 5.45. No contaba, sin embargo, con el jet lag, pero esto ya lo dejaremos para la toma dos.  

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