Mi vida
transcurre ahora a base de calls. Me
estoy refiriendo a esas llamadas intercontinentales con gente de New York,
Londres, París y otros lugares elegantes del mundo mundial. Yo me siento en el
despacho de mi jefa, nos conectamos y empezamos a parlotear en inglés o en lo
que salga. Interviene un tipo desde Valencia, una representante de un
consulting londinense, la directora de Reinventing
Cities desde la Gran Manzana, algún head-hunter
de París interesado en participar en el proceso. Esto suele suceder a eso de
las 5 de la tarde, de 5 a 6, porque antes los neoyorkinos están durmiendo y
después los de París tiran el bolígrafo y se van a sus casas a practicar la
conciliación familiar.
Una vez montado en la ola del
progreso o lo que sea, uno no para de darle al caletre y preparar ocurrencias diversas. Estás todo el día ocupado
preparando la siguiente call. ¿Cómo dicen? ¿Qué por qué no las llamo
conferencias? ¡Por Dios! Están ustedes muy anticuados. Si quieren estar de
verdad en la onda, han de hablar todo el rato de calls, lo mismo que, si les ofrecen una presentación en
power-point, no pueden preguntar por el número de imágenes, sino por el número
de slides. Hija, ahora no puedo atenderte, que tengo una call. Ese es el mundo en que me muevo en los últimos tiempos, un universo vertiginoso donde apenas me queda tiempo
para escribir en el blog y casi no duermo con el estrés. Lo dijo Confucio: elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar
ningún día de tu vida. Pues yo he tenido la suerte de encontrar ese trabajo. A
la vejez, viruelas.
Y ya que estamos de refranes, no conviene olvidar que entre call y call, lechuga.
Así que, miren por dónde, resulta que ahora estoy en modo lechuga y les estoy
escribiendo nada menos que desde La Coruña, a donde me ha traído la nostalgia
de la tierra, la añoranza del aire incontaminado de esta región y la necesidad
de apoyar al Deportivo, que vive unas horas bastante críticas. Hace mucho que
no se habla en este foro del Deportivo de La Coruña, y eso se debe a que una de
las máximas del blog es mantener siempre un mensaje positivo. Desde hace unos
años, el Deportivo es incompatible con ningún mensaje positivo. El Deportivo es para sufrir. En
los años anteriores, teníamos la suerte de que había tres equipos calamitosos en
Primera División, que eran firmes candidatos al descenso y acababan por
consumarlo. El Deportivo era penoso, pero quedaba el cuarto por la cola y se
salvaba. Este año también hay tres equipos calamitosos. Lo que pasa es que el
Depor es uno de ellos. Salvo resurrección mañana, y por eso estoy yo en
Coruña.
Pero vayamos por partes. Ya se ha
contado aquí que, aunque estoy todo el día dedicado a mi trabajo, con pequeños
descansos para el blog, en paralelo tengo que cumplir un horario absurdo de
presencia física en la oficina. A los de Asuntos
Internos, responsables del horario, el fichaje y los tornos, no les concedo
yo ni un milímetro. Son el enemigo. Pero, paradójicamente, estos tipos han de
darme un montón de días anuales de vacaciones, en compensación por el hecho de
que llevan muchos años sin subirnos el sueldo. Cuando se negocia un nuevo
convenio, ante la prohibición montorina
o montoroide de actualizar sueldos, cada
vez se nos ofrecen más días libres: moscosos, canosos, morrosos, días médicos…
A mí que soy veterano me tocan estos últimos años 40 días libres en total,
contando los de vacaciones.
Tal vez recuerden que el año
pasado pedí un permiso especial para poder disfrutar los días de 2016 hasta
finales de febrero, con motivo de mi fractura de húmero, tiempo que empleé en
visitar Birmania. Desde entonces he viajado un montón, pero no he conseguido
agotar mis días libres. Este año, Asuntos Internos ha difundido un comunicado
diciendo que se acabaron las excepciones: lo que no se disfrute antes del 1 de
febrero, se pierde. A mí me quedaban seis días todavía y no estoy dispuesto a
regalarles ni uno a estos cabritos. Así se lo dije a mi jefa, y accedió, aunque
estamos en un momento álgido del Reinventing. Así que el martes fue mi último
día de presencia física en la oficina, en el curso a punto de terminar. No vuelvo ya hasta el día 1 de febrero. Y aún tendré otros 40 días libres hasta que me jubile.
