El título de este post es un
palíndromo gozoso, lo mismo pueden ustedes leerlo al derecho que al revés, que
mantendrá un significado espumoso y burbujeante, como el dorado líquido a presión
que se tira con cuidado sobre el vaso de caña o doble, sacándole la espuma
justa y rematando con el golpe del grifo hacia adelante, como marcan los
cánones. En este blog se ha hablado mucho de la cerveza, uno de los grandes
inventos de la Humanidad, y nunca le hemos dedicado un post en exclusiva, porque digamos que
el valor y la importancia de la cerveza se presuponían o se daban por descontado. ¿Por qué hacerlo
hoy después de tanto tiempo? Pues sencillamente porque hoy es un día muy especial.
Hoy, 7 de abril de 2018, se
cumplen 85 años de la derogación de la funesta Ley Seca en USA. El alcohol en todas sus formas estuvo prohibido desde 1919 hasta justamente el 7 de abril de 1933, generando
la época de mayor criminalidad y gangsterismo de la historia americana. En los
años 20, floreció la producción clandestina de alcohol en lugares como Chicago,
inmortalizado en la serie televisiva Los
Intocables, con el detective Eliot Ness a la cabeza. Todavía tengo yo en
la cabeza la música y las imágenes en blanco y negro de esa serie, que veía de
pequeño en La Coruña. ¿Cómo pudo generarse semejante desatino? Pues miren por dónde, resulta que la 18ª Enmienda de la Constitución americana, llamada
popularmente La Ley Seca, se aprobó precisamente para acabar con la
delincuencia, a la que se creía íntimamente vinculada con el alcohol. Desde los sectores más conservadores, se hablaba del alcohol como la bebida del diablo. Una bebida que hacía que un
tipo honrado y buena persona, se fuera a la taberna, se pusiera hasta arriba de
alcohol y se liase a tiros con cualquiera o, al volver a casa, les zurrase a su
señora y a los niños hasta que se cansaba o se quedaba dormido.
Sin negar que esos
comportamientos se producían y se siguen produciendo con preocupante frecuencia, no hay que perder de
vista el componente puritano que encarna esa inquina hacia el alcohol o
cualquier otra droga euforizante que nos ayude a pasar por la vida de forma más grata, alegre y productiva. El alcohol está presente en la Humanidad desde tiempos
inmemoriales. La relación del ser humano con el alcohol se pierde en la noche
de los tiempos. Hay incluso teorías que ligan el paso del nomadismo al
sedentarismo con la necesidad de permanecer en la misma zona para poder cultivar las viñas cuyo fruto fermentado proporcionaba esos momentos
inolvidables en los que el hombre primitivo se sentía un dios, capaz de
conseguir los objetivos que se propusiera. En la mentalidad obtusa y simple de
estos primeros humanos, cualquier sustancia que ayudara a soportar la dura
realidad de una existencia expuesta a todos los peligros, era bienvenida.
Pero desde los primeros tiempos,
el hombre es consciente de los peligros que entraña el exceso de alcohol y va
aprendiendo a administrarlo por el sistema de prueba y error. Se evidencia la
necesidad de obtener una bebida de baja graduación y aquí es donde aparece la
cerveza. Está comunmente admitido que las primeras evidencias de existencia de la cerveza nos llevan nada menos que a la civilización sumeria, aunque no esté ciéntificamente probado que este extraordinario pueblo fuera su inventor. Fíjense en el dato: allá por el año 3.500 antes de Cristo, este pueblo, que se asienta en la zona posteriormente llamada Mesopotamia, es el responsable
de al menos dos inventos clave para la Humanidad: la escritura y la rueda. Y
está constatado que los sumerios le daban fuerte a la birra. Impresionante.
Desde luego que los egipcios y
los griegos conocían la cerveza, y que el vino abundó no sólo en Grecia sino
también en Roma. La Biblia narra numerosos episodios con vino, como el de Noé, y
ya saben que una de las principales manifestaciones del carácter divino de
Jesús era su facultad de convertir el agua en vino. El vino está incorporado a
la liturgia cristiana, y aparece también con frecuencia en la Torá de los judíos.
Sin embargo, las ramas protestantes tienen cierta proclividad al puritanismo,
especialmente los calvinistas, que constituyen una parte importante entre los
pueblos que colonizaron Norteamérica. Ese ramalazo puritano está presente en toda
la historia yanqui, desde los predicadores que
acompañaban a los primeros colonos del Oeste, hasta las ligas femeninas contra el
alcohol.
Y esta tendencia cristaliza en los
primeros años del Siglo XX. Las oleadas de inmigrantes irlandeses, italianos,
alemanes y de la Europa del Este, todos ellos grandes bebedores, agravan el
problema a ojos de los primeros pobladores, básicamente anglosajones y
más moderados. Las estadísticas de personas que se gastan todo su sueldo en beber durante el fin de semana y las cifras de violencia intrafamiliar crecen exponencialmente y son
infladas por los partidarios de la abstinencia con datos alarmantes. Surgen las llamadas Ligas de la Templanza, que
van ganando terreno, impulsadas por predicadores del ala más conservadora y redes de protección de mujeres y niños maltratados.
