Este modelo de post ya se ha
escrito muchas veces y soy consciente de que corro el riesgo de volverme
reiterativo, pero también sé que algunos de mis seguidores más fieles se
empapan de lo que cuento intentando entender de dónde saco la energía necesaria
para tanta actividad (ya les he hablado también largo y tendido del té de
ginseng rojo coreano, que a mi edad hay que administrar con cierto cuidado,
pero que es muy efectivo). Así que allá va. El lunes recibí en mi oficina al
señor Intendente, es decir, Alcalde de la municipalidad de Guaymallén,
provincia de Mendoza, que venía acompañado por la Jefa de los servicios medioambientales,
cuyo nombre era Alejandrina (o sea, de
14 sílabas). Les dediqué toda la mañana, entre una larga charla, desplazamiento
a Madrid Río en mi coche, paseo de tres horas hasta el Matadero, donde nos
obsequiamos con una comida en la Cantina y, tras dejarlos en el Metro de
Legazpi, vuelta en trasporte público (bus y tren) para ir a Príncipe Pío a
recoger el coche, aparcado en el centro comercial, y llevarlo al garaje.
El martes, además de mi jornada
normal, que incluyó una reunión con un equipo que está preparando una propuesta
para Reinventing Cities, por la tarde me desplacé al barrio de Salamanca, donde
mi jefa y yo teníamos una cita en la Deusto Business School, para explicar
nuestro proyecto estrella en la comisión de urbanismo del Foro Empresarial de
Madrid, un nido de empresarios peperos que nos recibieron con curiosidad, como a
una pareja de ingenuos decididos a convencer a la derecha de las bondades del
equipo de gobierno de la señora Carmena. En un momento dado, un sujeto de edad,
con corbata de diseño, preguntó si teníamos alguna garantía de que, en caso de
cambio de signo político en las próximas elecciones, se podría seguir la línea
que hemos emprendido y no se guardaría en un cajón, como suele suceder en estos
casos.
Ahí me vine yo arriba y les
contesté que Reinventing Cities es una iniciativa que ha surgido desde abajo,
desde unos servicios técnicos que, por nuestra cuenta, hemos conectado con C40
y hemos propuesto entrar en Reinventing; que nadie desde arriba nos ha dicho
que nos metiéramos en semejante jaleo, incluso que nuestra idea fue recibida
inicialmente con un cierto nivel de indiferencia que por fin estábamos
venciendo. Que se trata, en fin, de un proyecto de ciudad y que no vemos
motivos para que un equipo de gobierno del signo ideológico que sea, lo eche
para atrás. Me callé un pensamiento que me ronda la cabeza: que hasta es posible que,
desde el PP, se entendiera mejor el tema, si bien, desde luego, las
localizaciones que nosotros hemos fijado se sustituirían por otras más
favorables a los intereses de la iniciativa privada.
El miércoles por la mañana recibí
en la oficina a un grupo de 18 munícipes
chilenos, pastoreados por mi amigo Antonio Sastre, el líder de mi grupo
senderista. Eran de la zona conocida como El Litoral de las Artes y los Poetas,
porque allí vivieron Neruda, Nicanor Parra, Vicente Huidobro y otros. El grupo
incluía a los alcaldes de El Tabo y Las Cruces y esta vez me limité a la charla
en despacho de dos horas, dejando que Antonio se los llevara después al paseo
del río. Porque yo tenía que terminar mi presentación para el sarao de la tarde:
la exposición de Reinventing en la sede de ASPRIMA, la más poderosa asociación
de promotores inmobiliarios de Madrid. Esta era como la traca final de nuestro
trabajo de difusión del asunto, pero también la cita de mayor compromiso. Si el
día anterior había tenido un papel más protagonista, en ASPRIMA me quedé en un
prudente segundo plano, dejando la primera línea al Vicealcalde Cueto y a mi
jefa.
El acto estuvo bien, vinieron
unas 50 personas y, al final, se nos acercaron numerosos asistentes para
intercambiar contactos. En unos casos eran grupos que ya estaban trabajando en
el tema, sin que nosotros lo supiéramos, y en otros era gente que se había
enterado allí de la posibilidad de participar en el concurso e iban a estudiar
sus opciones. Para colmo, me encontré con un amigo al que hacía años que no
veía y me tuve que ir con él a una terraza a tomarnos una tónica. Ya hace años
era un tipo bastante pesado y la cosa se le ha agudizado con la edad, pero me pareció
cruel decirle que no, a pesar de que estaba tan cansado como se imaginan. El
jueves tuve una mañana más tranquila, de poner en orden los asuntos abandonados
en la vorágine de ese último impulso para publicitar el Reinventing. Pero por
la tarde había quedado con una amiga a la que, esta sí, tenía muchas ganas de
ver y con la que terminé cenando en un restaurante romántico de la Latina.
El viernes, empecé la jornada
asistiendo en la Plaza de Jacinto Benavente a la presentación interna de la
nueva Oficina de Atención al Inversor Extranjero, un acto en el que mi jefa me
pidió que la representara, porque ella estaba ya bastante superada. Eché allí
la primera mitad de la mañana, sumándome a una iniciativa que yo creo que es
muy interesante. Entre otras cosas, se ofrecen oficinas amuebladas y con WiFi
para pequeñas empresas que quieran venir a tantear el mercado, hasta que su
desarrollo y estudio de mercado les permita alquilarse un local. Esto se
completa con la contratación de tres empresas, una en Nueva York, otra en
Londres y otra en Pekín, que desde esas ciudades colaborarán canalizando
inversores y actividades hacia Madrid. A media mañana caminé hasta Sol para coger
tren y Metro a mi oficina. Pero mis actividades aun no se habían terminado, a
pesar de que todos mis compañeros se aprestaban ya a afrontar el fin de semana.