El martes salí de la oficina a
las 17.30, con motivo de otra de estas calls.
Pero no me fui a casa, sino que me acerqué al centro. Concretamente a la tienda
Cooking, al final de la Corredera
Baja, donde quería comprar un pimentero a pilas para regalárselo a una amiga
con la que había quedado a cenar. De camino a la tienda pasé por delante
de la iglesia de San Antonio de los Alemanes. Es esta una iglesia muy especial,
como les contaré, que visité hace muchísimos años y que casi siempre está
cerrada. Observé que había un papelito pegado en la puerta y me acerqué. Decía
que ese día abriría a partir de las 6. Faltaban cinco minutos y decidí esperar.
Entonces se me acercó un sujeto con jersey de lana, gorra calada del mismo
material y aire general de antiguo boxeador, subrayado por una nariz bastante
reveladora. Era el pobre que pide a la puerta de esa iglesia. Enseguida
intimamos.
Me contó que entre 6 y 6.30 es el
mejor momento de ver la iglesia, porque después empieza el rosario. Que también
hay unas visitas guiadas algunas mañanas. Que Esperanza Aguirre suele venir de
visita (es vecina cercana), lo mismo que el Ministro de Cultura. No sé a qué
ministro se refiere. El caso es que, estando ambos confraternizando en la calle,
con las manos en los bolsillos y cambiando el peso de una pierna a otra para
pasar el frío, dio en aparecer por allí un Director General del Ayuntamiento
con el que no me llevo especialmente bien y que iba camino de su casa. Me
preguntó qué hacía allí y le contesté: pues ya ves, aquí con este colega,
listos para la limosna en cuanto abran la iglesia. Bizqueó ligeramente y
continuó su camino.
La iglesia de San Antonio fue construida
en tiempos de Felipe III, como sede de una fundación solidaria creada dos
siglos antes por la reina Isabel de Portugal. Es una curiosa iglesia barroca,
con planta de elipse (una de las pocas en España) y cubierta por una bóveda
elipsoidal cuajada de frescos originales de diversos artistas, entre los que
destaca el gran Luca Giordano, al que aquí rebautizaron como Lucas Jordán. Desde
su construcción hasta hoy en día, en la iglesia se ha repartido comida a los
pobres. Cada día se forma una larga cola de gente en problemas, que se extiende
por la Corredera arriba, entre la que puede verse a señores y señoras mayores, bien
vestidos, de aire no muy diferente al de nuestros padres, que poco después
salen con una bolsa de plástico con unos bocadillos y algún refresco.
Otra dato a destacar es que la
iglesia se mantiene intacta y bien conservada. En las infaustas noches de quema
de conventos de mayo de 1931, desde la cúpula del Partido Comunista se dieron
órdenes estrictas de que a esta iglesia ni se la tocara, por la labor solidaria
que realizaba. Luego tuvo la suerte de no verse afectada por los bombardeos
franquistas durante la larga y no menos infausta noche del asedio golpista a la
ciudad. Así que, en cuanto abrieron, entré a disfrutar del espacio fastuoso de
este lugar único en Madrid. Al salir le di un par de euros a Antonio (así dijo
llamarse el pobre de aire pugilístico),
contraviniendo mi costumbre de no dar nunca limosna. Compré el pimentero
y me fui a cenar con mi amiga. Fuimos a un vietnamita de la calle Huertas donde
nos obsequiamos con un pho
extraordinario.
El miércoles, aunque estaba de
vacaciones, estuve trabajando desde mi casa hasta cerca de la una. Entonces
cogí la Nacional VI adelante. No había circulado por esta carretera desde octubre,
cuando fui a Asturias, y esta vez encontré los campos todavía secos, pero menos
abrasados y polvorientos. Incluso en determinadas zonas el marrón claro dominante empieza a verdear ligeramente. Se nota que ha llovido, aunque se necesita más. Donde se ha
acabado la sequía es en Galicia. Mi viaje fue bien, tranquilo y casi sin
tráfico. Hasta Guitiriz, a 50 kms. de mi destino. Allí, a la vez, se hizo de
noche, se desató un diluvio universal y la carretera se espesó de camiones con
prisas. Esta vez iba a casa de mi hermano, y no a la de mi sobrino Marcos, en
Monte Alto. Por la noche, después de dejar la maleta, salí a dar una vuelta.
