Aquí me tienen de nuevo, superado ya lo más
grueso de los fastos navideños, aunque faltan todavía los Reyes, celebración de
la que lucho por evadirme. Como nos ha invadido la cultura yanqui, ahora los
regalos se reparten en la fiesta familiar principal, la Nochebuena, lo que
resulta más práctico, porque los niños pueden usar sus juguetes durante todas
las vacaciones. La fiesta de los reyes
magros, como los llamaba mi padre, se reduce así al festejo de la
Cabalgata, en el que siempre hay alguna controversia: que si el negro pintado a
lo Al Jolson es un insulto a los negros; que, si los reyes vienen de Oriente,
por qué no hay ningún chino, que vamos a poner un rey travesti, para la cosa de integrar al colectivo LGTB, y por qué no un cojo para ídem de los
minusválidos, más un rey ciego, otro minusválido psíquico y la Biblia en verso.
En fin, futesas con las que te
asaltan los medios para que no te centres en los problemas reales que aquejan
al mundo, como esa crisis económica global crónica en la que nos desenvolvemos
desde hace años, especialmente acentuada en la vieja Europa, más la deriva
demográfica que está convirtiendo al mundo occidental en una sociedad
envejecida, más la revolución tecnológica acelerada, que está cambiando
radicalmente el mercado de trabajo y todo ello bajo la amenaza real del cambio
climático, que ya está entre nosotros. Porque este invierno que lleva amagando
con llegar, no se acaba de concretar: a comienzos de diciembre hizo un poquito
de frío, pero estas vacaciones hemos tenido un clima ciertamente primaveral.
Así que estamos pasando directamente del otoño a la primavera, mientras ese invierno cuya venida se anuncia, no acaba de llegar nunca. Es lo mismo que ocurre en la serie Juego de Tronos, en la que se suceden las temporadas, pero están todo el rato con lo de Winter is Coming. No se ha hablado apenas en este blog de series televisivas, pero se trata de un sector de la producción audiovisual ciertamente interesante. Hasta el viejo gruñón Carlos Boyero las valora un montón. La producción de series ha alcanzado un nivel de calidad que supera a menudo el listón de las grandes películas del cine, además de reunir a los mejores actores y directores. Es un sector con sus propios parámetros, en el que la narración se fragmenta en episodios de una hora, igual que las antiguas novelas por entregas. Episodios que se agrupan por temporadas.
He de confesar que me he incorporado tarde al disfrute de las series televisivas, y que no he seguido ninguna cuando se estrenan en las diferentes cadenas. En realidad, yo lo que hago es cogerme una serie que esté ya publicada y me la veo entera en sucesivas panzadas de tres o cuatro episodios seguidos. Para ello, o bien la compro en un FNAC o similar, o bien me la presta alguien, o me la bajo de Internet. Cada serie se diseña para una temporada, con un número entre 8 y 15 episodios. Después, si tiene éxito, se producen y emiten más temporadas. El ritmo de estos episodios es sostenido, al final de cada uno te dejan con un cierto nivel de intriga para que te enganches a ver el siguiente, los personajes van evolucionando y detrás de esta arquitectura hay unos guionistas de primer nivel. Por si ustedes no son muy expertos en este terreno, les voy a hablar de algunas series que me parecen muy recomendables.
No hace falta que diga que Juego de Tronos no está entre mis preferidas. Eso de que, cada vez que la guapa rubia de las trenzas está en peligro extremo, aparezcan unos dragones voladores que achicharran en un instante a todos sus enemigos, me resulta un nivel de truculencia de guión, que enseguida me traslada la mente a mis problemas cotidianos, de los que pretendía evadirme. Reconozco que es imaginativa y está bien producida, pero a mí me aburre bastante.
Para iniciarse en esta adictiva afición, hay una miniserie que les recomiendo en primer lugar: True Detective. Hablo, por supuesto de la primera temporada, la que protagonizaron Woody Harrelson y Mathew McConaughey. Después han hecho una o dos más con otros actores, que no he visto, pero me cuentan que son peores. Esa primera temporada, desarrolla una trama policiaca en la Louisiana profunda, en la que dos policías muy peculiares van tirando del hilo de una investigación que cada vez se complica más. Especialmente, el policía que interpreta de forma magistral McConaughey es uno de los personajes más atormentados, complejos e interesantes que se han podido ver nunca en una pantalla. Cada vez que abre la boca dice algo extraordinario. Y la acción es trepidante.
Como siempre, los maestros del tema son los norteamericanos y desde ese país se han producido algunas series memorables. Por ejemplo, Los Sopranos, que tiene 6 temporadas, aunque la última suele dividirse en dos partes, porque tiene nada menos que 21 episodios. Se cuentan aquí las vicisitudes de un clan mafioso de New Jersey, en tiempos actuales y un poco según la temática y estética de El Padrino. El jefe del clan, Tony Soprano, interpretado por el gran actor James Gandolfini, ya fallecido, es un personaje con diferentes registros vitales, que le hacen asistir desde el primer episodio a la consulta de una atractiva psiquiatra, ante la que expone sus miedos, sus dudas y sus ansiedades. Los diversos miembros de la familia son también personajes de interés, que van creciendo con el paso de los episodios. Los negocios familiares se van diversificando mientras la policía se esfuerza en pillarlos. Una serie súper entretenida.