Durante la Primera Guerra Mundial, se suma a todo esto el hecho de que muchos
de los mayores taberneros del país eran de origen alemán, lo que los coloca en
el foco de los movimientos patrióticos. El terreno está abonado para que se
legisle en contra del consumo libre de bebidas alcohólicas. En octubre de 1919,
la 18ª Enmienda entra en vigor en todo el país. Y comienzan los años veinte.
Escuchen una música de la época.
Los locos años veinte fueron un
período marcado por la Ley Seca. Y, desde luego, fueron la demostración palpable de que
prohibir cualquier sustancia o actividad, es dejarla en manos de los gangsters
y las mafias. El carácter ilegal de una actividad es lo que le da un mayor margen de beneficio, es un valor añadido. Igual que en la Galicia que se relata en la serie Fariña, en
Estados Unidos, la producción clandestina y la venta de alcohol se convierten en los grandes negocios ilegales,
que controlan Al Capone, Frank Nitti, y otros. Empiezan las reyertas
y los tiroteos, como la famosa matanza del Día de San Valentín. Y en ese clima de violencia, surgen figuras míticas paralelas, como la del atracador de bancos John Dillinger. Los promotores
de la Ley Seca habían prometido que la delincuencia disminuiría drásticamente
al prohibirse la venta de alcohol, que (sic) las cárceles se vaciarían y sus edificios
se reconvertirían en graneros y fábricas. Pero lo cierto es que la
delincuencia se multiplicó por diez, menudeaban los hechos violentos, cada día había asesinatos y la gente se
sentía menos segura. ¿Cómo dicen? ¡Ah! Que se les ha acabado la música. No es problema. Aquí tiene otra, no menos sugerente y, encima, con interesantes
imágenes.
En este ambiente general festivo, no es difícil deducir que el whisky corría sin freno a pesar de la prohibición; que las clases
altas tenían suministro libre en el mercado negro y que, en las fiestas de la
alta sociedad no faltaba el aderezo de la bebida más popular entre la población, que ayudaba a que el foxtrot, el charleston y el jazz volaran libres, mientras la gente
bailaba enloquecida hasta la madrugada. Pero a la vez, la policía desplegaba una gran actividad, decomisaba
cargamentos de whisky y cerveza e introducía un factor de estrés en una
población que se encaminaba sin saberlo hacia el crash económico del 29. Y el
personal empezó a cabrearse. Y brotaron las manifestaciones. Aquí tienen un
par de imágenes bastante conocidas pero muy expresivas de este período de
finales de los veinte.
El crash del 29 planteó la
conveniencia de legalizar la producción de alcohol, un sector económico con
capacidad de revitalizar la economía y un semillero de ganancias para el Estado
con la recaudación de los impuestos correspondientes (la segunda de las imágenes anteriores corresponde a una manifestación a favor de que la cerveza se grave con impuestos). La opinión pública estaba ya claramente a favor de esta
tendencia. Y fue Franklin Delano Roosevelt quien incluyo en su candidatura a las presidenciales de 1932 la propuesta de legalización. Ya presidente, firmó en
marzo de 1933 la llamada Acta Cullen-Harrison, que devolvía el alcohol a la
legalidad. El 7 de abril la nueva reglamentación entró en vigor. Abajo pueden ver un recorte de prensa que muestra cómo se celebró la noticia en algunos bares.
Desde entonces, las mafias y los
gangsters se desentendieron de este sector económico (cuando un negocio se vuelve legal, se reducen mucho sus márgenes de beneficio). Algunos de sus capos se pasaron al
mundo del boxeo, hasta entonces un sector ultra limpio incluso conocido como el deporte de caballeros, proceso
que se narra con todo detalle en la extraordinaria novela de Budd Shulberg The harder they fall, que en España se tradujo por Más dura será la caída (y que fue
llevada al cine, constituyendo el último y excelente trabajo para la pantalla
de Humphrey Bogart). Los demás derivaron su actividad al mundo de las drogas, la prostitución,
las armas y otros tráficos ilegales. Desde entonces, el alcohol campa por sus respetos a todo lo largo y ancho del
mundo y forma parte esencial de la cultura de países como España, la República
Checa, Irlanda, Francia, Italia, Polonia, Rusia. En sus diferentes versiones.
Y, desde luego, Estados Unidos. Les voy a dejar con la imagen de la batería de grifos de cerveza que tiene ahora mismo un conocido bar de Washington. Sean buenos este fin de semana, y tómense algunas cervezas a mi salud. Sólo tienen que levantar sus jarras y decir: ¡Arriba la birra!
Impagables músicas y fotos. Un buen resumen del tema. Es imposible contar más en tan escueto espacio. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias, hombre. Me abruma usted, no es para tanto.
EliminarDos cositas. Al terminar su texto por el título, en cierta forma es este un post palindrómico también.
ResponderEliminarLa otra: en la lista de países de cuya cultura forma parte el alcohol, se ha olvidado usted de la fantasmal Catalonia.
No ha sido intencionado. Además de palíndromo es un brindis y yo quería brindar con todos ustedes.
EliminarEs usted un cachondo. Yo hablo de países reales.