Yo tenía una cita a las 15.30 en
Bravo Bikes, un negocio de alquiler de bicicletas cercano a la plaza de España,
que regenta un norteamericano. Allí me suministraron una bicicleta y uno de la
tienda me acompañó con otra, hasta el cercano Templo de Debod, donde me reuní
con un grupo de unos 30 belgas que ya llevaban toda la mañana circulando en
bicicleta por Madrid, guiados por mi amigo suizo Werner Dürrer. En realidad, se
trata del viaje de trabajo de una serie de funcionarios de los diferentes
municipios que componen la región de Leiedal, estructurada alrededor del río
Leie. Ya se habló en el blog de la preparación de este viaje. El presidente de la Intercommunal Leiedal,
Filip Vanhaverbeke se puso en contacto con Sarah van Lindt, de la embajada de
Bélgica en España, para que les organizara la estancia y ya le insistieron en
que querían verme a mí. Sarah me llamó y yo la puse en contacto con Werner.
El programa consistía en bajar en
bicicleta por los caminos de ladera del Parque del Oeste, cruzando sobre las
vías del tren por la pasarela que existe, hasta caer a las Ermitas de San
Antonio de la Florida, para una breve visita a los frescos de Goya. Allí,
Werner me pasó los trastos del interfono para ir contándoles a los viajeros las
historias de Madrid Río, mientras recorríamos el parque en bicicleta, con
diferentes paradas. Terminamos en el Matadero, donde Werner recuperó el papel
protagonista para contarles las vicisitudes de la creación del gran centro
cultural. Un camión de Bravo Bikes vino a llevarse las bicicletas y nosotros
tomamos el Metro a Cibeles. Allí teníamos un aperitivo de cava catalán en la
terraza del Ayuntamiento y una cena opípara en la planta segunda, puesto que el
restaurante de la azotea está en estos momentos en obras.
El grupo era muy animado, la
mancomunidad Leiedal está al lado de Lille, donde vive mi hijo Lucas y les
prometí llamarles la próxima vez que vaya a visitarle. En esa región está por
ejemplo la ciudad de Kortrijk, en cuya estación de ferrocarril me quedé
atascado una noche memorable que se contó en el blog, cuando iba en dirección a
Lille y todo el sistema ferroviario belga se colapsó por un accidente en algún
lugar del país. No sé si recuerdan que terminé con un negro y un borracho,
con los que tuve que arreglármelas para coger un taxi a Lille. Se lo conté a
mis compañeros de mesa y se tiraban por el suelo de la risa. Me dijeron que no
era algo infrecuente en la zona. Al final, uno de los miembros más veteranos
del grupo sacó una bolsa llena de papelitos doblados con los nombres de todos,
para que se sorteara quién debía encargarse del speech de cierre (ya se iban de
vuelta hoy sábado). Le tocó a un consorte (algunas de las funcionarias viajaban
con marido).
El tipo salió a los medios y se
largó un discurso que hizo partirse de la risa a todos (era en flamenco, así
que no entendí gran cosa, excepto cuando se referían a mí). Al final, el
orador se pasó por nuestra mesa y me dijo que lo de la bolsa era un paripé, que
todos los papelitos tenían su nombre porque era el clown oficial del grupo. Supongo que
era mentira. La mano inocente encargada de sacar el nombre del orador fue por
supuesto la de Sarah van Lindt, a quien hasta ayer no conocía en persona.
Sarah es una mujer delgada, de mi misma altura, rubia, gafas, dientes
superiores ligeramente saltones y un encanto que rememora los años de
Emmanuelle y Silvie Vartan. Su imagen está tan llena de sugerencias como su
nombre. A la puerta de Cibeles nos despedimos prometiendo llamarnos. Le dije
que podía contar conmigo para lo que quisiera y nos dimos un abrazo. Estaba agotada
y me confió la tarea de acompañar al grupo hasta su hotel en la plaza de Santa
Ana (algunos decidieron coger taxis).
Hacía una noche preciosa, de
viernes madrileño. Les dejé en el hotel y caminé de regreso a casa. Yo también
estaba cansado, por la acumulación de actividades de la semana, la bicicleta
(era la primera vez que montaba desde mi rotura de brazo y noté los meses de
inactividad) y también por la tensión que supone tener que entenderte en inglés,
algo que no te permite relajarte como en una cena con españoles. Y eso que a
los no ingleses se les entiende mucho mejor. Creo que cuando vaya a Lille no
dejaré de llamarles. Lo malo es que ¿cuándo será eso? Como les conté, tengo dos
viajes comprometidos para este año, con los que ya casi consumo los días de
vacaciones de que dispongo. ¿Cómo? ¿Que no he dicho adonde? Bueno, yo les
prometí que lo revelaría, pero no les dije cuándo. Tengan paciencia, que todavía
queda mucha tela que cortar. Relájense, que viene el finde y es momento de
descansar. Que ustedes lo pasen bien.
Agotador!
ResponderEliminarSí. Y también apasionante y adictivo. Yo que he pasado largas temporadas sumido en la niebla gris paralizante, puedo decirlo con conocimiento de causa.
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