Sin salir del ámbito de las series de gangsters, es muy recomendable Boardwalk Empire, 5 temporadas, una serie patrocinada por Scorsese sobre el imperio del crimen en Atlantic City durante la ley seca. En este caso el protagonista principal es interpretado por Steve Buscemi, un actor de cine extraordinario. Hay que destacar también la súper cuidada ambientación de época, el vestuario, los automóviles. Viendo esta serie, regresa uno a los tiempos convulsos de entreguerras, cuando floreció el hampa en Chicago, más conocida, pero también en muchos otros lugares. En una temática similar, es de destacar la más reciente The Deuce, sobre el nacimiento de la primera industria del porno en New York en los años sesenta, con la actuación estelar de James Franco. Esta no la he visto, pero todo el mundo, mis hijos incluidos, me dice que es muy buena.
Los nórdicos tienen también un repertorio de series muy cuidadas, en la línea de la narrativa policiaca de esos países. Son productos de una factura excelente, con un entorno ideológico y vital muy diferenciado del americano, con buenos actores, guiones complejos y cambios narrativos sorprendentes. Entre las series nórdicas, mi favorita es Bron, El Puente. Es una serie mitad sueca y mitad danesa, que se centra en una trama policiaca estrechamente ligada al puente Øresund, de carretera y ferrocarril, que une las ciudades de Malmöe y Copenhague, y que he recorrido las dos veces que he visitado ambas ciudades. La trama comienza con el descubrimiento del cuerpo de una mujer asesinada, justo en el punto medio del citado puente, lo que provoca que la investigación la asuma un equipo mixto, de colaboración entre los cuerpos de policía de ambas ciudades. Saga Lorén, la inspectora sueca al mando del grupo, con un síndrome de Asperger de libro, es un personaje ciertamente inolvidable. He visto las dos primeras temporadas y estoy a la espera de que se publique la tercera, que se anuncia para este año.
Volviendo al mundo yanqui, es también muy interesante la serie Breaking Bad. En ésta, un profesor de química de instituto de Alburquerque (Nuevo México) se encuentra en el primer episodio con que le diagnostican un cáncer terminal. Entonces decide ocupar el tiempo que le queda probando un nuevo estilo de vida opuesto al que ha llevado hasta entonces y se dedica a cocinar droga para los traficantes de la zona. El problema es que debe hacerlo como una doble vida, sin que se entere su familia, entre la que tiene un cuñado policía que está precisamente luchando contra el tráfico de drogas. La serie tiene 6 temporadas y les aseguro que las 5 primeras son excelentes y muy divertidas. La última es una putada. Tal como se han ido enredado las cosas es previsible que el rollo acabe fatal, pero ¿tanto?...No les digo más.
He dejado para el final la que para mí es la mejor de todas: The Wire. De ésta he visto sólo las dos primeras temporadas y son cinco, pero ya puedo decirles que es extraordinaria. Aquí se cuentan una serie de historias relacionadas con los bajos fondos y la policía en Baltimore. Se desmenuza el mundo de las drogas, la corrupción política, el contrabando, los sindicatos portuarios, la universidad y la prensa, sectores todos bastante degradados. Cada temporada se centra en uno de estos temas, aunque todo va estando relacionado, porque el blanqueo del dinero de la droga está detrás de la financiación de partidos, sindicatos, prensa, facultades universitarias. Todo está bien engrasado, pero hay pequeños desajustes o conflictos que derivan en algunos asesinatos. Y para investigarlos se crea un equipo deliberadamente cutre y con poco presupuesto, que opera desde un viejo almacén en un sótano. Los policías reclutados de diferentes unidades son malísimos, vagos y torpes, con un punto funcionarial y burocrático.
Pero entre ellos hay unos cuantos buenos policías, a los que se ha marginado precisamente por ser honrados y por no ponerse límites a la hora de tirar de la manta. Entre ellos, Jim McNulty, todo un personaje, bebedor, separado y con problemas de todo tipo. Una escena emblemática: un día en que está al cargo de sus dos hijos, de ocho y diez años, van a un centro comercial a comprar algo y se cruzan por sorpresa con el jefe del clan de gángsters que está persiguiendo, al que nadie encuentra. Ni corto ni perezoso, manda a los dos chavales a que le sigan, como una especie de juego para ellos. Mientras, él va por detrás a buscar su coche, para recoger a los chicos y perseguir luego al hampón. Y entonces los pierde. Desesperado, ha de recurrir a los vigilantes del centro, que los reclaman por el altavoz. Los encuentran rápido, muertos de risa y con la matrícula del coche del gángster anotada. Pero se hace un informe del incidente, que llegará a manos de la madre, que luego lo utilizará contra él para reducir los días de visita. Un crack, este McNulty.
En fin, no se quejarán de la selección, basada por supuesto en mis opiniones. Para estos días navideños, el sentarse a ver una buena serie puede ser una forma de defenderse del bullicio y el mogollón. También sirven para hacer un buen regalo. Yo estoy esta semana de vacaciones aunque trabajando moderadamente, como ya les he explicado. Y, cuando no tiene uno que ir a fichar a la Isla de Alcatraz, el día cunde mucho. Sean felices.
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