Seguía lloviendo. Me pasé por la Travesía
de Huertas, en busca del Bar La Nueva Patata, para comprobar que, como me temía, ya no existe.
Aún recuerdo al dueño, calvo, con peinado a cortinilla, tan enxebre que se
comía determinadas letras al vocear las comandas, de puro tímido: ¡Dos de
p’tatas y una de bisté’! Lo que sí continúa es el olor a meados primigenios en
el trozo de la calle Huertas que pasa bajo el edificio de la Delegación de
Hacienda. Varias generaciones de coruñeses hemos meado en esos rincones, de
vuelta de la zona de copas de las calles de la Estrella, Los Olmos y La Franja,
donde ya no queda ninguno de los bares de mis tiempos. Al final entré en una
taberna y me comí una cazuela de bacalao a la riojana, con una pinta de
Estrella Galicia.
Por la tele estaban dando el
partido en el que el Leganés terminó por eliminar al Madrí de la Copa. Me quedé hasta el final, en medio de una peña
decididamente favorable al Leganés, tal vez porque tenían reciente el partido
en que el Madrí nos metió siete goles
a nosotros. Cuando se consumó la derrota, todo el mundo en el bar se puso a dar
cortes de mangas hacia el televisor, diciendo ¡toma Florentino! ¡toma Zidane! ¡arre carallo! y otras
exclamaciones estentóreas. Como donde fueres haz lo que vieres, me puse yo
también a dar cortes de mangas, con tanta energía que casi se me sale volando
el clavo de titanio de mi brazo recompuesto. Después me estiré hasta la plaza
de María Pita para completar el recorrido. La calle estaba tan animada como siempre, a pesar de
la lluvia constante. Como ya he dicho muchas veces, la lluvia no es un factor a tener en cuenta en La Coruña; si tuviéramos que esperar a que pare de llover para hacer algo, no saldríamos de casa.
Ayer tuve una jornada coruñesa
bastante tranquila. Estuve también hasta la una trabajando en el tema de
Reinventing Cities, haciendo llamadas e intercambiando correos con diversas
personas. Luego salí a un recado con mi hermano y volvimos a comer una raya que
había comprado mi cuñada (parece que están ahora en temporada), y que nos
preparó a la gallega, con patatas y una ajada de reglamento. Por la tarde estuve por
casa, hasta que salimos al cine a ver Los papeles del Pentágono. En Coruña, las
posibilidades de ir al cine se reducen prácticamente al complejo antes llamado Palexco (los acrónimos siempre han sido
muy del gusto coruñés) y ahora rebautizado como Los Cantones Village, en un último intento de que regresen las primeras
marcas que se instalaron en este complejo de ocio en la zona del puerto, y que
pronto huyeron, dejando sólo los cines.
Y mañana sábado se juega en Riazor
el decisivo Deportivo-Levante. El punto de inflexión para recuperar la ilusión.
Por ahora, el equipo huele a Segunda que echa para atrás, pero todo puede revertirse y aun queda mucha
Liga. Se anuncia lluvia todo el día, un input irrelevante para un coruñés como yo. A ver cómo se dan las cosas. A lo mejor es el principio del Reinventing Deportivo. Ya sé lo que están pensando. Que venirse a 600 kms. para ver un Deportivo-Levante bajo la lluvia es una manifestación inequívoca de masoquismo. Pero, ¿qué es la vida si no la salpimentamos de vez en cuando con algún objetivo efímero y absurdo? Disfruten del finde.
Casualidades, también estoy en Galicia. He venido ayer jueves a Vigo, de gestiones. Las he hecho hoy viernes y ya me quedo hasta el domingo.
ResponderEliminarÁnimo y suerte al Deportivo. Las desgracias del Madrid no me apenan, salvo lo que afecte a Zidane, que me cae bien y no creo que merezca el pago que suelen dar en ese equipo a los suyos.
A mí también me cae bien Zidane, como ya he dicho en el blog. Lo que pasa es que el mundo del fútbol devora contínuamente a sus hijos más queridos, como Saturno.
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